Queridos lectores:
Tubing no es otra cosa que bajar el río a la deriva subidos a una cámara de rueda de camión inflada (12.11.12). Cuando un servidor era pequeño, en la playa los llamábamos flotadores aunque fuesen de camión, pero hay que reconocer que tubing suena muchísimo más aparente. Peter se rajó, pero no Fabrizio, así que fuimos a apuntarnos al pueblo. Un señor toma nota, cobra, te entrega una cámara, te rotula un número en la mano, como a las ovejas, y sólo hay que esperar a que el motocarro se llene para partir río arriba. La espera terminó cuando Cannelle, Jessica y James llegaron.
El río no va muy rápido por aquí, por lo que básicamente se trata de languidecer tumbado en el flotador mientras se contempla el paisaje. Se está fresquito en el agua, se conversa con quien le empareje a uno la corriente, ahora Fabrizio, luego Jessica, se saludo a los afanosos remeros de los kayaks que pasan al lado y se deja uno ir sin más. Antaño la gracia, según narran los cronistas, consistía en ir interrumpiendo la deriva en los chiringuitos de la orilla, pero más de un turista descerebrado se ahogó beodo y parece que esa actividad declina. En poco más de dos horas se termina el paseo a la orilla del pueblo.
Por la tarde me voy en bicicleta a visitar la que los turistas llaman blue lagoon. En román paladino: ir a bañarse al arroyo. Se trata de un riachuelo al pie de un roquedo selvático en el que los turistas se dan a la molicie. La gracia está en el recorrido, muy bello, y en poder bañarse para bajar la calorina tras el pedaleo.
Como en Kuang Si, hay un gran árbol desde el que los tarzanes se arrojan al agua con gran algarabía de los concurrentes. Un muchacho especialmente alocado pretende animarme a que me tire desde lo alto, es divertido, asegura. Ya, ya, gracias, pero prefiero conservarme de una pieza, además, si tú te partes el cráneo por lo menos te plañirán las Janes que están pendientes de tí. Si, como es probable, me lo parto yo, nadie se dará cuenta hasta verme flotar río abajo.
Aproveché el regreso para pedalear por otros caminos y ver el paisaje. Había algunos campesinos retirando lo que me pareció paja. La cosecha ya está recogida y en los campos sólo quedan rastrojos amarillentos. Por la noche nos citamos para cenar unos cuantos. Por la curiosidad que siempre me causa, consigno seguidamente una mínima presentación de los nuevos comensales. Daniel, alemán, trabaja en el sector inmobiliario y se ha tomado un descanso para volver luego a su empleo. Su pareja, Katherine, tenía un trabajo temporal de administrativa que acaba de terminar. Jessica, francesa, estudia psicología y se ha tomado un año sabático antes de concluir los estudios. James, londinense, es profesor de inglés y Cannelle, su pareja francesa, trabaja en turismo. Van a donde James consiga un trabajo de enseñante, pasan un tiempo allí y luego viajan unos meses con lo ahorrado. Son muchos los jóvenes que siguen ese método, viajando por lo general con lo justo y hasta que dure. Como es de rigor, se habla mucho de viajes, lugares, recomendaciones y anécdotas varias. Cuando acaba la sobremesa es hora de retirarse.
Daniel, un servidor, Jessica, Peter, James, Cannelle, Fabrizio y Katherine.
Reunión de salamanquesas.
La cara de Peter mientras espera y espera a que lo recojan debe ser la misma que tenía un servidor el día que me dejaron atrás en Luang Prabang (13.11.12). Mientras hago tiempo en el balcón escribiendo, le veo abajo dando vueltas entre resignado y desconcertado hasta que finalmente aparece la furgoneta que se lo lleva. Un servidor va en otra dirección, hacia Vientiane, la capital, en autobús V.I.P., pero salgo más tarde. Esta vez no hay grandes retrasos, el autobús es considerablemente mejor, y en menos de tres horas y media nos ventilamos los ciento cincuenta kilómetros escasos del viaje. Los turistas nos agolpamos en un motocarro que nos deja en el centro de la ciudad, y a buscar alojamiento. Tras un par de vueltas encuentro un hotel bastante agradable y me instalo. Lo siguiente es indagar sobre excursiones al cercano parque nacional de Phou Khao Khouay, donde se supone que aún quedan elefantes salvajes. En la agencia me informan de que sólo hay apuntado otro español. Me inscribo para una excursión de un par de días. Cuantos más seamos, más barato. Otro cliente, Leopold, se dirige a mí en español. Es filipino, profesor de boxeo en Bangkok, y tras un poco de conversación, me invita a visitarle si voy a la ciudad. Anoto sus señas, se lo agradezco y me despido. En Vientiane no hay mucho que ver y quiero aprovechar lo poco que queda de tarde. Alquilo una bicicleta y con un mapa turístico de cortesía me incorporo al tráfico, lento y pesado.
Área de descanso.
En Laos las chicas de los calendarios cerveceros van bien vestidas.
La bicicleta es de paseo y a piñón fijo me escurro entre coches, motos y otras bicicletas para no perder el ritmo. Los monumentos destacados son una antigua estupa ennegrecida por el tiempo, un arco triunfal de finales del siglo pasado, erigido por el régimen con el cemento donado por los Estados Unidos de América (los mismos que antes bombarderon el país hasta la nausea) para construir una pista de aterrizaje, una estupa dorada que constituye el símbolo nacional, y un par de templos más. Todo cerca del Mekong al que, sin embargo, la ciudad parece dar la espalda. Una avenida con mucho tráfico difícil de cruzar y vallas los separan. Según anuncian los cartelones en terrenos acotados para la construcción en la orilla, los planes de desarrollo son quiméricos rascacielos y faraónicos centros comerciales, de los que no parece que Laos ande necesitado. Quizá fuese mejor poner el cemento en horizontal, no en vertical, y mejorar carreteras e infraestructuras básicas, pero el gobierno sabrá mejor qué hacer, me digo intentando engañarme a mí mismo. Empero, un paseo recorre buena parte de la orilla, flanqueado por un parque y una feria. Si llevan cuidado, podrán hacer de Vientiane una ciudad muy estimable.
La pista de aterrizaje vertical, lo llaman: Patuxay.
Vendedoras de lotería.
La estupa de Pha That Luang, el símbolo de la nación.
Atardecer en el Mekong.
Acabado el paseo, cené algo y pronto a la cama, que mañana nos vamos a la selva, y eso es siempre muy cansado.
Abrazos para todos.