lunes, 30 de abril de 2012

VI. Rumanía (ii).

Queridos lectores:

Tras desayunar apenas un café en la pensión, bajo los auspicios de la gobernanta, que tuvo la amabilidad de preparame unos emparedados para el camino, cogí un taxi (son muy baratos, del orden de dos o tres euros por trayecto normal) y comparecí en mi estación de tren favorita (19.04.12).

Me esperaban unas cuantas horas de oficina. Destino: Cluj-Napoca, con cambio en Oradea. Dos horas y media el primer tramo, y otra hora y media el segundo. Esta vez decidí plantar cara a los faisanes desde el principio. Corrí las cortinillas a conciencia y me aseguré un panorama despejado a ambos lados del vagón. No iba a conformarme con pegar las narices a una sola vertiente de la vía; quería saber toda la verdad: o por lo menos cuántos hay y cómo se distribuyen. De modo que pasé las dos horas y media de camino hasta Oradea oteando faisanes. Treinta. No es mal número, y demuestra que no exagero cuando digo que hay muchos. Y a saber cuántos se me pasaron. Las liebres se quedaron muy atrás, con no más de una docena, aunque muy lustrosas todas ellas. Los corzos se conformaron con ser siete u ocho en un par de grupos.

Recurriendo a mi somera experiencia de aficionado en censos de avechuchos, intenté cavilar alguna conclusión de provecho para la comunidad ornitológica, pero una irreparable falta de conocimientos y método, de una parte, y la somnolencia propia de andar contando faisanes (como si fueran ovejitas), de otra, me hicieron desistir. De Oradea a Cluj me dediqué a leer y a otros menesteres. Además, el paisaje dejaba de ser llano y se veía que escasearían los sujetos de mi estudio.

En Oradea, espoleado por mi innata impaciencia y el consabido lema de las vacaciones intensas (v.g. "quiero verlo todo y quiero verlo ya"), tuve la gran idea de coger un taxi para que me llevara al centro, aprovechando la escasa media hora del transbordo. Efectivamente ví los pocos edificios principales de la ciudad a la carrera y llegué justito para coger el tren. Me juré no repetir con tan poco margen nunca más.


El centro, pequeño pero bonito, de Oradea.

Mi plan era viajar en coche durante tres días por la región de Manamures, de bonito paisaje y muchas de cuyas iglesias tradicionales de madera han sido distinguidas por la Unesco como patrimonio de la humanidad. A mi regreso a Cluj iba a alojarme en la casa de un matrimonio joven con quienes contacté a través de una red social de viajeros (hablaré de esto en algún momento). Antes, había de recoger el coche alquilado, a precio ventajoso, en una suntuosa compañía local.

Ante la falta de teléfonos públicos en la estación, para variar, tomé un taxi y le pedí que se sirviera llamar él mismo al encargado de entregarme el coche. Llegamos sin sobresaltos a un centro comercial enorme, tan grande, antipático y ruidoso como cualquiera de los nuestros, y allí me recogió el hombre de la agencia de alquiler. Para no eternizarme, diré que tardamos hora y media en que saliera yo por fin victorioso de Cluj con mi coche alquilado. Simpatía y buena disposición nunca fueron sinónimos de eficiencia, y este caso lo hizo patente. Renuncié al lavado del embarrado coche, exigí y obtuve un mapa de carreteras que el buen hombre me compró un tanto avergonzado en una gasolinera, creí con reservas su explicación de que el testigo permanente de avería del motor no era más que un fallo eléctrico, y me sumé al desastrado tráfico de la ciudad, rumbo a Baia Mare, al norte.

Las carreteras son regulares en Rumanía, al menos las que transité en esos días. Salvo la principal, equiparable a una buena de carriles sencillos de las españolas, las demás están bastante estropeadas, muchas en obras, y cuando no, con numerosos baches y pobre señalización. Esto y que el paisaje empezaba a ondularse me convenció de parar y pernoctar en Baia Mare, una ciudad de cierto tamaño en la comarca. Como no era muy tarde aún, busqué una cafetería con wifi y conecté el móvil, a fin de buscar quien me hospedara esa noche. Mi idea era dedicar a este intento un cierto tiempo y, si fallase, registrarme simplemente en alguna de las pensiones de buen aspecto que había avizorado por el centro en una vuelta de reconocimiento.

Huelga decir que un teléfono móvil no es la herramienta idónea para navegar por internet, pero aun así logré enviar algunas peticiones de asilo. Esperé un tiempo prudencial, me tomé algún café y, viendo que ya caía la noche sin novedades, ejecuté la segunda parte del plan y me fui a un hostal.

Nada más instalarme en la habitación, conecté el teléfono de nuevo, aprovechando el wifi del local, y, oh sorpresa, tenía una respuesta positiva de Florin, que aceptaba recibirme esa noche en su casa. Un minuto demasiado tarde, pensé. Era la paradójica consecuencia de no tener acceso directo a internet. Demasiado tarde ...¿o no?.

Pensé que mejor una vez colorado que ciento amarillo, y bajé ipso facto en busca de la gobernanta (tanto esta como la de Timisoara daban el tipo perfectamente), quien afortunadamente hablaba bien inglés. Aunque contrariada, la buena señora encajó mi capricho con deportividad y comprensión, más de la que esperaba, y tras contentarse con comprobar que no hubiese yo usado el baño (para mi fortuna, no lo había hecho), accedió a deshacer el negocio y devolverme, entero, el dinero. Se lo agradecí muy sinceramente, al tiempo que me excusé por las molestias y el disgustillo, y me fui a la hamburguesería en la que me había citado mi anfitrión, donde mi siguiente obstáculo era avisarle por teléfono.

Escogí, con acierto, una víctima joven, de mi mismo sexo y con cara de espabilado, le expliqué cuánto sentía tener que recurrir a estas maniobras y conseguí, sin necesidad de muchos aspavientos, que me dejase su teléfono para emplazar a Florin. Como colofón, me invitó a distraer la espera con él y con un amigo suyo. Como todo en este mundo tiene su contrapartida, aclarado que mi benefactor diseñaba páginas de internet y que un servidor de todos ustedes se gana la vida como abogado, le devolví el favor con una charla acelarada sobre los signos de reserva de la propiedad intelectual. Pese a que cualquier cálculo me hubiera dado saldo acreedor en la transacción,  decliné pasarle la minuta, agradecido como estaba por el favor y la compañía. Queda demostrado que también los abogados tenemos buenos sentimientos (a veces).

Florin llegó al rato, y muy amablemente pasé de la tutela de mis improvisados amigos o clientes a la suya.  Florin se portó extraordinariamente bien conmigo. Me dió de cenar, en su casa, platos típicos preparados por su señora madre con productos del pueblo, y luego me llevó a tomar una cerveza con unos amigos suyos, a un salón de banquetes amenizado por una banda de música ligera rumana primero, y a un bar más pacífico después.


Con Florin, en el salón de su casa de Baia Mare.

Florin, que como ingeniero se dedica también a las páginas de internet, me acogió de modo muy caluroso. Conversamos durante horas, tomamos alguna cerveza más, y ya de madrugada me ayudó con gran interés a preparar mis jornadas subsiguientes. Quedé impresionado tanto por su hospitalidad sin reservas como por la eficacia de la red social, y desde luego se lo hice saber.

Me fui a dormir con la confianza de quien se halla entre amigos, con la sensación de tranquilidad de estar ubicado y asistido en un entorno que ya no era tan desconocido. Atrás quedaba el frío recibimiento de la estación de Timisoara.

Abrazos para todos.


sábado, 28 de abril de 2012

VI. Rumanía (i).

Queridos lectores:

Por fin comenzó el viaje a lo desconocido. Llegué a Timisoara en tren, vía Bekescsaba y Arad, ya bien entrada la noche, factor acentuado por que el reloj se retrasa una hora al cambiar de país (17.04.12).

La primera impresión fue bastante mala. La estación misma y los alrededores son de lo más feo que he visto en Rumanía, y la gente que pululaba por ahí a esa hora no invitaba a organizar una campaña de abrazos gratuitos, precisamente.

Tras algunos titubeos, decidí encaminarme a uno de los hostales que recomendaba la guía de viajes (suelo hacer caso omiso de tales cosas, pues prefiero indagar a mi aire o recurrir a otros métodos de alojamiento, de los que hablaré luego). Cambié algo de efectivo en el tenderete de guardia y compré un billete para el tranvía, según las explicaciones de la guía, pero a las diez de la noche parece que la frecuencia de paso es nula, así que hube de desistir tras un rato de espera. Decidí llamar al hostal. Buena idea, sólo hacía falta encontrar un teléfono publico (descartado llamar con las tarifas internacionales del mío) o convencer a alguien de que me dejase el suyo. Constatada la inexistencia de teléfonos (pandemia creciente), y pese al cartelón que proclamaba lo contrario en la estación de tren, no quedaba más remedio que hacerse el simpático por la calle.

Entré en el superete nocturno y pregunté a la chica que atendía. No me miró con mucha simpatía, pero su compañera, que debió verme cara de buena persona (la naturaleza humana tiene estos y otros misterios mayores), sí accedió a prestarme el móvil. Llamé, me dieron las indicaciones oportunas para ir en taxi (son muy baratos, por menos de tres euros se hace una carrera normal), y por fin llegué a mi destino.

En la pensiunea, asimilable a un hostal agradable en España, me orientaron mucho para el día siguiente. Temprano por la mañana salí a correr a lo largo del canal que es el eje de la zona verde de la ciudad. Comprobé que el verdor sólo aparecía en los mapas: el canal está bastante abandonado, o por lo menos las márgenes; si algún día fue una agradable zona de paseo, hoy escasean los tramos aceptables, ensuciados con todo tipo de detrito urbano. Para mi estupor, de regreso en el hotel, la chica me explicó que había planes de organizar paseos en barca por el canal. Supongo que cada cual se apaña con lo que tiene.

Mis primeras impresiones del país no estaban siendo muy halagüeñas, pero como viajero experimentado que va siendo uno, sé que no hay que apresurar los juicios. Me fui pues a visitar la ciudad, en la que pensaba pasar un día completo a fin de organizar el resto de mi tiempo en Rumanía.

Timisoara, orgullosa madre de la revolución que depuso y fusiló al dictador Ceacucescu en Navidad de 1989, es una ciudad típica rumana. No es muy fea ni muy bonita. Alterna algunos edificios y plazas agradables con otras francamente feas. Le aflige, como a muchas otras ciudades según he podido ver, el estado de gran abandono en que se hallan la mayoría de sus inmuebles. Ya imagino que no hay dinero para esto, o de acuerdo con lo que me dicen los lugareños, lo hay, pero acaba siempre en los bolsillos de quien debe administrarlo.

Es una pena, porque casi todas las ciudades tendrían un aspecto bastante agradable a poco que las adecentasen. No es que sean horrorosas, pero la línea que me trajo desde Viena hasta aquí pasando por Lubliana y Budapest declinaba rotundamente. Será la percepción avejentada (quiero decir madura y reposada, claro) que voy teniendo de las cosas, será el tiempo lluvioso y grisáceo que he tenido hasta hace muy poco, será que realmente necesitan baldearlas; probablemente las tres cosas a la vez.

Como lo primero es lo primero, me llegué al centro de información turística. Suelen tener planos manejables de la ciudad, con indicación de los monumentos principales (e incluso secundarios y terciarios: a veces mueven a risa), y también le dicen a uno donde encontrar un locutorio con internet. Esto  último, que podría parecer cosa fácil, se ha demostrado un constante acertijo: existe a lo sumo uno en cada ciudad y hay que encontrarlo pese a las muchas respuestas negativas de la gente, si es que, como es frecuente, el centro de información está cerrado o simplemente no existe.


La catedral ortodoxa, a un extremo de la plaza más concurrida.


El orgulloso teatro de la ópera, al otro extremo.


La plaza más arreglada, pero también medio despoblada.

Invertí buena parte del día (18.04.12) en indagar por internet posibles itinerarios (digamos que la guia de viaje es un mínimo generalista que conviene, si se puede, complementar). El resto se fue en cambiar dinero (se acabó el paraíso de la moneda común), sacarme un billete de tren, contratar un coche de alquiler para el día siguiente en Cluj-Napoca (todo el mundo lo llama Cluj a secas), y visitar la ciudad. Y por supuesto, llamar a mi chica por skype, otra de las ventajas del viajero moderno.

Decliné la posibilidad de asistir a una representación de ballet en el teatro local de la ópera, orgullo de las funcionarias de información turística, según parecía, y preferí retirarme temprano a mis arrendados aposentos.

Terminó de este modo mi primera jornada completa en Rumanía. Pero vinieron otras mejores y más interesantes, de las que daré cuenta próximamente.

Abrazos para todos.


viernes, 27 de abril de 2012

Interludio.

Queridos lectores:

Recurro a esta interrupción para advertiros que ya he puesto fotos en lo que va escrito. Como de costumbre, os ruego sepáis disculpar los errores técnicos. La diagramación no es la que yo quisiera, por ejemplo, pero no sé  hacerlo mejor, al menos por ahora.

En cuanto pueda me pondré al día. Aprovecho la excusa de las fotografías para responder a los que habéis tenido la enorme deferencia de dejarme comentarios. Sé que otros lo habéis intentado, pero ya se sabe: muchos son los llamados, pocos los elegidos. No, por favor no desertéis, perseverad, que vuestros comentarios de veras me hacen muchísima compañía. En realidad escribir estas tonterías me hace sentir cerca de todos vosotros (o de algún alma caritativa que se dedica a entrar a cada rato en el blog para que yo crea que lo lee más de un amigo), por lo que os animo a que me dejéis mensajes aquí o en mi correo electrónico habitual.

Tras agradecerlos, contesto amorosamente a vuestros mensajes:

- Susana H.: qué cansada es la maternidad, que impide ver el IV italiano camuflado entre el III esloveno... Gracias por tu constancia mensajera, maja. 

- Freakadellen: intenté emularte en la isla Margid corriendo detrás de las jovenzuelas (literalmente, y sin que por una vez en la vida nadie pudiera afeármelo), pero no veas qué velocidad gastaban las muchachas.

- Carol e Isa: ya imagino que estaréis haciendo katas sin parar, procuraré seguir vuestro ejemplo en cuanto reciba las piernas acme que he pedido por correo.

- María: no te preocupes, con lo que me divierto escribiendo así, no pienso parar.

- Yoya: viva, viva, viva.

- Carlos: jeje, sigue cumpliendo tu deber de hermano mayor...

A modo de premio a vuestra paciencia y comprensión para con mis carencias, anticipo unas fotos de Rumanía:


Referencia numero 1 para el concurso.


Referencia numero 2 para el concurso.


 Referencia numero 3 para el concurso.


Sortearé un viaje (destino desconocido) entre quienes sepáis identificar al menos dos de los tres lugares antes de que publique la siguiente entrada del blog.

 Como siempre, muchos abrazos para todos.

miércoles, 18 de abril de 2012

V. Hungría.

Queridos lectores:

En primer lugar, os ruego que disculpéis las erratas y aparentes faltas de ortografía. No son tanto fruto de mi ignorancia cuanto resultado de la disposición de los teclados en que escribo: de momento uno distinto para cada entrada del blog.

Dejando aparte la idiosincrasia francesa y su enloquecido azerty, creía yo que el qwerty era universal, pero resulta que tampoco. En Eslovenia, por ejemplo, permutan la y griega por la zeta, y así no hay manera de lucir mis añejos conocimientos de mecanografía. Y en todos cambian las teclas dedicadas a las tildes y demás signos de puntuación, que es lo realmente molesto. Para colmo de males, aunque he descubierto que, en su infinita sabiduría, los creadores de esta pagina han puesto un sistema de corrección automática, este no funciona; o al menos a mi no me funciona, para variar (lo intentaré de nuevo en otro momento).

Escribo desde Timisoara, en Rumanía, adonde llegue anoche (17.04.12). Retomando la secuencia cronológica, llegue a Budapest, vía Odosz, en tren, en un llano trayecto de nueve horas que entretuve del modo habitual. Siempre que se disponga de buena lectura, vistas por la ventana y la posibilidad de alguna cabezada auxiliadora, no hay tiempo perdido a bordo de un tren. Aprovecho además para leer las guias de viaje del país que toque (la sucesión de países ha sido tan rápida que he agradecido estos tiempos muertos).

Por si alguno se pregunta cuántas guias de viaje llevo, diré que muchas, por regiones preferentemente: Europa del Este, Oriente Próximo, Asia Central, etc. pero todas ellas se contienen en sola (mejoran incluso a los diez mandamientos, que necesitan dos para resumirse):  un libro electrónico. Regalo de mi amada, es una gran ventaja para el viajero moderno. En menos de lo que pesa un volumen mediano y mientras la tecnología y las pilas aguanten, dispongo de cuantas guias necesito (mas las que ulteriormente pueda requerir) y lectura de todo tipo, incluyendo libros de ajedrez, desde luego (llevo un minúsculo tablero). Además he copiado los principales contenidos en un lápiz de memoria que guardo junto a la documentación, con la idea (o esperanza, nunca se sabe) de poder recuperarlos en un dispositivo de reemplazo si al libro electrónico le pasase algo. Desentrañado queda el misterio (sin necesidad de zarza ardiente).

Vuelvo pues a Budapest. Genevieve tuvo la bondad de recogerme en la estación, y ya pasamos el resto de la tarde en su casa. Genevieve vive con sus hijos italofranceses, Giordana y David, a quienes se unieron para cenar sus vecinos indios, Rahoul, su señora y el bebe de seis meses, y Paolo, abogado italiano residente en la ciudad (mas Genevieve y un servidor de todos ustedes, claro esta). El idioma oficial era el francinglitañol, si es que tal cosa existe, pero funcionó a gusto de todos, y pasamos una agradable velada hogareña con la cocina de la anfitriona.

Giordana y Genevieve. Falta David.

Al día siguiente (14.04.12), con la bicicleta que la atentísima Genevieve me prestó, anduve visitando la ciudad, que en general esta bastante preparada para este medio de transporte. Antes, para no perder el tono y, sobre todo, remediar las desmesuras de los días previos, me fui a correr a la isla Margid, en el Danubio. Una pista publica de tartán recorre todo su perímetro, 5.350 m según los carteles. Di una vuelta y, por ardor guerrero o sentido de culpa, luego otra. El resultado fue algo mas de una hora trotando y unas simpáticas agujetas en los cuádriceps luego. Intente rematar la labor haciendo un kata en otro parque, de camino a casa, sin testigos y escondido en una esquina. Hice bien en ocultarme: fue patético. Estire las piernas de goma y seguí a casa, satisfecho con el deber medio cumplido pero sobre todo muy aliviado porque no pensaba repetir al día siguiente.


La bicicleta,
 claramente insuficiente para huir de los bárbaros de la Plaza de los héroes.
(No es que me haya pintado la calva, tranquilos:
 se llama gorro y sirve para protegerse del frío, no de los héroes bárbaros).


El parlamento, a orillas del Danubio.


El castillo de Vajdahunyad, en el parque de la capital.


De mi ventana a la tuya.


Un extraterrestre, creo.

Budapest es una ciudad monumental, carácter en el que prima el hermoso Danubio y sus puentes, el impresionante edificio del parlamento en la orilla de Pest y el conjunto de la ciudadela en la de Buda  (en Obuda, que es la tercera parte, parece no haber gran cosa). Iluminado de noche, el conjunto es realmente memorable. Hay también avenidas y plazas destacables, y parques. Muchas de las casas del centro son mansiones señoriales, o por lo menos lo son las fachadas. Lo malo es que casi todas están muy deterioradas. Tampoco el cielo grisáceo de estos días ayudaba a realzarlas. El recuerdo que tenia de hace algo mas de veinte años era mejor, pero sin duda Budapest podrá rivalizar con París o Viena en cuanto logre devolverle el esplendor a su ornato.

Con el recuerdo de los mil y un museos vieneses aun vivo, me satisfice con uno solo, por inusual: el del Terror, dedicado a las oscuras épocas nazi y comunista en Hungría, y hospedado en la antigua sede del control político. Aunque se echaban de menos algunas explicaciones mas en ingles, los testimonios en vídeo y las mazmorras y salas de tortura del sótano, supuestamente verídicas, dan una tenue idea de lo pavorosos que debieron ser aquellos tiempos para tanta gente inocente. No es que me vaya a centrar en este tipo de visitas, pero se trata de algo extraordinario, y creo que los que hemos vivido en libertad siempre (en mi caso casi) no nos hacemos una idea cabal de la locura que debía ser vivir así, todos y cada uno de los días.

Por la noche Genevieve nos volvió a obsequiar con una cena de primera en su casa, esta vez con Andrea y sus dos hijos italohúngaros como invitados añadidos primero (idioma oficial: itanglés), y luego con Paolo y su amiga Sabrina (itaniol).

El día D, o sea, mi cumpleaños ninios (15.04.12), Genevieve me dejó el coche, así que mientras ella se ocupaba de gestiones familiares varias, me largue de la ciudad, remontando el río (por la orilla; si Genevieve tiene vehículos anfibios no me lo dijo) hasta Szentendre. Es un pueblecito típico húngaro, con muchos comercios para los turistas, algunas iglesias cuidadas, y callejuelas agradables. Paseado que hube por el villorrio, seguí hasta Visegrad, ruinas de un castillo medieval en un promontorio (preceptivo, claro) desde el que se obtiene un esplendido panorama del Danubio. Para compensar las ruinas, me entretuve luego en un hayedo con las hojas recién brotadas, antes de seguir hasta Esztergom. Allí fanfarronean de tener la mayor iglesia del país, y desde luego es tan grande como fea. Regreso a la ciudad y cena en casa de Paolo con su amiga Sabrina y Genevieve. Sabrosos quesos italianos, buenos vinos húngaros, lomo del Valle de Aosta y algunos dulces también italianos. No esperaba tanto lujo para mi aniversario: nos pusimos las botas.

El Danubio a su paso por Visegrad...


... y por Budapest.

De modo que tocaba ir a correr al día siguiente (16.04.12). Enfrentado al escenario de mis éxitos anteriores, decidí moderarme y me conformé con una sola vuelta a la isla Margid y sin katas lastimosas esta vez, que no en balde me había caído encima un año entero la víspera.

Con Said y Peter en la oficina.

Luego me fui a visitar en bicicleta a mis amigos Peter y Said, que son compañeros de trabajo de Genevieve, y también míos (tengo una vieja relación profesional con ellos). El reencuentro fue muy grato, me invitaron a comer y me hicieron un montón de preguntas sobre el viaje, que respondí como mejor supe (para muchas no tengo aún contestación).

Completé las visitas turísticas y para rematar la jornada nos fuimos Genevieve y yo a los baños termales Szechenyi, que se albergan en el que fue palacio de ese prócer. Abren hasta entrada la noche. Hay una piscina exterior grande y varios baños mas en el interior, y una sauna. Mientras Genevieve disfrutaba de la sauna (yo lo intente, pero se ve que me faltan poros o alguna otra cosa y no resisto ni dos minutos), yo jugué al ajedrez con un senior mayor, semisumergidos y con el tablero sobre un poyete de las escaleras, como habréis visto quizás en alguna fotografía. Normalmente diría que disfrute, pero el buen senior era pesadísimo. Con negras le saque pronto un peón de ventaja, pero la deje escapar en mi afán de terminar una partida que, sin reloj, amenazaba ser eterna. Tablas pues. Con blancas y visto el percal, cambio la cosa, le di una soberana paliza y acredito lo pesado que era el buen hombre (y bastante malejo, claro) constatando que con su rey en jaque mate pretendía aun buscar un escape. En fin. Lo cierto es que la experiencia del baño termal fue muy agradable.
Y con esto terminó la estancia en la capital. A la mañana siguiente (17.04.12), tren de nuevo, esta vez a Szeged, bella ciudad de corte austriaco a medio camino del país hacia el sudeste, en donde paré unas horas. Sea por sus dimensiones modestas, sea por otras causas, Szeged esta bien mantenida, cuenta también con un caudaloso río (el Tisza, segundo en importancia del país), y resulta en conjunto muy agradable y digna de una visita. Ojalá pueda Budapest estar igual pronto.


Monumento a la polilla,
perdón, a la libertad himenóptera en andas.


Casco peatonal de Szeged.
Y yo sin paraguas, por no hacer mudanza en mi costumbre
 (esto lo he tomado de Garcilaso, para que me podáis vituperar por petulante y plagiario a la vez).


Modernismo húngaro, con permiso de Gaudí.


El ayuntamiento.

Vuelta al tren, rumbo a Timisoara, en Rumanía, país nuevo para mi. Revisión de pasaportes en el tren, primero los policías húngaros y luego los rumanos. Evoque los tiempos de estudiante por media Europa en interrail, cuando había fronteras y muchas divisas. Prefiero el presente, en el que la anomalía son estos controles y andar cambiando de moneda. Lectura, música (la clásica soporta mal la percusión del traqueteo, me temo, así que rocanrrol) y, que no falten, faisanes. Montones de faisanes, como centinelas en las cunetas. Liebres alternadas con los faisanes como novedad y, para remate, unos cuantos corzos al atardecer. Y faisanes. ?Quien dijo que el tren fuera aburrido?


Faisán común (sacado de internet, claro).


Sufriendo en el tren (posado robado, por supuesto).


Prometo poner fotos próximamente (hoy tengo problemas técnicos insolubles), no se asusten los impacientes. A cambio espero que os resulte entretenido el relato y os pido que hagáis algún que otro comentario, por favor, que me animan mucho (ya sé que cuesta ponerlos, pero eso no depende de mí, mal que me pese).

Abrazos para todos.




domingo, 15 de abril de 2012

III. Eslovenia.

Queridos lectores:


Celebro hoy mi cumpleaños en Budapest, donde estoy acogido en casa de mi amiga Geneviève y familia, y os doy las gracias a todos los que me habéis felicitado de uno u otro modo (esto incluye a quienes lo hayáis hecho de corazón pero sin molestaros en recurrir a medios de telecomunicación, desde luego; os lo agradezco igualmente, aunque en tal caso no me habré enterado, claro).


Siguiendo con la narración cronológica del viaje, después de Austria, ya solo, me fui a Eslovenia (10.04.12), a casa de mi amigo Zvone, a quien ya he mencionado, creo. Con un viaje de seis horas en tren para algo menos de trescientos kilómetros de trayecto, tuve oportunidad de recordar antiguas andanzas de interraíl, y cavilar cómo han cambiado las cosas: recuperación del compartimento de seis personas (aunque vacío, ventajas de viajar fuera de temporada, supongo) y horas y horas de tren para leer, mirar el paisaje y echar la siesta tendido en tres butacas. Y lo mejor de todo: sin pantallas de televisión ni avisos por megafonía en tres idiomas.

Tras veinte años sin vernos, fue emocionante verle en el andén. Nos conocimos con motivo de un interraíl en el año 87, nada menos, viajando por Escocia. Luego tuve oportunidad de visitarle en Kranj, cuando Eslovenia aún era Yugoslavia, nos volvimos a ver poco después en España y hasta ahora.

Eslovenia es un país muy bonito, muy tranquilo, y con más variedad de la que cabría esperar para su reducido tamaño. Además de una buena porción de los Alpes, los Julianos, con el monte Triglav como cima máxima (2.864 m), abundantes bosques (la mitad del país esta cubierto por ellos), y ciudades de aspecto centroeuropeo (legado de su pertenencia al Imperio Austrohúngaro), dispone de un tramo de costa adriática, con ciudades como Piran que en tiempos pertenecieron a la República de Venecia, como a las claras muestra su arquitectura (incluso a ignorantes de la historia del arte como un servidor de todos ustedes).

Por si fuera poco, la capital, Lubliana, pequeña y rodeada de colinas y bosques, es bastante bonita, con un castillo en su preceptivo promontorio, cafés junto al río y una zona peatonal muy agradable.




Vistas de Skofja Loka.

En su hogar, en Skofia Loka, a las afueras de la capital, tuve oportunidad de compartir vida familiar con la familia de Zvone: su mujer Tina y sus hijos Jan y Vid, sentirme en casa, y contemplar asombrado el crecimiento de la que ya hace veinte años era la muy extensa colección de discos de vinilo de Zvone. Tendrá ahora no menos de diez mil, pero ni él mismo lo sabe, ni le inquieta lo mas mínimo contarlos, no tiene más índice que su memoria. Hay de todo y la mayoría bueno, o por lo menos interesante: muchísimo rock and roll y derivados, pero también folclore diverso. Cuando recibe algún disco por correo (como sucedió mientras estaba yo allí), lo primero que hace Zvone es probarlo en el equipo de música que tiene en su celda subterránea (una habitación en el semisótano rodeada de paredes con discos por todas partes menos una, y eso porque había que poner la puerta en algún lado) para, si hace falta, llevarlo a limpiar a la máquina especial de otro amigo coleccionista. Me asegura que ha escuchado todos los discos al menos una vez, cuando no varias; de hecho tuvo un programa de radio durante muchos años, a base de discos de su colección privada.


Tina, Zvone y Vid, falta Jan, el hijo mayor.

?Houston?
No, los estudios de la televisión nacional eslovena.

Dedicamos un día (11.04.12) a visitar Zvone y un servidor de todos ustedes algunos pueblos cercanos a la costa, y también Piran y Koper. Nos empapamos con la lluvia imparable que vena del mar, y para acabar la jornada decidimos cambiar de país.


IV. Italia.

Por lo que nos acercamos a Trieste, ya de anochecida. Fue un gusto para mí  dejar de ser analfabeto: entender los carteles e incluso lo que le dicen a uno los camareros en la lengua del país. Es un lujo que olvidamos a menudo, del que no dispuse tampoco en Austria, y que tardaré en recuperar, por suerte y por desgracia.

Un café en la señorial plaza de la ciudad, un breve paseo por el malecón, y de vuelta a las tinieblas linguísticas eslavas. Menos mal que siempre nos queda el inglés. Y por supuesto, la cálida acogida de Zvone y su familia.


III. Eslovenia otra vez.

De vuelta pues en Eslovenia (no se alteren los ortodoxos, seguimos a país por entrada), el día siguiente (12.04.12) revisité Lubliana y por la tarde saludé a los muy amables padres de Tina en Skofia Loka, y luego a la madre de Zvone, en Kranj.  Aunque jubilada y con los achaques propios de la edad, Elza sigue siendo la mujer enérgica que me acogió en su casa hace veinticinco años. Nos dio de merendar con generosidad y firmeza (o sea, que nos tuvimos que acabar todo lo que nos había preparado, que estaba muy rico, por lo demás), y me preguntó sobre mi vida, qué iba a hacer mi novia en casa en mi ausencia (echarme de menos, entre otras cosas, como yo a ella) y otras cuestiones propias de la ocasión. Fue muy agradable sentir la alegría recíproca de volvernos a ver tantos años después: los sentimientos sinceros no se confunden ni se ocultan, aun con tanta lejanía de por medio.


Lubliana bajo la lluvia (y yo sin paraguas).


Y después de la lluvia (y yo sin sombrero).


Despierte quien sepa leer los signos.


Puesto que Zvone andaba extraordinariamente atareado con su trabajo como realizador en la televisión nacional, decidí proseguir viaje para pasar el fin de semana en Budapest. Así que al día siguiente (13.04.12)vuelta a los trenes del pasado, esta vez con nueve horas por delante, bellos paisajes alpinos y de llanura, y como en todos los casos, con el libro electrónico bien munido; indiscutible ventaja del viajero actual que ya glosaré en otro momento. Leyendo, resolviendo problemas de ajedrez, durmiendo, paseando por el pasillo, y contando faisanes por la ventanilla (los había a patadas), llegué de nuevo al Danubio, desde donde escribo, pero de Budapest ya contaré cosas en otra entrada.

Abrazos para todos.


jueves, 12 de abril de 2012

II. Primera jornada: Austria.

Queridos lectores:

Efectivamente, el viaje dió comienzo. Con un poco de retraso, que implicó también un cierto cambio de planes, pero empezar empezó, y la prueba, al menos para mí, es que estoy escribiendo en un teclado esloveno, desde la casa de mi amigo Zvone en Lubliana, y es un suplicio encontrar las tildes. Habrá mejores evidencias, diréis acaso los más despiertos; ciertamente las hay, pero ninguna se hace tan sangrantemente patente para mí en estos momentos.

El día 30 de marzo de 2012 salimos por fin Rocío y un servidor de todos ustedes rumbo a Viena, en avión. Mi intención había sido salir yo unos días antes, en tren, para pasar por Barcelona, visitar a la familia, luego Francia, Italia y Eslovenia, para reunirme con Rocío en Viena el mismo día 30. Era una bonita idea, basada en la romántica noción del viaje por tierra, país a país, metro a metro y cabezada a cabezada, sin interponer grandes saltos por vía aérea. Pero no ha podido ser por razones prácticas, o como diría un colega abogado: por causa de fuerza mayor fortuita sostenida. Pero ya me he quitado el mohín (por favor contened vuestros justos y airados abucheos), y tampoco está mal empezar directamente por Austria.

Así que en Viena estuvimos unos días, y con nuestra amiga Christina como cicerone local, entre museo y museo (yo creía, inocente de mí, que en París abundaban los museos como en ninguna otra capital europea, pero compruebo que Viena tiene mucho que decir en esa pugna), degustamos los schnitzels y cervezas de la tierra, además de verificar, una vez más y de empírico modo, en la montana rusa del Prater, que carezco de dotes para ser astronauta, si es que dar tres vueltas de campana completas, primero hacia delante y luego hacia atrás, y no salir sonriendo sirve como prueba de descarte.Sin embargo, Christina disfrutó el paseo pese a mis berridos; afortunada ella y afortunada Austria, que ya tiene nueva candidata para los viajes espaciales. Rocío, que se conoce a sí misma mejor de lo que me conozco yo, no necesitaba constatar su falta de vocación para estos menesteres y sabiamente se ahorró la experiencia. Loada sea la sabiduría de quien conoce sus límites y se evita sustos.

Schonbrunn, en Viena, uno de los palacetes de la emperatriz Sissi.


Con Christina y Rocío, degustando productillos locales
en Grinzing, a las afueras de Viena.

Rocío ante el palacio de Belvedere (del que no tuvo culpa Sissi).


Vértigo en la catedral de S. Esteban.

Atenas o Viena, ya no me acuerdo bien.

Viena estaba muy bonita, pulquérrima. Y esto, que normalmente me debería alegrar sin más, fue causa de otra contrita reflexión de un servidor de todos ustedes. Hace más de veinte años, la primera vez que visité la ciudad, me disgustó que fuera justamente así, tan limpia, tan organizada, tan educada, diríase un parque temático con la propia Viena como motivo. Los museos, palacios, palacetes y exhibiciones de la ínclita Sissi emperatriz acentuaban la sensación. Pues bien, las cosas siguen igual, o incluso más limpias y educadas, hasta Sissi es más Sissi, pero lo que antaño me causaba cierto rechazo, merece hogaño mi aprobación y agradecimiento. En definitiva, me estoy haciendo viejo. Esa era la reflexión. Sabe uno que se hace viejo cuando se alegra de ver a un policía, o como me pasó a mí, cuando la mayestática pulcritud de la capital imperial merece su placet.

Así que tras algún concierto de postín en el Konzert Haus y otros paseos, alquilamos un coche y nos dimos una vuelta por provincias: el Danubio, la abadía de Melk, el campo de concentración de Mautthausen, Bad Ischl y los lagos de la zona, Salzburgo, Innsbruck, Krimml y sus cataratas (las más altas de Europa con 385 m, aunque en dos saltos sucesivos), Hauhe Tauern, Lienz, Graz y vuelta a la casilla de salida.

En el Danubio.



Vistas de la entrada y de la biblioteca de la abadía de Melk, en el Danubio.

El país es ciertamente muy bello, y aunque parecía haber epidemia de rigor facial entre las damas de los diversos centros de información turística a los que acudimos, las honrosas excepciones de quienes además de atendernos siempre eficazmente nos regalaron una sonrisa, lo compensaron con creces y nos dejaron una imagen muy positiva del conjunto.

Destaco la belleza de todo el paisaje y, en general, de las ciudades, la abundancia de bosques, lo mal que se incorporan los austriacos al tráfico rodado, la generosidad de las raciones. Pero he de admitir que lo más impresionante, creo que para ambos, fue el campo de Mautthausen. No voy a hacer reflexiones ni descripciones sobre todo aquello aquí, mejor me remito a la excelente trilogía personal de Primo Levi (cuya lectura completa recomiendo a todos). Me limitaré a explicaros que en el campo quedan grandes pedruscos de granito que, según declaran los carteles informativos, son verdaderamente los que los prisioneros tenían que acarrear desde la cantera cercana, subiendo la infame escalera de la muerte, de ciento ochenta y seis escalones, por supuesto sin más medios que sus manos. Un servidor de todos ustedes, medianamente robusto y sin Kapos alrededor, izó alguna de esas piedras a modo de prueba, y prometo que me estremezco incluso ahora al pensar en el suplicio que sólo mover esos quince o veinte kilos debía ser para los pobres condenados. La tortura entera de Sísifo era para estos desdichados sólo una parte de sus sufrimientos.

La entrada al campo de Mautthausen.

La infame escalera de la muerte, vista desde lo alto.


Altaussee.

Hallstatt.


Vista de la ciudad de la sal (Salzburgo, claro), con el castillo al fondo.


Arte realista (creo) en las calles de Innsbruck.


Había mas cosas que ver en Innsbruck, no obstante.
Efectivamente, lo del fondo son montañas: los Alpes.


Cerca de Lienz.

En el parque nacional de Hohe Tauern.


Uno de los tramos de la cascada de Krimml.


Nuestra fiel aliada para combatir los fríos austriacos: Sachertorte.

Cerca de la montaña más alta del país, el Grossglockner (3.798 m).

Graz, injustamente relegada por las guias turísticas.
Pero para ir terminando con buen sabor de boca, evocaré los ricos desayunos que nos regalamos en el suntuoso hotel junto a la Ringstrasse (al menos uno me lo gané por correr completa la Ringstrasse a las ocho de la mañana, con frío siberiano y las canillas al aire), y un bello concierto para soprano, órgano, trompeta y predicador, que padecimos en la catedral de S. Esteban. No todo iba a ser trasegar cerveza y salchichas entre vals y vals, y entre cuadro de Klimt y cuadro de Schiele, claro: también vimos los osos panda en el zoológico, y los osos hormigueros, que son aún más extraños.


Osos hormigueros (hay que encontrar dos).
Como su propio nombre indica, son carnívoros.


Huevos de Pascua (pintados) en un mercado callejero de la capital.


Más Viena. Ante el ayuntamiento.

Rocío volvió a Madrid, con todo mi amor, y yo me vine para Eslovenia con todo el suyo, y de lo que sigue después hablaré en otro momento.

Os lo agradezco mucho a los que me habéis hecho llegar parabienes, consejos y demás recados amables. Por favor disculpadme los que os hayáis quedado sin la despedida personal que, no lo dudéis, me habría gustado haceros. Por último, si vital es el apoyo de Rocío para este viaje, también importante lo es el de mi querido socio, Borja, y del resto del personal del despacho. Dejo aquí justo reconocimiento de ello.

Recuerdos para todos.