miércoles, 18 de abril de 2012

V. Hungría.

Queridos lectores:

En primer lugar, os ruego que disculpéis las erratas y aparentes faltas de ortografía. No son tanto fruto de mi ignorancia cuanto resultado de la disposición de los teclados en que escribo: de momento uno distinto para cada entrada del blog.

Dejando aparte la idiosincrasia francesa y su enloquecido azerty, creía yo que el qwerty era universal, pero resulta que tampoco. En Eslovenia, por ejemplo, permutan la y griega por la zeta, y así no hay manera de lucir mis añejos conocimientos de mecanografía. Y en todos cambian las teclas dedicadas a las tildes y demás signos de puntuación, que es lo realmente molesto. Para colmo de males, aunque he descubierto que, en su infinita sabiduría, los creadores de esta pagina han puesto un sistema de corrección automática, este no funciona; o al menos a mi no me funciona, para variar (lo intentaré de nuevo en otro momento).

Escribo desde Timisoara, en Rumanía, adonde llegue anoche (17.04.12). Retomando la secuencia cronológica, llegue a Budapest, vía Odosz, en tren, en un llano trayecto de nueve horas que entretuve del modo habitual. Siempre que se disponga de buena lectura, vistas por la ventana y la posibilidad de alguna cabezada auxiliadora, no hay tiempo perdido a bordo de un tren. Aprovecho además para leer las guias de viaje del país que toque (la sucesión de países ha sido tan rápida que he agradecido estos tiempos muertos).

Por si alguno se pregunta cuántas guias de viaje llevo, diré que muchas, por regiones preferentemente: Europa del Este, Oriente Próximo, Asia Central, etc. pero todas ellas se contienen en sola (mejoran incluso a los diez mandamientos, que necesitan dos para resumirse):  un libro electrónico. Regalo de mi amada, es una gran ventaja para el viajero moderno. En menos de lo que pesa un volumen mediano y mientras la tecnología y las pilas aguanten, dispongo de cuantas guias necesito (mas las que ulteriormente pueda requerir) y lectura de todo tipo, incluyendo libros de ajedrez, desde luego (llevo un minúsculo tablero). Además he copiado los principales contenidos en un lápiz de memoria que guardo junto a la documentación, con la idea (o esperanza, nunca se sabe) de poder recuperarlos en un dispositivo de reemplazo si al libro electrónico le pasase algo. Desentrañado queda el misterio (sin necesidad de zarza ardiente).

Vuelvo pues a Budapest. Genevieve tuvo la bondad de recogerme en la estación, y ya pasamos el resto de la tarde en su casa. Genevieve vive con sus hijos italofranceses, Giordana y David, a quienes se unieron para cenar sus vecinos indios, Rahoul, su señora y el bebe de seis meses, y Paolo, abogado italiano residente en la ciudad (mas Genevieve y un servidor de todos ustedes, claro esta). El idioma oficial era el francinglitañol, si es que tal cosa existe, pero funcionó a gusto de todos, y pasamos una agradable velada hogareña con la cocina de la anfitriona.

Giordana y Genevieve. Falta David.

Al día siguiente (14.04.12), con la bicicleta que la atentísima Genevieve me prestó, anduve visitando la ciudad, que en general esta bastante preparada para este medio de transporte. Antes, para no perder el tono y, sobre todo, remediar las desmesuras de los días previos, me fui a correr a la isla Margid, en el Danubio. Una pista publica de tartán recorre todo su perímetro, 5.350 m según los carteles. Di una vuelta y, por ardor guerrero o sentido de culpa, luego otra. El resultado fue algo mas de una hora trotando y unas simpáticas agujetas en los cuádriceps luego. Intente rematar la labor haciendo un kata en otro parque, de camino a casa, sin testigos y escondido en una esquina. Hice bien en ocultarme: fue patético. Estire las piernas de goma y seguí a casa, satisfecho con el deber medio cumplido pero sobre todo muy aliviado porque no pensaba repetir al día siguiente.


La bicicleta,
 claramente insuficiente para huir de los bárbaros de la Plaza de los héroes.
(No es que me haya pintado la calva, tranquilos:
 se llama gorro y sirve para protegerse del frío, no de los héroes bárbaros).


El parlamento, a orillas del Danubio.


El castillo de Vajdahunyad, en el parque de la capital.


De mi ventana a la tuya.


Un extraterrestre, creo.

Budapest es una ciudad monumental, carácter en el que prima el hermoso Danubio y sus puentes, el impresionante edificio del parlamento en la orilla de Pest y el conjunto de la ciudadela en la de Buda  (en Obuda, que es la tercera parte, parece no haber gran cosa). Iluminado de noche, el conjunto es realmente memorable. Hay también avenidas y plazas destacables, y parques. Muchas de las casas del centro son mansiones señoriales, o por lo menos lo son las fachadas. Lo malo es que casi todas están muy deterioradas. Tampoco el cielo grisáceo de estos días ayudaba a realzarlas. El recuerdo que tenia de hace algo mas de veinte años era mejor, pero sin duda Budapest podrá rivalizar con París o Viena en cuanto logre devolverle el esplendor a su ornato.

Con el recuerdo de los mil y un museos vieneses aun vivo, me satisfice con uno solo, por inusual: el del Terror, dedicado a las oscuras épocas nazi y comunista en Hungría, y hospedado en la antigua sede del control político. Aunque se echaban de menos algunas explicaciones mas en ingles, los testimonios en vídeo y las mazmorras y salas de tortura del sótano, supuestamente verídicas, dan una tenue idea de lo pavorosos que debieron ser aquellos tiempos para tanta gente inocente. No es que me vaya a centrar en este tipo de visitas, pero se trata de algo extraordinario, y creo que los que hemos vivido en libertad siempre (en mi caso casi) no nos hacemos una idea cabal de la locura que debía ser vivir así, todos y cada uno de los días.

Por la noche Genevieve nos volvió a obsequiar con una cena de primera en su casa, esta vez con Andrea y sus dos hijos italohúngaros como invitados añadidos primero (idioma oficial: itanglés), y luego con Paolo y su amiga Sabrina (itaniol).

El día D, o sea, mi cumpleaños ninios (15.04.12), Genevieve me dejó el coche, así que mientras ella se ocupaba de gestiones familiares varias, me largue de la ciudad, remontando el río (por la orilla; si Genevieve tiene vehículos anfibios no me lo dijo) hasta Szentendre. Es un pueblecito típico húngaro, con muchos comercios para los turistas, algunas iglesias cuidadas, y callejuelas agradables. Paseado que hube por el villorrio, seguí hasta Visegrad, ruinas de un castillo medieval en un promontorio (preceptivo, claro) desde el que se obtiene un esplendido panorama del Danubio. Para compensar las ruinas, me entretuve luego en un hayedo con las hojas recién brotadas, antes de seguir hasta Esztergom. Allí fanfarronean de tener la mayor iglesia del país, y desde luego es tan grande como fea. Regreso a la ciudad y cena en casa de Paolo con su amiga Sabrina y Genevieve. Sabrosos quesos italianos, buenos vinos húngaros, lomo del Valle de Aosta y algunos dulces también italianos. No esperaba tanto lujo para mi aniversario: nos pusimos las botas.

El Danubio a su paso por Visegrad...


... y por Budapest.

De modo que tocaba ir a correr al día siguiente (16.04.12). Enfrentado al escenario de mis éxitos anteriores, decidí moderarme y me conformé con una sola vuelta a la isla Margid y sin katas lastimosas esta vez, que no en balde me había caído encima un año entero la víspera.

Con Said y Peter en la oficina.

Luego me fui a visitar en bicicleta a mis amigos Peter y Said, que son compañeros de trabajo de Genevieve, y también míos (tengo una vieja relación profesional con ellos). El reencuentro fue muy grato, me invitaron a comer y me hicieron un montón de preguntas sobre el viaje, que respondí como mejor supe (para muchas no tengo aún contestación).

Completé las visitas turísticas y para rematar la jornada nos fuimos Genevieve y yo a los baños termales Szechenyi, que se albergan en el que fue palacio de ese prócer. Abren hasta entrada la noche. Hay una piscina exterior grande y varios baños mas en el interior, y una sauna. Mientras Genevieve disfrutaba de la sauna (yo lo intente, pero se ve que me faltan poros o alguna otra cosa y no resisto ni dos minutos), yo jugué al ajedrez con un senior mayor, semisumergidos y con el tablero sobre un poyete de las escaleras, como habréis visto quizás en alguna fotografía. Normalmente diría que disfrute, pero el buen senior era pesadísimo. Con negras le saque pronto un peón de ventaja, pero la deje escapar en mi afán de terminar una partida que, sin reloj, amenazaba ser eterna. Tablas pues. Con blancas y visto el percal, cambio la cosa, le di una soberana paliza y acredito lo pesado que era el buen hombre (y bastante malejo, claro) constatando que con su rey en jaque mate pretendía aun buscar un escape. En fin. Lo cierto es que la experiencia del baño termal fue muy agradable.
Y con esto terminó la estancia en la capital. A la mañana siguiente (17.04.12), tren de nuevo, esta vez a Szeged, bella ciudad de corte austriaco a medio camino del país hacia el sudeste, en donde paré unas horas. Sea por sus dimensiones modestas, sea por otras causas, Szeged esta bien mantenida, cuenta también con un caudaloso río (el Tisza, segundo en importancia del país), y resulta en conjunto muy agradable y digna de una visita. Ojalá pueda Budapest estar igual pronto.


Monumento a la polilla,
perdón, a la libertad himenóptera en andas.


Casco peatonal de Szeged.
Y yo sin paraguas, por no hacer mudanza en mi costumbre
 (esto lo he tomado de Garcilaso, para que me podáis vituperar por petulante y plagiario a la vez).


Modernismo húngaro, con permiso de Gaudí.


El ayuntamiento.

Vuelta al tren, rumbo a Timisoara, en Rumanía, país nuevo para mi. Revisión de pasaportes en el tren, primero los policías húngaros y luego los rumanos. Evoque los tiempos de estudiante por media Europa en interrail, cuando había fronteras y muchas divisas. Prefiero el presente, en el que la anomalía son estos controles y andar cambiando de moneda. Lectura, música (la clásica soporta mal la percusión del traqueteo, me temo, así que rocanrrol) y, que no falten, faisanes. Montones de faisanes, como centinelas en las cunetas. Liebres alternadas con los faisanes como novedad y, para remate, unos cuantos corzos al atardecer. Y faisanes. ?Quien dijo que el tren fuera aburrido?


Faisán común (sacado de internet, claro).


Sufriendo en el tren (posado robado, por supuesto).


Prometo poner fotos próximamente (hoy tengo problemas técnicos insolubles), no se asusten los impacientes. A cambio espero que os resulte entretenido el relato y os pido que hagáis algún que otro comentario, por favor, que me animan mucho (ya sé que cuesta ponerlos, pero eso no depende de mí, mal que me pese).

Abrazos para todos.




7 comentarios:

  1. Hola, aquí leyendo tus "troteras y danzaderas" por esos mundos. Acabo de hablar con Rocío. Parece que vas bien, muchacho. Voy a intentar estar al día de tu paradero y de tu blog. Un abrazo

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  2. ¡Viva! Creía que no habías escrito nada todavía y me he encontrado con un montón de cosas estupendas. Por cierto, cualquier teclado se puede configurar para la lengua española, sólo hay que cambiarlo en la barra inferior de la pantalla de windows, pincha en la esquina derecha donde aparecen unas iniciales (EN para inglés por ejemplo) y cámbialo.

    ¡Hablaremos de Macedonia! Buen viaje

    P.D. También hay novedades en mi blog.

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  3. Fernando,aqui 2 karatekas de viaje en Bristol.Y aunque hemos entrado con mucho interes a tu bló(tanto que hemos aumentado tus visitas a 300!!!) hemos estado viendo documentales sobre los conflictos de pandillas en Guayaquil hemos llegado cansadas a tu blog!!no nos hace casi falta leerlo es como si siqguieramos de viaje contigo....esperamos las fotos ansiosas!!!
    CArol e Isa

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  4. Hola Fernando!!
    A mí me ha pasado lo mismo. Acabo conectarme por primera vez y he visto que ya has escrito mucho y me ha encantado!!! Además, yo también hice el interail el siglo pasado por aquella zona y me trae muchos recuerdos.
    Por cierto, no estoy de acuerdo con tu hermano mayor (el comentario que hizo sobre el vocabulario) me encanta como escribes, aunque tenga que mirar el diccionario para ver que significa alguna palabra (es lo que pasa con la gente con poco leída como yo).
    Un besote,
    Maria (Juanan)

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  5. Pues yo igual, me he metido un momentillo y veo que ya has escrito cantidad, ¡sigue así! Voy siguiendo tu ruta con ayuda de Google Maps... Cuidado con las agujetas y los faisanes.

    Un beso fuerte.

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  6. La pista de tartán de la isla Margid es fantástica. En pocos sitios se puede correr en un sitio tan espectacular. Además, los húngaros son unos flojos. Me cargué allí a unos cuantos que intentaron picarse. :-)

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  7. Ejém, ejém, voy a ser un poco tiquismiquis ya que mi personalidad me obliga a ello: juraría que cuando estudié la numeración romana tras el III iba el IV, pero como no conozco aquellas tierras lejanas quizá tienen otra tradición.
    Aparte de éste maligno comentario sigo tu viaje con placer y envidia. ¿faisanes, corzos, liebres? ¿Es que aún queda algo de la naturaleza original por Europa?
    Sé que has estado por el castillo de Vlad, mmmmm, ¡¡¡qué experienciaca!!!

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