sábado, 23 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (y ix).

Queridos lectores:

Otro largo paseo en autobús entre plantaciones de palma aceitera, y en algo menos de tres horas llegué a Semporna, en el litoral, cerca de la frontera con Kalimantán, la parte indonesia de la isla de Borneo (18.01.13). Como el pueblo prometía ser pequeño, desdeñé los insistentes cantos de sirena, quiero decir, de taxistas, y preferí caminar para así de paso reconocer el lugar.

No tardé más de diez minutos en llegar al extremo en el que se ubican la mayoría de alojamientos para turistas, incluyendo un hotel de propiedad china, muy grande, cómodo, de madera y asentado en la bahía sobre innúmeras columnas también de madera. Instalado que me hube en una buena habitación, salí a interesarme por las excursiones a las islas y arrecifes que dan fama al lugar. Desalentado por los exagerados precios que pedían en la única empresa que encontré abierta tras el ocaso, decidí cenar algo y amanecer temprano para intentar contratar algo en el mismo día.

Tras un mísero desayuno que ni merecía tal nombre en el hotel, con formidables vistas sobre el mar, eso sí, paré en la primera oficina que encontré abierta (19.01.13). Por casualidad se trataba de una agencia muy popular y con precios más razonables.

El hotel en Semporna.
  
Poco tardé en embarcarme para una salida que duraría hasta la tarde. Por el camino charlé con Tom, un londinense que andaba entreteniéndose por el Sudeste Asiático entre dos trabajos, y con quien quedé emplazado a tomarnos una cerveza si es que volvíamos a coincidir.

Tras una hora de rápida navegación llegamos a la isla de Mabul, en el mar de Sulu. Allí distintas empresas tienen desde muelles de atraque hasta hoteles de semilujo construidos a modo de palafitos. Nos servimos un buen desayuno a gusto de cada cual y no la mezquindad del hotel, nos pertrechamos con gafas, aletas y tubos los plebeyos, con equipos completos de buceo los patricios, y repartidos según el destino contratado salimos a bucear.

 
Achica, achica, que hacemos agua.

Hotel en la isla de Mabul.


Servidor se apuntó a un viaje muy habitual, un par de inmersiones en el entorno de esta misma isla y otra más en la cercana de Kapalai. En cada ocasión buceamos entre tres cuartos de hora y una hora, según lo que les alcanzase el oxígeno a quienes se sumergían con botellas. Ellos iban a su aire y nosotros, los bañistas a pulmón libre, al nuestro: una familia china que no parecía muy familiarizada con la natación, y un servidor. Caía una lluvia no muy intensa pero sostenida que resultaba un tanto desalentadora. La guía de los buceadores me recomendó, como hicieron los chinos, que me echase al mar con un chaleco salvavidas, me aseguró que el agua estaría caliente y que la lluvia no nos afectaría, posiblemente fuera amainando según avanzase el día, auguraba.

Tan díscolo como puedo llegar a ser, soy sorprendentemente (al menos me sorprende a mí mismo) dócil cuando afronto situaciones en las que, con permiso de mi soberbia, me sé dependiente del consejo ajeno, en especial mar adentro y cuando la presencia de mis compañeros chinos se insinuaba de poca utilidad práctica. Me tiré al agua el primero. Estaba, efectivamente, a buena temperatura, y comencé a explorar la plataforma submarina que rodea la isla y sobre la que se asientan los corales. Bellos, muy bellos, aunque no tanto como los que recordaba del Mar Rojo, los recorrí morosamente, solitario y a mi aire. De vez en cuando alzaba la cabeza para tomar referencia del barco y veía a mis compañeros a lo lejos, más querenciosos con la lancha y menos cómodos en el agua, según me pareció.

Me encantaría poder mostraros fotografías submarinas de tan hermoso lugar para que admiraseis la infinidad de peces, ostras gigantes, estrellas de mar, corales de muchos colores y formas y otros animales que se dejaban aproximar tanto y que proporcionaban una experiencia serenísima de observación de la naturaleza, pero os tendréis que contentar con la crónica o acudir a otra fuente, me temo. El arrecife queda a apenas un metro de la superficie, por lo que la sensación de seguridad era confortante pese a la lluvia, tanto que al poco me deshice del chaleco, un estorbo que llevé luego a rastras.

Los chinos se cansaron pronto de tanta agua, y un servidor volvió a bordo cuando vió que los buzos ya habían subido. Esta fue también la dinámica para las otras dos inmersiones. Intercambiamos impresiones, admirados todos de lo que habíamos visto y, tras breve navegación, recalamos en Kapalai.
  
Aguas cristalinas.

La isla de Mabul.

Se repitió el proceso y se repitió la hermosura de la vida marina. Aunque relajado, procuré mantener la atención para maravillarme constantemente: no todos los días se bucea en arrecifes coralinos, aunque sea en superficie. Volvimos a la isla de Mabul para comer, sin tacañerías, y por la tarde hicimos la última inmersión al otro lado.

Nadé tranquilamente, esta vez entre peces algo más grandes y distintos, supongo que por tratarse de un fondo más profundo y arenoso. Había un pantalán extendido al final de la isla, sobre el que descansaban un montón de charranes de especie indeterminada. Nadé y nadé, vigilante de vez en cuando para comprobar la ubicación del barco y si estaban ya de recogida. Hasta que no ví a nadie alrededor. Ni ví el barco.

Giré en derredor, escrutando con calma el mar, pero por más que aguzé la vista no encontré nuestra lancha. Pasados unos minutos, me convencí de que me habían dejado atrás. Solo en medio del mar, abandonado a mi suerte con cuatro adminículos exactamente: máscara, tubo, aletas y bañador. ¿Como era posible?, ¿cómo podían haberme olvidado? Fue inevitable sentirme como uno de los protagonistas de "Open water", buzos que en un despiste se quedan solos mar adentro y acaban sucumbiendo tras mucha calamidad. ¿Sería ese mi destino? Las preguntas se agolpaban en mi mente y la situación se prometía de veras dramática ...

Si no fuera porque me hallaba a escasos dos metros del pantalán de uno de los hoteles de la isla, claro. Así que me limité a dar por extraviado el barco, subir los escalones que me separaban de la plataforma del bar, y dirigirme a un encargado de seguridad que andaba por allí, por ver si era sólo mala vista mía o realmente no había embarcación que valiese. La conclusión fue que no la había.

Más resignado que enfadado, pregunté si no podría atravesar la isla a pie y llegar hasta el embarcadero de mi empresa. Así era. No hay mal que por bien no venga y pude conocer de primera mano la barriada donde viven los lugareños, eminentemente dedicados a dar servicio a los turistas. Muchas casas de madera hacinadas en el poco espacio disponible a este lado de la islita, bastante basura por el suelo y, lo peor, muchos cristales rotos. Descalzo como iba, me abrasé un tanto los pies caminando por la arena caliente, pero por fortuna no me lastimé con ningún vidrio. Triste impresión que contrastaba fuertemente con el aspecto pulcro de los alojamientos hosteleros y, sobre todo, con los precios que sus ocupantes pagan.

Cuando llegué al embarcadero y le expliqué lo ocurrido a la encargada, ésta mostró su sorpresa. Un servidor estaba también más sorprendido que enojado. En esas andábamos cuando apareció el barco, donde obviamente me habían echado de menos. Decidí que el asunto no merecía más atención y simplemente les encarecí que tuvieran cuidado en el futuro. Y que en vez de limpiar el poblado semestralmente, como me aseguraron hacían, lo hiciesen más a menudo por el bien de sus habitantes, en especial los chiquillos que andaban descalzos.

De allí al pueblo al caer la tarde, donde dí un paseo, comprobé por teléfono que donde antaño se los veía, la isla de Matanani cerca de KK, hacía años que no avistaban ningún dugongo, por lo que descarté una visita, comprobé también que toda la población de golondrinas del pueblo usaba los cables tendidos en la avenida central como dormidero y, por emulación, me fui a hacer lo propio no sin antes cenar algo y reservar plaza en otra excursión para el día siguiente.

Volviendo a Semporna.

Cada puntito es una golondrina.

Aprendida la lección, desprecié el desayuno del hotel y aguardé al del embarcadero de Mabul, adonde de nuevo arribé rumbo a la isla de Sipadán (20.01.13).

Sipadán es un lugar poco menos que mítico entre la comunidad de buzos aficionados. Además de ser una isla volcánica que emerge sin una gran plataforma alrededor, lo cual la hace atractiva para peces pelágicos que de otro modo sería difícil ver, está muy bien conservada. Hace unos cuantos años las autoridades obligaron a retirar todas las instalaciones que había allí, y ahora sólo un destacamento militar, presumiblemente relajado a juzgar por las tumbonas de playa que parecían ser su mobiliario principal, la ocupa permanentemente.

Otro motivo de su buen estado es que el permiso con el que las autoridades gravan las visitas las encarece considerablemente. El gran atractivo para los buceadores de a pie, como quien suscribe, es que incluso nadando en superficie se pueden ver, con mediana suerte, la mayoría de los grandes peces que en otros sitios exigen sumergirse con todo el equipo.

El esquema fue similar: tres inmersiones sucesivas con un descanso para comer en la isla. Antes tuve que firmar bajo identidad falsa porque en la agencia me endosaron el permiso de otro turista. Cumplida esta ilegalidad que no creo les importase un comino a los militares que guardaban aburridos el libro registro, marchamos a lo nuestro.

Llovía también ese día. Lamenté no haber cogido un traje de buceo en Mabul, pero nadie me lo sugirió y no caí en la cuenta. No llegué a pasar frío en la primera inmersión, aunque la temperatura del agua era algo incómoda. Por fortuna, según pasó el día mejoró el tiempo.

Sipadán realmente estuvo a la altura de su nombradía. Muchísimos corales de inmejorable aspecto, montones de peces de todo tipo, algunos enormes como el pez loro gigante, no menos de una docena de tortugas (aunque asumo repeticiones) algunas enormes, un banco grandísimo, y no exagero, de peces pelágicos que se dispersaba y arremolinaba como un solo organismo al paso de los nadadores, barracudas y sí, unos cuantos tiburones de cierto tamaño (de casi dos metros, me dijeron) que se contentaban con nadar entre dos aguas a un par de brazas de la superficie. Los escualos resultaron muy a propósito, pues en la mayoría de estas inmersiones no pude evitar que el tema musical de la película "Tiburón", o mejor dicho de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak (el anterior es un plagio), me rondase en la cabeza cuasi de continuo. Lo cual no me producía no temor sino diversión. Es curioso cómo el discurso inconsciente eclipsa la volición.

El guía de los buzos, un joven arquitecto belga temporalmente reciclado tras un viaje de placer, nos contó en la comida sus dificultades con grupos de turistas chinos que se enrolan para afrontar su primera experiencia de buceo sin siquiera saber nadar. Nos aseguró con aire resignado que normalmente ni la mitad consigue completar la inmersión. A Hannu, un finlandés experimentado en estas lides y a un servidor no nos costó lo más mínimo creerle, visto cómo se movían nuestros compañeros chinos en el agua.

En la singladura de regreso a Semporna coincidí de nuevo con Tom, que había estado en Sipadán el día anterior y, por haber hecho una inmersión más profunda de lo que debía, tuvo algún problemilla con los oídos aunque volvía encantado. Contrastándolos con los que habían visto Hannu y Tom, comprobé ser cierto que aquí los buceadores de superficie pueden ver casi los mismos animales que ven los de profundidad. Lo cual, unido a la abundancia y espectacularidad de la vida marina de la isla, sobradamente justificó el viaje, del que también un servidor retornaba más que satisfecho.

Tom y un servidor cumplimos nuestra promesa y cenamos juntos más tarde, no sin invitar a Hannu, que se unió de muy buena gana. La cena fue muy agradable, regada con selecta cerveza en lata e interesantes y divertidas conversaciones a tres bandas. Fue un muy grato final para mi estancia en Borneo, por donde anduve sin parar ningún día, pasando del Monte Kinabalu a Sepilok y al río Kinabatangan, a la Isla de las Tortugas, de nuevo al río Kinabatangan, a la Reserva de Vida Salvaje de Tabin y a las islas de Semporna. Destinos todos a cuál más interesante y gratificante. ¡Así sí!


Con Tom y Hannu (le arrimamos las cervezas por ser escandinavo).

Abrazos para todos.

domingo, 17 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (viii).

Queridos lectores:

La emoción de revivir la excursión de los elefantes para contárosla me hizo olvidar los otros animales del río Kinabatangan. Repetían, como ya he dicho, aves variadas, varanos, los dos tipos de macacos y los násicos, pero también otros dos orangutanes que no quiero dejar de mencionar. Tuve suerte, pues en total ví nueve hombres del bosque (traducción del nombre vernáculo, como casi todos sabréis), que llegaron a la docena si se añade el trío de Sepilok. Además de un privilegio y el recordatorio, como ya he dicho en otra ocasión, de que no estamos solos, ver grandes simios en libertad es una experiencia muy particular por las implicaciones emocionales de que sean nuestros parientes más cercanos.

En otras dos horas de viaje en todoterreno por pistas de tierra, acompañado por tres empleados que aprovechaban el viaje, llegué a Tabin (16.01.13). Allí sólo hay un sitio donde hospedarse: un lodge de instalaciones desahogadas que podría llamarse lujoso con sólo mejorar algunas cosas. El lugar es bellísimo: junto a una cascada guardada por un pigargo que ejercía de centinela constante, en medio de la selva, con amplias cabañas entre los árboles. Me recibe Asnah, la que será mi guía personal estos tres días. No sé cuál será la ratio de guías a clientes en otras épocas, pero es que hoy, aparte un matrimonio de mi edad, soy el único cliente. El motivo es que estamos en temporada de lluvias y esto, en la pluvisilva, no es ninguna fruslería: está todo empapado y embarrado, y durante mi estancia lloverá con gran violencia la mayor parte de cada día.

La cascada, bastante más caudalosa de lo que aparenta.

Padeciendo incomodidades.


Ichthyophaga humilis.
(Pigargo, en la roca de la izquierda).

Hechas las presentaciones, me instalo y tras comer algo salimos a visitar el volcán de lodo. Un volcán subterráneo ha creado un claro en la selva expeliendo fango, burbujeante aunque no mucho, de vez en cuando. El barro atrae a los animales, en particular a los elefantes, que acuden a bañarse en él. Pero no hoy. Aun así, vemos algún gibón, macacos de cola de cerdo y cangrejeros, un jabalí barbudo, un ciervo y no pocas aves, incluyendo rapaces y cálaos vistosos por cuya presencia, entre otros animales, es renombrado el lugar.

Asnah en un refugio a prueba de elefantes.
 

En la torreta.

Tina y Morten me invitan muy cortésmente a su mesa en la cena. Son daneses, Tina trabaja en una agencia de empleo y Morten de administrador de oficinas. A resultas de sus preguntas, aprendo que, gracias al infalible Gordon, también aquí me he ahorrado un buen dinero, aunque no sea precisamente barato. Tina y Morten vieron elefantes ayer y algunos otros animales, pero bajo una lluvia torrencial que no parece propensa a las treguas, me advierten. El lodge es bastante acogedor y su personal, que no tiene más que tres clientes a los que atender, se emplea a fondo en cebarnos. Asia me va a matar, no de hambre sino lo contrario.


Morten y Tina.

Tras la cena y amena charla, nuevo paseo, en coche y nocturno. Asnah maneja un reflector subida a la caja trasera del vehículo, conmigo a su lado. Vemos aún algunos pájaros, un búho pescador, otra rapaz nocturna, una civeta, una ardilla voladora gigante, un ciervo ratón, un gato leopardo. Como su nombre indica, parece un michino casero disfrazado de leopardo y, aunque tímido por lo general, se nos queda mirando un rato. De remate al volver al lodge, un lemur volador, rareza entre las rarezas. No nos ha llovido demasiado y hemos podido ver unos cuantos animales, no me puedo quejar.

En el comedor sin paredes legiones de insectos nocturnos, incluyendo algunas polillas gigantes, revolotean en torno a las luces eléctricas, para alegría de un ejército correlativo de salamanquesas. Me detengo un rato antes de retirarme a mi enorme y lejana cabaña. En las pasarelas se entretienen sapos grandes como puños y algunos insectos. Los saludo, procuro que los mosquitos se queden fuera y me voy a dormir con el estruendo de la cascada, tremendamente crecida respecto a la mañana, como arrullo.



 Cynocephalus variegatus
(lemur volador).

Polilla.
(Clear wing moth).

Sapo de roca.
(Rock toad).

Nuevo paseo antes del amanecer (17.01.13). A la usanza inglesa, un desayuno ligero antes de salir y otro, más recio, al volver. Para sorpresa de los camareros, rechazo los platos fuertes y me contento con unas tostadas. A lo largo del día se suceden las excursiones, en coche y caminando, bajo la lluvia a cántaros o bajo la llovizna. Asnah, que lleva algo menos de dos años trabajando aquí, es muy buena guía, conoce los pájaros y los demás animales y tiene buen ojo. Me cuenta que hacen cursillos de identificación de aves y de otros temas de naturaleza con frecuencia. El trabajo es bueno y obviamente le gusta.

La reserva contiene algunos retazos de bosque primigenio, sin explotar, pero en su mayor parte es selva secundaria, de la que hace décadas se extraía madera. Enormes árboles destacan aislados y distantes, indultados por su falta de valor comercial, como testigos de las dimensiones que en otro tiempo tuvo la jungla. De camino a la masa principal de bosque primordial que se esconde en el interior de la reserva, pasamos ante el centro de recuperación del rinoceronte de Borneo. No se puede visitar, ni siquiera el personal del lodge está autorizado. Hay uno o dos rinocerontes en los recintos, y unos ocho controlados por los guardas fuera, en la reserva. En total, no más de una treintena de ejemplares de este animal en el mundo. Se entiende que los protejan a ultranza, por más que me hubiese encantado fisgar por un agujerillo de las redes que ocultan los cercados.

En el bosque primigenio.

En varios paseos, en coche y a pie, con permiso del cielo que de continuo se nos desploma sobre la cabeza, vemos más ciervos, jabalíes, macacos y muchas aves. Con especial interés por los cálaos, incluyendo el más notorio para mí y para muchos: el cálao rinoceronte, por cuyo nombre en español me preguntaba Hugh hace un millón de años, y que se nos presentó en pareja.

Cuando más la necesitamos, tenemos suerte: en el paseo más largo, el del atardecer, somos dispensados del agua. Vamos en busca de los elefantes. Pero no en el bosque espeso, sino en las colindantes plantaciones de palma. Pese a ser originarias de África occidental, me asegura Asnah que las palmeras sirven como refugio suplente a los animales en tiempos de escasez en la reserva. Con la información de primera mano y la vista aguda de Asnah, no tardamos en encontrar un macho solitario rompiendo palmas. Poco después y poco más allá, una manada cruza el camino. Son varias hembras con crías y puede que algún macho joven. Algo menos de una docena entregados a la misma faena de romper las palmas y comérselas. La tarde avanza y dentro del palmeral hay poca luz, pero nos quedamos disfrutando, Asnah, el conductor cuyo nombre no apunté, lo siento, y un servidor hasta que se agota la luz. No todos los días se ven elefantes, me asegura Asnah. Lo sé, lo sé, puedes contar con que sé apreciarlo.

Los elefantes, dedicados a sí mismos, parecen apacibles pero no hay que fiarse. Cerca del lodge, una veterinaria australiana de veintitantos años fue muerta por un elefante macho hace menos de dos años. No lejos de donde ocurrió, un cenotafio recuerda el suceso en el jardín donde Asnah me mostró una mata de plantas carnívoras. La chica, quizás envalentonada por su experiencia, quiso fotografiarlo, sobrepasó al guía y cuando se disparó el flash el animal la atacó. Punto final. Por eso Asnah me encarece que siempre, siempre, la deje ir delante.


- ¿Estás dispuesta a morir por tus clientes?

Asnah me contesta con este relato: el año pasado, cuando se creían solos en el volcán de barro, una manada de elefantes se presentó de improviso y les cortó el camino a ella y a la familia holandesa a la que guiaba. Se refugiaron a toda prisa en las raíces gigantes del primer gran árbol, girando entre sus paredes a medida que los elefantes se movían a escasos metros de ellos, con el corazón en un puño y dos niños en la partida. En un descuido en que los elefantes parecieron distraerse, Asnah dió la señal y salieron todos corriendo, literalmente por sus vidas, hasta alcanzar la torreta de observación, desde donde llamaron a los guardas para que les recogiesen más tarde. Asnah cerraba la estampida con la esperanza de poder distraer a algún animal en el caso de que hubieran acometido a los huidos. Por cómo lo cuenta, con expresivos gestos y claras muestras de emoción, no dudo en creerla de pé a pá.

- No se trata de morir por los clientes, simplemente puedo tener más recursos para salir del trance.


Cuando los elefantes andan en las plantaciones, los campesinos avisan a los guardas para que los espanten antes de entrar ellos a trabajar.

Elefante macho en el palmeral.

Elefante hembra (y movida) en el palmeral.


Manada (en la imagen se ven cuatro).


Otro de los peligros de la jungla en este tiempo son las caídas de árboles y ramas. Puede sonar exagerado, pero de hecho, al regreso de uno de nuestros paseos en coche tuvimos que esperar a que vinieran a retirar del camino, con sierras mecánicas, un árbol de buen tamaño caído por donde habíamos circulado apenas media hora antes. En el lodge, yendo por las pasarelas que unen las dependencias, fui testigo del desprendimiento de una rama enorme, con gran estrépito, a apenas unos pasos de mi cabaña. La selva no se anda con miramientos. Para terminar el catálogo de riesgos, diré que la crecida del río que tanto me impresionó ayer, verificada en sólo unas horas, era de las repentinas e imprevisibles, que vetan el baño a los turistas (y su posadero favorito al pigargo vigía), sin embargo usual en la época seca.

Emboscada estocástica.

Menos peligrosas para los humanos, pero letales para los insectos, las plantas carnívoras son otra de las atracciones de Borneo. Tersos y de paredes recias, los receptáculos destinados a enjaular insectos tienen casi medio palmo de longitud, y una tapa traicionera que encierra a los incautos. También la raflesia es interesante, pero para ver su flor, la más grande del mundo, hay que dar con alguna planta en temporada y nadie me supo dar señas que me convinieran, por lo que me contenté con la que vimos en el zoológico de Viena. No se puede tener todo, o no siempre.

Plantas carnívoras.

Tina y Morten se habían ido de mañana y ni me invitaron ni me molesté en conocer a las otras dos parejas que los reemplazaron, más allá de saludarlos educadamente. Por nuestra parte, apuramos los paseos, y persuadí a Asnah para que me concedieran uno adicional en la última mañana (18.01.13). A diferencia de otros afortunados, que la vieron pocos días antes, no se nos apareció ninguna pantera nebulosa, pero sí varios gatos leopardo más, a los que parecíamos abonados. También comparecieron las cigueñas de Storm, rarísimas, varanos y de nuevo los ciervos ratón que ansiaba fotografiar Mathilda (cumplí sus objetivos: orangutanes, elefantes y ciervos ratones; espero que también ella). Los últimos en despedirme fueron una familia de gibones que, braquiando que braquiarás, cruzó morosa por delante del lodge siguiendo el río, a escasos metros de donde servidor se mimaba con cafés con leche. ¡Esto es Borneo!


Felis bengalensis (gato leopardo).


Para sosiego de los zoólogos, listo seguidamente los animales que pudimos identificar de los vistos en esos días en Malasia (como de costumbre, muchos más quedaron en el anonimato, incluyendo montones de pajaritos pardos, gaviotas, rabihorcados y otras especies pelágicas):

Aves:
  1. Gallus gallus
  2. Ciconia stormi
  3. Nycticoras nycticorax
  4. Ardea purpurea
  5. Egretta garzetta
  6. Egretta intermedia
  7. Ardea alba
  8. Bubulcus ibis
  9. Anhinga melanogaster
  10. Spizaetus cirrhatus
  11. Pernis ptilorhynchus orientalis
  12. Haliaeetus leucogaster
  13. Haliastur indicus
  14. Ichthyophaga humilis
  15. Spilornis cheela
  16. Hydrophasianus chirurgus
  17. Geopelia striata
  18. Ducula sp.
  19. Loriculus galgulus
  20. Hierococcyx vagans
  21. Centropus sinensis
  22. Phaenicophaeus sp.
  23. Aetitis hypoleucos
  24. Ketupa (o Bubo) ketupu
  25. Strix leptogrammica
  26. Apus nipalensis
  27. Herniproche comata
  28. Collocalia esculenta
  29. Harpactes duvancelii
  30. Halcyon coromanda
  31. Halcyon pileata
  32. Alcedo meinting
  33. Pedargopsis capensis
  34. Ceyx erithaca
  35. Merops viridis
  36. Eurystomus orientalis
  37. Anhorrinus galeritus
  38. Anthratocheros albirostris
  39. Anthratoceros malay pnus
  40. Aceros corrugatis
  41. Buceros rhinoceros
  42. Cymbirhynchus macrorhynchus
  43. Eurylaimus ochrornalus
  44. Oriolus xanthornus
  45. Dicrurus macrocercus
  46. Dicrurus paradiseus
  47. Corvus enca
  48. Corvus splendens
  49. Hirundo tahitica
  50. Orthotomus ruticeps
  51. Prinia flaviventris
  52. Pycnonotus bruneus
  53. Acridotheres javanicus
  54. Acridotheres cristatellus
  55. Acridotheres tristis
  56. Aplonis panayensis
  57. Saxicola maurus
  58. Copsychus saularis
  59. Copsychus stricklandi
  60. Cyornis superbus
  61. Pronochilus xanthopygius
  62. Nectarinia jugularis
  63. Hypogramma hypogrammicum
  64. Lonchura atricapilla
  65. Lonchura leucogastra
  66. Motacilla cinerea
  67. Passer montanus
  68. Collocalia sinensis
Mamíferos:
  1. Aethalops alecto
  2. Pteropus vampyrus
  3. Cynocephalus variegatus
  4. Presbytis cristata
  5. Nasalis larvatus
  6. Macaca fascicularis
  7. Macaca nemestrina
  8. Hylobates muelleri
  9. Pongo pygmaeus
  10. Ratufa affinis
  11. Callosciurus prevostii
  12. Callosciurus sp.
  13. Exlisciurus exilis
  14. Petaurista petaurista
  15. Aonyx cinerea
  16. Paradoxurus hermaphroditus
  17. Herpestes brachyurus
  18. Felis bengalensis
  19. Elephas maximus
  20. Sus barbatus
  21. Tragulus napu
  22. Muntiacus atherodes
Unos cuantos son endemismos de Borneo. Anfibios, reptiles e insectos habrán de esperar a mejor ocasión. Asnah se sorprendió mucho de que los anotase por el nombre científico (aunque servidor no sepa que hay que empezar con mayúscula, pero todo se aprende). Tan lejano como les queda el latín a los malayos, no era poco que Asnah supiera reconocer los gentilicios. A sus preguntas, traduje como pude los escasos nombres que supe entender.

Selva a un lado, desmontes de palmeral al otro.


Ciconia stormi (cigüeña de Storm).


 Orangputi di utan (hombre blanco del bosque).

Fin de la estancia, despedida cordial de Asnah y otro todoterreno me devolvió a Lahad Datu. Tras una espera en el apeadero, amenizada por la música de algún macarrilla que fardaba de altavoces en el coche, tomé el autobús hacia Semporna, más al sur, casi fronteriza ya con Indonesia. Borneo tenía otros tesoros que descubrir.

Abrazos para todos.

jueves, 14 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (vii).

Queridos lectores:

Antes de ir al trabajo me acercó Gordon al muelle del barco de las Islas de las Tortugas (14.01.13). Siguiendo su consejo, me presenté a la puerta de la empresa que gestiona el turismo en este parque nacional antes incluso de que abriesen. En estas tres diminutas islas desovan las tortugas todo el año y por eso tienen un régimen muy estricto de visitas. Estricto y caro, aunque sólo la mitad de lo que se paga a través de agencia si tienes un amigo que te sepa dirigir a la compañía contratista. Pregunté a la señorita, pero no quedaban ya plazas hasta pasada una semana. Vaya chasco.
- Menos para tres personas.
-¡No, no, voy solo! la pareja de afuera no viene conmigo.
- Ah, perdone. En ese caso sí, nos queda un sitio para hoy.

Faltaba un buen rato para salir, así que pagué el permiso en las adyacentes oficinas del parque, una buena samaritana me acercó en coche a la ciudad, donde hice tiempo desayunando algo, volví paseando y me embarqué con otros turistas para ir a Pulau Selingan.

La singladura duró algo más de una hora, en una motora de unos ocho metros de eslora cuya bañera se llenó de agua, salada de la mar y dulce de la lluvia torrencial, tan pronto zarpamos. Medio calados y apretujados en el puente, fuimos dando pantocazos a toda velocidad hasta llegar a destino.


Barrio popular (palafitos) de Sandakán.

Arribada a Pulau Selingan.
 
Pulau (pulau significa isla) Selingan es una isla muy pequeña que alberga las oficinas de los guardas, un modesto restaurante y unas pocas instalaciones para turistas. No más de veinte afortunados al día, de los cuales uno era quien suscribe. Llovía también cuando desembarcamos en la playa y llovió prácticamente todo el día, incluso el rato en que me bañé en la zona acotada. Más allá la corriente podría llevarme a cualquier parte, me advirtieron. Impresionaba un poco bañarse solo en una isla ya mar adentro, en el agua oscura, bajo la lluvia y el cielo gris, con inevitables pensamientos de tiburones, monstruos marinos y corrientes insidiosas. Hay que decir que a lo lejos paseaba un muchacho encargado, al menos teóricamente, de vigilar la suerte de los bañistas solitarios.


Vivero de puestas de tortuga soterradas y protegidas de depredadores.

Pasó el día sin grandes novedades. Circundé la isla en un rato largo, estirando el paseo, alguien tuvo que desenredar a un joven varano de las redes de una de las porterías del pequeño campo de fútbol, mis vecinos, una mezcla de letones, italianos y holandeses, me invitaron a alguna de las cervezas que acopiaron nada más instalarse, charlé con ellos y, sobre todo, charlé con alguno de los guías que acompañaban al resto de visitantes. Además de confirmarme lo mucho que me había ahorrado (preguntaron ellos, no un servidor, a quien estas cosas le preocupan sólo lo imprescindible), me avisaron sobre la presencia de elefantes en un tramo concreto del río Kinabatangan.
- Si no los has visto, deberías ir a Sukau, puedes alojarte donde fulanito, pregunta a cualquiera. En estos días se están viendo por allí y tienes muchas probabilidades de que sigan en la zona.
- ¡Muchas gracias!

Al atardecer se prohíbe el acceso a la playa que abarca entera la isla. Es la hora de las tortugas. Los guardas patrullan la franja arenosa mientras los turistas esperamos con ansiedad y tedio a que nos avisen cuando algún animal se digne vararse.



Tortuga difunta.

Catálogo de tiburones de Malasia.
Casi no tienen.

Ceno, recorro una pequeña exposición sobre la fauna marina de la zona, y veo un vídeo divulgativo con los demás visitantes. Converso con mis vecinos, anque no tienen mucho interesante que contar. Han pasado la primera semana de vacaciones en Borneo encerrados en un hotel con piscina, sin siquiera ver el mar, porque andaban mal orientados y faltos de imaginación, según confesaron. Me dolía hasta a mí según me lo contaban. Los menos animosos andaban ya pidiendo retirada y cama cuando, poco antes de la medianoche, uno de los guardas vino a buscarnos.

Bajo una lluvia algo más mansa desfilamos la veintena de turistas y los guías, quienes los tuvieran, hasta la playa. A la tenue luz de las linternas una gran tortuga verde desovaba en un hoyo. Un guarda iba retirando los huevos a medida que caían a la arena, unos ochenta en total, pasándolos a un cubo. Nos dispusimos en derredor y durante unos veinte minutos pudimos ver de cerca y fotografiar a la sufrida tortuga (se supone que el trance de desovar la tiene distraída), un hermoso ejemplar de más de un metro de longitud a la que los guardas etiquetaron en una aleta para identificarla en avistamientos posteriores.

Los huevos de tortuga, que toqué porque no entendí si en inglés me estaban respondiendo que se podía o que no se podía, ambiguedades de la pronunciación anglosajona en labios y oídos extranjeros, son pequeños, como de gallina pero más redondeados y blandos, sin cáscara.

 Chelonia mydas





Dejamos a la tortuga en paz y fuimos todos en procesión al solemne entierro de la puesta en una parcela dispuestoa al efecto tierra adentro. Allí sepultan bajo la arena todos los huevos que recogen de las tortugas, sistemáticamente y con algunas anotaciones sobre fecha, especie y demás. Una parte está bajo techado y otra al sol, para que la diferencia de temperatura produzca ejemplares de ambos sexos.

La tercera parte del programa consistió en liberar en la playa algunas tortuguitas recién eclosionadas del huevo. En una cesta de plástico, una par de docenas de tortugas en miniatura se afanaban en aletear como si les hubieran dado cuerda. Después de freírlas convenientemente a base de flashes, el guarda las dejó en la orilla y salieron hacia el mar tan deprisa como les permitía el aleteo. Alguna despistada necesitó una mano amiga que la reorientase, pero en unos minutos habían desaparecido todas de vista. Buena suerte, la necesitarán.

Peculiar cesta de la compra.

Una tortuguita morosa andaba aún cerca de la orilla cuando embarcamos rumbo a Sandakán, de madrugada y sin que lloviera esta vez (15.01.13). Llamé a Gordon para avisarle de mi cambio de planes, ya no pasaría la mañana aquí en espera del autobús a Lahad Datu, sino que tomaría el de Sukau sin demora. Caminé a la ciudad, cogí un taxi a la estación de autobuses, en las afueras, me saqué el billete y me senté cerca del conductor, en un montón de chatarra que hacía las veces de vehículo. Definitivamente este sí que era el autobús más destrozado al que he subido en todo el viaje

Tras unas tres horas de ver palmas aceiteras y más palmas aceiteras me dejó el autobús en el cruce de la carretera con Sukau. Por fortuna, un coche se llenó enseguida de viajeros y pude llegar al alojamiento junto al río Kinabatangan que era mi destino, no sin antes parar un montón de veces a dejar gente, recoger otra, entregar paquetes, aceptar otros, comprar tabaco, etc. No se puede tener prisa aquí. O mejor dicho, se puede, pero no sirve de nada. Me inscribí en el alojamiento, les participé mi interés por ver los elefantes del vecindario, comí algo, conocí a Sara, Peter y John, y salí a pasear en  barca por el río.

  Eurylaimus ochromalus.

No tardamos mucho en avistar un elefante en la orilla, al que ya escoltaban un par de barcas de turistas. ¡Estoy viendo un elefante salvaje en la selva de Borneo! Tuve un afectuoso recuerdo para Eric, Lipún y Nicolás, a quienes se les habría llenado el rostro de lágrimas de emoción, sin duda alguna. Estuvimos un buen rato obsrvándolo, sabedores de que había más en la jungla, pero fuera de nuestra vista. Ya me estaba conciliando con la idea de ver elefantes con cuentagotas (uno en Tailandia y otro aquí), qué remedio, cuando nuestra paciencia se vió recompensada: la manada se animó a salir de la fronda y acercarse a la orilla, para algarabía de varias docenas de turistas que, entusiasmados, machacábamos los botones de disparo de las cámaras como si fuese el fin del mundo.

De nuevo en el río Kinabatangan, pero bastante más abajo.

¡Elefante a proa!

Elephas maximus borneensis, jaja.


Más elefantes y más barcas, pero con cierto orden para no abalanzarse sobre los animales más de la cuenta. Algún elefante hace un gesto cuando un barquero se propasa. Entendido, ya reculamos, no te enfades. Otro se baña delante de nosotros, los demás comen tranquilamente y luego se reúnen en un gran grupo. Debe haber una veintena, aunque es difícil contarlos exactamente, pues algunos se mueven entre la maleza. Apuramos el espectáculo tanto como podemos. En una de las barcas reconozco al guía que me dió la información y a sus clientes, los letones, cruzamos una sonrisa y un saludo de satisfacción, gracias a él estoy aquí.
Para los que creáis que es difícil esconder un elefante:
en la imagen hay tres.
 
La subespecie de Borneo es la más pequeña de todas,
 Tiene la cola más larga, los colmillos más pequeños
 y las orejas más grandes que otras variedades asiáticas.








No me cabe la sonrisa en la cara.

Tras regresar al campamento y cenar, vuelta a salir de noche. Una nueva sesión de pajaritos paralizados a la luz de la linterna. Llueve un poco, pero el poncho del zoológico de Singapur no se deja impresionar: ya ha subido al Kinabalu y aguantado otros aguaceros. Dos mocitas danesas se sientan delante: Tina y Ana. Ana se queda muy compungida cuando le digo que nuestros flashes habrán cegado al martín pescador para una semana.
- No, hombre, es broma, en un rato se le pasará.
Están de vacaciones aquí con Ole, un vikingo grandote con todo el cuerpo lleno de tatuajes que se ha quedado con su novia malaya en el campamento.
- Es nuestro tío.
- ¡Ahora entiendo por qué no le tenéis miedo!
Ríen. Tienen coche propio y mañana se dirigen a Lahad Datu. Si a Ole le parece bien, es posible que me puedan acercar hasta el cruce, para coger el autobús (o lo que quede de él).



 Cymbirhynchus macrohynchus.

 Bubo ketupa.


Ana y Alcedo meinting.

Pelargopsis capensis.


De vuelta en el campamento, Sara, John y Peter van ganándole la partida a las cervezas. Me uno un rato para asegurar el resultado. Sara era profesora de alemán en Australia, y regresa ahora a casa, viajando barato. Peter es un trotamundos sueco, realmente peculiar, que anda buscando algo, aunque no sabé qué, y así sigue dando tumbos. Cuando necesita dinero se va a Escandinavia a trabajar de conductor de trineos y cosas por el estilo. Un verdadero personaje. John es su amigo, oficinista, que ha venido a visitarle. Bebemos y charlamos con la música de un aparato de Peter hasta tarde. Los tres intentaron subir el monte Kinabalu en un solo día, para ahorrarse el coste del refugio, pero no llegaron arriba. Peter y John por falta de forma física, según confesión propia y trazas evidentes; y Sara porque, en ascensiones de un día, los guardas obligan a cumplir estrictos horarios de paso que no pudo alcanzar. Otra vez será. Me despido el primero: me espera otro paseo en barca de madrugada.

John, Sara y Peter en plena faena.


¡Tanto recriminar a Eric y resulta que me he quedado dormido! ... pero el paseo se ha pospuesto en espera de que la lluvia torrencial que ha durado toda la noche amaine un poco. Salgo con Tina, Ana, Ole y su novia, Jennifer. Algunos pájaros trasnochados, algunos monos esperando que suba el sol, mucha lluvia y, lo más interesante, me hago amigo de Ole, que no sólo no desayuna bebés crudos sino que es muy simpático y me invita a llevarme hasta el mismo Lahad Datu. Perfecto, muchísimas gracias. Tras el desayuno subo al coche con toda la familia.



Ana y Tina son estudiantes y han venido a pasar unos días con su tío. Jennifer estheticienne, es su novia, originaria de Kota Kinabalu. Ole me cuenta su historia: con diecisiete años era un gamberro al que no le gustaba estudiar. Un día de paseo con su padre por el muelle, en su Dinamarca natal, aquél trabó conversación con el capitán de un navío. Zarpaban en tres horas. Si regresase a tiempo, Ole podría enrolarse como grumete. A su madre no le pareció tan buena idea, pero así empezó una larga carrera trabajando en plataformas petrolíferas por medio mundo. Hasta ahora, en que está pensando en establecerse en KK con Jennifer.  Tienden cables y cadenas para asegurar las plataformas, en nómina de la naviera más grande del mundo. Trabajo manual y del pesado, asegura. Pero trabaja seis semanas seguidas y libra otras tantas, está bien pagado y, sobre todo a medida que avanzan las medidas de seguridad, es menos peligroso que antes (era el Salvaje Oeste, en sus palabras), y siempre mucho menos arriesgado que el de los buzos, la mayoría de los cuales muere joven con la salud reventada por las inmersiones extremas.

Jennifer, Ole, Tina y Ana.


Contándome estas y otras cosas, y parando para examinar algún varano atropellado en la carretera, llegamos cómodamente a Lahad Datu, a la oficina de la Reserva de Vida Salvaje de Tabin. Allí me estaban esperando, de nuevo gracias a Gordon. Me despedí de mis benefactores y cambié de coche, rumbo a la siguiente etapa en la selva. ¡Borneo es inagotable!

Abrazos para todos.