martes, 5 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (iv).

Queridos lectores:

Las distancias en el Sudeste Asiático son a menudo mayores de lo que, de un vistazo apresurado, solemos creer al consultar los mapas. Tras algo más de dos horas de vuelo agradable, llegué a Kota Kinabalu, KK, o queiquei, como suena pronunciado a la inglesa (mucho mejor), que es la forma de mentarla entre los lugareños (07.01.13).

Un taxista honrado me llevó hasta el centro de la pequeña ciudad, y me dejó en medio de la zona hotelera. Me acerqué, por curiosear y porque desde fuera tenía muy buena pinta, a un albergue de mochileros, pero estaba completo. El encargado, un hombre joven, fue empero muy amable y me dió un cursillo rápido para turistas despistados. Me instalé en un hotel cercano, quedé con Cherrie, mi contacto en la ciudad, en cenar juntos, me enteré entre medias de que el monte más alto de Borneo, llamado Kinabalu, de más de cuatro mil metros quedaba cerca y erafácil y me decidí a subirlo.

Puede parecer improvisación o mera incompetencia que, a lo largo de todo el viaje, a menudo no sepa adónde dirigirme ni qué ver hasta apenas un día antes o, con suerte, dos o tres. Para quien tenga interés, explicaré cómo suelo organizar los itinerarios. Quien no tenga interés puede saltarse este párrafo (y todos los demás, claro) y seguir directamente a las fotografías o hasta la salida. La guía de viaje suele dar algunas sugerencias de itinerarios para cada país. Cotejo éstas con dos o tres más que obtenga de internet, añado las recomendaciones que haya oído aquí y allá, intento averiguar si hay forma razonable de enlazar el itinerario, escucho, esto es lo más importante, los consejos de anfitriones y lugareños, espigo el batiburrillo y listo. No me hago mala sangre si algo queda sin ver, siempre que no sea de lo más relevante o característico del país, y cuento con alterar el rumbo al hilo de la información más concreta que sólo se obtiene sobre el terreno.

El monte Kinabalu queda a algo más de dos horas de KK, y como no tenía ganas de perder tiempo y energía al día siguiente para enlazar varios autobuses, con ayuda de los recepcionistas contraté la logística con una agencia. Luego Cherrie me recogió puntual en coche y me llevó  a cenar a un restaurante chino, como su origen, aunque sea malaya de nacimiento y nacionalidad. Cherrie es muy alegre y se entusiasmaba preguntándome sobre el viaje. Por trabajo, ha estado varias veces en el Reino Unido y le encantaría visitar España pronto. Trabaja en la universidad, ocupándose de los alumnos que marchan a estudiar al extranjero, principalmente al Reino Unido. Le sugiero que haga trampa y se envíe a sí misma a Europa como estudiante, pero no colaría, responde. Le pregunto por la situación de la mujer en Malasia: en ningún momento se ha sentido discriminada por su sexo, asegura sin tener que pensárselo mucho. Me alegro. Hablamos de la excursión al monte Kinabalu: hace apenas unos días tuvo unos invitados que regresaron de la ascensión hechos polvo, dice riendo con malicia, anticipándose a las que puedan ser mis agujetas. Cherrie no practica ningún deporte, por lo que ni se plantea subir la montaña.
- ¿Quizás en el futuro?
- Quizás.

Cherrie.


El periódico que me esperaba a la puerta de la habitación fue una grata sorpresa que me permitió desayunar despacio, saboreando las tostadas y las noticias (08.01.13). En la furgoneta de la agencia me espera Phil, que también se ha apuntado a la excursión de dos días al Kinabalu. Recogemos a Cindy y Frankie, una joven pareja china, y ya estamos todos los que somos.
Apenas fuera de la ciudad se divisa el monte por encima de la bahía, a lo lejos. A medio camino paramos para hacernos algunas fotografías y contemplar nuestro objetivo: la cumbre es rocosa, de granito desnudo, con pináculos y torreones que, vistos desde aquí abajo, impresionan. Phil tiene muy poca experiencia (no hay mucho que subir en su Australia natal y lleva años sin hacer montaña), y los chicos chinos de momento no dicen mucho, así que intento mantener altos los ánimos: montones de turistas lo suben a diario, ya veréis, con un poco de perseverancia será pan comido.



El monte Kinabalu, a la izquierda.
Visto un poco más de cerca.

A la entrada del parque nacional que circunda el monte el chófer nos presenta al guía, Rayner, un hombre muy amable que nos acompaña a tramitar los permisos de ascensión y a alguna otra gestión como, por mi parte, alquilar un par de bastones. Nos fotografíamos todos una y otra vez con el monte de fondo. Cindy y Frankie andan por la veintena y se les ve  delgaditos y muy determinados, con una mezcla simpática de agresividad aparente por llegar a la cima. Phil y un servidor damos por sentado que subirán como liebres; nosotros iremos a nuestro ritmo.

Antes de llegar al punto de partida, la puerta de Timpohon, a 1866 metros de altitud,  pasamos por el cuadro de honor de la última maratón alpina celebrada a las faldas del monte. En poco más de dos horas y media un español se coronó ganador. Boquiabiertos, bromeamos acerca de nuestros resultados en una hipotética participación en la carrera y, con muy buen humor y ligeros de equipaje echamos a andar monte arriba.

Con Cindy y Phil: "Power Rangers 2, misión Kinabalu".

El camino es más que obvio e incluso hay pasarelas de madera y escalones para salvar los tramos difíciles. Llevo sólo lo imprescindible en la mochila (el resto se quedó en el hotel, al que volveré mañana para dormir). Rayner nos ha explicado al principio, junto a un panel con un croquis, el plan: si os adelantáis, aseguraos de no desviaros aquí y esperadme en el refugio. Yo acompañaré al último. Conformes, gracias.
Sin especial intención, Phil y un servidor nos vamos adelantando paulatinamente. El paisaje es de selva tropical cerrada. Salvo el sendero, se intuye impasable. Estamos en la pluvisilva, el bosque lluvioso, y las nubes se van dejando jirones entre las copas de los árboles. A cada poco nos cruzamos con turistas en distinto grado de cansancio pero con el común denominador de saberse triunfadores de la empresa. Algunos saludan y nos dirigen palabras de ánimo. Unos chicos orientales intentan lo propio, o eso quiero creer, pero con tanta torpeza que el resultado es el contrario: aún os falta mucho. Vaya, gracias, para decir eso mejor haber callado.

Decido administrar las fuerzas, sabedor de mi falta de entrenamiento, y al rato Phil se destaca. Sigo a mi aire, parando para contemplar lo que las nubes me dejan, el bosque, alguna ardilla, algún pájaro esquivo, tomar unas fotografías, y finalmente para comerme el emparedado que Rayner nos ha dado a la entrada. En eso estoy cuando, para mi gran sorpresa, veo que Phil me alcanza viniendo desde abajo.
- No te has dado cuenta, pero me has adelantado antes, cuando he parado a descansar entre otra gente.

Continuamos a ritmo tranquilo, procurando disfrutar y conversando de vez en cuando, muchas bromas para no perder el sentido lúdico de la excursión y porque a los dos nos divierten. Phil acusa el esfuerzo y se queda atrás. A Cindy y Frankie, presumiblemente escoltados por Rayner, no los hemos visto desde el principio. Tras unas horas me siento más lento y decido apretar. Es la falta de forma que ya me engañó en el monte Fuji: no voy más despacio, en realidad simplemente es que noto más la fatiga. Para compensar esta falsa sensación apuro el paso y al final voy más deprisa de lo que quería. En tres horas y cuarto llego a los tres mil y casi trescientos metros del refugio. Me instalo en el salón, me tomo un té y espero a mis compañeros. Como tardan, me paseo, curioseo por el lugar, ya con bastante gente, me asomo a la terraza, fotografío el monte, me fotografío a mí mismo con unos excursionistas chinos que me hacen las eternas preguntas sobre preferencias futbolísticas: ninguna, lo siento, soy así de soso. Cuarenta minutos más tarde llega Phil, algo cansado pero con buen semblante.

Reposamos tomando té y gastando bromas. Lo más largo ha quedado atrás sin mayor sufrimiento. El desnivel de subida mañana es mucho menor, despacio y con buena letra no tendremos ningún problema, ya verás, le aseguro.

Phil es profesor de educación primaria en zonas rurales en Adelaida, donde, según me cuenta, las aspiraciones vitales de los aborígenes siguen muy mermadas por efecto de las políticas que los segregaron del resto de la sociedad primero, y de las que los mantienen en el estupor del paniaguado después. Los pocos individuos con ganas de obtener un empleo o emprender alguna actividad lucrativa se ven obligados a compartir las ganancias con el resto, por las mores sociales, por lo que todo estímulo económico de mejora personal queda frustrado.









Phil a media subida.



El refugio de Laban Rata.

Mientras hablamos, el resto de excursionistas anda ya cenando a dos carrillos en el autoservicio que se organiza en la barra. Como no sabemos cuánto más tardarán nuestros compañeros, pedimos la llave de la habitación que compartiremos los cuatro, en otra dependencia cinco minutos monte arriba, vaya gracia, dejamos allí las cosas y, cuando bajamos de nuevo, nos encontramos a Cindy, Frankie y Rayner. Obviamente erramos el pronóstico: han tardado casi un par de horas más que un servidor, y están ostensiblemente extenuados.

Cenamos todos en buena armonía y a las seis de la tarde ya estamos en las literas. Nos levantaremos a mitad de la noche y hay que descansar todo lo que se pueda. Gracias a los tapones para los oídos alejo los ruidos de la muchachada que, sin preocuparle el descanso ajeno, arma bulla en el pasillo. A dormir, o a intentarlo, más bien.

Algo más tarde de las dos nos despertamos (09.01.13). Frankie y Cindy nos confirman la decisión que ya sopesaron anoche: no subirán. Están hechos polvo y prefieren quedarse durmiendo. No hay mal que por bien no venga: Frankie me presta su linterna frontal, mejor que la que me he dejado, por despiste, en el hotel.

Nos despedimos y bajamos al refugio a desayunar. Llueve en la oscuridad. Los más madrugadores están ya organizándose para salir. Nosotros no tenemos prisa. El madrugón se justifica por las luces del amanecer que, con este agua, no podremos ver. Mejor contemporizar, por si amainase. Rayner asiente con un gesto lacónico.

Preparándose para salir.

Nos ponemos en marcha, Phil con un pesado chaquetón impermeable, Rayner con un poncho de plástico fino y un servidor con el paraguas japonés de tres euros. La viva estampa del alpinismo aguerrido. El camino, aunque ya no tanto como ayer, es sencillo y no hay más que seguir la procesión. En la rimaya con la roca hay una caseta con un guarda al que justificar el permiso de ascensión. No deja de llover, no mucho pero sin pausa. A partir de este punto es todo granito, a veces con la inclinación suficiente para jugarse un resbalón peligroso, en especial chorreando de agua como está. Ya no hay camino, sino sogas ancladas en la roca en los trechos más comprometidos. No hay más remedio que esperar con mucha paciencia a que los más lentos y también los más torpes, que de todo hay, vayan avanzando con la escolta de sus guías: en la oscuridad es difícil juzgar el riesgo de aventurarse sin asidero por las lanchas de roca mojada, muy resbaladiza.

En la montaña no siempre todo es fácil.


La aurora nos alcanza atisbando ya la cima. Una pirámide de rocas por cuya arista trepan y destrepan los montañeros. La cumbre es minúscula, sólo haciendo estrictos turnos podemos fotografiarnos cada cual con su compañía. Pero hemos llegado: 4.095 metros y dos decímetros, qué exactitud. ¡El monte Kinabalu ha sido coronado!

Tras los retratos espero a Phil y Rayner en un rellano de la antecima, venid, venid. Me miran un tanto extrañados: ya lo hemos celebrado en la cumbre con un abrazo viril, como es de rigor y proponía un servidor, y no una birria de apretón de manos a la inglesa como proponían ellos. Pero falta el remate: cerramos un corro y giramos mientras les jaleo con jolgorio ¡así sí! De todos los presentes somos los que, si no mejor, más ruidosamente hemos testimoniado nuestra alegría.

¡En la cima del Monte Kinabalu!

Con Phil y Rayner tras la danza de la cima.


El descenso es mucho más fácil porque dejó de llover poco antes de alcanzar la cima y ya hay luz. No hace falta seguir la fila asiendo las sogas aquí y allá, basta con andar con cuidado. Me asomo a un precipicio y llamo a mis compañeros, vale la pena ver esto. Nos cruzamos con algunos montañeros que aún andan cuesta arriba. También con los chinos que ayer se quisieron retratar conmigo. Llegamos al refugio tras cinco horas de ausencia, contando paradas, esperas, celebraciones, fotografías y, afortunadamente, ningún percance.
Recogemos las mochilas para no tener que subir a por ellas luego y bajamos al refugio a desayunar. Cindy y Frankie han apurado en la cama hasta la media hora escasa que hace desde que se sentaron a la mesa. Nos congratulan admirados, como si volviéramos de algún ocho mil. No se arrepienten de su decisión. Es la primera vez que suben una montaña y aseguran que la próxima no les pillará desprevenidos. Ahora me explico por qué les tuve que ayudar a extender los bastones telescópicos. Les devuelvo la linterna, muchas gracias, y compartimos mesa los cinco. Un segundo desayuno a carta cabal, bien ganado y bien saboreado.






 





Los chicos son abogados. Frankie ya ejerce en el mismo gran bufete en el que Cindy está en prácticas, aunque, según protesta, es ella quien tiene que ayudarle a él a menudo, y no al contrario. Me preguntan por mi experiencia profesional y aburrimos un rato a Phil (Rayner anda entre sus colegas) con esta conversación: el Derecho civil chino se basa en el alemán, el mercantil en el japonés, y el penal es propio. Buen cóctel.

Cuando por fin nos ponemos en marcha, Frankie y Cindy salen los primeros, con Rayner. Pensamos que no los veremos hasta la entrada, pero nos equivocamos de nuevo. En veinte minutos los rebasamos y, ahora sí, no los reencontramos hasta la entrada. Phil decide parar un ratito a medio camino, pero un servidor prefiere bajar del tirón. Nos reunimos abajo sin apenas diferencia de tiempo, en tres horas un poco tediosas por la lluvia y la gente. Esperamos a los chicos y el guía. Tomamos un café, vemos la lluvia que ha vuelto con intermitencia, charlamos, miramos la ladera entre las brumas, esperamos y esperamos y de nuevo casi dos horas más tarde aparece Rayner con Cindy y Frankie, rotos.




Cindy y Frankie, en el refugio.

Porteadora ganándose (duramente) la vida.

Pajarito de Borneo.
(Identify the species).



Tras recoger los floridos diplomas que nos acreditan, a Phil y un servidor como vencedores de las cimas tropicales, a Cindy y Frankie como excursionistas hasta el refugio, nos despedimos de Rayner y comemos en el único restaurante del parque.

Cindy y Frankie nos preguntan por la etiqueta europea a la mesa. A Phil, inglés de cuna y australiano de adopción, como ya dejé dicho, los modales a la hora de comer no le preocupan mucho, en su país la gente se conduce con campechanía e incluso cierta ordinariez, según él mismo explica remedando algunos momentos estelares. A servidor tampoco es que le importen más que lo imprescindible para que el yantar sea ameno para todos, pero mi difunta madre era de otra opinión, y de entre las cien o doscientas normas de urbanismo al comer que intentó inculcar a sus hijos, les mareo con un florilegio de dos docenas, para diversión de Phil y espanto de Frankie, que las encuentra imposibles. Las reglas chinas para comer con palillos son menos, nos explica ilustrándonos con su ejemplo.

Ya puestos, meto de rondón en la conferencia unas cuantas instrucciones de cortesía para con el bello sexo, para beneficio y diversión de Cindy y más desmayo de Frankie.
- Así que te puedes ausentar de la mesa tantas veces como quieras y los varones nos hemos de levantar cada vez. Aunque no esperes que eso suceda cuando viajes por Europa, la verdad.

De regreso en KK y tras instalarme de nuevo en el hotel, decidí prevenir las agujetas dándome un masaje. La señora se lo tomó a pecho cuando le expliqué que venía de la montaña y, si me lo hubiera pedido entonces, me habría declarado autor confeso de cualquier crimen para ahorrarme tormento: al día siguiente tenía las piernas doloridas, sin que pudiera decidir si era el cansancio por la brega o el castigo que me infligió la buena señora. En otro día más todo volvió a la normalidad, menos mal.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Muy bien, Fernando: coronando los grandes picos del mundo y humillando a jovencitos desprevenidos. Yo habría hecho lo mismo (no digo si lo mismo que tú o que ellos...).

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  2. Ole. Me he perdido con el desbarajuste de las crónicas, pero sigo leyendo. No importa. Qué bien que subas a todos esos sitios para que podamos ver las vistas. Y mejor aún que lo hagas vestido de wally con paraguas. Me parto con la foto.
    Hip hip hurra!

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  3. Dí que sí, con el paraguas montañero. Los que se ríen de tí es que no han visto "Al filo de lo imposible" .Las máquinas humanas que suben ochomiles muchas veces empiezan la ascensión llevando un paraguas para protegerse de las lluvias monzónicas que asolan el himalaya , así que no te dejes abrumar por las mofas, jeje.

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