miércoles, 13 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (vi).

Queridos lectores:

Me recogen a mí, y a Eric, un muchacho sueco que también estuvo en la montaña y del que Mathilda me había dicho al encontrárnoslo hoy que era muy, muy raro (10.01.13). Comemos en las vecinas instalaciones de la agencia y partimos luego al río Kinabatangan, a cuya orilla está el campamento.


Los reyes de la carretera.


Al llegar al río conozco a mis otros compañeros de viaje. Al susodicho Eric, su mirada extraviada y su silencio inquietante, se añaden dos personalidades extrañas: Nicolás, ruso a quien el sol abrasó pedaleando en Myanmar y le dejó la cara sembrada de llagas purulentas que le dan aspecto de superviviente nuclear; y Lipún, chino que no habla casi nada de inglés y que hace honor a la fama de inescrutables de sus compatriotas.

En la navegación río arriba hasta el campamento avistamos algunos animales: macacos cangrejeros, cálaos, pigargos, garzas, varanos, etc. Ni que decir tiene que ni Eric, ni Lipún ni Nicolás llevan prismáticos. Sí teléfonos móviles con los que no dejan de hacer vídeo. Comparado con ellos soy un avezado guía indígena, pues cuando el barquero se relaja consigo avistar un par de cosas por mi cuenta.

El conductor detiene la barca en la orilla. Aguzando la vista se distingue un gran bulto en una higuera altísima: ¡un orangután! Sabiendo dónde está, a simple vista se distingue bastante bien. Mucho mejor, impresionante, con los prismáticos: es una orangutana y lleva una cría. No quepo en mí de alegría, ¡estoy viendo más orangutanes y más salvajes, en las míticas selvas, más selváticas, de Borneo! Insisto: no quepo en mí de alegría. No soy el único: por un microscópico cambio en su rictus impasible infiero que mis tres compañeros bullen de alborozo en el interior. Me va a doler la tripa de tanto reír con esta gente, me digo.



Orangutana con cría en el brazo (pongo pygmaeus, jaja).

El río Kinabatangan.

Al rato es Eric quien rompe su sepulcral mutismo para anunciar otro orangután. Decididamente tenemos mucha suerte: tres individuos en el paseo hasta el campamento. Empezamos muy bien. El orangután se mueve despacio, se lleva higos a la boca, por cada uno que come deja caer otro. Luego nos explicarán que a veces la fruta está contaminada por insectos, de ahí ese aparente desdén.


Orangután.

Por el campamento merodea una tropa de macacos cangrejeros, y por las pasarelas de madera llegamos al barracón de las comidas, donde nos recibe Lío, nuestro simpático guía para estos días. Lío nos explica el programa: de madrugada y a tales y tales horas, paseo en barca, ¡bien!, a tal otra, paseo por la jungla, ¡bien!, luego, paseo nocturno ¡bien! y navegación nocturna a las tantas, ¡bien, bien, bien! La barraca se va a venir abajo de tanto entusiasmo. Concretamente, el mío. Los demás parecen estar tan interesados por el río Kinabatangan como por las insospechadas aplicaciones prácticas del grafeno. O sea, nada. Por no aburriros, diré que Lío era muy majo, menos mal, y mis compañeros mejor uso harían de su estancia en Asia, incluido Lipún aunque ya la lleve en los genes, para aprovechar su introversión natural y hacerse monjes silentes.

Macaco cangrejero (macaca fascicularis).

Mariposa.


Extraño reciclaje.


Lío: ¿qué hacer con esta gente?

Varano (varanus rudicollis).


Búho pescador (bubo ketupu).




Martín pescador (pelargopsis capensis).

En los días siguientes volvimos a ver orangutanes, otros cuatro, incluyendo un gran macho y otra hembra con cría, gibones, macacos cangrejeros, varanos, búhos pescadores, martines pescadores variados, muchas garzas, cigüeñas, cálaos diversos, otras aves y muchísimos monos násicos, que duermen cerca de las orillas y son un raro endemismo de Borneo.

Compartí cabaña con Eric, Nicolás y Lipún. Me gustaría contaros que lo pasamos en grande: jovialidad, camaradería y el disfrute común de estar viviendo un privilegio. La realidad fue muy otra: Eric no dijo prácticamente nada en dos días y medio, Nicolás debió decir una o dos cosas, sin mucho interés, y Lipún alguna más pero, como su inglés era pésimo, de poca utilidad. Lío era una persona normal y pude charlar con él con normalidad, como suelen las personas normales. Otra tanda de personas normales apareció en el campamento a la noche, de regreso de otra excursión, y pude volver a sentirme miembro de la fraternidad humana, y no del reparto de una película de mutantes inadaptados. 

El río Kinabatangan es el destino más popular para observar fauna salvaje en Sabah, esta parte norteña de Borneo. El motivo es que ha quedado arrinconada en la estrecha franja arbórea que han perdonado las implacables plantaciones de palma aceitera. Según nos explicó Lío, intentan establecer un corredor natural de varios cientos de metros a lo largo de ambas márgenes, pero no hace falta buscar mucho para ver desmontes a sólo unos metros de la orilla. La otra gran ventaja es que el río puede recorrerse en barca cómodamente. Hay muchos campamentos y otros alojamientos que organizan sus propios paseos, aunque la mayoría está aguas abajo del nuestro. El bosque en esta región no es primigenio, fue explotado décadas atrás, pero ahora ofrece mayor valor como refugio de fauna y atracción turística.

Entre cálaos, macacos, martines pescadores, pigargos y búhos, paseos en barca, caminatas por el barro espeso y profundo que no se tragó a ninguno de mis compañeros, sudadas inhumanas en cuanto había que caminar dos pasos, alguna siesta, asomos al río y vistazos a las guías de animales del campamento, pasó la segunda jornada (12.01.13).

Otra vez pude comprobar que el común de los mortales es de pasta más común, como indica su nombre, y por la noche apareció una española, Arancha, que al principio me creyó miembro de la conspiración silenciosa con mis compañeros, pero a la que saqué de su error rápidamente. Arancha dejaba atrás una etapa de su vida en Filipinas y me hizo alguna recomendación sobre el país. Por lo demás, era bióloga aunque trabajaba de informática, pero no llevaba prismáticos.
- Hum, pues siendo bióloga no tienes excusa, amiga.
- Es que pesaban mucho.

Cálaos (anthracoceros albirostris).

Orangután.

 
Otro orangután.

El mismo orangután.
 
 
Varano (varanus salvator).
 
La palma aceitera se asoma al río.

La barraca de la alegre compañía.


Lagartija.


Lío, Lipún, Eric y Nicolás.




Bicho bola.

 Escarabajo linterna.


Násicos (nasalis larvatus).


Macacos cangrejeros.
 
Rana mimetizada.

Rana sin mimetizar.

Papamoscas (cyornis superbus).

Tordina pechiblanca (trichastona rostratus).
Inconfundible, ¿no? 
 
Martín pescador (alcedo meinting).

Al tercer día por la mañana regresaríamos a la civilización. El paseo de la madrugada, en barca, estaba completo por los recién llegados (a nosotros ya nos había correspondido el nuestro la víspera), y sólo quedaba una plaza. Lío nos dijo que, por no discriminar, no podríamos ir ninguno. Pregunto:
- Si de entre los cuatro designamos sólo uno, ¿podría ir?
- Sin problemas, pero lo tenéis que resolver vosotros.

Corro a buscar a Nicolás:
- ¿Quieres jugarte a suertes quién de nosotros podrá ir mañana al paseo en barca?
- ¿Para volver al mismo tramo del río?
- ¡Claro!
- No, gracias.
Estupendo. Con Lipún me costó un rato de gesticular hasta que entendió la pregunta, pero la respuesta fue tan alegre como la de Nicolás.
- Paso.
Ya tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de ir al paseo, bien, bien, me dije. Busqué a Eric.
- Vale, ¿cómo lo hacemos?
- Por insaculación, con unos papelitos con nuestro nombre.
- Al mejor de cinco.
- De acuerdo.

La madre de una familia de visitantes hizo los honores:
- Fernando (¡bien!)
- Fernando (¡bien, bien!)
Eric protesta con su abulia habitual: tu papel es más grande, vas a salir tú. No te precipites, aún queda mucho.
- Eric (¡oh!)
- Eric (¡oh, oh!)
Para el golpe de gracia le pedimos a la madre que sea uno de sus chiquillos quien extraiga el papelito de la bolsa:
- ¡Eric! (¡oh, oh, oh!)
Malditas manos blancas, me quedo sin paseo. Con fingida deportividad felicito a Eric, que la misma cara pondría ante un tribunal si le condenasen a muerte que si le absolvieran. Procuro olvidarme y me voy a cenar.

Cuando me recojo a la cabaña se me cruza Eric:
- A lo mejor debería dejar que fueses tú. A tí te interesan más los animales y eso.
No quiero ser yo quien fuerce el cambio. No me valen los tiempos potenciales. Si quiere cederme el puesto, que me lo ceda, pero que no me venga con circunloquios morales, que no tengo ganas.
- No, lo has ganado en buena lid. Si mañana por la mañana cambias de opinión, avísame e iré yo.

Soy el último en levantarme al día siguiente (13.01.13). Me encuentro a Eric en el desayuno.
- ¿Qué tal, cómo ha ido el paseo?
- Me lo he perdido, me he quedado dormido.
- Te voy a matar.

Además de raro, desconsiderado. Hay que fastidiarse. Me despedí de Arancha, que sí había ido y me contó lo que habían visto: algún orangután más y nada que no hubiera visto ya. En la navegación para salir del río hubo suerte: avistamos dos nutrias correteando en la ribera, además de la cohorte usual de aves y monos. Como un niño con zapatos nuevos por haber visto a los mustélidos, se me pasó el mal trago de la madrugada. Mis compañeros casi vuelcan la embarcación de tantas alharacas y saltos de alegría. Qué tíos.



Nutria (aonyx cinerea).

Dejamos a Eric en un cruce y seguimos de regreso a las inmediaciones de Sandakán. Gordon vino a buscarme como había prometido y, tras comer en las instalaciones de la agencia, nos acercamos a un jardín botánico natural (un poco de selva contigua) inmediato a Sepilok, con una gran pasarela elevada entre el dosel forestal. Hace un sol de justicia, pero tengo curiosidad por caminar por las alturas aunque casi todos los pájaros, más sabios, anden refugiados en la umbría.



Con Gordon en el puente colgante del RFDC.

Del jardín vamos en coche a la bahía de Labuk. De nuevo arrinconado por las plantaciones de palma, un manglar alberga una comunidad de monos násicos y de langures plateados, cuya densidad es mantenida artificialmente por aportes de comida a horas fijas, lo cual procura otro espectáculo a los turistas.

Desde las pasarelas que atraviesan el manglar se ven más mudskippers, de otra clase, más rollizos y menos numerosos que los de Penang. No son más que peces sosos que apenas hacen nada, pero me tienen fascinado. En una de las plataformas está instalado ya un gran macho de násico, amo y señor de un harén, esperando atento a los movimientos de la tropa. Cuando otro macho aparece más cerca de lo que debiera, en tres brincos atraviesa el kiosco en el que estamos los turistas, con gran estrépito, para expulsar al intruso, que sale escopetado. Calmados los ánimos, es hora de comer.

Mudskipper.


A la derecha, el macho alfa.

¿Quién viene por ahí?



Hembra 
(sólo los machos adultos son tan narigudos).

Cuando nos cansamos de ver comer a los násicos, nos acercamos a otra parte del refugio para ver a los langures plateados. Andan desperdigados por las intalaciones del centro de gestión de la reserva, aburridos y literalmente tirados en espera de que los násicos, predominantes, empiecen y acaben el banquete. Las terrazas del edificio son su sala de espera y también su retrete: hay que mirar donde se pisa, pues es obligatorio descalzarse para no estropear la madera, no consta que sea por motivos religiosos. Entre tanto, algunas ardillas aprovechan para robar bocados perdidos. En mi condición de primate, imito a mis congéneres y me tumbo a la bartola en las butacas de la pequeña sala de vídeo, sesteando hasta que Gordon me avisa de que empieza la acción. Antes de que los násicos terminen nos damos por satisfechos, aunque las caritas de pena de los langures auguran aún una larga espera hasta que les llegue el turno de llenarse la barriga.

Lutung o langur plateado (trachypithecus cristatus).


Hermanos primates.


Avisadme cuando se marchen los narizotas.

A río revuelto...

El macho alfa de otro grupo.


De Labuk Bay a Sandakán paramos en una casa de comidas para que pruebe unos pinchos morunos por los que Gordon tenía antojo. Estaban buenos, la verdad. De allí a casa de Gordon, muy acogedora y amplia, donde me instalé a mis anchas mientras Gordon se ausentó para visitar a su madre. Pasé lo poco que quedaba de día tranquilamente, volvió Gordon con algo de comida china que cené en el salón presidido por el altar chino de los antepasados, y luego me ayudó con algunas gestiones de viaje más.


Como siempre, mis fotografías instantáneas no hacen justicia a la belleza de los animales y de los lugares, pero espero que os hayan gustado.

Abrazos para todos.

6 comentarios:

  1. Si es que las insaculaciones las carga el diablo... Ja ja.

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  2. Veo tu ascendente násico, pero está claro que los langures son más bonitos que tú ...estos primates...

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  3. A mi lo de la insaculación me sonaba a alguna practica sadomaso particularmente perversa, pero supongo que es mi subconsciente haciendo de las suyas... Vaya pintas los colegas esos amuermados, se ve que han insaculado demasiado y se han quedado traspuestos...

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  4. Oooooh! Voy a bailar el aleluya glugluglú!!
    Qué bonitos! Yo estoy ahí y mato a los guiris cuajados sólo por los temblores que produciría la tierra a mis saltos. Qué pasada. Es que con los orangutanes ya me volvía loco, pero encima los narizotas que son bestiales y los langures ahí como sí fueran el perro de la Moci, ya es demasiado. Yo quiero, yo quiero.
    Lo del insaculado Eric, mal; tenías que haber pasado de él y a la primera que te dijo de ir haber ido. Te sobró conveniencia social. Pero qué más da, si a esas alturas ya debías de ser el hombre más feliz de la tierra. Qué envidia y qué alegría. Lo celebro. Preciosos. Ya nos contarás cómo se llega ahí.
    No vuelvas, Fernan.

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  5. DE PARTE DE JOSÉ JAVIER: (que es un poquito torpe)
    Oooooh, qué capítulos más interesantes, Felni. Qué pasada tanto mono por los árboles y tanto moña por el suelo. Los násicos son clavados a Rastapopoulos, de las aventuras de Tintín. Una recomendación (obligatoria): el primer término de los nombres científicos de animales y plantas debe ir en mayúscula, el segundo en minúscula. Qué envidia más cochina, me está saliendo una gastritis de tanto bicho interesante. Prueba a tirar a algún insaculado por la borda, a ver qué fauna piscícola antropófaga se mueve por esos pagos.

    Abrazos.

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  6. Qué chulos los monos násicos, son realmente raros.
    Te pongas como te pongas, eso de insaculación suena fatal, como para salir corriendo selva adentro y no parar...

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