martes, 5 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (iii).

Queridos lectores:

Llamé a Michel para ver cuándo le convenía que me acercase a su casa, en el pueblo (05.01.13). Llené las horas que faltaban escribiendo, esperé el autobús que no pasó, acepté un precio rebajado en un taxi honrado y me planté en su ático, desde cuyo balcón se domina un gran trecho de la costa norte de Penang.

Michel, francés y en torno a mi edad, se estableció aquí hace un par de años, tras otros cinco de viajar casi sin gastar dinero por gran parte del mundo, voluntariamente exiliado por razones políticas. Vive de magras rentas de su trabajo de informático y de algún pequeño negocio hostelero aquí. Continuamente recibe a gente en casa. Cuando llego conozco a Rebecca, una joven medio inglesa y medio laosiana que anda también trotando por el mundo. Michel me explica el funcionamiento de la casa, me da algún consejo para pasar la tarde y se marcha a unos asuntos. Rebecca y un servidor salimos poco después, cada uno a sus cosas. Rebecca pertenece a la clase de jóvenes viajeros sin plan ni preocupaciones. Van a donde les lleve el viento o, más probablemente, los transportes baratos o gratuitos. Otro tanto para pernoctar. Me recomienda que me acerque a los monasterios budistas: podrás comer cuanto quieras gratis, y puedes también meditar o rezar con los monjes. Gracias, ya cubrí mi cupo en Pekín. Rebecca escribe no sé qué cosas sobre antropología, o así lo llama ella, pero en su confusa perorata no dislumbro mucha coherencia. En su anterior vida fue un hombre y quería volver a esta con el mismo sexo, pero se conoce que algo ha fallado. Ahora es una mujer bien parecida, no te puedes quejar, le digo. 

 Desde el balcón de Michel.


En vista de la escasez de autobuses, negocio con un taxi y me acerco al Parque Nacional de Penang, en el extremo noroeste de la isla. Me propongo llegar a la playa de los monos (macacos cangrejeros) en barco y luego volver por el litoral selvático caminando. El barco se paga entero, así que rápidamente enrolo a dos parejas de turistas más para compartir el coste. Es el tipo de cosas que hay que hacer: buscar quien comparta un taxi, un barco, una excursión. No me cansa porque ni me paro a pensarlo, y de vez en cuando se tiene la suerte de dar con gente agradable y afín, pero a ratos me gustaría poder relajarme sin más y que fuera otro quien se ocupase.

El parque es muy bonito, aunque me extraña y molesta que en sus aguas se permitan actividades recreativas a motor, a saber: motos de agua y arrastres de esos a los que se suben los turistas para dar tumbos tras una lancha. Cuando se alejan, se está tranquilo. Contemplo la playa, contemplo el mar, contemplo a los jóvenes que hacen el tonto sanamente, contemplo a las jóvenes que se bañan cubiertas de la cabeza a los pies, contemplo algún mono que se asoma a la arena. Me baño. No me he traído el bañador pero no importa, la elegancia de mis calzones clásicos suple la falta con naturalidad. O eso me digo. Además no creo que haya nadie interesado en mirar.

Cuento pigargos, cuento milanos y cuando cae la tarde emprendo el regreso. Son sólo tres cuartos de hora entre la jungla, pero apenas echo a andar la humedad y el calor me recuerdan lo agotador de estos climas. Entreveo más monos y un gran varano al que expulso, sin querer, del sendero. En autobús vuelvo a casa empapado en sudor helado y levemente hipotérmico merced al aire acondicionado.





Cuando me dispongo a salir para cenar algo, aparece Michel. Si esperas a que venga Didi, mi pareja, nos vamos a cenar los tres juntos. Acepto encantado. Didi trabaja largas horas en una zapatería y viene cansado, pero hace un esfuerzo para bajar a cenar algo junto a la playa. Michel y Didi me explican que el desarrollo en Malasia se está cargando los últimos reductos de naturaleza, pero de otro modo nadie quiere verse obligado a permanecer en lo que parece el atraso. Lamento interiormente este enésimo ejemplo de dicotomía teórica, y saboreo la comida que Michel ha pedido.

Ya en el piso saludo a Alethea, una australiana que también se aloja allí, pero pagando (tiene aire acondicionado propio, por ejemplo), como parte de los apaños hosteleros de nuestro común anfitrión.


Michel y Didi.


Para el día siguiente he convenido con Michel ir en moto a recorrer la isla (06.01.13). Me despierto el primero y espero a los demás admirando el mar y las oropéndolas del parque de enfrente.

Michel ha hecho la excursión más de ciento cincuenta veces (lleva la cuenta exacta), había acordado ir con Alethea y me invitó a sumarme, a precio del coste del vehículo y la comida. Michel es muy eficaz y muy mandón, pero pronto establecemos fronteras amistosas y todo se desarrolla afablemente, al hilo de su verbosidad, mayor aún que la mía, en inglés y a ratos, cuando Alethea anda distraída, en francés. Rebecca se despidió de los tres a primera hora, rumbo a otro país tras tres semanas en casa de Michel.

Alethea es profesora de gestión de empresas y está aquí por unas cortas vacaciones. Cuando adquirimos un poco de confianza, Michel se muestra muy divertido, con constantes bromas y muy buen conocimiento de la isla y sus cosas. Recorremos, ellos dos en una motocicleta y servidor en otra, la mitad occidental, la que no está apabullantemente construida, parando en los rincones más bonitos o más interesantes que escoge siempre nuestro guía: el parque nacional, un promontorio, una presa, un parque botánico, una cascada donde bañarnos, un pueblito, un arrozal, una playa recóndita, un manglar repleto de aves limícolas y de mudskippers con los que para solaz de Alethea y extrañeza de Michel me entretengo media hora larga, un restaurante en lo alto. En este último hay serpientes enredadas en los vástagos de un alero. Alethea tiene fobia a los ofidios, pero la animo: son de mentira, le digo mientras acaricio una y descubro que son de verdad. Tampoco he traído guía de serpientes pero eran claramente constrictoras, no pasa nada.

Alethea y Michel. 

 

Muchas aves, indistinguibles allí y aquí.

"Mudskippers" a porrillo.

La costa occidental de Penang.

Serpiente de verdad.

Tras la puesta de sol que en su día enamoró a Michel de la isla, cruzamos del tirón la mitad oriental hasta la capital, Georgetown. Primero recorro todos los cajeros automáticos en hilera, a ver si consigo algo de efectivo, pero no hay caso. No me quedan billetes y puede ser un problema mañana, aunque Michel tiene alguna idea para ayudarme con internet. Ya veremos. Visitamos después los monumentos: edificios coloniales bien restaurados e iluminados y un par de calles que, a poco que se lo propusieran, podrían ejercer de centro turístico con mucho éxito. Acabada la excursión y ya en casa, con la cooperación de Michel intento varias cosas para que me adelante dinero en metálico contra una transferencia, pero no lo conseguimos. Mañana vuelo temprano y no tengo ni para pagar la media hora de taxi hasta el aeropuerto (o afrontar dos largas horas de autobús). Por suerte, también Alethea viaja y está dispuesta a llevarme de invitado. Menos mal.

Georgetown.




Pruebo en uno de los bancos del aeropuerto, resuelvo mis problemas pecuniarios, comparto el coste del taxi con Alethea, por favor, faltaría más, está bien. Quedo con ella en que quizá le pida asilo si paso por Sydney más adelante, encantada, muchas gracias, y me despido rumbo a Kota Kinabalu, en la isla de Borneo, Malasia Oriental (07.01.13).

Abrazos para todos.

5 comentarios:

  1. vivan los mudskippers, skipping in the mud all day long!

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  2. Como siempre he dejado pasar demasiado tiempo para leer lo que habías escrito y se me ha acumulado el trabajo. Como siempre, y perdona que sea pesado diciendo lo mismo, he disfrutado mucho leyendo tus diarios de viajero. De verdad, Fernando, es muy de agradecer que te tomes el trabajo de escribir tus aventuras con tanto primor. :-)

    Y ahora a Borneo... pero qué perraco.

    Un abrazo fuerte

    Fran

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  3. Qué bueno lo de las serpientes. Todo muy bonito. Me gustan más las fotos del campo que las de las ciudades. Han faltado las de los monos, supongo que estarían lejos.
    Yoya, hasta el infinito y más allá!

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  4. Al final vas a terminar ¡¡motero!! eso y experto en cervezas, ya puedes escribir un libro de cata de cerveza con todas las que vas probando por esas tierras, ya me dirás si has encontrado algo mejor que una Mahou bien tirada.

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