jueves, 14 de febrero de 2013

XXIX. Malasia (vii).

Queridos lectores:

Antes de ir al trabajo me acercó Gordon al muelle del barco de las Islas de las Tortugas (14.01.13). Siguiendo su consejo, me presenté a la puerta de la empresa que gestiona el turismo en este parque nacional antes incluso de que abriesen. En estas tres diminutas islas desovan las tortugas todo el año y por eso tienen un régimen muy estricto de visitas. Estricto y caro, aunque sólo la mitad de lo que se paga a través de agencia si tienes un amigo que te sepa dirigir a la compañía contratista. Pregunté a la señorita, pero no quedaban ya plazas hasta pasada una semana. Vaya chasco.
- Menos para tres personas.
-¡No, no, voy solo! la pareja de afuera no viene conmigo.
- Ah, perdone. En ese caso sí, nos queda un sitio para hoy.

Faltaba un buen rato para salir, así que pagué el permiso en las adyacentes oficinas del parque, una buena samaritana me acercó en coche a la ciudad, donde hice tiempo desayunando algo, volví paseando y me embarqué con otros turistas para ir a Pulau Selingan.

La singladura duró algo más de una hora, en una motora de unos ocho metros de eslora cuya bañera se llenó de agua, salada de la mar y dulce de la lluvia torrencial, tan pronto zarpamos. Medio calados y apretujados en el puente, fuimos dando pantocazos a toda velocidad hasta llegar a destino.


Barrio popular (palafitos) de Sandakán.

Arribada a Pulau Selingan.
 
Pulau (pulau significa isla) Selingan es una isla muy pequeña que alberga las oficinas de los guardas, un modesto restaurante y unas pocas instalaciones para turistas. No más de veinte afortunados al día, de los cuales uno era quien suscribe. Llovía también cuando desembarcamos en la playa y llovió prácticamente todo el día, incluso el rato en que me bañé en la zona acotada. Más allá la corriente podría llevarme a cualquier parte, me advirtieron. Impresionaba un poco bañarse solo en una isla ya mar adentro, en el agua oscura, bajo la lluvia y el cielo gris, con inevitables pensamientos de tiburones, monstruos marinos y corrientes insidiosas. Hay que decir que a lo lejos paseaba un muchacho encargado, al menos teóricamente, de vigilar la suerte de los bañistas solitarios.


Vivero de puestas de tortuga soterradas y protegidas de depredadores.

Pasó el día sin grandes novedades. Circundé la isla en un rato largo, estirando el paseo, alguien tuvo que desenredar a un joven varano de las redes de una de las porterías del pequeño campo de fútbol, mis vecinos, una mezcla de letones, italianos y holandeses, me invitaron a alguna de las cervezas que acopiaron nada más instalarse, charlé con ellos y, sobre todo, charlé con alguno de los guías que acompañaban al resto de visitantes. Además de confirmarme lo mucho que me había ahorrado (preguntaron ellos, no un servidor, a quien estas cosas le preocupan sólo lo imprescindible), me avisaron sobre la presencia de elefantes en un tramo concreto del río Kinabatangan.
- Si no los has visto, deberías ir a Sukau, puedes alojarte donde fulanito, pregunta a cualquiera. En estos días se están viendo por allí y tienes muchas probabilidades de que sigan en la zona.
- ¡Muchas gracias!

Al atardecer se prohíbe el acceso a la playa que abarca entera la isla. Es la hora de las tortugas. Los guardas patrullan la franja arenosa mientras los turistas esperamos con ansiedad y tedio a que nos avisen cuando algún animal se digne vararse.



Tortuga difunta.

Catálogo de tiburones de Malasia.
Casi no tienen.

Ceno, recorro una pequeña exposición sobre la fauna marina de la zona, y veo un vídeo divulgativo con los demás visitantes. Converso con mis vecinos, anque no tienen mucho interesante que contar. Han pasado la primera semana de vacaciones en Borneo encerrados en un hotel con piscina, sin siquiera ver el mar, porque andaban mal orientados y faltos de imaginación, según confesaron. Me dolía hasta a mí según me lo contaban. Los menos animosos andaban ya pidiendo retirada y cama cuando, poco antes de la medianoche, uno de los guardas vino a buscarnos.

Bajo una lluvia algo más mansa desfilamos la veintena de turistas y los guías, quienes los tuvieran, hasta la playa. A la tenue luz de las linternas una gran tortuga verde desovaba en un hoyo. Un guarda iba retirando los huevos a medida que caían a la arena, unos ochenta en total, pasándolos a un cubo. Nos dispusimos en derredor y durante unos veinte minutos pudimos ver de cerca y fotografiar a la sufrida tortuga (se supone que el trance de desovar la tiene distraída), un hermoso ejemplar de más de un metro de longitud a la que los guardas etiquetaron en una aleta para identificarla en avistamientos posteriores.

Los huevos de tortuga, que toqué porque no entendí si en inglés me estaban respondiendo que se podía o que no se podía, ambiguedades de la pronunciación anglosajona en labios y oídos extranjeros, son pequeños, como de gallina pero más redondeados y blandos, sin cáscara.

 Chelonia mydas





Dejamos a la tortuga en paz y fuimos todos en procesión al solemne entierro de la puesta en una parcela dispuestoa al efecto tierra adentro. Allí sepultan bajo la arena todos los huevos que recogen de las tortugas, sistemáticamente y con algunas anotaciones sobre fecha, especie y demás. Una parte está bajo techado y otra al sol, para que la diferencia de temperatura produzca ejemplares de ambos sexos.

La tercera parte del programa consistió en liberar en la playa algunas tortuguitas recién eclosionadas del huevo. En una cesta de plástico, una par de docenas de tortugas en miniatura se afanaban en aletear como si les hubieran dado cuerda. Después de freírlas convenientemente a base de flashes, el guarda las dejó en la orilla y salieron hacia el mar tan deprisa como les permitía el aleteo. Alguna despistada necesitó una mano amiga que la reorientase, pero en unos minutos habían desaparecido todas de vista. Buena suerte, la necesitarán.

Peculiar cesta de la compra.

Una tortuguita morosa andaba aún cerca de la orilla cuando embarcamos rumbo a Sandakán, de madrugada y sin que lloviera esta vez (15.01.13). Llamé a Gordon para avisarle de mi cambio de planes, ya no pasaría la mañana aquí en espera del autobús a Lahad Datu, sino que tomaría el de Sukau sin demora. Caminé a la ciudad, cogí un taxi a la estación de autobuses, en las afueras, me saqué el billete y me senté cerca del conductor, en un montón de chatarra que hacía las veces de vehículo. Definitivamente este sí que era el autobús más destrozado al que he subido en todo el viaje

Tras unas tres horas de ver palmas aceiteras y más palmas aceiteras me dejó el autobús en el cruce de la carretera con Sukau. Por fortuna, un coche se llenó enseguida de viajeros y pude llegar al alojamiento junto al río Kinabatangan que era mi destino, no sin antes parar un montón de veces a dejar gente, recoger otra, entregar paquetes, aceptar otros, comprar tabaco, etc. No se puede tener prisa aquí. O mejor dicho, se puede, pero no sirve de nada. Me inscribí en el alojamiento, les participé mi interés por ver los elefantes del vecindario, comí algo, conocí a Sara, Peter y John, y salí a pasear en  barca por el río.

  Eurylaimus ochromalus.

No tardamos mucho en avistar un elefante en la orilla, al que ya escoltaban un par de barcas de turistas. ¡Estoy viendo un elefante salvaje en la selva de Borneo! Tuve un afectuoso recuerdo para Eric, Lipún y Nicolás, a quienes se les habría llenado el rostro de lágrimas de emoción, sin duda alguna. Estuvimos un buen rato obsrvándolo, sabedores de que había más en la jungla, pero fuera de nuestra vista. Ya me estaba conciliando con la idea de ver elefantes con cuentagotas (uno en Tailandia y otro aquí), qué remedio, cuando nuestra paciencia se vió recompensada: la manada se animó a salir de la fronda y acercarse a la orilla, para algarabía de varias docenas de turistas que, entusiasmados, machacábamos los botones de disparo de las cámaras como si fuese el fin del mundo.

De nuevo en el río Kinabatangan, pero bastante más abajo.

¡Elefante a proa!

Elephas maximus borneensis, jaja.


Más elefantes y más barcas, pero con cierto orden para no abalanzarse sobre los animales más de la cuenta. Algún elefante hace un gesto cuando un barquero se propasa. Entendido, ya reculamos, no te enfades. Otro se baña delante de nosotros, los demás comen tranquilamente y luego se reúnen en un gran grupo. Debe haber una veintena, aunque es difícil contarlos exactamente, pues algunos se mueven entre la maleza. Apuramos el espectáculo tanto como podemos. En una de las barcas reconozco al guía que me dió la información y a sus clientes, los letones, cruzamos una sonrisa y un saludo de satisfacción, gracias a él estoy aquí.
Para los que creáis que es difícil esconder un elefante:
en la imagen hay tres.
 
La subespecie de Borneo es la más pequeña de todas,
 Tiene la cola más larga, los colmillos más pequeños
 y las orejas más grandes que otras variedades asiáticas.








No me cabe la sonrisa en la cara.

Tras regresar al campamento y cenar, vuelta a salir de noche. Una nueva sesión de pajaritos paralizados a la luz de la linterna. Llueve un poco, pero el poncho del zoológico de Singapur no se deja impresionar: ya ha subido al Kinabalu y aguantado otros aguaceros. Dos mocitas danesas se sientan delante: Tina y Ana. Ana se queda muy compungida cuando le digo que nuestros flashes habrán cegado al martín pescador para una semana.
- No, hombre, es broma, en un rato se le pasará.
Están de vacaciones aquí con Ole, un vikingo grandote con todo el cuerpo lleno de tatuajes que se ha quedado con su novia malaya en el campamento.
- Es nuestro tío.
- ¡Ahora entiendo por qué no le tenéis miedo!
Ríen. Tienen coche propio y mañana se dirigen a Lahad Datu. Si a Ole le parece bien, es posible que me puedan acercar hasta el cruce, para coger el autobús (o lo que quede de él).



 Cymbirhynchus macrohynchus.

 Bubo ketupa.


Ana y Alcedo meinting.

Pelargopsis capensis.


De vuelta en el campamento, Sara, John y Peter van ganándole la partida a las cervezas. Me uno un rato para asegurar el resultado. Sara era profesora de alemán en Australia, y regresa ahora a casa, viajando barato. Peter es un trotamundos sueco, realmente peculiar, que anda buscando algo, aunque no sabé qué, y así sigue dando tumbos. Cuando necesita dinero se va a Escandinavia a trabajar de conductor de trineos y cosas por el estilo. Un verdadero personaje. John es su amigo, oficinista, que ha venido a visitarle. Bebemos y charlamos con la música de un aparato de Peter hasta tarde. Los tres intentaron subir el monte Kinabalu en un solo día, para ahorrarse el coste del refugio, pero no llegaron arriba. Peter y John por falta de forma física, según confesión propia y trazas evidentes; y Sara porque, en ascensiones de un día, los guardas obligan a cumplir estrictos horarios de paso que no pudo alcanzar. Otra vez será. Me despido el primero: me espera otro paseo en barca de madrugada.

John, Sara y Peter en plena faena.


¡Tanto recriminar a Eric y resulta que me he quedado dormido! ... pero el paseo se ha pospuesto en espera de que la lluvia torrencial que ha durado toda la noche amaine un poco. Salgo con Tina, Ana, Ole y su novia, Jennifer. Algunos pájaros trasnochados, algunos monos esperando que suba el sol, mucha lluvia y, lo más interesante, me hago amigo de Ole, que no sólo no desayuna bebés crudos sino que es muy simpático y me invita a llevarme hasta el mismo Lahad Datu. Perfecto, muchísimas gracias. Tras el desayuno subo al coche con toda la familia.



Ana y Tina son estudiantes y han venido a pasar unos días con su tío. Jennifer estheticienne, es su novia, originaria de Kota Kinabalu. Ole me cuenta su historia: con diecisiete años era un gamberro al que no le gustaba estudiar. Un día de paseo con su padre por el muelle, en su Dinamarca natal, aquél trabó conversación con el capitán de un navío. Zarpaban en tres horas. Si regresase a tiempo, Ole podría enrolarse como grumete. A su madre no le pareció tan buena idea, pero así empezó una larga carrera trabajando en plataformas petrolíferas por medio mundo. Hasta ahora, en que está pensando en establecerse en KK con Jennifer.  Tienden cables y cadenas para asegurar las plataformas, en nómina de la naviera más grande del mundo. Trabajo manual y del pesado, asegura. Pero trabaja seis semanas seguidas y libra otras tantas, está bien pagado y, sobre todo a medida que avanzan las medidas de seguridad, es menos peligroso que antes (era el Salvaje Oeste, en sus palabras), y siempre mucho menos arriesgado que el de los buzos, la mayoría de los cuales muere joven con la salud reventada por las inmersiones extremas.

Jennifer, Ole, Tina y Ana.


Contándome estas y otras cosas, y parando para examinar algún varano atropellado en la carretera, llegamos cómodamente a Lahad Datu, a la oficina de la Reserva de Vida Salvaje de Tabin. Allí me estaban esperando, de nuevo gracias a Gordon. Me despedí de mis benefactores y cambié de coche, rumbo a la siguiente etapa en la selva. ¡Borneo es inagotable!

Abrazos para todos.

7 comentarios:

  1. Creo que a estas alturas no queda nadie entre nosotros que no te odie...pues eso...a ver cómo iguala uno lo de elefantes en Borneo.

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  2. Viva! Qué fotos! Qué suerte! Me encanta tu foto con los elefantes. Qué pasada! Qué alegría y qué alboroto! Oe, oe, oe, oe.....
    Son muy bonitos. Parecen más tranquilos que los africanos, o por lo menos os ponéis muy cerca de ellos para ir en bote. Qué bestia! Veinte elefantes; ahí es nada. Eso sí que es para ir dándose pantocazos contra todo. Jejjee. Creías que la maniobra de las fotos de los elefantes nos iba a distraer del palabro del día? Error. Si bien los árboles no dejan ver a los elefantes, los elefantes sí dejan ver el palabro invitado del día. Jijijiji.
    Definitivamente Borneo va a mi wish list. Me alegro un montón por ti. Oe, oe, oe. Osvaldo, así sí!!
    (Y ya me adelanto, y en nombre de JJ digo, qué bien, Felni.)

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  3. Jajaja Pablo ¡ next destination Borneo! díselo a Ramón, que se vaya preparando para los orangutanes canívales. Fernan , tu cara de felicidad con los elefantes lo dice todo. Y ole por Ole, jaja si no lo digo me muero. besos a todos

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  4. Qué guay Fernando!!! has visto muchos búfalos antropófagos? te pasas todo el día comiendo palomitas sin parar para luego acabar metiéndote chocolate en la boca? ;-)...

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  5. Me ha gustado mucho tu aventura paquidérmica, pero estoy echando de menos tus gestas fustigando taxistas facinerosos. Me temo que ya corre la voz de tu presencia justiciera por el sureste asiático y los taxistas huyen de ti despavoridos...

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  6. Querido Fernando:
    Me ha encantado tu postal. Cuando sea mayor iremos a esa playa. Puedes enseñarme como ir y puedes ir con nosotros.
    Mama de ha enseñado una foto que sales tu con elefantes. Te quiero mucho. Me gusta mucho que me mandes postales.
    Besos Cayetana

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