domingo, 15 de abril de 2012

III. Eslovenia.

Queridos lectores:


Celebro hoy mi cumpleaños en Budapest, donde estoy acogido en casa de mi amiga Geneviève y familia, y os doy las gracias a todos los que me habéis felicitado de uno u otro modo (esto incluye a quienes lo hayáis hecho de corazón pero sin molestaros en recurrir a medios de telecomunicación, desde luego; os lo agradezco igualmente, aunque en tal caso no me habré enterado, claro).


Siguiendo con la narración cronológica del viaje, después de Austria, ya solo, me fui a Eslovenia (10.04.12), a casa de mi amigo Zvone, a quien ya he mencionado, creo. Con un viaje de seis horas en tren para algo menos de trescientos kilómetros de trayecto, tuve oportunidad de recordar antiguas andanzas de interraíl, y cavilar cómo han cambiado las cosas: recuperación del compartimento de seis personas (aunque vacío, ventajas de viajar fuera de temporada, supongo) y horas y horas de tren para leer, mirar el paisaje y echar la siesta tendido en tres butacas. Y lo mejor de todo: sin pantallas de televisión ni avisos por megafonía en tres idiomas.

Tras veinte años sin vernos, fue emocionante verle en el andén. Nos conocimos con motivo de un interraíl en el año 87, nada menos, viajando por Escocia. Luego tuve oportunidad de visitarle en Kranj, cuando Eslovenia aún era Yugoslavia, nos volvimos a ver poco después en España y hasta ahora.

Eslovenia es un país muy bonito, muy tranquilo, y con más variedad de la que cabría esperar para su reducido tamaño. Además de una buena porción de los Alpes, los Julianos, con el monte Triglav como cima máxima (2.864 m), abundantes bosques (la mitad del país esta cubierto por ellos), y ciudades de aspecto centroeuropeo (legado de su pertenencia al Imperio Austrohúngaro), dispone de un tramo de costa adriática, con ciudades como Piran que en tiempos pertenecieron a la República de Venecia, como a las claras muestra su arquitectura (incluso a ignorantes de la historia del arte como un servidor de todos ustedes).

Por si fuera poco, la capital, Lubliana, pequeña y rodeada de colinas y bosques, es bastante bonita, con un castillo en su preceptivo promontorio, cafés junto al río y una zona peatonal muy agradable.




Vistas de Skofja Loka.

En su hogar, en Skofia Loka, a las afueras de la capital, tuve oportunidad de compartir vida familiar con la familia de Zvone: su mujer Tina y sus hijos Jan y Vid, sentirme en casa, y contemplar asombrado el crecimiento de la que ya hace veinte años era la muy extensa colección de discos de vinilo de Zvone. Tendrá ahora no menos de diez mil, pero ni él mismo lo sabe, ni le inquieta lo mas mínimo contarlos, no tiene más índice que su memoria. Hay de todo y la mayoría bueno, o por lo menos interesante: muchísimo rock and roll y derivados, pero también folclore diverso. Cuando recibe algún disco por correo (como sucedió mientras estaba yo allí), lo primero que hace Zvone es probarlo en el equipo de música que tiene en su celda subterránea (una habitación en el semisótano rodeada de paredes con discos por todas partes menos una, y eso porque había que poner la puerta en algún lado) para, si hace falta, llevarlo a limpiar a la máquina especial de otro amigo coleccionista. Me asegura que ha escuchado todos los discos al menos una vez, cuando no varias; de hecho tuvo un programa de radio durante muchos años, a base de discos de su colección privada.


Tina, Zvone y Vid, falta Jan, el hijo mayor.

?Houston?
No, los estudios de la televisión nacional eslovena.

Dedicamos un día (11.04.12) a visitar Zvone y un servidor de todos ustedes algunos pueblos cercanos a la costa, y también Piran y Koper. Nos empapamos con la lluvia imparable que vena del mar, y para acabar la jornada decidimos cambiar de país.


IV. Italia.

Por lo que nos acercamos a Trieste, ya de anochecida. Fue un gusto para mí  dejar de ser analfabeto: entender los carteles e incluso lo que le dicen a uno los camareros en la lengua del país. Es un lujo que olvidamos a menudo, del que no dispuse tampoco en Austria, y que tardaré en recuperar, por suerte y por desgracia.

Un café en la señorial plaza de la ciudad, un breve paseo por el malecón, y de vuelta a las tinieblas linguísticas eslavas. Menos mal que siempre nos queda el inglés. Y por supuesto, la cálida acogida de Zvone y su familia.


III. Eslovenia otra vez.

De vuelta pues en Eslovenia (no se alteren los ortodoxos, seguimos a país por entrada), el día siguiente (12.04.12) revisité Lubliana y por la tarde saludé a los muy amables padres de Tina en Skofia Loka, y luego a la madre de Zvone, en Kranj.  Aunque jubilada y con los achaques propios de la edad, Elza sigue siendo la mujer enérgica que me acogió en su casa hace veinticinco años. Nos dio de merendar con generosidad y firmeza (o sea, que nos tuvimos que acabar todo lo que nos había preparado, que estaba muy rico, por lo demás), y me preguntó sobre mi vida, qué iba a hacer mi novia en casa en mi ausencia (echarme de menos, entre otras cosas, como yo a ella) y otras cuestiones propias de la ocasión. Fue muy agradable sentir la alegría recíproca de volvernos a ver tantos años después: los sentimientos sinceros no se confunden ni se ocultan, aun con tanta lejanía de por medio.


Lubliana bajo la lluvia (y yo sin paraguas).


Y después de la lluvia (y yo sin sombrero).


Despierte quien sepa leer los signos.


Puesto que Zvone andaba extraordinariamente atareado con su trabajo como realizador en la televisión nacional, decidí proseguir viaje para pasar el fin de semana en Budapest. Así que al día siguiente (13.04.12)vuelta a los trenes del pasado, esta vez con nueve horas por delante, bellos paisajes alpinos y de llanura, y como en todos los casos, con el libro electrónico bien munido; indiscutible ventaja del viajero actual que ya glosaré en otro momento. Leyendo, resolviendo problemas de ajedrez, durmiendo, paseando por el pasillo, y contando faisanes por la ventanilla (los había a patadas), llegué de nuevo al Danubio, desde donde escribo, pero de Budapest ya contaré cosas en otra entrada.

Abrazos para todos.


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