sábado, 28 de abril de 2012

VI. Rumanía (i).

Queridos lectores:

Por fin comenzó el viaje a lo desconocido. Llegué a Timisoara en tren, vía Bekescsaba y Arad, ya bien entrada la noche, factor acentuado por que el reloj se retrasa una hora al cambiar de país (17.04.12).

La primera impresión fue bastante mala. La estación misma y los alrededores son de lo más feo que he visto en Rumanía, y la gente que pululaba por ahí a esa hora no invitaba a organizar una campaña de abrazos gratuitos, precisamente.

Tras algunos titubeos, decidí encaminarme a uno de los hostales que recomendaba la guía de viajes (suelo hacer caso omiso de tales cosas, pues prefiero indagar a mi aire o recurrir a otros métodos de alojamiento, de los que hablaré luego). Cambié algo de efectivo en el tenderete de guardia y compré un billete para el tranvía, según las explicaciones de la guía, pero a las diez de la noche parece que la frecuencia de paso es nula, así que hube de desistir tras un rato de espera. Decidí llamar al hostal. Buena idea, sólo hacía falta encontrar un teléfono publico (descartado llamar con las tarifas internacionales del mío) o convencer a alguien de que me dejase el suyo. Constatada la inexistencia de teléfonos (pandemia creciente), y pese al cartelón que proclamaba lo contrario en la estación de tren, no quedaba más remedio que hacerse el simpático por la calle.

Entré en el superete nocturno y pregunté a la chica que atendía. No me miró con mucha simpatía, pero su compañera, que debió verme cara de buena persona (la naturaleza humana tiene estos y otros misterios mayores), sí accedió a prestarme el móvil. Llamé, me dieron las indicaciones oportunas para ir en taxi (son muy baratos, por menos de tres euros se hace una carrera normal), y por fin llegué a mi destino.

En la pensiunea, asimilable a un hostal agradable en España, me orientaron mucho para el día siguiente. Temprano por la mañana salí a correr a lo largo del canal que es el eje de la zona verde de la ciudad. Comprobé que el verdor sólo aparecía en los mapas: el canal está bastante abandonado, o por lo menos las márgenes; si algún día fue una agradable zona de paseo, hoy escasean los tramos aceptables, ensuciados con todo tipo de detrito urbano. Para mi estupor, de regreso en el hotel, la chica me explicó que había planes de organizar paseos en barca por el canal. Supongo que cada cual se apaña con lo que tiene.

Mis primeras impresiones del país no estaban siendo muy halagüeñas, pero como viajero experimentado que va siendo uno, sé que no hay que apresurar los juicios. Me fui pues a visitar la ciudad, en la que pensaba pasar un día completo a fin de organizar el resto de mi tiempo en Rumanía.

Timisoara, orgullosa madre de la revolución que depuso y fusiló al dictador Ceacucescu en Navidad de 1989, es una ciudad típica rumana. No es muy fea ni muy bonita. Alterna algunos edificios y plazas agradables con otras francamente feas. Le aflige, como a muchas otras ciudades según he podido ver, el estado de gran abandono en que se hallan la mayoría de sus inmuebles. Ya imagino que no hay dinero para esto, o de acuerdo con lo que me dicen los lugareños, lo hay, pero acaba siempre en los bolsillos de quien debe administrarlo.

Es una pena, porque casi todas las ciudades tendrían un aspecto bastante agradable a poco que las adecentasen. No es que sean horrorosas, pero la línea que me trajo desde Viena hasta aquí pasando por Lubliana y Budapest declinaba rotundamente. Será la percepción avejentada (quiero decir madura y reposada, claro) que voy teniendo de las cosas, será el tiempo lluvioso y grisáceo que he tenido hasta hace muy poco, será que realmente necesitan baldearlas; probablemente las tres cosas a la vez.

Como lo primero es lo primero, me llegué al centro de información turística. Suelen tener planos manejables de la ciudad, con indicación de los monumentos principales (e incluso secundarios y terciarios: a veces mueven a risa), y también le dicen a uno donde encontrar un locutorio con internet. Esto  último, que podría parecer cosa fácil, se ha demostrado un constante acertijo: existe a lo sumo uno en cada ciudad y hay que encontrarlo pese a las muchas respuestas negativas de la gente, si es que, como es frecuente, el centro de información está cerrado o simplemente no existe.


La catedral ortodoxa, a un extremo de la plaza más concurrida.


El orgulloso teatro de la ópera, al otro extremo.


La plaza más arreglada, pero también medio despoblada.

Invertí buena parte del día (18.04.12) en indagar por internet posibles itinerarios (digamos que la guia de viaje es un mínimo generalista que conviene, si se puede, complementar). El resto se fue en cambiar dinero (se acabó el paraíso de la moneda común), sacarme un billete de tren, contratar un coche de alquiler para el día siguiente en Cluj-Napoca (todo el mundo lo llama Cluj a secas), y visitar la ciudad. Y por supuesto, llamar a mi chica por skype, otra de las ventajas del viajero moderno.

Decliné la posibilidad de asistir a una representación de ballet en el teatro local de la ópera, orgullo de las funcionarias de información turística, según parecía, y preferí retirarme temprano a mis arrendados aposentos.

Terminó de este modo mi primera jornada completa en Rumanía. Pero vinieron otras mejores y más interesantes, de las que daré cuenta próximamente.

Abrazos para todos.


2 comentarios:

  1. D. Fernando, el concurso-oposición es harto complicado. Me ha jartao ha buscar parajes rumanos por Internet y no ha habido manera de encontrar ni siquiera la iglesia-ermita-loquesea, que muy sibilinamente has fotografiado entre neblinas para no tener que dar el premio. Ay, esa picaresca del abogado errante...

    Es un placer poder ver las fotos y verte a ti en pleno y piadoso sacrificio, recorriendo el mundo y haciendo el bien allá por donde vas. Fuera de bromas, muy interesantes las fotos. Complementan estupendamente a tus crónicas.

    A juzgar por las imágenes de Timisoara, yo diría que se ha producido la clásica situación de película draculesca, en la que el recién llegado se encuentra con una ciudad desierta, aunque como sabes los habitantes espían tus movimientos escondidos tras recias puertas blindadas a base de ristras de ajos y crucifijos (ortodoxos, eso sí). O eso o es que en la tele había júrgol. Prefiero no pensar en otras opciones, como que no ibas lo suficientemente aseado para los cánones timisoarenses.

    Un fuerte abrazo y no dejes de escribir de vez en cuando, que leer lo que haces anima mucho.

    Fran

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  2. Se me ha colado un "ha" con hache. Qué horror.

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