lunes, 30 de abril de 2012

VI. Rumanía (ii).

Queridos lectores:

Tras desayunar apenas un café en la pensión, bajo los auspicios de la gobernanta, que tuvo la amabilidad de preparame unos emparedados para el camino, cogí un taxi (son muy baratos, del orden de dos o tres euros por trayecto normal) y comparecí en mi estación de tren favorita (19.04.12).

Me esperaban unas cuantas horas de oficina. Destino: Cluj-Napoca, con cambio en Oradea. Dos horas y media el primer tramo, y otra hora y media el segundo. Esta vez decidí plantar cara a los faisanes desde el principio. Corrí las cortinillas a conciencia y me aseguré un panorama despejado a ambos lados del vagón. No iba a conformarme con pegar las narices a una sola vertiente de la vía; quería saber toda la verdad: o por lo menos cuántos hay y cómo se distribuyen. De modo que pasé las dos horas y media de camino hasta Oradea oteando faisanes. Treinta. No es mal número, y demuestra que no exagero cuando digo que hay muchos. Y a saber cuántos se me pasaron. Las liebres se quedaron muy atrás, con no más de una docena, aunque muy lustrosas todas ellas. Los corzos se conformaron con ser siete u ocho en un par de grupos.

Recurriendo a mi somera experiencia de aficionado en censos de avechuchos, intenté cavilar alguna conclusión de provecho para la comunidad ornitológica, pero una irreparable falta de conocimientos y método, de una parte, y la somnolencia propia de andar contando faisanes (como si fueran ovejitas), de otra, me hicieron desistir. De Oradea a Cluj me dediqué a leer y a otros menesteres. Además, el paisaje dejaba de ser llano y se veía que escasearían los sujetos de mi estudio.

En Oradea, espoleado por mi innata impaciencia y el consabido lema de las vacaciones intensas (v.g. "quiero verlo todo y quiero verlo ya"), tuve la gran idea de coger un taxi para que me llevara al centro, aprovechando la escasa media hora del transbordo. Efectivamente ví los pocos edificios principales de la ciudad a la carrera y llegué justito para coger el tren. Me juré no repetir con tan poco margen nunca más.


El centro, pequeño pero bonito, de Oradea.

Mi plan era viajar en coche durante tres días por la región de Manamures, de bonito paisaje y muchas de cuyas iglesias tradicionales de madera han sido distinguidas por la Unesco como patrimonio de la humanidad. A mi regreso a Cluj iba a alojarme en la casa de un matrimonio joven con quienes contacté a través de una red social de viajeros (hablaré de esto en algún momento). Antes, había de recoger el coche alquilado, a precio ventajoso, en una suntuosa compañía local.

Ante la falta de teléfonos públicos en la estación, para variar, tomé un taxi y le pedí que se sirviera llamar él mismo al encargado de entregarme el coche. Llegamos sin sobresaltos a un centro comercial enorme, tan grande, antipático y ruidoso como cualquiera de los nuestros, y allí me recogió el hombre de la agencia de alquiler. Para no eternizarme, diré que tardamos hora y media en que saliera yo por fin victorioso de Cluj con mi coche alquilado. Simpatía y buena disposición nunca fueron sinónimos de eficiencia, y este caso lo hizo patente. Renuncié al lavado del embarrado coche, exigí y obtuve un mapa de carreteras que el buen hombre me compró un tanto avergonzado en una gasolinera, creí con reservas su explicación de que el testigo permanente de avería del motor no era más que un fallo eléctrico, y me sumé al desastrado tráfico de la ciudad, rumbo a Baia Mare, al norte.

Las carreteras son regulares en Rumanía, al menos las que transité en esos días. Salvo la principal, equiparable a una buena de carriles sencillos de las españolas, las demás están bastante estropeadas, muchas en obras, y cuando no, con numerosos baches y pobre señalización. Esto y que el paisaje empezaba a ondularse me convenció de parar y pernoctar en Baia Mare, una ciudad de cierto tamaño en la comarca. Como no era muy tarde aún, busqué una cafetería con wifi y conecté el móvil, a fin de buscar quien me hospedara esa noche. Mi idea era dedicar a este intento un cierto tiempo y, si fallase, registrarme simplemente en alguna de las pensiones de buen aspecto que había avizorado por el centro en una vuelta de reconocimiento.

Huelga decir que un teléfono móvil no es la herramienta idónea para navegar por internet, pero aun así logré enviar algunas peticiones de asilo. Esperé un tiempo prudencial, me tomé algún café y, viendo que ya caía la noche sin novedades, ejecuté la segunda parte del plan y me fui a un hostal.

Nada más instalarme en la habitación, conecté el teléfono de nuevo, aprovechando el wifi del local, y, oh sorpresa, tenía una respuesta positiva de Florin, que aceptaba recibirme esa noche en su casa. Un minuto demasiado tarde, pensé. Era la paradójica consecuencia de no tener acceso directo a internet. Demasiado tarde ...¿o no?.

Pensé que mejor una vez colorado que ciento amarillo, y bajé ipso facto en busca de la gobernanta (tanto esta como la de Timisoara daban el tipo perfectamente), quien afortunadamente hablaba bien inglés. Aunque contrariada, la buena señora encajó mi capricho con deportividad y comprensión, más de la que esperaba, y tras contentarse con comprobar que no hubiese yo usado el baño (para mi fortuna, no lo había hecho), accedió a deshacer el negocio y devolverme, entero, el dinero. Se lo agradecí muy sinceramente, al tiempo que me excusé por las molestias y el disgustillo, y me fui a la hamburguesería en la que me había citado mi anfitrión, donde mi siguiente obstáculo era avisarle por teléfono.

Escogí, con acierto, una víctima joven, de mi mismo sexo y con cara de espabilado, le expliqué cuánto sentía tener que recurrir a estas maniobras y conseguí, sin necesidad de muchos aspavientos, que me dejase su teléfono para emplazar a Florin. Como colofón, me invitó a distraer la espera con él y con un amigo suyo. Como todo en este mundo tiene su contrapartida, aclarado que mi benefactor diseñaba páginas de internet y que un servidor de todos ustedes se gana la vida como abogado, le devolví el favor con una charla acelarada sobre los signos de reserva de la propiedad intelectual. Pese a que cualquier cálculo me hubiera dado saldo acreedor en la transacción,  decliné pasarle la minuta, agradecido como estaba por el favor y la compañía. Queda demostrado que también los abogados tenemos buenos sentimientos (a veces).

Florin llegó al rato, y muy amablemente pasé de la tutela de mis improvisados amigos o clientes a la suya.  Florin se portó extraordinariamente bien conmigo. Me dió de cenar, en su casa, platos típicos preparados por su señora madre con productos del pueblo, y luego me llevó a tomar una cerveza con unos amigos suyos, a un salón de banquetes amenizado por una banda de música ligera rumana primero, y a un bar más pacífico después.


Con Florin, en el salón de su casa de Baia Mare.

Florin, que como ingeniero se dedica también a las páginas de internet, me acogió de modo muy caluroso. Conversamos durante horas, tomamos alguna cerveza más, y ya de madrugada me ayudó con gran interés a preparar mis jornadas subsiguientes. Quedé impresionado tanto por su hospitalidad sin reservas como por la eficacia de la red social, y desde luego se lo hice saber.

Me fui a dormir con la confianza de quien se halla entre amigos, con la sensación de tranquilidad de estar ubicado y asistido en un entorno que ya no era tan desconocido. Atrás quedaba el frío recibimiento de la estación de Timisoara.

Abrazos para todos.


2 comentarios:

  1. Muy interesante tu jornada. Ya nos contarás lo de la red social. La que yo conozco es www.airbnb.com con casas en todo el mundo. ¡¡¡Adelante, Fernandín!!!

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué majo Florín!!!! Una pregunta ¿Skofja Loka es la mujer de Juan Carlos Chorizo???? Ja ja.

    ResponderEliminar