sábado, 5 de mayo de 2012



VI. Rumanía (iii).

Queridos lectores:

Nuevo día y nuevo desayuno, con Florin en su casa. Tras despedirnos temprano por la mañana (20.04.12), decidí tener un gesto caballeresco para con la gobernanta frustrada. La víspera había entrado a preguntar direcciones en la floristería de la plaza central, muy cercana a su pensión, así que compré unas pocas flores (son considerablemente más baratas que en España) y se las llevé en mano para agradecerle su generosidad y mostrarle que lo valiente no quita lo cortés. Por supuesto que la señora agradeció el gesto, y me invitó a un café. Ambos quedamos contentos, y ambos ganamos una historieta que contar, ella en persona y yo en estas páginas.

Ya en marcha por carreteras secundarias en mi flamante y siempre averiado coche, anduve hilando pueblecitos con iglesias de madera. Muchas son del S. XIV y alrededor, y desde luego dignas de verse. De hecho, su defensa por parte de la Unesco fue una de las pocas fuerzas que, dentro y fuera de Rumanía, se opusieron a los planes de colectivización forzosa del nefasto Ceaucescu. Pretendía el dictador derruir la mayor parte de esas aldeas para agrupar a sus habitantes en pueblos de nueva construcción. Como de costumbre, con cualquier excusa y el mismo fin de siempre: subyugarlos aún más. Por fortuna, tales planes no se llevaron a cabo, o al menos no plenamente. Sí es cierto que en casi cualquier ciudad rumana le pueden mostrar a uno edificios feísimos que, por decreto, sustituyeron a los originales. La manía destructiva de Ceaucescu se cebó sobre todo en la capital, donde derruyó barrios enteros, incluyendo antiguos monumentos. Los museos rumanos dan buena cuenta del desastre. Desastre para los habitantes puesto que además de cargarse la arquitectura original porque sí, la calidad de las nuevas construcciones es, en general, ínfima.

No obstante lo anterior, en la región de Maramures están las aldeas mejor conservadas, según parece, del país. Muchas de las casas son de madera y siguen habitadas hoy en día (con antena parabólica, eso sí), todas las aldeas alardean de iglesia de madera, sea antigua o moderna, y la tracción animal es de uso común por carreteras y caminos. Mi itinerario engarzó (con la alegría de mi poco lustroso bólido) Surdesti, Plopis, Budesti, y algunos villorrios más. Todos con su iglesilla de madera, de indistinguible antiguedad para mí, a no ser por los oportunos carteles turísticos, y su camposanto alrededor.


Iglesia de madera típica.

 Monasterio e iglesia moderna en Sapanta.
Dicen que es la estructura de madera m'as alta del mundo. A saber.





El monasterio de Monovita.

El interior.












 Detalle del interior. Un auténtico muestrario de martirios.



Una de los portalones típicos de la comarca, abundantísimos,
tanto para iglesias como para casas particulares.




Iglesia con cementerio.



Mención singular merece el cementerio feliz de Sapanta. Desde que un artesano local tuvo la (feliz) idea a comienzos del siglo pasado, los epitafios de todas las tumbas, en madera, evocan alguna escena de la vida del finado, con un texto jocoserio y variados colores, entre los que prepondera un azul desenfadado. El resultado es verdaderamente original y alegre, en especial atendida la naturaleza del lugar. Un amigo rumano me tradujo en otro momento algunas de las inscripciones, y pude comprobar su tono despreocupado.



El cementerio feliz de Sapanta.

La carretera que me llevó a Sapanta y me devolvió a Sighetu Marmatiei  (Sighet para los amigos) va paralela a la linde con Ucrania, cuyos montes y caseríos se ven al otro lado de la hondonada del fronterizo río Tisa. Me repetía interiormente lo exótico de estar a tiro de piedra (tiro de forzudo) de la tierra de los cosacos novelescos.

El monumento más destacado de Sighet es el museo conmemorativo de las víctimas del comunismo, en la que hasta bien entrado el S. XX fue prisión. No encuentro placer en visitar estos sitios, pero me mueven a reflexión y me indignan, mucho y sin que yo me lo proponga, por el inútil sufrimiento de tanta gente en tantos lugares, oprimidos por la villanía de quien simplemente tuvo los medios de imponerles su locura. Encarcelaban aquí sobre todo a presos políticos procedentes de la vida cultural del país. Es sabido que las ideas libres son una amenaza para los tiranos.

La estancia en la ciudad acabó tras la peregrinación obligada al único café con internet, oculto para casi todos los lugareños pero no para mi necesaria perseverancia.


Patio interior de la cárcel de Sighet.




Escultura  en el patio exterior de la misma cárcel.



Paisaje en Maramures.
Esta era una de las fotos del concurso, declarado desierto (lástima).


Otra iglesia, ya no recuerdo cuál.


Por el camino al valle del Iza, me entretuve en recoger a los muchos aldeanos que usan (como en toda Rumanía) el autostop como medio normal de desplazamiento para trayectos cortos. Al apearse, todos me ofrecieron uno o dos lei en pago, según es costumbre. Y a todos se los rechacé, aunque hubo quien, más terco que el chófer, me dejó el dinero en el salpicadero. Un paisano entrado en años al que salvé de un indeseado suicidio por estrangulamiento con el cinturón de seguridad (no acostumbran usarlo, aunque está mandado) quiso, sin que yo hubiese visto oportunidad en ello, entablar conversación:

- ¿Grecocatólico?
- No, romano católico (explicar mis inexistentes creencias religiosas por señas y sin soltar el volante me pareció exagerado).
- (Con la mano al pecho, sonriente) Grecocatólico.

Pasado un minuto:

- (Ufano) Ortodox comunisti.
 Ambos respiramos aliviados. Mi huésped porque yo no fuese comunista u ortodoxo, me pareció, y yo porque creía agotada la conversación.

Otra iglesia en Barsana y conduje hasta el final de un ramal de la carretera, Glod, aldea de calles sin asfaltar (como todas) y con profusión de casas de madera (que ya periclitan en pueblos mayores), animales sueltos y vecinos curiosos por ver pasear al extranjero. A tanto rusticismo se oponía el aire moderno de su única pensión, en la que pasé la noche.





Casas de madera, habitadas, cerca de Glod.

Al amanecer decidí ganarme el desayuno corriendo por el campo, animado por el sol esplendoroso que lució por primera vez en todas mis mañanas rumanas. La idea era saludable pero no tan astuta en un pueblo a las faldas del monte. Lo bueno de arrastrarse asfixiado cuesta arriba por caminos enlodados es que da tiempo a admirar la belleza del paisaje: prados, bosquetes de hayas, abetales, arroyos, labrantíos, casas de madera. Eso y que el regreso es hacia abajo, claro, y al final espera el ansiado desayuno. Copioso desayuno. Hasta ahora predominan las señoras que han hecho de cebarme una cuestión de orgullo propio. La hospitalidad asesina, que diría mi amigo Juan. A las susodichas se suman los anfitriones que quieren compartir unas cervezas por la noche, y así no hay caso. Pero me estoy quitando, lo prometo.

Bajando ya por el valle del Iza me acerqué a alguna otra iglesia de madera, y enfilé hacia el puerto de montaña de Prislop, que comunica la región de Maramures con la de Bucovina, a 1.416 m de altitud. Quería haberme paseado por su entorno, bellísimo y más propio de alta montaña en nuestras latitudes, pero lluvia y niebla me desanimaron: un brevísimo y húmedo paseo por el bosque, y adelante. Al mal tiempo buena cara: alteré mis planes originales, más humildes, y decidí visitar los monasterios pintados de la región, empezando por el de Moldovita.



Iglesia (de cemento, que la niebla ayuda a disimular) en el puerto de Prislop.
Esta era otra de las fotos del concurso (ooh).




En las inmediaciones del puerto.



Confieso que me impresionó el monasterio. Esperaba el enésimo templo, más o menos bonito, pero me sorprendió mucho tanto colorido, por fuera y por dentro. El entorno seguía siendo muy hermoso, de montaña alternada con pueblos y prados, y el coche es una gran ventaja en recorridos así.


Ya en Bucovina.

De Moldovita a Sucevita. En la carretera, junto al aparcamiento, había una pareja de estudiantes que hablaban en inglés entre sí, haciendo autostop. Visité el monasterio con calma, salí, y allí seguían. Les expliqué que me proponía visitar los restantes monasterios principales y les invité a acompañarme, si era su gusto. Aceptaron muy alegremente, y juntos nos fuimos a ver los de Humorului y Voronet. Sophie, estudiante francesa y Cristi, joven ingeniero rumano, eran muy simpáticos y nos reímos mucho, colándonos sin pagar en los monasterios (ellos por necesidad y yo por diversión, lo confieso), a despecho de las monjas ortodoxas (y previsiblemente comunistas). Fue muy interesante contrastar las opiniones de Sophie como extranjera residente en Cluj con las de Cristi, y nos llamó la atención el empeño de los vendedores por colocar como souvenirs coloreados huevos de Pascua que ningún turista medianamente diligente podría hacer llegar enteros a casa.


Interior del monasterio de Moldovita.



La muralla que protege el monasterio de Sucevita.


El monasterio de Sucevita.


Detalle de la escalera de la virtud.
Caen entre demonios los pecadores, mientras los ángeles ayudan a los virtuosos.


Alrededores de Gura Humorolui.


Me despedí de ambos en Campulung, me comí un covrigi (bollo típico) y seguí hasta Vatra Dornei, donde dormí en la pensión Pop. No porque tuviese hilo musical (si lo tuvo alguna vez, debía llevar muerto décadas), sino por el apellido del simpático dueño que, acaso sabedor de mis excesos, me despachó con un café y un apretón de manos por la mañana.

Tocaba llegar a Cluj para devolver el coche por la tarde (21.04.12) y, conocidas las carreteras rumanas, decidí no ser ambicioso e ir regresando sin más que alguna parada para estirar las piernas y una breve visita a Bistrita, feúcha ciudad con un centro que, arreglado, la mejoraría mucho.

En Cluj, vuelta a buscar algún samaritano con teléfono móvil para avisar al encargado del coche (no funcionaba ninguno de los dos teléfonos públicos que probé en el centro comercial). Devolución en orden, llamada a mi anfitriona para esa noche, breve espera con café y ominoso ambiente comercial, y apareció Tünde, al rescate. Y de lo que pasó después, hablaré otro día.

(Espero añadir algunas fotos más a esta entrada, cuando supere ciertos problemas técnicos.)

Abrazos para todos.

4 comentarios:

  1. Hola majete:
    Menudo invento el poder hacer participe a propios y algún extraño despistado de tus correrías orientales, incluyendo material gráfico.
    Disfruto de lo lindo con los post y -sobretodo- de saber que el viaje discurre sin sobresaltos reseñables y que la salud y el buen humor te acompañan.
    Por la Villa y Corte sin grandes novedades. Eso, no news, good news.
    Abrazos,
    JAOrgaz

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  2. ¡Qué chulo todo! Qué bien que hayas podido poner alguna foto. Además de para saber cómo estás y reírnos con tus andanzas (¿flores a la gobernanta?) es como leer un libro de viajes, pero más divertido. Como diría Bart Simpson... ¡moooooola!

    Un beso fuerte.

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  3. Me pregunto qué porcentaje de la población mundial le habría regalado flores a la gobernanta. Como estoy seguro de que es ínfimo, eso te coloca entre lo mejorcito de la especie humana. No exagero nada, Fernando.

    Las fotos son muy buenas, y estás haciendo unas descripciones estupendas. ¡Lo que nos espera a nosotros, tus ávidos lectores!

    La llegada al Mar Negro supongo que abre el camino hacia Asia. Nadando tienes a sólo unas horitas Sebastopol y un poco más allá Trapisonda (que es la monda). No dejes de mantenernos informados de tus alegres correrías.

    Por cierto, a ver si retomo el blog. Ya te avisaré cuando publique algo. :-)

    Un fuerte abrazo

    Fran

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  4. ¡Qué descojone! Confieso que he leído todas las entradas aunque hasta ahora no haya comentado nada. Es el blog más socialmente conveniente que haya leído jamás. ¡Vivan los adverbios fulminantes y los adjetivos floridos! Y la conversación con el paisano es de Muchachada Nui, ¿cómo se puede tener esa intensidad en una charla de autoestop?,¿es que el paisano había leído ya tu blog y sabía quién eras? ¡Vaya dos sénecas! En fin...go, hit and run!

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