lunes, 7 de mayo de 2012


VI. Rumanía (iv).

Queridos lectores:

Tünde tuvo la gentileza de recogerme para llevarme a su casa, cercana (22.04.12). Puesto que ninguno habíamos comido, sugirió preparar un gulash, al que contribuí pelando zanahorias y patatas. El gulash salió efectivamente riquísimo, por el arte de Tünde y no por el mío, claro está, y me da pie a mencionar que tanto ella como su marido, Ede, son rumanos de origen húngaro.

Buena parte de la actual Rumanía (casi todo el interior del arco de los Cárpatos) perteneció a Hungría durante largo tiempo, hasta los vaivenes de las dos Guerras Mundiales. Por ello son muchísimos los rumanos de nacionalidad que conservan la lengua húngara, disponen de educación (incluso universidad) en ella y se siguen considerando simplemente húngaros. Tanto que el Estado húngaro les reconoce la nacionalidad con tal de que prueben su filiación. Al decir de algunos húngaros, Rumanía comienza más allá de los Cárpatos, donde esta opinión sitúa también, maliciosamente, el confín de la Europa civilizada. Sea como fuere, para gente como Tünde y su familia, el rumano es una lengua aprendida en el colegio, no en el hogar.


Ede, Tünde y su invitado.

Tras almorzar, Tünde se ofreció a mostrarme el centro de Cluj. Aunque no es una ciudad particularmente monumental, sino estudiantil por sus importantes universidades, confirmé la impresión de que, como otras, debidamente embellecida podría ofrecer algunos paseos agradables. Mi anfitriona sostiene, e interlocutores posteriores lo corroboraron, que la calidad de los materiales que se emplean es ínfima, por lo que en escaso tiempo los edificios reparados vuelven a la ruina. También me hizo notar los estragos de las demoliciones de Ceaucescu, ostensibles cuando entre fachadas de época se incrusta algún adefesio de cemento crudo. Visitamos la catedral ortodoxa, conversamos largo y tendido sobre un montón de cosas interesantes (incluyendo religión, para compensar quizás el episodio de Maramures) y volvimos a casa, donde nos recibió su marido.

Ede, aunque visiblemente cansado de un larga jornada en época de mucho trabajo, mostró muy buen humor y nos acompañó en la cena ligera que siguió más tarde. Cena en la que tuve que trasegar un vasito de polinka, el fortísimo orujo local con el que también Florin me había obsequiado, y que desde entonces he aprendido a rechazar educadamente. Poco más quedaba por hacer sino acostarse pronto, pues a las 6:30 del día siguiente estábamos ya los tres en pie y listos para empezar la jornada (tienen una niña que durmió en casa de sus abuelos para cederme su cuarto; conste como muestra, entre otras muchas, de su hospitalidad).

Despedidas afectuosas y a la estación del tren. Próximo destino: Sibiu (23.04.12). Unas pocas horas de viaje para menos kilómetros y listo. Aparecí en casa de Andrei, mi siguiente anfitrión. Tras ser presentado a su señora madre y dispensarse Andrei por estar ocupado en la poda tardía de su emparrado (viven en una casa baja próxima a la estación), me fui a conocer la ciudad.

Sibiu fue designada Capital Europea de la Cultura en 2007, y gracias a ello se restauró su centro histórico, muy bonito, aunque pequeño y rodeado de mucha ciudad bastante menos grata.


La plaza principal de Sibiu.


Otra plaza, aneja a la principal.


Restos de la antigua muralla.


Otra vista de la plaza principal de Sibiu.

Andrei se me unió al caer la tarde para honrar mi invitación a una cerveza y algo de cenar. Me contó viajes y sus experiencias con couch surfing, asunto sobre el que vengo a cumplir ahora mi promesa: se trata de una red social en la que particulares solicitan y ofrecen acomodo en sus hogares, gratis y por todo el mundo. Es el glorioso remedio de aquel antiguo lamento: "cuánta gente no habrá en este pueblo dispuesta a ser nuestra amiga y que, por falta de comunicación, nunca conoceremos". Esto decíamos Luis, Juan Manuel y un servidor, de interrail por Europa allá en el año 86 u 87. Los tiempos avanzan que es una barbaridad.

Glorioso digo, y no exagero. Ser cálidamente acogido por un perfecto desconocido que sólo tiene de uno exiguas referencias y un par de retratos, es hospitalidad extremada que merece todo mi encomio. Añádase a eso que la casa sea pequeña, o el anfitrión haya desplazado a alguien (como Tünde y Ede hicieron) para ceder su cuarto, o venga harto del trabajo, o comparta su única habitación  (como hizo Andrei), y le ofrezca a uno comida y bebida (aunque sea tremendísimo orujo) y se comprenderá la generosidad del gesto.

Desde luego todos los partícipes de la red compartimos el afán viajero y cosmopolita que le confiere sentido. Aunque yo alterno este sistema con hoteles según me conviene o puedo, hay quien viaja sólo así, y con mucho éxito. Desde luego, un servidor de todos ustedes está encantado de la experiencia, que le permite vivir el país desde dentro, hacer amigos y compartir un poco de su vida.


Con Andrei, mi anfitrión en Sibiu.

Claro que también hay gorrones, según me explicaba apenado el bueno de Andrei. Aprovechados sin escrúpulos a quienes toda la bonita palabrería que acabo de escribir les trae al fresco y que sólo buscan una cama gratis, a poder ser con despensa llena. En ciudades muy demandadas, como Sibiu, este riesgo es muy real. Diez días tardó Andrei en desembarazarse de un indeseable de esos, y aún tenía cargo de conciencia. Será porque soy mayor que él, o porque soy abogado, no lo sé, pero no me quedé tranquilo hasta que le hice ver que nadie puede poner reparos a su hospitalidad, máxime conociendo su humilde casa y medios de vida. Todo lo contrario.

Al día siguiente temprano  (24.04.12) ya estaba yo otra vez en el tren, ahora rumbo a Sighisoara.
Sighisoara, en un promontorio (y por tanto fortificada, como es preceptivo), es un pequeña ciudad que junto con Sibiu y Brasov conforman el llamado triángulo sajón en Rumanía. En el S. XII, el rey de Hungría ofreció estas tierras fronterizas a los sajones a cambio de que las defendieran en su nombre. Tanto las tres mencionadas como muchas otras localidades de la zona conservan su denominación alemana, además de la rumana, y rótulos bilingües. Sighisoara, la más pequeña de la tríada,  tiene mucha fama y se recorre entera en apenas un rato. Luego puede uno relajarse tomando una tortilla francesa mientras la camarera le cuenta sus andanzas por Tarragona y cómo espera regresar pronto, pues si no hay futuro en España, en Rumanía no parece haber ni presente (a su decir).


Vlad Tepes, Drácula 
(el hijo del dragón, por haber pertenecido su padre a esa orden de caballería) recordado en Sighisoara, donde pasó algún tiempo en el S. XV.


La torre principal de entrada a Sighisoara.


Aspecto de la plaza mayor, con tres gradaciones del deterioro de las casas.


Otra de las torres que guardan las murallas.


Otro ángulo de la plaza, con la iglesia católica en lo alto.


Plaza y torres ya conocidas, en otra perspectiva.

De vuelta al tren, y en otras pocas horas para unos agónicos kilómetros, arribada a Brasov, la joya de la corona según me la habían alabado tantos, y no andaban errados. En Brasov no tenía anfitrión, pero como era temprano decidí darme una oportunidad antes de asilarme (y aislarme) en un hotel. Tras las consabidas pesquisas y vagabundeos, dí con el locutorio de internet y lancé una nueva ofensiva en pos de un anfitrión. Cuando ya me daba por vencido, apareció Marius, y al rato aparecí yo en su casa, no sin antes haber peleado con el taxista más tonto del pueblo. El plan era práctico y sencillo: el taxista llama a Marius con su móvil (una llamada local, caramba), éste le da las señas pertinentes, yo le pago la carrera y todos contentos. Pues no: cuando se carece de luces debe ser un mundo comprender que uno pretende sólo una llamada local y en rumano; cuando además se es mezquino, ha de exigirse un misérrimo leu por la llamada del cliente que nos da de comer; cuando encima de todo lo anterior ni siquiera se es honrado, ha de intentarse sisarle otro leu en el cambio. Las dos primeras me parecieron inevitables, a la tercera me negué en redondo, por supuesto.

Lo primero que hizo Marius fue dar de comer al hambriento (o sea, un servidor de todos ustedes). Luego, ya caída la noche y en buena sintonía, nos fuimos a pasar revista a un par de cervezas en el centro monumental. Discutimos visitas e ideas para mi estancia en la zona y, como el pronóstico del tiempo era bueno para los días siguientes (por primera vez en semanas), Marius me animó a marchar sin tardanza a la montaña. Contacté pues desde su casa con otro anfitrión en Zarnesti, en las inmediaciones del parque nacional de Piatra Craiului, y allá que me fui a primera hora del día siguiente (25.04.12).

El pueblo de referencia es Zarnesti, muy pequeño y a una treintena de kilómetros de Brasov (eso sí: casi una hora de tren, para variar). Llegado al centro, repetición de la jugada con el teléfono de Andras, mi nuevo contacto. Esta vez el taxista tardó menos en comprender y fue honrado, ya que no rápido de reflejos. Once kilómetros de traqueteante camino de tierra monte adentro me llevaron hasta el llano de las hojas, Plaiul Foii, donde Andras y su mujer Eni, con su hijo Jonathan, tienen y regentan un estupendo hotel rural, Cabana Dianthus.



Piatra Craiului, camino a Plaiul Foii.


Falta la fotografía de enmedio (por no ser cansino), 
pero haceos idea de que la cresta rocosa es el triple de larga.


El hogar y negocio de mis anfitriones.

Andras, Eni y Jonathan son también rumanos húngaros. Andras cambió la abogacía por el turismo rural, y de momento no les va mal. Me cedieron graciosamente una habitación del hotel (y eso que se ganan la vida alquilándolas; igualito que el taxista de Brasov) y luego me dieron de comer. En la sobremesa discutí con Andras posibles caminatas montunas para por la tarde. Aunque pronto quedó claro que Andras es un fenómeno montañero (v.g.: correr mil quinientos metros Teide arriba en un par de horas no está al alcance de cualquiera), decidí no arrugarme cuando me dijo que 900 m de desnivel (entre 700 y 1.600 m aproximadamente)  y cinco horitas de marcha circular serían un buen aperitivo (y con seis horas de luz por delante). Las vistas, según Andras, serían las mejores de la zona.

Escoltado en el llano por la familia, con la cámara de fotos, un litro de agua (luego me sobraron varios cientos, calculando a la baja) y los prismáticos, me fui monte arriba, entre abundantes lobos, osos y linces que no quisieron saludarme, por más que me hubiera gustado.


Tarjeta de visita, ¿de los lobos? 
(se ruega confirmación del público zoólogo).

El camino era verdaderamente bello, y muy empinado, pero suda que te suda, llegué al alto de las vistas prometidas, que no desmerecían.


De camino a la crestería.

El mayor esfuerzo quedaba ya hecho, y ahora era cuestión sólo de remontar la cuerda por el bosque, llegar a la cresta de piedra, reseguir el borde inferior y bajar de nuevo por otra parte del bosque, hasta el hotel. En la distancia se oteaban cielos de tormenta, pero me creía a salvo, por lo menos hasta las postrimerías del paseo.


El camino lleva al borde del bosque con la piedra, por la cuerda de en medio.



Todavía aguantaba el tiempo, y yo me las prometía esforzadas pero felices.



Totem indio o guía de caminantes, según se quiera.


Panorama en lo alto del bosque. 
La piedra gris del medio es una cabaña.

Pero lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Alcancé la crestería al mismo tiempo que la tormenta me alcanzó a mí. Refugiado bajo la fronda, aguardé a que amainase la granizada. Dejó de granizar a los veinte minutos y en eso tuve suerte, pero a cambio se desencadenó un aguacero fenomenal, con mucho aparato eléctrico, justo encima.

Aunque Andras me sacó luego del error (venía a estar a mitad del recorrido), pensé que tardaría menos en cerrar el círculo que en deshacerlo. Eso, que el día se oscureció una barbaridad y que ya empezaba a estar muy mojado (pese a la chamarra que me regaló mi amigo Carlos, que aguantó un montón) me decidió a seguir adelante según lo previsto. Hasta tres veces me llegué al borde del nevero que, obviamente, había de cruzar de bajada para alcanzar la otra parte del bosque. Por arriba, por en medio y por abajo. Nada. Cincuenta metros bien inclinados de nieve mojada con las zapatillas empapadas y sin un mal bastón con el que asirme a la ladera, me hicieron desistir: solo y en esas condiciones el más tonto resbalón podría resultar fatal.

La naturaleza es sabia, y ha dotado a las mujeres de muchas virtudes que suplen las carencias de los hombres. Entre otras, la cautela. Eni había insistido en dejarme su móvil. Llamé para informar del cambio de planes, por si acaso. Andras convino conmigo en que era lo prudente, y me ofreció el alivio de recogerme abajo con el coche para evitarme los últimos kilómetros bajo la tormenta.


Ya en la zona rocosa, calado hasta el tuétano y buscando el paso.


Por aquí no.


Por aquí sí, pero no en estas condiciones.
(la pendiente fuerte, inevitable, no se aprecia justamente porque la foto muestra el borde).


Y así fue. Completamente mojado me recogieron Andras y Jonathan (con sus dos añitos se apenaba de mí, según me tradujo Andras); ducha caliente y a cenar. Gulash, esta vez vegetariano, pero riquísimo también. El momento anhelado mientras desandando el monte me consolaba con que repetiría las vistas (muy oscuras ya) había llegado: calentito y seco ante la cena, el día quedaba zanjado.

Eni, que con su marido ha visitado varias veces España y entiende no poco de nuestro idioma, quería saber si podía darle la receta de la tortilla de patatas. Podía hacer algo mejor. Gracias a internet, además de hablar con ella, Rocío nos dió la receta (es una gran cocinera) con profusión de explicaciones. Para desayunar, (26.04.12) Eni nos preparó una tortilla de primera, sin más que levísimas indicaciones de este pinche. Andras y un servidor de todos ustedes nos la habíamos ganado fregando platos a destajo. El hotel funciona con un generador de gasolina, por lo que el lavavajillas se hace muy oneroso y prefieren, con todo sentido, lavar los cacharros (de un hotel, no se olvide) a mano. Nadie me lo pidió, desde luego, pero qué menos que echar una mano.


Sabrosísima tortilla de patatas 
con receta original de Rocío y ejecución magistral de Eni.


Andras, Jonathan y Eni.

Andras me contó alguna aventura con los animales del bosque. Los osos son más bien asustadizos y prefieren alejarse, aunque se les ve de tarde en tarde. El lince les ha visitado alguna vez, con la aparente desgana de los gatos. Y los lobos no tienen recato en invierno. En una ocasión espantaron a una docena que había abatido a un potro del vecino y lo estaba devorando vivo. Tuvieron que rematar al animal. Andras me puso en contacto con alguien que me hubiera llevado a ver osos, pero una avería en el único coche disponible dió al traste con la idea. Otra vez será.

Eni, que bajaba a Brasov, me acercó muy amablemente a Zarnesti bajo un sol esplendoroso. Había decidido quedarme en el pueblo para visitar otras atracciones de los alrededores (y lavar perentoriamente la ropa). Entre otras y gracias a sus consejos, la garganta de Magura, adonde fui en el coche de un vecino con quien hice un trato (no más taxistas).


La garganta de Magura.



Pese a ser un lugar protegido, hay vías de escalada autorizadas.


Restos de una avalancha de nieve en el camino.


Vista desde Magura. 
La garganta se adivina en el medio, en el tercio de la izquierda.

Satisfechas mis ansias de montaña, dediqué el día siguiente a hacer turismo del cómodo. Primero el castillo de Bran, muy bonito por fuera y muy recoleto por dentro. Morada efectiva de miembros de la familia real rumana a comienzos del S. XX.


A la entrada del castillo.



El castillo de Bran, visto desde los jardines.

Y luego, en autobús, a Rasnov, enésima fortaleza en lo alto. Bien conservada por fuera, pero en ruinas por dentro. Y con ese cartel que no se sabe muy bien qué pretende, a no ser ubicar al viajero.


No recuerdo el nombre de esta ciudad, qué pena.


Las murallas de la fortaleza, en su preceptivo promontorio, de Rasnov.


Vista del pueblo y de Piatra Craiului desde lo alto de la fortaleza de Rasnov 
(esta era la tercera fotografía del fallido concurso).


Las montañas de Bucegi, al sur de Brasov, desde Rasnov.

Volví a Zarnesti, donde me había instalado en un agradable hostal, para dedicarme a poner al día este blog (al ser tan pequeña, no pudieron esconder el locutorio), salir a correr por el campo aprovechando el buen tiempo, cortarme el pelo (escaso, pero es pelo al fin y al cabo, y crece) con un barbero que debía llevar en el negocio cien o doscientos años (y cuyo ademán de ponerme pachuli frené a tiempo), y cosas por el estilo.


Vista general de Zarnesti, 
con el sol traicionero que me faltó en lo alto de la montaña.

La siguiente etapa era Brasov de nuevo, con la alegría de saber que me esperaba Marius. Y por alli seguiré en la próxima crónica.

Abrazos para todos.

7 comentarios:

  1. Mira tú, me uno a la sorpresa de ver que esto está totalmente actualizado... He tardado tanto en ponerte un comentario por mi legendaria falta de previsión, el móvil al que me mandaste el enlace lo tenia que devolver... y ahí borrado estará. Así que recordando me acordé de agere y algo mas... estuve cerca, no creas pero la m la puse en todos los lados menos en el correcto. Como siempre me temo. Gracias a nuestro celebérrimo presidente pude recuperar el enlace, y ya no lo suelto.

    Por cierto viendo lo que te mueves de aquí para allá supongo que te podremos convocar para las partidas de fuera. Total. Además ya te encontraremos alojamiento.

    Un abrazo, compañero.

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  2. Qué bueno! Qué bonito todo!La tortilla de patatas de Rocío triunfa de Tanzania a Rumania!!!!

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  3. Jo, no puede una despistarse ni un día porque si no se acumula el trabajo. ¡Qué chulo todo, qué maja la gente y qué bonitas las fotos! ¡Y qué rica la tortilla de patatas de Rocío, yo también doy fe!!!

    Es emocionante, y lo digo de verdad.

    Un beso fuerte.

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  4. ¡Yo quiero ir a Rumania también! ¡Qué bonito!
    La kk esa es muy pequeña para ser de un lobo y tampoco tiene mucha pinta de serlo, más bien parece de un zorrete.

    Abrazos

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  5. Querido Fernando

    Gracias a Yoya he sabido de tu periplo y de tu blog,me he leído de un tirón las anteriores etapas y espero con emoción las siguientes. Disfruta de tu aventura!!!

    Te mando un beso fuerte

    Rosa Galván

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  6. Querido amigo, por fin se activó la perezosa neurona donde registré el auto-mensaje recordatorio para seguir este blog, y me he encontrado con un detallado registro de vicisitudes, no por esperado menos deleitoso...Bien, tras retrazar vicariamente tu periplo, mi admiración hacia tu capacidad bitacórica no tiene límites, y te auguro un éxito sin paliativos entre la legión de estos tus fans de toda procedencia. Me relamo pensando en lo que vendrá....UN GRAN ABRAZO. Te seguimos, Maestro, hasta lo más profundo.

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  7. Ya salió el biólogo aguafiestas con lo del zorrete,jajjaja.

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