martes, 15 de mayo de 2012

VI. Rumanía (vii).

Queridos lectores:

En Tulcea fui a la sede de una agencia local especializada en viajes para ver aves en el delta del Danubio. Había contactado con ella por la mañana, desde la estación de tren de Bucarest. Visitar el delta por mi cuenta, sin poder sumarme a ningún otro grupo ni crear el mío propio me iba a salir algo costoso (tanteé varias compañías), pero para eso había llegado hasta aquí.

De modo que pasé la noche hospedado con esta agencia y a la mañana siguiente temprano (03.05.12) conocí a mi guía para los dos días que iba a pasar en el delta: Romeo, Romi para los amigos.

Al mando de una barca de  cuatro metros de eslora, con motor fuera borda, él mismo y un servidor por todo pasaje, Romi fue un eficaz y agradable guía en los canales del delta. Si además hubiera hablado algún idioma inteligible (inteligible para mí, claro: por desgracia, el español que le dejó una breve experiencia laboral en España no era mucho mejor que el rumano que unos días de viaje me habían procurado a mi), la cosa habría salido redonda.


El capitán Romi, saliendo de Tulcea.


Ibamos a dormir en una casa que la agencia tiene en Maliuc, el pueblo de Romi, andando un tercio del delta de Tulcea adentro. Pasamos un montón de horas en la barca, bajo un sol de verano anticipado, explorando el laberinto de canales y lagos de todo tamaño que conforman el terreno. Avistamos un montón de aves y, pese a que Romi no llevaba prismáticos, demostró muchísimo acierto al identificarlas. Yo llevaba unos gemelos de 8x25, pequeños pero ligeros y, en general, suficientes. Ambos disfrutamos mucho.


Canal mediano.


Canal pequeño.


Lago con plástico flotante.


Cabaña de pescadores.


Avechuchos varios.


Primavera en el delta.


Hidroavión común.


Colonia de espátulas y cormoranes.


No he hecho una lista exahustiva de las especies que vimos, pero se acercaron a la centena e incluyeron, como novedades personales, cormorán pigmeo, cernícalo patirrojo, pito cano, bigotudo y pelícano ceñudo. Además de un montón de pelícanos comunes, somormujos lavancos, zampullines cuellirrojos y cuellinegros, martinetes, garcillas cangrejeras, garcetas, garzas blancas, reales e imperiales, cigüeñas, moritos, muchísimos cisnes mudos, ánsares comunes, porrones comunes y pardos, ánades reales, frisos y silbones, tarros blancos, espátulas, cormoranes grandes y pigmeos, pigargos, aguiluchos laguneros, faisanes, pollas de agua, fochas, cigüeñuelas, avocetas, chorlitejos chicos, avefrías, correlimos variados, combatientes, zarapitos, archibebes y andarríos de toda clase, gaviotas reidoras y patiamarillas, charranes y charrancitos, fumareles cariblancos y comunes, tórtolas turcas, cucos, martines pescadores, abejarucos, carracas, abubillas, picos picapinos, cogujadas, alondras, golondrinas, lavanderas varias, zorzales reales, mirlos, currucas surtidas, oropéndolas, alcaudones dorsirrojos, arrendajos, urracas, grajillas, grajas, cornejas cenicientas, estorninos pintos, gorriones comunes y molineros, pinzones, jilgueros, trigueros y muchas cosas más que no supe identificar o que he olvidado.


Cerca de la frontera con Ucrania.


De nuevo, ayuden por favor los zoólogos a identificar este ave.


Atardecer en el brazo de S. Gheorghe.


Visitamos varias colonias en las que estaban criando, juntos y revueltos, cormoranes grandes y pigmeos, espátulas y garzas de varios tipos. Y era curioso ver a los cernícalos patirrojos criar entre grajas, a las que se cuidaban de delimitar el espacio a cada rato.


Bosque inundado.
Están pensando en reintroducir lobos para controlar a los chacales.


La mitad de Maliuc.


El delta es enorme, unos sesenta kilómetros de parte a parte, y lo atraviesan tres brazos principales por los que se navega con embarcaciones de todo tipo. Estuvimos de nuevo en la frontera con Ucrania, cuyo puerto divisamos desde un muro de la marisma, y agotamos las horas de luz en la barca sin que a Romi se le cayera ni una sola vez la sonrisa. Paramos en Maliuc a la hora de mayor calor, eso sí, para presentarnos a Lica, la simpática señora que nos había de dar de cenar (y a cuyos riquísimos crêpes no supe resistirme), y descansar un rato. Tentado por lo especial del lugar, decidí salir a corretear un rato largo. Aunque sudé la gota gorda, fui recompensado por la compañía de un montón de abubillas, carracas y otros pájaros muy vistosos (y una tortuguita) que se sucedían por los caminos.

Por la noche pude revisar la identificación de algunas aves con la ayuda de un grupo de escandinavos muy amables que, ellos sí con guías de campo y mejores prismáticos, compartían el apartamento esa noche.

El día siguiente repitió el mismo patrón, sólo que acabamos regresando a Tulcea, donde dormí. Y ya el cinco de mayo cogí al mediodía el ferry a Sfantu Gheorghe, en la desembocadura del brazo más sureño del delta, del mismo nombre. Dos horas y media de trayecto en un barco rápido que, hasta la temporada de verano, no zarpa todos los días.

Sfantu Gheorghe no es más que dos calles de tierra, un pequeño puerto, un bar y algunos hostales a la orilla del río, a un par de kilómetros del mar. Desembarqué y me alié con Daniel, estudiante de cine belga pero de origen rumano, en busca de alojamiento. A nuestra solicitud de orientación, una pareja de ancianos nos ofreció una habitación en su casa, pero la rechazamos agradecidos. Daniel quería y consiguió alojarse con un pescador local, cuya faena deseaba rodar al día siguiente para un documental, y yo me instalé como único huésped en un cómodo hotelito en el extremo más tranquilo del pueblo.

De inmediato fui a pasear hasta el Mar Negro, muy calmo esa tarde y que me produjo una gran alegría geográfica, si es que esto se entiende. Por la noche me reuní en el bar del pueblo con Daniel. Con Daniel y con sus nuevos amigos, los pirotécnicos de los fuegos artificales de las fiestas del pueblo que tendrían lugar el día siguiente, tras esta noche en que la luna llena era la mayor del año.


¡El mar, el mar!
Esto también lo he plagiado. A Jenofonte.


El día de San Jorge corrí de madrugada hasta el Mar Negro y vuelta, y salí luego con Marian, el dueño del hotel, en su barca, a ver la otra parte del delta, estrictamente protegida y que alberga una colonia grande de los raros pelícanos ceñudos. Anduvimos un par de horas de acá para allá, sorteando cañaverales y bajíos de arena, asomándonos a oteaderos y entendiéndonos de buen humor en una mala mezcla de italiano, inglés y rumano.

El Danubio, junto al pueblo.
Al fondo, la desembocadura.


Marismas.


Marian esforzándose por los bajíos.


Búnker de alguna guerra olvidada por Lucian.


La cuarta parte de S. Gheorghe.




Otra cuarta parte.


El ferry, en S. Gheorghe.


Por la tarde otro lugareño al que me topé en la desembocadura me explicó en correcto portugués muchas cosas del pueblo: cómo la rectificación de los canales principales en tiempos de Ceaucescu alteró el régimen del aluvión y el mar merma constantemente la tierra en torno a S. Gheorghe; cómo aquellas cabañas son lo que queda de la base de pruebas balísticas del mismo señor; cómo esos búnkeres son de la guerra, aunque ya no sé de cuál; cómo la antena del destacamento militar fue desconectada y así permanece porque en el pueblo no se podía ver la televisión; cómo a mí, Lucian, me arrastraron ebrio los amigos esta madrugada para hacer en dos horas los dos minutos que me separaban de casa de mi padre; cómo mi padre me despertó en dos horas más para salir a pescar.

Para cuando Lucian y un servidor llegamos al pueblo la verbena ya iba avanzada. Como cualquiera de las nuestras: escenario, banda popular, comida y bebida, y la gente del pueblo y aledaños disfrutando del día grande. Cené algo, protesté para que no me sisasen en el cambio de las salchichas y en el de la cerveza (además de cara de extranjero la debo tener de tonto, colijo) e hice tiempo descansando en el hotel hasta poco antes de la medianoche. Los fuegos fueron bastante buenos e importados de la China porque ofrecen la mejor relación calidad-precio, según se habían cuidado de explicarnos los pirotécnicos. Aplausos y a la cama.


Festejos por todo lo alto.


Me encantó el delta y me encantó Sfantu Gheorghe. Decidí prolongar mi estancia otro día que dediqué a hacer katas, pasear bajo el sol, observar limícolas inescrutables, leer y escribir. A las siete de la madrugada del día 8 de mayo me embarqué de vuelta a Tulcea con la mayoría de los asistentes a la verbena, que también se habían dado un día de respiro. Me despedí de Daniel, que venía en el barco, y cogí el autobús a Constanza. Por ahí continuará la narración.

Abrazos para todos.

4 comentarios:

  1. Mucho delta mucho delta... eso parece el Mar Menor.... ¡Confiesa!!!

    Me lo paso bomba con tus aventurillas.

    ¡Sigue así de sonriente!

    Besos,
    Yoya

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  2. Interesantísimo, Fernando, y qué dominio de la ornitología, muchacho.

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  3. Fernando

    Que bien que te hayas remojado los pies. después de tanto calor en la anterior etapa....y con fiestas patronales. No se puede pedir más!!!
    Unn beso fuerte
    Rosa

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  4. ¡Hola Fernando! Nos han pasado la dirección de tu blog que, como ves, se está haciendo muy popular. ¡Nos encanta! Te seguiremos!!
    Besos
    Ricardo te manda un capón por cobarde y abandonar España ahora que se está poniendo la cosa chunga.

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