domingo, 27 de mayo de 2012

VII. Bulgaria (y ii).

Queridos lectores:

Para llegar a Sofía tardamos algo menos de dos horas, en un buen autobús, que salió de una estación de autobuses normal con gente normal (incluyéndome a mí).

El paisaje seguía siendo verde y bonito, y la estación de autobuses de Sofía, a la que llegamos atravesando casi entera la ciudad, un edificio moderno y limpio. La primera impresión, gracias a las vueltas del autobús, fue de una ciudad bastante grande, un tanto desordenada, con grandes avenidas, edificios y monumentos de estilo comunista (de lo que yo entiendo por estilo comunista, en cualquier caso) tráfico caótico y autobuses destartalados.

De la estación de autobuses tenía que llegar a casa de Ralitsa, mi anfitriona en la capital para esa noche. Ralitsa vive en un extremo de Sofía, por lo que hube de coger el autobús que Ralitsa me indicó por teléfono, desde una cabina. En el autobús me senté delante y le pedí a un chico que hablaba inglés que me avisara al llegar al barrio de Ralitsa. Como el chico se iba a bajar antes, le pedí que le dijera al conductor, que no hablaba inglés, que me avisara él. El conductor pidió más concreción sobre la parada, así que al final el chico llamó a Ralitsa, y ésta habló con el conductor. Las telecomunicaciones a veces son muy útiles y suplen algunas faltas de planificación.

Todo iba bien hasta que, faltando apenas cinco minutos para llegar a mi destino, y tras haber deshecho el camino que trajimos en el autobús interubano, una revisora mal encarada me pidió el billete. Por supuesto que tenía billete, pero al parecer mi mochila, por superar ciertas dimensiones, también necesitaba otro y por no tenerlo, sanción de diez euros. Protesté e intenté hacerle ver su iniquidad (no tenía yo intención de hacer contrabando), pero no quiso atender a razones e incluso mandó callar al conductor cuando éste adujo algo en mi defensa. La revisora llamó en su auxilio a los dos esbirros que la secundaban y entre los tres me sentenciaron, tras medir con cinta la mochila. Decidí no extender el asunto y despedirme de los diez eurillos.

Sumando los revisores del tren de Plovdiv, de momento el marcador se puso dos a cero. Lo cual iguala mi partido eterno con los revisores en empate a dos. Os ahorro la narración de mis dos tantos, que no pertenecen a este blog. Quizá en otro momento.

Y más falta de planificación. Al bajar del autobús, bastante contrariado (no por el dinero, sino por haber sido tratado como un vulgar chorizo), en domingo y por la tarde, sólo había dos colmados abiertos, a uno de los cuales me dirigí para avisar a Ralitsa (se supone que llegar a su casa era algo complicado). La dependienta no tenía saldo en el teléfono, y tampoco su amiga, la dependienta del otro sitio. A la calle, hasta que dí con una peluquería de señoras abierta en la que me miraron muy raro, pero en la que una clienta angloparlante se avino a prestarme el móvil y por fin culminé mi primera jornada internacional de la telefonía en Sofía.

Ralitsa, que ha vivido muchos años en Londres y tiene un marcado acento inglés, vive en un apartamento pequeño pero muy moderno y bien amueblado, en un barrio nuevo al borde de la ciudad. Lo primero es lo primero, y en esta ocasión era lavar la ropa. Mientras tanto, Ralitsa me dió de comer y charlamos acerca de su vida en Londres, su trabajo como profesora de primaria en Sofía, su experiencia alojando visitantes (resulté ser el primer invitado que recibía), etc.

A proposición suya, en cuanto estuviese hecha la colada iríamos en su coche al centro, a ver los monumentos. Se nos uniría su amiga Svetla más tarde y podríamos cenar algo juntos. Y así fue.

Aunque tiene fama de fea, Sofía no me pareció mejor ni peor que otras ciudades, Bucarest, por ejemplo. Aunque muchos de los edificios destacados son mamotretos de la era comunista (Bulgaria se caracterizó por ser aliada incondicional de los soviéticos), están bien cuidados y también hay algunos parques, iglesias y otros monumentos majos.

Empezamos el paseo ya caída la tarde y la temperatura, que hasta entonces había sido simplemente fresca, bajó una barbaridad, y comenzó a soplar mucho aire. El resultado: hacía mucho frío, no sólo para mí, sino también para Ralitsa, pues ambos íbamos insuficientemente abrigados para tan brusco descenso. Sin arredrarnos recorrimos todos los monumentos destacados del centro. Ralitsa tiene una cámara de bolsillo como la mía, sólo que bastantes años más reciente, y disfrutó como loca demostrándome que la suya podía hacer fotografías con muy poca luz, cuando la mía era ya incapaz. Así que Ralitsa, con risas contagiosas, se empeñó en hacerme fotos en todos y cada uno de los rincones que visitamos. A mí y a su amiga Svetla, que se nos unió a mitad de recorrido y que venía sabiamente abrigada.


Caléntandome junto a la llama al soldado desconocido.


Con Ralitsa.


La catedral de S. Alexander Nevski, de principios del S. XX.
Muy grande, puede albergar a diez mil personas, dicen.
 Desde fuera impresiona.


Ante una galería comercial del S. XIX.


Cuando hubimos visto todo lo habido y por haber (decía Ralitsa que este paseo me dejaba poco que hacer para el día siguiente), nos fuimos a cenar a un buen restaurante búlgaro, donde la comida estaba realmente rica, y seguimos disfrutando del excelente humor de mi anfitriona y de la compañía de Svetla, gracias a la labor de intérprete de Ralitsa.


Con Svetla, ante la iglesia de Sta. Sofía, del S. XIV,
que dió nombre a la ciudad, empotrada entre edificios del S. XX.


Dando cuenta de suculentas especialidades locales (para variar).


Acabada la cena, nos despedimos de Svetla y nos fuimos a casa. Ralitsa madrugaba al día siguiente, así que pronto nos separamos, y en autobús y con dos billetes, uno para mí y otro para la mochila, llegué a la estación internacional de autobuses, donde dejé el equipaje, me saqué un billete para la tarde con destino a Skopje, y me fui a ver (de nuevo) la ciudad.

La profecía de Ralitsa se probó cierta: poco o casi nada me quedaba por ver, así que decidí tomármelo con mucha calma. Me acerqué al monumento al soldado ruso, que me había llamado la atención al llegar el día anterior, y que sin embargo aparecía mencionado sólo de pasada en la propaganda turística. Con independencia de sus motivos últimos, en dos guerras frente a los turcos y frente a los alemanes han ayudado los rusos a liberar Bulgaria, y por eso se encuentran monumentos en su memoria por todo el país. Uno es Alosha, la enorme estatua de un soldado ruso que se alza sobre una de las colinas de Plovdiv (se puede ver a la izquierda de la fotografía panorámica que puse en una crónica anterior). Otro este conjunto de Sofía, y otro más la catedral de A. Nevsky. Parece que los búlgaros han querido mantener su reconocimiento y, por ejemplo, decidieron no demoler la estatua de Alosha cuando llegó la democracia.

Como tenía remordimientos por no haber visitado el museo arqueológico de Plovdiv, en contra del consejo de Gia, entré en el de la capital. Había más guardas aburridos que visitantes, por lo que les pareció oportuno escoltarme todo el rato. Me llamaron la atención algunas piezas de oro de los tracios, pero en general me pareció un tanto descuidado para ser el museo nacional.


Tranvías vetustos.


Los baños turcos, junto a edificios gubernamentales de la época comunista
(sospechosamente parecidos a los Nuevos Ministerios franquistas de Madrid).


Peculiar estatua a Santa Sofía, patrona de la ciudad,
en el centro mismo.


Monumento a los soldados rusos
(redecorado y adaptado para el patinaje).


El teatro nacional.

Puestos de iconos, cerca de la catedral.

Paseé, comí algo, hice gestiones por internet, y finalmente me despedí de la ciudad en un día triste, gris y anodino que me dejó un tanto taciturno. Más tarde las telecomunicaciones vinieron en mi auxilio, con ellas mi chica y mis hermanos, y recuperé el mejor ánimo ya en el autobús que me llevaba a Skopje, Macedonia.

Además, me estaban esperando Ljupco y Jana.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. ya sabes quién te habría dicho: " Bieeeen....Nando" Pues eso, que muy bien y que se te echa de menos, majo.

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  2. -¿Cómo se llama la burra?
    -Sofía.

    ¡Pues eso, ja ja!

    Un beso.

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  3. Yoya y yo somos tus acérrimos seguidores

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