miércoles, 30 de mayo de 2012

VIII. Macedonia (i).

Queridos lectores:

Aunque breve, disfruté mucho mi  visita a Bulgaria, sobre todo por la enorme suerte que tuve con mis anfitriones y guías, que fueron todos estupendos. El país tiene paisajes muy bonitos, y si bien es cierto que la costa lleva rumbo avanzado al mismo desastre urbanístico que tenemos en casa, las ciudades que visité eran todas agradables e interesantes.

Tenía yo una cuenta pendiente con Macedonia por cuanto era la única república yugoslava que no visité veintipico años atrás. Yugoslavia ya ni existe, y Macedonia no conserva el nombre más que escondido en la anómala pero oficial denominación de Antigua República Yugoslava de Macedonia; al menos por ahora.

La carretera que enlaza Sofía con Skopje es muy mala. Atraviesa zonas de montañas muy bellas, pero no pasa de ser una vía comarcal, sin arcenes ni pintura, sinuosa y más peligrosa aún ese día (14.05.12) por la lluvia que nos acompañó prácticamente todo el camino. Atravesar la frontera volvió a ser una dilación engorrosa. Estoy malacostumbrado y me cuesta aceptar que en Europa andemos así. Todos abajo a esperar en fila y con el equipaje sobre una mesa, en un arcén apenas cubierto y al aire libre (hacía frío y llovía). Con saber que soy extranjero y que llevo sólo equipaje personal, el policía, razonablemente, se contenta sin más. Primer trámite superado. Volvemos al autobús y veinte metros más adelante otro policía se lleva nuestros pasaportes, que el conductor nos devuelve tras un rato largo. Segundo y último trámite superado, pienso. Error: sólo hemos salido de Bulgaria, queda entrar aún en Macedonia. Tercer trámite: inspección de pasaportes por la policía macedonia. Una lamentable pérdida de tiempo. 

Gracias a Nacho me había puesto ya en contacto con Ljupco y Jana, amigos que hizo Silvia en el año que vivió en Skopje. Por comodidad de todos, pues tienen dos críos pequeños y uno estaba saliendo del sarampión, no me alojaría con ellos; por mi alergia extrema a los gatos, tampoco con la hermana de Ljupco, pero sí  contaba con ellos para darme consejo y compañía. Me esperarían en la estación de autobuses, o eso creíamos todos de no ser porque olvidamos, también todos, la diferencia horaria entre los dos países.

Pan comido: vuelta a la llamada en teléfono prestado. Esta vez el afortunado es un taxista. Se arremolinan junto a él cuatro colegas visiblemente nerviosos. Tanto que pugnando entre ellos por arrebatarme el papel en el que tenía apuntado el número, lo rasgan. Les reprendo y nos dejan tranquilos. El taxista acepta y se la juega: Lupjco me viene a recoger y por tanto él se queda sin hacer la carrera. Acepta con deportividad y listo.

Ljupco, atentísimo, me lleva lo primero al hotel. Se ha enterado de un hostal cercano al que vamos a dejar las cosas antes de cenar en su casa. Tienen habitaciones compartidas: cuatro u ocho personas. Mochileros veinte años más jóvenes que yo. Dejo el pasaporte en recepción en tanto salimos al coche, a por mi mochila. En diez segundos, quizá por efecto de la lluvia, recapacito: no tengo ninguna gana ni necesidad de dormir esta noche con tres tíos más. Se lo digo honradamente a Ljupco, que comprende mi cambio de parecer. Se lo digo también a la recepcionista, que no sé si lo comprende (es muy joven), pero lo acepta. Tras algunas vueltas más, acabo instalado en un hotel agradable y nos vamos a casa a cenar.

Jana y Ljupco viven en el centro, en un apartamento muy agradable, con sus dos hijos y una perra muy simpática. Son vegetarianos, y mientras preparamos la ensalada me cuentan un montón de cosas interesantes. Están en una encrucijada personal que esperan resolver este año. Quizás emigren, pues no desean que sus hijos, un niño y una niña, se críen en un país que parece atascado y sin marcha adelante; quizás esperen aún un poco, hasta que los críos tengan edad escolar, por ver si entretanto sus destinos profesionales toman rumbos nuevos.

La falta de nombre para el país es un problema mayor de lo que cabría pensar. La oposición de Grecia y la indiferencia del resto impiden su entrada en la Unión Europea, lo cual traería previsiblemente desarrollo y nuevas oportunidades (pese a la crisis), y en la OTAN, lo cual, también previsiblemente, traería el deslinde definitivo de fronteras y suavizaría las relaciones vecinales. Pero no hay manera y la Anterior República Yugoslava de Macedonia languidece mientras contempla cómo otros países de su entorno mejoran, aun a trancas y barrancas, tras el advenimiento de la democracia. Además, frente a la negación de su identidad (aunque sea meramente nominativa) y a base de mucho Alejandro Magno, el gobierno auspicia la creación acelerada y machacona del espíritu nacional. Algo que según me explican Jana y Ljupco, el país no ha conocido jamás, a diferencia del resto de los Balcanes.

Sea como fuere, ambos están decepcionados porque tras haber regresado al país (Ljupco) para aportar su granito de arena, o haber arrimado el hombro desde organismos internacionales (Jana), el esfuerzo parece baldío. Ya veremos, dicen. Hablando de todo esto y de mucho más (incluyendo la costumbre de Ljupco de ensayar ciertas cosas durante un año antes de darlas por buenas, como hacerse vegetariano, por ejemplo), nos dan las tantas. Me piden un taxi y me voy a dormir.


 Jana, Ljupco y la perra, en su casa.

El día siguiente (15.05.12) toca visitar Skopje. Empiezo por el castillo, cerrado a los visitantes, y sigo bajando por el zoco turco, en el casco viejo. Me siento trasladado a Estambul, cuando lo poco que llevaba visto hasta entonces me hablaba aún de Europa. La presencia musulmana tras quinientos años en manos de los turcos es grande. Abundan las mezquitas y gente tocada con gorros blancos y en chilaba. Lo mismo que había visto con José Javíer en Kosovo veinte años antes y que tanto nos chocó, y aunque esta vez estaba prevenido, cierta sorpresa fue agradablemente inevitable.

Parece que Skopje es la ciudad de las mil caras. Piensa uno que está en otra parte, pero no, es y sigue siendo Skopje:


 ¿Ponferrada?



 Así lo veían los soldados rasos. Mejor hacer las paces.


 ¿Estambul?


¿Seguro que no estamos en Estambul?, ¿qué dice el mapa?


¿O en Whitechapel, en Londres?

Ahora está claro: ¡Mérida!


¿O serán las Vegas?


Definitivamente, estamos en París.


 ¿O es que se me olvidó esta fotografía al hablar de Sofía?


Skopje, Skopje y nada más que Skopje. La fortaleza medieval turca domina la ciudad antigua, en la que se conserva el zoco y un mercado aledaño de abastos (compré cacahuetes y un pañuelo, a módico precio). Los autobuses son chinos, nuevecitos. El puente de piedra también de los turcos. La estatua ecuestre de Alejandro Magno es el centro de la nueva ciudad fomentada por las autoridades, al otro lado del casco viejo cruzando el puente. Bromeando, Jana me hizo notar la frustración popular porque al pobre Bucéfalo, pese a la perspectiva, no se le aprecian muchos méritos masculinos. El arco pertenece al mismo conjunto que la estatua, igual que la de los héroes macedonios muertos en los incidentes de 2001.

Pensé que el nuevo conjunto monumental (lo llaman disneilandia) podría ser peor. No me equivocaba: podía y era peor. Lo rodean altavoces que repiten piezas clásicas a todas horas, los juegos de agua son exagerados, el agua mana de la boca de leones que tienen acorralados a los soldados macedonios en el fuste de la columna y, por si faltara algo, se ilumina en colores chillones que cambian a cada poco.

No obstante, los monumentos antiguos no son desdeñables y la ciudad es agradable para pasear pese a los esperpentos modernos (hay más, pero ya vale). Cené de nuevo con mis amigos, ensalada variada y conversación estimulante. O cambian mucho las cosas allí, o Skopje se me antoja demasiado pequeña para ellos. Otra vez a las tantas, me despedí definitivamente de Jana y Ljupco, muy afectuosamente. Son gente estupenda.

Al día siguiente ( 16.05.12) fui a recoger el cochecito que había alquilado, rebajado por graciosa mediación de Ljupco ante una tía suya, y con el que pensaba emprender viaje de cuatro días por Macedonia y Albania, modestos en superficie y carentes de otros transportes ágiles. Las carreteras en Macedonia no están mal, e incluso hay una autopista bastante larga.

Me acerqué a Matka (no sin dar alguna vuelta de más), un muy bello desfiladero a media hora de la capital, por el que paseé un par de horas.


 El comienzo del desfiladero, embalsado.




 Dicen que allí se pueden observar los cuatro buitres europeos. 
¿Ya no somos los únicos? Pronúnciense los ornitólogos.


 Aperitivo subterráneo para los buitres.

De Matka fui seguido a Ohrid, a orillas del lago homónimo, fronterizo con Albania. Toda Macedonia es bellísima, llena de montañas y bosques y con buena fauna todavía.


Camino de Ohrid.

Antes recogí a tres chavales de unos catorce años en el último peaje de la autopista. Volvían a casa. El que parecía el líder se sentó a mi lado. Aunque primero rechazó las galletas que le ofrecí, cuando vió que sus amigos tenían menos reparos cambió de opinión. Además era el único que hablaba inglés:

- ¿Te gusta Macedonia?
- Mucho, es muy bonita.
- A mí no, es un país terrorista.
Me quedé atónito.
 - ¿Terrorista?, ¿qué quieres decir?, ¿es que el conductor de ese coche es un terrorista?, o esa gente que anda por el prado, ¿son terroristas?
- El presidente y el primer ministro son ladrones.
- Eso puede, pero es muy distinto. ¿Cómo lo sabes?
- Lo he visto en la televisión.
- ¿Y confundes la televisión con la realidad?
- A mí no me gusta, quiero irme. A los Emiratos Árabes.
- ¿Adónde?
- O a Arabia Saudí.
- ¿No sabes que allí ni siquiera hay democracia?
- El rey saudí es una buena persona.
- Allí las mujeres ni siquiera pueden conducir, ¿qué te parece?
- Es por su bien. 
- ¿Cómo?
- Lo dijo el profeta.
- ¿Mahoma habla de coches en el Corán?
- Habló por todos los tiempos.
- No sabes lo que dices. 

Le eché un buen discurso que aguantó con mucha dignidad. Sabía lo que le enseñaban en la madraza, donde estudiaba para cura. Ahora lo entiendo, pensé compungido y enfadado a la vez. Le animé cuanto pude a que pensase por sí mismo, que viajase, que tuviese opiniones propias. Cuando se apeaban me tendió la mano.

Poco después llegué a Ohrid.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Muy buena tu última entrega. Interesantísima. Pasando de mochileros, Fernando, que no tienes necesidad y así te ahorras robos y cosas así. Tendrás que escribir un libro con todo esto, ¿por qué no? En Inglaterra se lleva mucho este tipo de libros. Y desde luego parecía Whitechapel, jaja.

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  2. Desde luego el muchacho autoestopista no sabía en que jardín se estaba metiendo al discutir contigo, angelico...elegiste un mal día para hacer autostop jajaja.
    Como siempre muy interesante y didáctica la croniquilla.Besos

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  3. Pobre autoestopista, ja ja. Muy chulo todo, ¡qué bien te cuidan por esos mundos, chache!

    ¡Besos!

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