sábado, 27 de julio de 2013

XXXVI. Los Estados Unidos de América (i).

Queridos lectores:

El truco consiste en volar a las islas Hawai'i (que allí todo el mundo pronuncia jauaí-í). Este archipiélago, como el de Nueva Zelanda, pertenece a la Polinesia, que a su vez pertenece a Oceanía.

Salí de Auckland el día 16 de marzo y llegué a Honolulu un día antes, el 15 de marzo de 2013. Emulé a Phileas Fogg a sabiendas y resultó muy estimulante. Llegué ya de noche al aeropuerto de Honolulu, en la isla de Oahu, pasé la frontera sin problemas gracias al visado electrónico anticipado que evita muchos de los habituales engorros para entrar a los Estados Unidos de América, cogí un taxi y aparecí en Waikiki (pronunciado uaiquiquí) Beach.

El hotel que había reservado por internet resultó ser muy malo. Además, la gobernanta era una señora de apariencia descuidada (por no decir sucia) que trataba a todo el mundo con poco menos que desprecio. No me arredré, dejé la mochila en la habitación y salí a explorar.

Waikiki es el centro turístico principal del archipiélago, y como tal resulta un compendio comprimido de hoteles, restaurantes y bares junto a la playa. Se parece en casi todo a cualquier destino semejante de España, dejando de lado las habituales exageraciones estadounidenses, y no tiene ningún interés especial fuera de esto. Lo primero que me llamó la atención fue la abundancia de turistas japoneses. Hay tantos que disponen de una emisora de radio en su idioma y muchos establecimientos aceptan el pago en yenes. Como Tom me explicó días después, las islas casi les pertenecen en términos económicos, aunque políticamente siempre se les haya negado el poder que les podría corresponder. Tras mi paso por su país, me resultan simpáticos y me alegré de verlos.

Recorrí el paseo marítimo, cené algo y decidí terminar el día extra que me había regalado la geografía.

Monumento a Duke Kahanamoku, héroe hawaiano, 
campeón olímpico, surfer, actor, etc.

Por la mañana (16.03.13) me cambié a un hotel como es debido, me organicé y al rato estaba saliendo en una excursión en barco para ver ... ¡ballenas! No cachalotes esta vez, sino yubartas. Las yubartas andan de migración hacia el Sur en esta época del año, y a por todo Hawai'i se las puede ver cerca de la costa.

Vimos varias ballenas, algunas con crías, tan cerca como está permitido. Los ejemplares jóvenes saltan fuera del agua con relativa frecuencia, y algunos nos obsequiaron con exhibiciones espectaculares. Además pude ver el contorno de Waikiki desde el mar, con el bello cono volcánico de Diamond Head rematando el perfil en un extremo.

Waikiki Beach.

Lástima de fotógrafo, pero mirad bien.

Waikiki y Diamond Head detrás.

Más contento que unas castañuelas volví al hotel a descansar un rato antes de salir de nuevo para ... asistir a un concierto de Bonnie Raitt. No estaba mal para ser el primer día, me dije. El concierto estuvo bien y disfruté de la música, aunque con todos sentados en un auditorio al aire libre el ambiente nunca llegó a ser de entusiasmo. ¡Menos mal que los rollizos encargados de seguridad no se abalanzaron sobre mí cuando por error se me escapó el flash de la cámara y me delató como infractor de la prohibición de fotografiar a la artista (me delató a mí y a muchos más)!

Los lugareños me dieron antes de que empezase la actuación una muestra de su ocasional absurdidad. Cuando me acerqué a por una cerveza, alguien me paró para advertirme de que necesitaba ponerme una pulsera de plástico.
- Vale, pero ¿para qué?
- Para que los de la barra sepan que estás acreditado como mayor de edad.

La mujer parecía un tanto avergonzada por la solemne tontería que había tenido que soltarme. Dije algo amable y me recordé a mí mismo que en la hermenéutica local la obediencia ciega prima sobre el sentido común.

Bonnie Raitt live!

Para simplificar (el transporte público no es lo mejor de Waikikí), y sobre todo para evitar las largas colas que exigen los cupos estrictos de visita, me había apuntado a una excursión organizada y salí bien de madrugada rumbo a Pearl Harbour (17.03.13).

Este puerto natural albergaba gran parte de la armada del país cuando fue atacado por los japoneses en diciembre de 1941. Hoy en día es un monumento nacional, compuesto por el acorazado Missouri, un cenotafio sobre el pecio del acorazado Arizona, un museo histórico y algunos monumentos secundarios.

La abundante información sobre lo que ocurrió aquel día da una idea clara de lo devastador que fue el ataque para los americanos, si no tanto en pérdidas materiales (resultó más aparente que efectivo), sí en vidas humanas. A la incompetencia de los responsables militares estadounidenses del momento se opuso la audacia de los japoneses, cuyos jefes sin embargo sabían a las claras que no podrían derrotar la capacidad industrial del enemigo a medio plazo.

Como siempre me admira en los Estados Unidos de América, la tienda de recuerdos del museo contaba con una imponente selección de libros, muchos serios y de interesante apariencia, alineados junto a todo tipo de souvenires ridículos en mayor o menor grado. La paradoja habitual aquí. Compré y leí en un rato suelto un librito sobre la arbitraria detención de norteamericanos de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Cientos de miles de lo que no eran sino legítimos ciudadanos estadounidenses, se vieron despojados de sus más elementales derechos y, a menudo, también de sus propiedades. Confinados en campos de detención, transcurrieron años hasta su reintegración en la sociedad que los había rechazado, y muchos más hasta que este capítulo de la Historia fue reconocido, asumido y reparado en lo posible por el gobierno del país. Probablemente contra el criterio de nuestro amigo el minero australiano.

El cenotafio del USS Arizona descansa a horcajadas sobre su casco hundido, dentro del cual quedaron los cadáveres de cientos de soldados ahogados. Aun hoy se filtra aceite del pecio al agua, imposible de evitar y recordatorio para algunos de la tragedia que fue. Siendo todo el puerto un recinto militar, los marines nos advirtieron de que debíamos guardar silencio y no hacer fotografías, pero el aviso quedó en una mera formalidad que el montón de turistas patrios decidió omitir ipso facto.

Más memorable me resultó la visita al USS Missouri, Mighty Mo. El buque militar más devastador de su época y uno de los más grandes jamás construidos. Tanto que su manga se limitó lo justo para que cupiera por el canal de Panamá. Por el laberinto de sus cubiertas y dependencias nos guió con soltura una muchacha que recitaba por enésima vez un discurso granado de chistes evidentes. Pero me impresionó: por pisar la cubierta sobre la que se firmó la rendición japonesa en 1945; porque se trata de un momento histórico congelado en el tiempo, minuciosamente recreado por una colección de fotografías históricas y paneles explicativos; porque completó la inolvidable vivencia de Hiroshima, y porque también Pearl Harbour demuestra que en las guerras todo el mundo sufre.

Cabía esperar más parcialidad del patriotismo americano pero, como en otras ocasiones, me sorprendió la que juzgué razonable ecuanimidad de las exhibiciones. No me emocionan las gestas militares ni comprendo los extravios de la razón que fecundan las guerras, pero sí me conmovió la historia, ilustrada con fotografías y apreciables abolladuras en el casco del navío, del joven kamikaze que se inmolo sin éxito, cuyo cuerpo extrajeron sus enemigos de la chatarra del avión y al que el capitán reconoció, contra la inicial reacción de la marinería, honras fúnebres militares en un gesto de humana decencia.

Desenfocado pero claro: prohibido llevar bebés en el bolso.


El USS Missouri y el cenotafio del USS Arizona.

Este monumento se levanta sobre el pecio, 
tumba accidental de centenares de marineros.

Bajo estos cañones se paseó Cher casi sin ropa.

La visita a Pearl Harbour se llevó la mayor parte del día. Ya de regreso a Waikiki paramos ante el "único palacio real" de los E.U.A. El que perteneció a los últimos reyes de Hawai'i, depuestos al final del S. XIX cuando el gobierno de Washington decidió secundar un golpe de estado organizado por hombres de negocios norteamericanos y puso el archipiélago bajo su "protección". Y hasta hoy. Ya no hice más que descansar un rato en el hotel, salir a cenar y alquilar un coche para el día siguiente (lo cual no fue fácil).

El Palacio Real.

El rey Kamehameha unió el archipiélago a comienzos del S. XIX. 

En el coche que tanto me costó conseguir, me fui a pasar el día recorriendo el litoral de levante (18.03.13). Dejé atrás la aglomeración urbana de Honolulu, me asomé a la bellísima bahía de Hanauma, entré en el cráter de Koko y paseé por su árido jardín botánico, donde disfruté de un montón de pajarillos, muchos de especies introducidas del continente americano. Y sobre todo, chorlitos dorados, que pasan el invierno en el archipiélago y se ven por doquier, parques urbanos, campo, playas, donde sea.

Me llegué hasta la punta Makapuu, en la esquina sudeste de la isla. Este pequeño parque natural acaba en un promontorio y ofrece amplias vistas sobre el océano a lo largo de un cómodo paseo, muy popular entre los domingueros. Uno de los motivos que me animó a venir era la posibilidad de ver la migración de las yubartas. Pregunté a una pareja que volvía hacia el aparcamiento:
- Sí, sí, ya lo creo que hemos visto ballenas.
- ¿Muchas o sólo algunas?
- Bueno, unas cincuenta o así.

Pensé que me tomaban el pelo o que simplemente no sabían contar. Iluso de mí. En un par de horas conté otras tantas. Desde cualquier punto del camino en que me parase a echar un vistazo no tardaba más de unos pocos minutos en descubrir algunas ballenas (rara vez se veían ejemplares solitarios) a poca distancia de la costa. Con tanta abundancia de cetáceos, no faltaban los saltos fuera del agua, coletazos, sifones, grupos y demás entretenimientos. Ya a simple vista el espectáculo era magnífico, más si cabe con la ayuda de los prismáticos. Todo el mundo disfrutaba y los domingueros nos felicitábamos cuando veíamos algún ejemplar brincando de cuerpo entero.

Si esta migración es una fracción de lo que las poblaciones balleneras del mundo fueron antes de la caza que casi las exterminó en los últimos siglos, no puedo imaginarme lo que debieron ser los mares antes de ese tiempo. No me estaba defraudando Hawai'i.



La bahía de Hanauma.


El cráter Koko.


Chorlito dorado.

En los E.U.A. hay muchos peligros.

Más de los que nos imaginamos.

Yubartas: así una tras otra, sin parar toda la mañana.

La costa occidental de Oahu.

Ensimismado con las ballenas, me costó decidirme a seguir la excursión. Pasar el día entero viendo ballenas con un telescopio, en buena compañía y con algo de merienda me parece un plan perfecto que alguna vez he de llevar a la práctica. Otro motivo, si es que faltasen, para regresar.

El litoral occidental era muy bonito y mostraba algunos de los barrancos erosionados habituales en las fotografías típicas de Hawai'i, con impresionante verdor y hendiduras muy pronunciadas. Paré a comer en la playa y seguí siempre con el oceáno a la diestra, hasta que llegué a un supuesto centro cultural polinesio. Pregunté y me aseguraron que sí, había muestras de las culturas de todas las islas de Polinesia y tendría tiempo aún de ver algunas representaciones en vivo.

El centro resultó más bien un parque de atracciones promovido por una secta religiosa. No me percaté hasta que una muchacha en uniforme me dió la bienvenida:
- ¿Te llamas Jesucristo?
- (Entre escandalizada y divertida) No, no, me llamo tal y cual, en la placa pone Jesucristo porque somos de la iglesia de esto y lo otro de Jesucristo, jiji.

Decidí abreviar mi estancia en el recinto y me contenté con ver algunas danzas típicas ejecutadas por quienes se suponen nativos de los lugares correspondientes, algunos cantos, y para fuera. Hice bien, en especial cuando comprobé que un chiste recurrente era explicar que Oceanía comprendía, además de Australia y Nueva Guinea, los archipiélagos de Polinesia, muchas islas, Melanesia, las islas negras, Micronesia, las islas minúsculas, y otras que no recuerdo, Amnesia.

Bailarinas tahitianas.

Rodeé esta mitad de la isla para acabar cenando algo en la turística Hale'iwa, cerca de las rompientes del norte, muy populares entre los surferos. De ahí hasta Waikiki para devolver el coche y recogerme en el hotel sólo me quedó un rápido trecho de autopista.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. ¡Vaya viaje! Qué pasote Hawai también. Al empezar a leer la crónica no había caído en lo de Pearl Harbour. Qué interesante!
    Y claro, no te puedes contentar con eso, y algunos de los paisajes más famosos del planeta, no. Hay que sumarle unas cuantas yubartas haciendo el paripé. La hermenéutica local es poco castigo para ti. La mierda, con perdón, de espectáculo ese te lo tienes bien merecido. Y el chiste nos lo podrías haber ahorrado.
    Viva Hawai!!!

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  2. Ah, y al negro de Bañolas no se lo habían llevado a Botsuana?

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