martes, 16 de julio de 2013

XXXV. Nueva Zelanda (viii).

Queridos lectores:

Para adentrarse por los parajes de montaña del río Dart, cabe seguir una ruta a pie de varios días, regresando por el mismo camino, o subirse a una lancha a propulsión chorro para remontar el propio río (07.03.13).

Aunque me hubiera encantado disponer de más tiempo para lo primero, me contenté con lo segundo. No pude perderme a gusto por entre bosques y montañas, como habría querido, pero a cambio me divertí un montón, y conmigo el resto de los excursionistas. Estas lanchas son capaces de navegar en apenas unos centímetros de agua, a ochenta kilómetros por hora de velocidad. De propina, algunos giros de la barca sobre sí misma de vez en cuando, para algarabía de los pasajeros.

Antes de disfrutar de estas atracciones náuticas, nos llevaron desde Glenorchy en autobús hacia el fondo del valle, con varias paradas para admirar el paisaje, bellísimo para variar. Numerosas películas de cine y no menos anuncios publicitarios se ruedan en estos parajes. Los Alpes europeos, el Himalaya y otras montañas se han visto recreadas aquí mediante el engaño cinematográfico. El guía explicaba a mis arrobados compañeros cómo en el cine las cosas nunca son lo que parecen y bla, bla, bla. Alguien buscó compartir su asombro conmigo. Por no hacerme insoportable, concedí:
- Sí, sí, es increíble, ¿verdad?

Por lo que no pasé fue retratarme subido a la enorme silla de madera que había quedado como resto del rodaje sobre una saga de enanos descalzos. Prefiero no mezclar ocio con negocio.
- ¿Seguro que no quieres una foto sentado en ella?
- Seguro, gracias.

Además de la silla, en el bosque de árboles nativos poco más había quedado que no fuese vegetal o mineral. Y eso gracias a que en décadas pasadas dejaron de talarlos para convertirlos en postes. Como el guía explicaba, la mayoría de las aves autóctonas habían sido extinguidas localmente por predadores invasores, de los que el enemigo público número uno sigue siendo el possum australiano. Es no sólo una lástima, sino un sentimiento desalentador hallarse en tan hermosa naturaleza y que no se oiga cantar a ningún pájaro. Las montañas, espectaculares, comparten similar suerte, infestadas de rebecos, cabras, cerdos y otros animales exóticos introducidos por el hombre.

La belleza paisajística, no obstante, merece la pena por sí sola, y el paseo resultó muy grato, como digo. De regreso en Glenorchy por vía fluvial, mientras me tomaba un café en la terraza fui invitado muy gentilmente por un señor a compartir mesa con su familia, que almorzaba antes de regresar a Queenstown en autobús.




El río Dart.

Lo cierto es que estaba tan a gusto perdido en mis ensueños, pero me emocionó el gesto y hubiera sido una grosería imperdonable no aceptar. La familia regentaba una tienda de recuerdos en Australia, que no les iba mal, y se habían tomado unos días de vacaciones para visitar el país vecino.

Regresé a Queenstown por mi cuenta. Sara y Robin me habían escrito por si pudiera llevarles otro tramo, pero al final no logramos coincidir. Reabastecido tras una parada estratégica, subí al pico Coronet, a las afueras, en busca de keas y buenas vistas  (fracaso y éxito, respectivamente), y seguí hasta Te Anau, a orillas del lago homónimo, donde pernocté sin nada más que reseñar.

De vuelta hacia Queenstown.

Desde el pico Coronet.

Takahe gigante en Te Anau.

Entraba en la tierra de los fiordos (08.03.13). El esplendor del país en general y de la región en particular me obliga a repetir los adjetivos: bello, hermoso, bonito, lindo, admirable, espectacular. Todos son merecidos y tenedlos por asignados de continuo a estas tierras en tanto hable de ellas, por favor.

A la salida de Te Anau recogí a otras dos autoestopistas. Berenice y Sara son francesas, animadoras sociales, y viajan por las antípodas con un visado de trabajo y muy poco dinero. En el caso de Berenice, además, un reciente esguince en un pie, causado por un torpe compañero de baile que le cayó encima, la obliga a moverse escayolada y con muletas. Queda demostrado que quien se arredra para viajar es porque quiere.

Nos detuvimos de camino varias veces para contemplar el paisaje y también para almorzar en un bosque, bien acompañados por un tomtit endémico y descarado, que obviamente había aprendido a aprovechar las visitas humanas. Paramos en busca de los keas en el último paso de montaña que nos separaba del fiordo al que nos dirigíamos, pero no hubo suerte y no vimos ninguno. Me habría de contentar con los de Arthur's Pass, qué remedio.

Mirror Lakes.

Sara y Berenice, de merienda forestal.

Sara con su amigo, el tímido tomtit.


Sara y Berenice no podían pagarse la excursión en barco (en Nueva Zelanda no regalan nada, puedo asegurarlo), ni tampoco disponían de mejor transporte que el que servidor pudiese ofrecerles para regresar a Te Anau, única localidad con alojamiento disponible en la zona. Acordamos pues que se entretuvieran por los alrededores hasta mi regreso, para volver los tres en mi coche.

Subí a bordo y salimos a navegar por el fiordo de Milford, al final de la carretera. De entre tantos y tantos lugares bellos en Nueva Zelanda, Milford Sound es uno de los más afamados. Con toda justicia. Fueron algo menos de tres horas de cómodo paseo por las aguas resguardadas del fiordo, acercándonos a los altísimos acantilados incluso lo suficiente para recibir el agua de las cascadas en la proa, admirando otarios y algunos pingüinos de los más raros que se conocen, como el crestado de los fiordos. El tiempo fue indulgente y los retazos de nubes que a ratos envolvían las paredes sólo acrecentaban el encanto del entorno.

El comienzo de Milford Sound, al comienzo.

El punto blanco de el medio es un barco de buen tamaño.




El comienzo de Milford Sound, al final.

Recogí a mis compañeras, que habían disfrutado de las vistas desde tierra y de algún paseo, corto por fuerza, e hicimos un nuevo intento en el puerto de montaña.

Esta vez nos estaban esperando. Una pareja de keas andaba enredando en el techo de una autocaravana que partió al poco de llegar nosotros. Privadas de su juguete, las aves no tardaron en subirse a nuestro coche. Desde fuera y al alcance de la mano, nos divertimos viéndolas picotear todo: la antena, las puertas, los plásticos, los metales. De hecho, para cuando me dí cuenta una de ellas había perforado la goma de una puerta. Hasta aquí, me dije, que me desgracian el coche y no es mío. Apuramos un rato más la parada para disfrutar de mi cambio de suerte con los keas, y regresamos sin novedad a Te Anau, adonde llegamos ya atardeciendo. Me instalé de nuevo en el albergue, y también Sara y Berenice, cenamos algo y final del día.

Buscad un kea.

¿Esto se come?

Sara y Berenice también han encontrado un kea.

Me tocó madrugar mucho para llegar a Manopouri (09.01.13). De allí un barco primero, luego un autobús y finalmente un barco más, me llevarían a recorrer otro fiordo. Tan bello como Milford Sound aunque menos renombrado, Doubtful Sound es más extenso y algo más remoto. En el collado que se interpone entre el lago Manapouri y el fiordo, aprovechando el desnivel, construyeron una central hidroeléctrica de las más importantes del país. Y de las más discretas: es subterránea. Se llega por un gran túnel horadado en la piedra viva, que desciende en espiral hasta la estación. Más impresionante que la sala de turbinas y alguna estancia más que es todo cuanto se visita, es la ubicación del conjunto. 

La construcción de la central para proveer de energía a una gran fábrica de aluminio, en los años sesenta del siglo pasado, supuso un hito en la creación de la conciencia ecológica del país. Se supone que un patronato con participación de la gente del lugar vela por que el nivel freático de las aguas, y con él la vida en el lago, no resulte perjudicado.

Manapouri power station.

Ni en Tayiquistán hacen los túneles así de bien.


Ya a bordo, en el fiordo, Chris, el guía, me explicaba que en estos años el turismo había descendido a la mitad debido a la crisis en Europa, principalmente. Razón de más, me dije interiormente, para que los kiwis comprendan que, si quieren hacer negocio, son ellos los que deben esforzarse por adaptarse a su clientela, y no a la inversa. La actitud de los neozelandeses me recordaba con demasiada frecuencia a la del taxista chino que en Xian nos apremiaba a buscar compañeros de viaje cuando era él quien en realidad nos necesitaba para ganarse la vida.

Resumiendo: vistas panorámicas desde el collado, brumas primero y sol en plenitud después, otarios, pingüinos, palomas y café por gentileza de la casa completaron la excursión. El colofón lo puso un grupo de pescadores deportivos que, rebasándonos con su lancha ya de vuelta en el lago, nos obsequiaron con la desinhibida exhibición del culo, para desenfado del respetable, que hizo aprecio de ello con sonoras carcajadas.


Doubtful Sound desde el collado.

Terminada la excursión, que ocupó la mayor parte del día, deshice la carretera hasta Te Anau primero y hasta Bluff por fin. Por el camino saludé a muchos semovientes herederos de antiguos compatriotas: ovejas merinas. O merinos, pronunciado a la británica y sin conocimiento de su etimología, como comprobé sin sobresaltarme las pocas veces que sondeé a algún lugareño al respecto. El orgullo de la producción pecuaria nacional tenía el mismo aire estulto que en todas partes y además me esquivaba cuando intentaba retratarlo de cerca. Rebasada la tierra de los fiordos y sus colosales anfractuosidades, este lado más recordaba a una campiña europea pero con mucho ganado, mucho, mucho.


A despecho de la Mesta.

De paso hacia Bluff.

Bluff se asienta en el extremo meridional de la Isla Sur, un caserío residencial en una colina sobre un puerto más funcional. Lo recorrí en un santiamén en busca de alojamiento. En el camping municipal no había quien diese razón, entré luego en un bed and breakfast del que huí en cuanto me recibió la gobernanta con un gato enorme de largo pelo y promesas de sufrimiento alérgico en la mirada.

Pasé por un hotel infame atendido por una señora asiática que no parecía entender que el precio no lo es todo si por suerte queda margen para escoger, y que pulcritud y buen orden pueden ser más importantes. Inspirado por estos criterios recalé en el otro hotel del pueblo.

Allí me atendió Mary. Ya jubilada, había invertido sus ahorros en remodelarlo y apenas acababa de inaugurarlo. El hotel resultaba muy acogedor y me instalé contento de mi suerte. Como Mary tenía el comprensible prurito de mostrarme el fruto de sus desvelos, recorrimos casi todas las dependencias mientras me contaba sus progresos y sus planes. Hasta que llegamos al salón, del que un piano de media cola era la pieza central. Pregunté y fuí respondido: era la propia Mary quien lo tocaba de vez en cuando. Pedí y fui saciado: Mary tocó algo. Y vaya que si tocó.
- Tocas realmente muy bien.
- Y tanto, ¡como que he sido música profesional toda la vida!

Mary había nacido y se había criado en un pueblo del Medio Oeste de los Estados Unidos de América, pero recaló joven en Nueva Zelanda. Dedicó toda su vida profesional a la música, viajando por el mundo aunque afincada en Auckland.
- Una vez participé en un certamen musical en España, dirigiendo una agrupación de canto.
- No me digas, ¿dónde?
- En el concurso de Habaneras de Torrevieja.

Si después del labriego mecanizado que anduvo por Tordesillas me creía curado de nuevas sorpresas, confieso que esto no me lo esperaba. Allí pasé los veranos de mi infancia, y juntos celebramos esa efímera casualidad.

Mary tenía muchas historias que contar, pero nada que cenar. Tampoco el pueblo, cuyo único bar abierto lo iba a ser sólo por unos minutos más, según me declaró la camarera al atardecer. Carretera y manta hasta Invercargill, distante quince minutos y enorme metrópolis de varios millares de habitantes en la que pude hasta elegir restaurante. Con una cerveza terminé la jornada y regresé a dormir a mi hotel favorito de Bluff.

Mary demostrando su arte.

Abrazos para todos.

1 comentario:

  1. Es Torrevieja un espejo.....! Vamo' a cazar rana'? Qué bonico to. Imperdonable lo de la saga de enanos descalzos, con lo que molan. Muy mal. Tanto fiordo y tanta cosa. Muy bonicos los keas, y mu joputillas por lo que veo.

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