lunes, 29 de julio de 2013

XXXVI. Los Estados Unidos de América (ii).

Queridos lectores:

Hurté tantas minimagdalenas como pude de las que por cortesía ofrecen por las mañanas en la recepción, me subí un café a la habitación y desayuné como un rey aún no depuesto de Hawai'i (19.03.03).

En poco rato un taxi compartido me recogió rumbo al aeropuerto, de allí un breve vuelo me llevaría a la isla más occidental y más grande, que da nombre al archipiélago, Hawai'i. Mayor que todas las demás juntas, comúnmente es llamada la Isla Grande (The Big Island).

Gracias al claro cielo disfruté de inmejorables vistas aéreas sobre las islas de Molokai y Maui, y otras secundarias.

Aseos para los imitadores de Elvis.

Aterricé en Hilo, en la parte lluviosa de la isla  y por eso menos poblada, y recogí sin contratiempos el coche que había alquilado para mi estancia por allí. En unos minutos, al mediodía, ya estaba en casa de Ceryse y Tom, un bonito apartamento junto al mar.

Honolulu (con Waikiki Beach y Diamond Head a la derecha).

Hanauma Bay en medio y Makapu'u Point al fondo a la derecha.

Molokai.

 
Otra isla, no sé cuál.

Fui bienvenido junto con su amiga Kim, que les había acompañado a comer con su hijo. Almorcé algo también, me ayudaron entre todos a organizar los días siguientes (cambié mi plan original de volar a Maui por permanecer más días en Hawai'i, y fue un acierto) y salimos ya sólo los tres, Ceryse, Tom y un servidor, a conocer algunos lugares pintorescos. De paso pude comprobar, explicados por mis anfitriones, algunos de los estragos que, por mediación humana, especies invasoras de flora y fauna han causado en el país.

Los banianos o higueras de Bengala (Ficus benghalensis) por ejemplo, crecen sin freno y se extienden en selvas impenetrables que asfixian a las demás plantas. Mangostas asiáticas (Herpestes javanicus), introducidas por el hombre en el S. XIX para combatir a las ratas que siguieron a la bonanza de la caña de azúcar (un cultivo también introducido), prefieren evitar a sus nocturnas enemigas y proliferan sin recato a la luz del día comiéndose todo lo que dejen aquéllas, pues para eso son diurnas. En cuanto oscurece, como luego verifiqué, los coquíes (Eleutherodactylus coqui), la ranita endémica de Puerto Rico, atruenan con un canto multiplicado por los millares y millares de congéneres que se han apoderado de la Isla Grande en el último decenio. Y no pongo más que tres ejemplos. Sin embargo, los paisajes de Hawai'i son muy bellos y la Isla Grande tiene mucho que ofrecer, como espero ser capaz de transmitir en estas crónicas.

Acabamos la tarde con una cerveza en el centro histórico de Hilo, y rematamos con una cena ligera en un cercano restaurante tailandés. Ceryse y Tom, que fueron unos extraordinarios anfitriones, están ambos jubilados, aunque ocasionalmente acepten algunos trabajos. Ceryse, de Wyoming, es videógrafa y trabaja ocasionalmente de profesora. Tom es de California, tenía una empresa de computadoras y habla perfecto español. No en vano se crió en la Habana, donde vivió la caída del régimen de Batista y el triunfo de la revolución de Castro, y ha vivido en ocho países, incluyendo España, donde residió doce años en Madrid.



Tom y Ceryse.

Desayunamos en la terraza contemplando a un lado el Océano Pacífico, a escasos cincuenta metros, y al otro, la cumbre con neveros del Mauna Kea en la lejanía (20.03.13). Ceryse había quedado con Kim para pasar el día al otro lado de la isla y Tom y un servidor nos fuimos primero a nadar, cerca de casa.

Ceryse y Tom están jubilados, sí, pero no inactivos, todo lo contrario. Además de cultivar ambos una buena actividad intelectual, de subir y bajar siempre andando los seis pisos de su casa, de pasear, bailar y hacer deporte con asiduidad, Tom es un nadador de primera, como se hizo manifiesto en el agua, donde tan pronto me relajaba lo perdía de vista, pese a que era un servidor quien llevaba puestas sus aletas.

Pese al calambre de la pantorrilla que al final me recordó mi lamentable forma física, el baño fue glorioso: sobre el fondo de arena verdosa de origen volcánico, y con agua de variada temperatura y claridad según el origen de la corriente que la mueva, rocas (también volcánicas, claro) y corales se esparcen para solaz de abundante fauna marina, incluyendo un par de tranquilas tortugas verdes (Chelonia mydas) y algún ejemplar del pez símbolo del Estado: el humuhumunukunukuapua'a (Rhinecanthus rectangulus), humuhumu para los amigos.

Salimos del agua bajo una tibia lluvia y mientras nos tomábamos un refresco en el salón de casa veíamos ballenas por la ventana. A cada rato alguna saltaba fuera del agua. No había más remedio que renunciar a verlas todo el rato o nos hubiéramos quedado paralizados sin hacer nada más hasta la puesta del sol. Y al menos servidor no podía: tenía que trabajar.

Aunque no sea su estilo favorito de viaje, de vez en cuando Tom da conferencias en grandes barcos de crucero, a cambio del pasaje con todos los gastos pagados para él y un invitado. No es mal trato, desde luego. Alguien puso en duda la legalidad de sus presentaciones audiovisuales y me ofrecí para escribirle un pequeño dictamen (legal opinion, dicen ellos al revés), por si le pudiera ser útil. Me costó un poco meterme en el papel de leguleyo, pero el resultado no fue malo y Tom quedó muy contento, quizá le sirva para acallar a algún listillo en el futuro.

Un paseo en automóvil más al norte de Hilo y una breve visita al mercado local completaron la primera parte de la jornada. Por la tarde un servidor partió solo en coche rumbo a Mauna Kea, el volcán más alto del archipiélago con sus 4.205 metros. Y si se mide desde el fondo marino, la montaña más alta del mundo. Para todo hay superlativos, ya sabéis.

Desde la ventana de Tom y Ceryse.

Cascada de Kolekole.

Un pueblo.

Una carretera asfaltada lleva hasta el centro de recepción de visitantes, a 2.800 m. donde se recomienda parar al menos media hora para aclimatarse a la altitud. De allí hasta la cima sigue una pista de tierra por la que traqueteé temeroso por la integridad del coche. Coroné sin ningún contratiempo, aunque Ceryse y Tom no estaban seguros de si podría.

Aparqué entre los observatorios astronómicos de lo alto y caminé hasta la verdadera cumbre, indicada por un remache metálico del servicio geográfico estadounidense. En el entorno, piedra y arena volcánica desnuda, con algunos neveros eternos, se veía magnífico, rodeado de un mar de nubes y con la cima de Mauna Loa sobresaliendo al fondo.

No quedaba sino aguardar a la puesta del sol, rodeado de turistas asiáticos subidos en autobuses todoterreno. Abrigados todos al máximo, el espectáculo fue, como es norma, digno de la espera y del frío: apenas un par de grados centígrados.

Mauna Kea: en lo alto de la montaña más alta del mundo.


Mauna Loa desde Mauna Kea.


Paraíso playero en Hawai'i.


Cuando volví a casa una nota de Tom en la puerta me remitió a la del vecino, a por la llave.
- ¿Ocurre algo?
- Ceryse y Kim han tenido un accidente de coche esta tarde y Tom ha salido para allí.

Sobrecogido, me esperaba una tragedia, pero el vecino pronto me tranquilizó. Kim, su hijo y Ceryse estaban bien, pese a que, como luego me explicó Ceryse, el coche dió una vuelta de campana por una maniobra extraña de Kim por esquivar otro vehículo. Llamamos a Tom por si pudiera serles de ayuda con mi coche, pero no hizo falta y al rato llegaron los dos.

Acabó un día muy intenso con la felicidad de que todo lo malo hubiera quedado en un gran susto, y que todo lo bueno fuera mucho más.

Abrazos para todos.

1 comentario:

  1. Qué susto!
    Qué bonito el volcán y las vistas!
    Aún no hemos visto ninguna foto de ti con camisa y guirnalda de flores. Qué poco típico.
    Iba a preguntar por qué dices lo de la montaña más alta del mundo. Ya he leído en google que lo es porque tiene 10mil metros contando desde la base bajo el mar. Qué marisabidillo eres!

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