martes, 6 de agosto de 2013

XXXVIII. Irlanda.

Queridos lectores:

Salí del JFK de NY por la tarde (31.03.13). O sea, salí del aeropuerto de Nueva York por la tarde. Cruzamos el Océano Atlántico y aterrizamos en Dublín de madrugada.

Me hubiera encantado disponer de al menos unas horas para revisitar Dublín después de casi treinta años y saludar a algunos amigos, pero el día que sumé al viaje de un año con la comprensión de Rocío debía ser el de mi regreso.

Cosecha de América.

Bienvenidos a Dublín.

El último avión en un año y un día.

Sobrevolé mi casa y aterricé en

XXXIX. España.

Más de cincuenta vuelos y ni una sola vez me perdieron la mochila. Tampoco en el aeropuerto de Madrid. El control de pasaportes consistió sólo en una miradilla del policía nacional.

Había imaginado el reencuentro un montón de veces, no por ninguna razón especial, acaso por el placer de anticipar la felicidad. Me imaginaba corriendo para abrazar a Rocío, y a algún descuidero aprovechando la distracción para afanarme la mochila.

No fue así. Era demasiado temprano y los rateros de aeropuerto debían de estar durmiendo.
Sí fue así. Me venció la alegría y salí disparado a por Rocío en cuanto la divisé entre la poca gente que aguardaba a la salida.

¡Qué alegría y qué felicidad!

Ambas plenas. No necesito explicarlas.

Con Rocío, por fin.

En un plano infinitamente menor, saber que en los próximos días no tendría que preocuparme por el alojamiento, ni hacer planes, ni buscar anfitriones, ni conseguir billetes de viaje, fue ciertamente un gran descanso. Y una pérdida también. Viajar es un trabajo que me gusta. No me gusta, me apasiona.

El viaje ha terminado.

Ha sido fantástico, por usar un solo adjetivo. Recorrer una porción respetable del mundo, más de una treintena de países, como un astronauta a ras de tierra, conocer a tanta gente, ver tantos animales, visitar tantos lugares, contemplar tantas maravillas, aprender tanto. Sentirse invitado del mundo ha sido casi lo mejor.

Por si alguien lo echase de menos, listo los países por los que he pasado: España, Austria, Eslovenia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Macedonia, Albania, Turquía, Líbano, Jordania, Israel, Irán, Tayiquistán, Uzbequistán, Kirguistán, Rusia, Mongolia, Corea del Sur, Japón, La China, Taiwan, Hong Kong, Laos, Camboya, Tailandia, Myanmar, Singapur, Malasia, Brunei, Filipinas, Indonesia, Australia, Nueva Zelanda, Los Estados Unidos de América, Canadá, Irlanda un poquito y España de nuevo.

Como decía Juan, cuando estés por ahí serás sólo Fernando. Nadie te conocerá y a nadie le importará de qué manera vives o quién eres en tu pueblo. Serás lo que hagas y digas en cada momento, nada más.

Sabias palabras. Ha sido genial ser simplemente Fernando.

También ha sido duro a veces. Sin la red social, claro signo de los tiempos que vivimos, el viaje hubiera sido otro. Reitero mi agradecimiento a todos los que me acogieron, acompañaron, aconsejaron, alimentaron, orientaron, ayudaron y me brindaron su amistad. Y mi admiración por su altruismo.

A algunos los puedo llamar ahora amigos con el corazón abierto. Incluso de regreso en Madrid ya he tenido la suerte de ver a mi amigo Tom, de Hawai'i con su hijo Matt, madrileño de adopción, y de recibir en casa unos días a Jasmine, de Taiwán. Y también la de ofrecer nuestro hogar a algunos viajeros, pocos de momento, pero ya irán viniendo.

Sin el apoyo de todos los que ya erais mis amigos y lo habéis demostrado mientras estaba fuera, también el viaje habría sido otro. A todos, empezando por mis hermanos y familia, mi agradecimiento, por ayudarme en algunos apuros, por hacerme sentir vuestro cariño en correos electrónicos, mensajes en estas crónicas, llamadas telefónicas por internet, y a través de Rocío. También a los que lo intentasteis pero os vencieron las barreras de internet, no importa. Y a los que me habéis testimoniado vuestro interés una vez de regreso.

Dos días más tarde me acerqué al despacho. Ya di las gracias a Borja al principio de estas crónicas y justo es reiterarlas ahora. También sin su apoyo y el de Aurina, Cristina, Alice, Marta y Pepo el viaje habría sido otro.

Quiero creer que este viaje no será una experiencia única. Quiero creer que se repetirán otros semejantes. Es lo que deseo.

Ahora debería hablar de Rocío. Pero no es necesario. Ella lo es todo.

Abrazos para todos.

5 comentarios:

  1. Querido Fernando,

    Me ha emocionado leer la última entrada del blog, el final del viaje (que supone el principio de otros).
    Me alegra mucho que hayas podido tener una experiencia tan maravillosa.
    Me alegra mucho que estés aquí.

    Esto es la vida, y tu optimismo me ha contagiado.

    Gracias por tomarte el trabajo de contar tus peripecias con tanto detalle.

    Un fuerte abrazo

    Fran

    ResponderEliminar
  2. Amigo Simplemente Fernando:
    Muchas gracias por compartir el viaje con nosotros, en parte hemos viajado contigo.

    ResponderEliminar
  3. ¡Lo terminé! He tardado un poco pero ha merecido la pena. Casi lloro al final...

    ResponderEliminar
  4. Me he puesto como objetivo leer tu blog de forma paralela al próximo libro. Me recuerdas al escritor polaco Kapuscinski, que escribió Viajes con Heródoto, un libro acerca de sus viajes por el mundo. El nombre deriva de que Heródoto es considerado el padre de la historia en Occidente; y su modo de hacer historia, muy periodístico, era hablar con la gente de los países por donde viajaba, para documentarse. Tal como hizo Kapuscinski.

    ResponderEliminar
  5. Muchas gracias, Dani. Leí el libro de K., estaba muy interesante, sí. Con Heródoto aún no me he atrevido, pero todo se andará. Más heroico te va a resultar leer mis crónicas, ya verás, jaja.

    ResponderEliminar