jueves, 1 de noviembre de 2012

XXII. La China (v).

Queridos lectores:

Con el certificado del hotel y otro de solvencia remitido por correo electrónico, vuelvo a la policía (10.10.12). Parece que podrían darme el visado nuevo si no fuera porque no me quedan páginas libres completas en el pasaporte. Protesto porque una entera lo ocupa el visado chino, pero no hay manera. No insisto porque era sólo un intento, y porque en estos días he averiguado la desemesura que piden las agencias autorizadas por ir a Corea del Norte, más varias semanas de preparativos burocráticos, y he desistido. Aun hoy tengo sentimientos encontrados al respecto: me habría gustado ir, pero llenarles los bolsillos para que me paseen con orejeras por su parque temático de la dictadura no me hace ilusión.


El mausoleo de Mao.


Me acerco al mausoleo de Mao, pero van a cerrar en cinco minutos y no me da tiempo. Paso al Gran Salón del Pueblo, o sea, la sala de reuniones del Partido Comunista, que parece equivaler al pueblo, según la denominación. Tampoco hay suerte: la sala principal no se puede ver porque hay sesiones en la semana venidera. Sí otros salones, enormes e iguales que los de la Casa del Pueblo del difunto Ceaucescu. Se conoce que en Rumanía el sinónimo del pueblo ni siquiera era el partido comunista, sino el propio dictador.


La sala del pueblo.

Una de las salitas del pueblo.

De ahí al Centro Nacional de las Artes Escénicas, una obra enorme y recentísima de arquitectos franceses, que alberga la ópera, una gran sala de conciertos, un teatro y no sé cuantas otras cosas. Por seguir el tono, la ópera no se puede visitar, hay representación, pero el edificio es espectacular. Paseo luego por el antiguo barrio de las legaciones extranjeras, pero me resulta poco interesante. He de pasar por casa para recoger la mochila y coger luego el tren hacia Pinyao, mi primer destino fuera de Pekín. Me despido de Nan, que hoy ha vuelto pronto, y me marcho con la promesa de regresar en un par de semanas largas, pues he de recoger el pasaporte nuevo.


El  Centro Nacional de las Artes Escénicas.



A la estación sólo pueden entrar los viajeros acreditados. Para sacarse un billete hay que aportar alguna identificación. Nan me lo sacó por internet hace un par de días. Pese a que todo el mundo dice que hay que anticipar mucho la compra de billetes de tren en la China, yo acabé comprándolos todos de un día para el siguiente, o incluso en el mismo, y no tuve problemas.


Bijing Railway Station.

El tren es nocturno, tardará una docena de horas en recorrer los seiscientos kilómetros del trayecto. Me instalo en mi litera, en el par más alto de las seis del compartimento. Rehúso agradecido los ofrecimientos de cena de los otros viajeros, todos chinos. No había viajado en litera desde que era estudiante, y me trae buenos recuerdos. Pronto me voy a dormir plácidamente, aunque la llamen litera dura (las hay blandas).


Al amanecer (11.10.12) entablo conversación con Isa (como tantos otros, nombre en clave para foráneos torpes). Es ingeniera industrial con varios años de experiencia y está estudiando inglés para hacer un examen de ingreso en universidades estadounidenses, donde espero cursar un postgrado. Su inglés es ya muy bueno, y procuro animarla. Se queja de que en la China la discriminación laboral contra las mujeres es rampante. Alguien llegó a negarle un empleo por ser mujer, a la cara. Está sin trabajo y por eso planea estudiar fuera, para prosperar con su  marido y un niño pequeño.


Isa en el tren.

Llegamos a Pinyao a las siete y media de la madrugada. Pregunto y decido sacarme billete para otra litera dura en otro tren nocturno ese mismo día, rumbo a Luoyang. Calculo, y no me equivoco, que con una larga jornada me sobrará para ver la ciudad.

Dejo la mochila en una consigna privada y me voy de visita. Pinyao es una ciudad amurallada, de mediano tamaño, que conserva la mayoría de sus casas tradicionales. Es muy turística pero resulta agradable. El billete de entrada incluye diecinueve lugares. A lo largo del día los habré visitado casi todos, y los patios de las casas tradicionales, hoy museos de esto y aquello, me darán ya vueltas en la cabeza, pero sarna con gusto no pica. Ví la ciudad de cabo a rabo, y en bicicleta llegué hasta los rincones más apartados.


 
 

 

Por la tarde he quedado con Peyton gracias a la red social. Peyton, un hombre joven muy animoso, guía a unos turistas pero cuando queda libre, por la noche, me invita a una cerveza. Peyton quiere prosperar, y no dudo de que lo conseguirá. Guiar es sólo una ocupación temporal en espera de mejores oportunidades en Pekín, donde realmente se puede mejorar. Imbuido de sana curiosidad por el mundo occidental, me pregunta cómo funcionan allí las cosas. Como Isa, habla muy buen inglés, con un marcado acento estadounidense fruto de las películas, pero no le parece suficientemente bueno. Este sentido de la superación me parece admirable, y se lo digo. Me pregunta también sobre el turismo en España y cómo mejorar en su profesión. Está incluso considerando estudiar español. Le respondo con tan buena intención como poco conocimiento.




 

Peyton ha de cenar con sus clientes, pero nos reunimos después para ir a casa de William, un amigo suyo, también guía turístico, con quien incluso habla en inglés por teléfono en su compartido afán de mejorarlo. Mi tren no sale hasta la una de la madrugada y William y Peyton desean hacerme compañía. William, de exquisitos modales y muy aseado, vive en un cuartucho en uno de los callejones del casco monumental. No hay iluminación callejera y llegamos a la luz de linternas. El cuarto, de no más de seis o siete metros cuadrados, a la luz de una bombilla desamparada, es un trasunto humano del big bang: tal es la densidad de objetos en él. Los servicios son comunales.

William ha participado con Peyton en la primera edición de un vademecum de Pinyao para guías profesionales, del que examinamos un primer ejemplar recién impreso. William es ingeniero informático reciclado, y cuando venga el invierno regresará a su casa, a Pekín. Pinyao está en el que llaman "infierno de carbón", y en cuanto el frío haga que se enciendan las calderas el aire será irrespirable. Se disculpa por el estado de su habitacion, mientras Peyton va a por algo de picar y unas cervezas. Por ellas o pese a ellas, descubro que soy capaz de comer cacahuetes con palillos, uno a uno, como hacen ellos; más despacito pero con cierta prestancia. Con semanas de retraso, voy a tener que darles la razón a Min y a Yumi que sostenían, en Corea y Japón respectivamente, la superior eficacia de los palillos para comer, sobre todo las ensaladas.

Peyton y William.
 
A las once, me despido de ambos y me voy para la estación en un taxi eléctrico (los únicos coches autorizados en el casco viejo) que me ha gestionado Peyton. En un rato saldré para Luoyang, once horas de tren para una etapa de casi setecientos kilómetros. Un chico que habla en inglés con algún local y un servidor somos los únicos extranjeros en la sala de espera.

Cuando subo al tren (12.10.12) todo el mundo duerme ya. La revisora, muy amable, canjea mi billete por una tarjeta que recuperará poco antes de mi destino, para poder avisarme. Son muy amables estos chinos. A la litera y a dormir a pierna suelta.

Abrazos para todos.




3 comentarios:

  1. Por encima de todo, a pesar de lo interesante que es ver tanta ciudad nueva, lo más espectacular del viaje es aprender en directo cómo vive la gente en otras partes del mundo. Creo que te va a dar una visión que te va a cambiar.

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  2. Pues yo sigo pensando que tanta cultura milenaria para seguir comiendo con palillos... ¡con lo bien que se come con cuchara y tenedor!

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  3. Yo también voto por la cuchara y el tenedor! Aun así, cada vez tengo más ganas de visitar China o Japón. Me esta gustando mucho.

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