lunes, 12 de noviembre de 2012

XXIII. Taiwán (ii).

Queridos lectores:

Jasmine se marchó pronto al trabajo y un servidor poco más tarde a la estación ferroviaria (29.10.12). El tren que quería coger para Hualien estaba lleno, por lo que tuve que esperar haciendo tiempo con estas crónicas y algo de comer. Aproveché para escribir también en el tren, que seguía la costa este de la isla a lo largo del océano Pacífico, en un día lluvioso y gris.

Un paseo bajo la lluvia al llegar y al rato me reuní con Dylan, mi anfitrión. Dejamos la mochila en su estudio, pequeño pero ordenado, y nos fuimos a cenar algo típico a la calle. Dylan es profesor de educación primaria, un buen trabajo, y aborigen taroko. Según me cuenta, quedan unos dos mil y no tienen problemas de integración. El taroko es una lengua distinta, como fácilmente aprecio en cuanto se la oigo hablar con algún local. También su aspecto es distinto al de otros taiwaneses, sin contar con las lentes de contacto de colores. Dylan sostiene que la vida en general es buena en su ciudad, aunque el ejército sea refugio casi obligado para quienes no encuentran alternativas.

Por la mañana temprano aprovechando que, como había pronosticado Dylan, la lluvia aguantaría, salimos en su coche a visitar la garganta de Taroko (30.10.12). Es un desfiladero muy grande y una de las principales atracciones naturales de Taiwán, de interior muy abrupto (hay montañas de casi cuatro mil metros). Mucha de la roca que la forma es mármol blanco, muy vistoso, y las laderas están cubiertas de bosque tropical.

Tuvimos la suerte de ver algunos macacos de Formosa, uno de los muchos endemismos de la isla, entre los que destacan también las mariposas, de las que continuamente se ven muchas y muy hermosas. Dylan conoce bien la garganta y la recorremos esquivando los autobuses de turistas chinos como mejor podemos. Y sin casco. Varios avisos indican la obligación de llevarlo, pero a nosotros se nos ha olvidado parar en el centro donde los prestan, por lo que al principio voy con cierta aprensión por si algún guarda nos multa. En Taiwán está prohibido comer y beber en el metro, por ejemplo, y lo cumplen a rajatabla (aunque un servidor se tomó un café en el metro por puro despiste, y no pasó nada) y también, como en Corea y en Japón, fumar en muchos espacios públicos, incluyendo calles y plazas. Por eso me tomo en serio la posibilidad de una multa por andar sin casco, pero nadie nos dice nada.

Cuando acabamos la excursión fuimos a comer al restaurante típico de unos amigos de Dylan. Nos recibió un perro de tres patas al que un momento después se unió otro también de tres patas. Tomé nota mentalmente para no pedir pata de cabrito, pero mi temor era infundado: la comida era muy rica y muy variada, incluyendo arroz preparado en el interior de cañas de bambú que hay que partir con un golpe seco.

La garganta de Taroko.

Macaco de Formosa.






El santuario de la eterna longevidad 
(lo cual parece una contradicción).


Dylan y el bambú con arroz.
 
Después nos acercamos a la costa, a ver el Océano Pacífico. Aunque a escala local Hualien es un destino turístico de primer orden, el litoral todavía se mantiene bastante libre de construcciones. Dylan me asegura que son conscientes de que el desarrollo turístico debe ser cuidadoso, ojalá sea así. El océano estaba, como todos los mares y todos los océanos siempre y en todo lugar, bellísimo. Paseamos un rato por la playa, donde un servidor se hubiera contentado con mojarse las manos, pero el océano decidió agrandar el recuerdo empapándome también los pies con zapatillas y todo, ¡mira que Jasmine me había rogado mucha prudencia junto al mar!

El Océano Pacífico.

Confiado antes del pediluvio involuntario.

De regreso en la ciudad, que no tiene ningún valor monumental, nos tomamos un café y nos despedimos en la estación, otra vez bajo la lluvia. Como anochece pronto, aprovecho la tarde para viajar hacia el sur y disponer del día siguiente ya allí. En el tren sigo poniendo al día las crónicas, hasta que en unas cuatro horas llegamos a Fangliao. Hay que seguir por carretera. En la estación reparo en un pareja de europeos que intuyo se dirigen al mismo lugar que un servidor, y no me equivoco. Pronto concertamos compartir un taxi, mejor que ir en autobús, mucho más lento. Son Catherine y Geoffrey, dos belgas residentes en Pekín, que van a Kenting para que Geoffrey participe en una triatlón de media distancia de las llamadas iron man. De hecho, Geoffrey lleva la bicicleta desmontada en una maleta especial. Geoffrey me advierte que será difícil encontrar habitación, por lo que gentilmente telefonea a su hotel (ambos hablan chino) y me reserva una. 

El hotel es muy bueno y está en un bonito lugar, pero algo apartado en unas lomas en medio de la península. Ninguno de los tres hemos cenado nada, por lo que cuando llegamos nos preparan unos fideos y algo de comer, de lo que damos cuenta rápidamente antes de irnos a dormir.

Desayuno con Catherine y Geoffrey (31.10.12). Me cuentan que viven en Pekín, lo cual debería dar ventaja a Geoffrey cuando corra la triatlón aquí, con aire puro le digo, pero él se ríe, no, ha estado malo últimamente y no llega en la mejor forma.  Acabado el desayuno, el chico de recepción me baja al pueblo en moto y me ayuda a alquilar un coche. Sin un vehículo propio sería difícil visitar esta parte del país. Tras medio convencer al gerente de que la letra e de mi carné de conducir no es de España sino de Europa, y de que es tan internacional como el legítimo (y totalmente distinto, claro) carné internacional que me enseña de muestra, me subo a mi flamante utilitario. Indago en el pueblo y compruebo que lo mejor será repetir noche en el hotel, y hacia allá voy cuando me topo con los belgas haciendo autoestop en sentido contrario. Doy la vuelta y les acerco a una tienda de alquiler de motocicletas. Por segunda vez, Geoffrey me hace el favor de telefonear al hotel y reservarme habitación. Nos emplazamos para cenar juntos y me marcho a ver mundo.

La mayor parte del extremo meridional de Formosa es un parque nacional marítimo y terrestre. Ando de acá para allá todo el día, disfrutando de la novedad de tener coche propio. Hace mucho viento y cae algo de lluvia, pero la costa es muy bonita y tan sólo algunas antenas militares la afean un poco. Esquivando los consabidos autobuses de turistas chinos, la recorro entera, bajando primero por el oeste para subir después por el este y cerrar el circulo en el cabo que cierra la bahía de Kenting. Disfruto de la calma dento del coche y del viento cuando salgo afuera, de la visión del océano, del batir de las olas sobre las rocas, de pensar que al otro lado están ya las islas Filipinas, de abstraerme entre turistas chinos en los puntos más concurridos, y de las patatas fritas que me estoy apretando mientras cavilo estos pensamientos.






Pájaro.




En el hotel recojo a Catherine y Geoffrey y nos vamos a cenar al pueblo. Para variar de dieta,escogemos un restaurante pseudoitaliano. Cath y Geof llevan año y medio en Pekín. Geof tiene un buen puesto como financiero en una multinacional de tecnología y energía, y confirma la impresión de Andrea y Alejandra: los chinos en general carecen de iniciativa y creatividad en el trabajo, y hay que estar muy pendiente de que las cosas se hagan y se hagan bien. Las excepciones suelen venir de gente con experiencia en otras compañías extranjeras. Cath trabajaba en Bruselas en gestión cultural pero últimamente se había tenido que refugiar en la banca, por lo que no lo lamentó mucho cuando decidió venirse a la China. Su horizonte es permanecer en el pais un par de años más, y luego se verá.

A ambos les chocó mucho la contaminación, omnipresente en la China, y el diferente sentido de la intimidad y el espacio personal. Viven en San Li Tun, el barrio de las embajadas y de los bares y comercios para occidentales (no están vedados a los chinos, pero son de gusto occidental, con muchas franquicias y sucursales de marcas conocidas). Cuando se cansan de Oriente, se refugian en el barrio con la ficción de estar en Occidente, aunque ambos están deseosos de explorar el país y se defienden ya bastante bien en chino.

Geoffrey, Catherine y quien suscribe.

Sigue el mal tiempo mientras desayuno con mis amigos belgas (01.11.12). Hoy han de cumplir los trámites para la triatlón de Geof, que será dentro de un par de día y que incluye natación en la bahía. Con la promesa luego cumplida de que me informen sobre su resultado y mis mejores deseos para la prueba, me despido de ellos. Supe luego que Geof acabó en el puesto septuagésimo segundo de entre más de mil doscientos participantes, incluyendo profesionales, y eso que no estaba en buena forma. Para mí, es toda una hazaña.

Visito el bosque protegido de Shending, en el interior de la península. Paseo a solas por las terrazas de observación de la migración otoñal de rapaces, acabada pocas semanas antes. Con este tiempo, lo único que veo es un cangrejo de tierra que se hace fuerte entre unas raíces cuando se siente descubierto. Por lo menos, el bosque es bonito y el centro de información tiene alguna exposición interesante sobre la naturaleza del lugar.


Doy por concluida la excursión y apuro con el coche para acercarme al Museo y Acuario Nacional de Biología Marina. Las instalaciones son muy buenas, y sorteando miríadas de colegiales chillones lo recorro exahustivamente. Tienen de casi todo, desde montones y montones de peces y criaturas marinas, por supuesto, hasta frailecillos y pingüinos, pasando por tiburones, meros enormes, rayas, focas y otros animales. La atracción principal son tres belugas entrenadas para un espectáculo. Cuando las veo, están tranquilas en la piscina. Lo prefiero así. En el último de los tanques principales me espera una sorpresa: un público numeroso y boquiabierto se sienta en la penumbra de las gradas para ver pasar algo que no veo bien ... ¡un tiburón ballena! También a mí se me abre la boca. Es algo extraordinario, no sabía que tuvieran uno aquí, y de buen tamaño. Además, tengo la suerte de que sea la hora de alimentarlo, por lo que el animal da vueltas en corto sobre sí mismo una y otra vez para filtrar lo que un cuidador le ofrece desde la superficie. Todo el mundo está ensimismado. He de volver a Kenting y devolver el coche, así que me conformo con verlo pasar unas veinte veces antes de marcharme maravillado. Claro que es una faena para el bicho estar aquí (y para la mayoría de sus compañeros de desdicha), lo sé y no lo ignoro, procuro evitar espectáculos con animales que no cumplan ciertos requisitos mínimos (incluyendo zoológicos), pero verdaderamente las belugas y el tiburón son grandiosos.

A la entrada del acuario.

Beluga (y niña).


Tiburón ballena: el pez más grande del mundo.



Devolví el coche con un poco de retraso que no pareció importar al dueño, quien me dejó en la parada del autobús para Kaohsiung. En la misma parada, un taxista redimió en parte a sus colegas: por razones que nunca sabré, el conductor no quería llevarme (el autobús iba vacío), pero el taxista le hizo cambiar de opinión. En algo más de dos horas llegué a la estación de tren rápido de la segunda ciudad de Taiwán, y aún podría haber llegado a las tantas a Taipei, pero preferí hacer noche allí, tranquilamente. En metro me fui al centro, paseé un poco y cené algo antes de irme a dormir en uno de los llamados business hotels que me trajo buenos (y apretados) recuerdos del Japón.

Abrazos para todos.

5 comentarios:

  1. Ja ja, veo que practicas los sabios consejos de Pablo para posar, esa media sonrisa...

    ¡Besos!

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  2. desde luego es bien "fermosa" Formosa. Me ha encantado todo.

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  3. ohhh ¡qué bonitas las belugas y el tiburón ballena! Los paisajes, espectaculares.

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  4. Media sonrisa de la tía de Lola! Aunque el que de verdad la practica como nadie es el tal Dylan, qué poderío el chiquillo.
    Te puedo imaginar buscando policías y sintiéndote como un infractor máximo por no llevar el casco. No vengas con rollos de que es porque en Japón no dejaban fumar, jejjeje. Eres demasiado socialmente conveniente y es muy bonito, jajjaa.
    Muy bonito también todo lo que estás viendo, me gustan mucho las fotos. Un macaco y todo! No sé si es que me estoy haciendo viejuno o simplemente que tengo ganas de viajar por sitios así.
    Lo del Taroko no lo había escuchado en la vida.
    Y los merluzos, sí, muy majos también, a pesar de que sea una putada para ellos, sí.

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  5. Uy, perdón, quería decir una faena. Se me ha escapado!

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