miércoles, 21 de noviembre de 2012

XXV. Laos (ii).

Queridos lectores:

Este día visité Luang Prabang con toda la calma de la que soy capaz, que no es mucha, todo sea dicho (07.11.12). Lo bueno es que se puede abarcar entera caminando, lo malo, que hace mucha humedad y no poco calor. Lo bueno, que se puede alquilar una bicicleta por dos duros, y esto ya no tiene contrapartida mala.

El Mekong a su paso por Luang Prabang.

Desayuno pausadamente en la terraza que el hotel tiene sobre el Mekong. Mítico río, como tantos, cuyo curso inferior y delta visitamos Rocío y un servidor en aquella otra ocasión, en Vietnam. De los franceses han heredado los laosianos algunas costumbres gastronómicas, como el pan de barra y el café con leche. Aunque los que me sirven no sean nada extraordinarios, sí son evocadores y me resulta agradable volver a una dieta más normal para mí. También se conserva la costumbre de rotular edificios públicos en francés, como las escuelas, por ejemplo, pero muy poca gente y sólo de cierta edad habla todavía el idioma.




Puente de madera sobre el Nam Khan. 
Lo retiran cuando el río crece en la temporada de lluvias.

Andando y en bicicleta, recorrí el pueblo de templo en templo. Aunque budistas, ya poco tienen que ver en el aspecto con los de la China o el Japón. La fisonomía de la gente es distinta, y también la vegetación tropical, anticipada en Taiwán y Hong Kong, confiere a todo otro sabor.

Subí a la colina que preside el pueblo, donde unas cuantas mujeres vendían bebidas y ofrendas para el templo, incluyendo colleras de pajaritos en jaulitas de mimbre. Ilegales, por supuesto. Tanto que cuando una de ellas me vió con la cámara en la mano, de inmediato los escondió bajo la mesa. Las vistas desde la colina eran muy hermosas: Laos tiene justa fama de belleza en la región, y el norte en especial. Hasta donde podía ver, colinas y colinas de selva, con el Mekong en primer plano. El país está poco poblado y no falta campo. Hay que saber, no obstante, que debido  a los atroces bombardeos de los Estados Unidos de América en la guerra de Vietnam, quedan por todas partes millares de minas y bombas sin explotar. Cayeron sobre Laos más bombas que sobre el Japón en la Segunda Guerra Mundial. Se dice pronto.

¿Luang Prabang o "El otoño del patriarca"? 

El Mekong desde lo alto.

Qué bonito es el mundo.

El Nam Khan a la izquierda, y la carretera en el centro.

Bajé y descansé un rato a la sombra con la compañía de mi incansable libro electrónico, haciendo tiempo para que abrieran el Museo de Palacio. Fue esta una residencia real hasta los años setenta del S. XX, en que el comunismo se hizo con el poder. Visto el boato de tantos otros palacios, hube de concluir que los reyes laosianos eran relativamente modestos o que la riqueza del país no daba para muchas fiestas. En el garaje, un par de enormes cadillacs regalados por los estadounidenses relegan el citroën tiburón de los franceses al status de utilitario.
 
El palacio a la izquierda, el templo a la derecha.

Queridos camaradas.

Seguí hilando templos con la bicicleta. En muchos de ellos sigue activa la comunidad religiosa: se ven bastantes monjes muy jóvenes (siempre varones). Según nos explicó al día siguiente Mon, un guía local, muchos niños sin medios se meten a monjes durante algunos años para que el templo les pague los estudios básicos. Cuando los terminan, vuelven a la vida secular. Alguien que lo conozca podría explicarme, por favor, si en los seminarios españoles se hacía lo mismo hace décadas.


Los monjes recorren el pueblo de madrugada mendigando sustento en procesión. Lo llaman la dación de las almas, y hoy es ya un espectáculo turístico, hasta el punto de que en algunos hoteles ofrecen a la clientela algo de comida para dar a los frailes, a un módico precio, claro. A tanto ha llegado la cosa que algún monje se ha intoxicado con alimentos en mal estado. Como a un servidor no le atañen ni las marchas militares ni las religiosas (plagio a George Brassens), no hablo más que de oídas.




El árbol de la vida.

École primaire de Louang Prabang.
 

Antes de dar la tarde por acabada, vuelvo a alguna de las agencias de viajes que he visitado por la mañana para apuntarme a una excursión. Iré a remar en el río y a visitar algún sitio típico de las afueras. Se han apuntado otras personas, lo que abarata el precio y abre la posibilidad de compartir la jornada con más otros turistas. Reparo en una tienda de recuerdos que muestra algunos libros en inglés y en francés. Es una novedad, ya me había acostumbrado a no entender ni jota y me produce mucho placer poder examinarlos. Los cojo, los ojeo, anoto títulos para indagar sobre ellos en internet. No compro ninguno ahora por no cargar peso, pero puedo comprarlos luego en formato electrónico. Las dependientas me ven tan enfrascado que me sacan un taburete para que esté más cómodo. Se lo agradezco muy sinceramente, así da gusto, y justo es decir que se trata de una selección bastante buena sobre la región: exploraciones, política, historia, novela. Siempre he sentido admiración por los valientes que venden buenos libros en pequeños pueblos.

Despues de cenar lo único que me queda por hacer es visitar el mercado nocturno, que no es más que un mercadillo para turistas en el centro de la ciudad. He de imaginar que el número de visitantes crecerá con el comienzo de la temporada, pues esta noche la proporción entre turistas y vendedores debe ser de uno a doce. Regreso paseando a mi habitación. Como esperaba, Luang Prabang ha resultado un comienzo muy agradable de mi visita a Indochina.


 Abrazos para todos.

5 comentarios:

  1. Bueno, ya estaba ansioso de leer tu siguiente entrega...Y deja de plagiar,jeje.

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  2. Oooooh! Estoy perdido. Comento este porque es el último; pero tengo varios pendientes de leer. Sí que es bonito el mundo, aunque nos empeñemos en destrozarlo. Voy a ponerme al día con los otros posts. A por ellos, oe, oe....

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  3. Más libros de caballerías ¡di que sí! este invierno la chimenea va a arder bien...jajajaja

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  4. Por cierto, hay una olla con gente dentro en el dibujito. Celebro que hayan abandonado esas costumbres.

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