jueves, 14 de marzo de 2013

XXXII. Filipinas (ii).

Queridos lectores:


El taxista me llevó sin incidencias al aeropuerto, sí, pero no a uno cualquiera (26.01.13). A El Nido, en Palawan, sólo vuela directamente una pequeña compañía propiedad del consorcio de hoteles de lujo que se reparten por el norte de la isla. Y tienen su propia terminal. La mala noticia es que una noche en cualquiera de esos hoteles cuesta más de mil euros; la buena, que se pueden contratar sólo los vuelos y su precio es perfectamente asequible y permite ahorrarse unas seis horas de autobús desde el aeropuerto principal de la isla, Puerto Princesa.

Como ya venía educado de mi experiencia en business class en Irán, no me costó tanto contener la sonrisa delatora mientras me acomodaba en la sala de espera, amenizada con periódicos y un bufete bien surtido. Con un ojo en internet y otro en el periódico, me puse al día por partida doble. En las noticias, hincapié en el crecimiento económico del país y en la cruzada del gobierno contra la corrupción. Les deseo mucha suerte. Salimos con algo de retraso porque llovía en Palawan, por lo que fue inevitable alguna visita más al bufete, qué remedio.


En Mutinlupa.

La vida desde un jeep popular ...

... y desde una terminal exclusiva. 

A los ricos la demostración de seguridad nos la hacen en tierra, 
entre ricos manjares.

Avioneta en la que viajan (viajamos) los que saben (sabemos).

El vuelo fue algo incómodo por el mal tiempo, y hasta el último momento no tuvimos la certeza de poder aterrizar en El Nido y no en otro lugar a más de dos horas de conducción, como nos habían advertido. Me quedé solo con el equipaje después de que el resto del pasaje, ricos de verdad y no polizones como un servidor, se fuese en el autobús de lujo que les había de repartir entre los hoteles de aún más lujo. Quedóse también Bettina, una estadounidense con la que compartí un triciclo hasta el pueblo, siempre bajo la lluvia. Para ser un destino de playa, el tiempo no era muy prometedor.

Bettina, casada con un español, regenta un hotel al otro lado de la isla, adonde vinieron tras haber tenido un negocio semejante en América Central. Aunque considera que Filipinas es ahora un país de oportunidades (por eso están aquí, claro), se lamenta de la omnipresente corrupción. Poner el hotel en condiciones es una lucha constante, pues es difícil encontrar contratistas fiables. Con todo, está contenta de estar aquí y prevé quedarse unos cuantos años.

Bettina me da algunos consejos para manejarme en el pueblo, me sugiere alojamientos y me invita, si es que en algún momento cruzo la isla, a visitarles. Agradecido, la dejo hablando con el monitor de kitesurf de su hotel, que se ha lesionado en un pie y no puede trabajar. A cada cosa su mérito y sus problemas. Gracias a sus consejos, no tardo mucho en instalarme en un hotelito agradable. El Nido es minúsculo y no tiene misterio orientarse, pero siempre es agradable que alguien te eche una mano nada más llegar.

El Nido se llama así porque antaño los lugareños explotaban los nidos de las aves que venían a reproducirse en los roquedos cercanos. Es un destino aún secundario en Filipinas, menos conocido que muchos otros y con cierto sabor que se pretende "hippy" o simplemente despreocupado. Aunque ya han repetido el error de comerse el litoral acercando los edificios hasta la misma playa, la ausencia de más vuelos directos y las cinco o seis horas de viaje por tierra a Puerto Princesa lo mantienen en un tamaño agradable. El entorno es realmente bello: una pequeña bahía cerrada por islotes rocosos al fondo y un acantilado por la parte de tierra. El interior, verde y de vegetación exuberante, mantiene un aire rural por entero ajeno al ajetreo turístico que ya caracteriza al pueblo.

Deambulé por las únicas dos calles, me apunté a una de las excursiones habituales para el día siguiente, me llegué hasta uno de los extremos de la bahía, cené algo y acabé el día tranquilamente, arrullado por el sonido de las olas, que rompían a apenas unos metros de mi cama. Acababa así mi primera jornada en la otra cara de Filipinas: playas paradisíacas lejos del mundanal ruido y de la pobreza que acucia a la mayoría de la población. Injusto pero real.

Desde mi ventana.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Lo primero que tengo que decir es que si pones El Nido Palawan en Google imágenes, te sale que te odio. Jajjaja. Vaya fotos y vaya sitio. Espero que te hicieran días de sol también.
    Hay que ver, pasaste de sala Vip a triciclo. Pobrecito.

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