jueves, 28 de marzo de 2013

XXXIII. Indonesia (i).

Queridos lectores:

Llegué a Denpasar, el aeropuerto de la isla de Bali, en Indonesia, pasada la medianoche (31.01.13). Había reservado habitación por internet en un hotel cercano, así que cogí un taxi y me instalé sin novedad. Salí a comprar algo de comer en una tienda cercana y me fui a dormir.

Cuando me levanté encontré que Amber me había respondido e invitado a quedarme en su casa. Aunque no pensaba pasar mucho tiempo en Bali, un destino turístico de sol y playa como tantos hay en España, la experiencia demuestra que es siempre provechoso empezar la estancia con los consejos de algún lugareño, sea nativo o no. Por tanto, me planté en su casa ya mediado el día. Allí me recibieron Amber y Katie, una amiga que había venido a pasar unos días.

Amber es estadounidense y trabaja como psicóloga y logopeda para una familia indonesia que tiene un hijo autista. Su trabajo es su pasión, y vino hasta aquí ex profeso para encargarse del niño, su único paciente. Katie, inglesa, había aprovechado el cierre invernal del camping que su familia regenta en Francia para venirse de vacaciones. Hechas las presentaciones, ambas me ofrecieron sus sugerencias para visitar Indonesia. Amber trabaja por las tardes, así que me fui con Katie a visitar los alrededores.

Katie tenía una motocicleta alquilada, la mejor manera de moverse en una isla sin casi más carreteras que sus estrechas calles, por las que sólo es posible transitar muy despacio, si es que no están atascadas por completo. Katie no se sentía segura conduciendo con un pasajero, por lo que, aprovechando mi ya variopinta experiencia con las motos en el Sudeste Asiático, me enroló como piloto.

Nos acercamos a la playa principal, al sur de la isla. La ruidosa y aburrida sucesión de bares, restaurantes y hoteles junto a la arena no desentonaría en nuestro maltrecho litoral mediterráneo. Tampoco el aspecto variado de los turistas, muchos de ellos europeos, y montones de australianos para quienes Bali es uno de los destinos de vacaciones más baratos fuera de su país. Anduvimos por la playa, nos tomamos unas cervezas en uno de tantos chiringuitos ruidosos (si no el nuestro, nos hubiera tocado soportar el ruido del siguiente bar), charlamos, y volvimos a andar para contemplar la puesta del sol. La playa de esta parte es muy larga y muy ancha, y la vista hacia el horizonte muy bella, tan bella como lo es en cualquier playa, por más que las guías de viaje se empeñen en ensalzar unas sobre otras.

Al poco de volver a casa se nos unió Amber, que nos había pedido la avisásemos si es que anduviésemos de fiesta a su regreso. Como no fue ese el caso, nos quedamos los tres tranquilamente en el porche de su casa. Katie se acercó con la moto a por algo de comida mejicana y al rato se nos unieron Dila y Henry, ambos indonesios, el novio de Amber y un amigo, respectivamente.
Dila trabajaba como cocinero pero recientemente se ha reciclado como monitor de surf. De Henry no sé nada. Estuvimos jugando a las cartas con conversación desenfadada al hilo de las bromas de Dila, y cuando ya no conseguía mantener los ojos abiertos me excusé y me fui a dormir.


Atardecer en Bali.

Katie y Amber hidratándose.

Amber me había procurado transporte con el taxi de los vecinos (01.02.13). Me despedí de Katie y de Amber, paré con el taxi a desayunar en un café cercano, me volví a despedir de Amber, que también vino al café por su cuenta para conectarse a internet, y nos fuimos rumbo a Ubud, al interior.

Janid, el taxista, era un hombre en la treintena que accedió a hacerme un precio rebajado por amistad con Amber. Janid tiene dos críos pequeños y se quejaba de que el Estado no provee servicios en Indonesia. La educación pública es muy mala y a la buena sólo pueden acceder quienes tengan medios. En cuanto a la sanidad, existe la seguridad social, pero es extremadamente lenta y poco fiable, mejor tener dinero o familia que le socorra a uno a tiempo. De lo contrario, es posible que uno se haya muerto ya para cuando le toque cita con el médico. Con todo, en Bali hay más oportunidades gracias al turismo y son mayoría los venidos de otras regiones para medrar aquí. En estos años el negocio ha decaído sensiblemente por la crisis, que afecta sobre todo a los visitantes de Europa, pero siguen estando mejor que en otras partes. Los hábitos sociales en Bali, un notorio destino playero, son también más relajados, pues es la única isla de Indonesia en que la religión hinduísta, no la musulmana, prima.



Janid.


Las carreteras son en realidad calles repletas de gente, coches, motocicletas y demás tráfico. En muchos tramos no hay sino una sucesión ininterrumpida de comercios para turistas: ropa, recuerdos, esculturas variadas, bares, restaurantes, hoteles. Avanzamos pues muy lentamente, y tras un par de horas largas llegamos finalmente a Ubud, una pequeña ciudad donde pernoctaré.

El patrón de las calles es el mismo: hileras e hileras de comercios para turistas. A no ser por los templetes familiares hinduístas, esparcidos entre los demás edificios, y retazos de campo entrevistos en los callejones, me podría sentir en cualquier otro lugar igual de impersonal. Los tenderos aromatizan las calles con pequeñas flores olorosas puestas sobre las aceras en pequeñas cajitas de hierba trenzada. Y los turistas abundan.

La mayoría de los hoteles están construidos en torno a un patio interior. Visito un par, me instalo a buen precio, hablo con el encargado y acepto su sugerencia de alquilarle una motocicleta por dos duros para visitar las terrazas de arrozales a las afueras, y alguna otra cosa.

Visito unos jardines típicos en un templo hinduísta y salgo motorizado rumbo a los arrozales cuando una tromba, el monzón según me han dicho, se desencadena. El agua baja en riadas por las cunetas, por entero desbordadas. Me detengo al abrigo de un saledizo para ponerme el poncho impermeable que venía con la motocicleta, servicio completo, y a esperar que amaine para no romperme los huesos derrapando en algún charco. Un par de chiquillas se divierten empapándose y jugando con la corriente a la puerta de su casa. Aunque no soy el único motorista parado, la mayoría continúan impertérritos como, impertérritos también, levantan a su paso los coches oleadas de agua que salpican cuanto alcancen hasta un par de metros.

Prosigo cuando deja de jarrear. Los arrozales aterrazados son muy bonitos y pintorescos, como atestiguan los restaurantes llenos de turistas que se erigen frente a ellos. Como una ensalada y continúo el paseo. Doy un rodeo para volver al pueblo y así visitar otros arrozales menos famosos pero vacíos. Han bastado cinco minutos por carreteras secundarias para separarme del gentío.

Templo hinduísta en Ubud.


¡A chapotear se ha dicho!

Arrozales famosos.



Y menos famosos.


De regreso en Ubud visito el museo de un pintor español, un tal Antonio Blanco que debió ser muy famoso aquí. El mandamás local le cedió unos amplios terreno y D. Antonio erigió en ellos su retiro artístico que, a un servidor, irremisiblemente y con palpable desventaja, le evocó el museo Dalí de Figueras. No tenía idea ni de la existencia del museo ni de la identidad del artista, mucho menos de su obra, basada en retratos, cursis para mi gusto, de mujeres balinesas, pero en Ubud es una institución y me picó la curiosidad. Satisfecho que la hube a la carrera, me llegué hasta el bosque de los monos. Si en Brunei había el mercado de los monos, aquí hay el bosque, mucho más apropiado. Un ejército de macacos campa a sus anchas por un recinto sacro. El bosque es muy bello y pintoresco, con grandes árboles, pero los monos, que se saben dueños del lugar, son proclives al abuso: se suben a los turistas con la aviesa y clara intención de apropiarse de cuanto de interesante, preferiblemente comida, lleven encima. Puesto que algunos son machos de buen tamaño y mejor dentadura, la recomendación oficial es dejarse hacer. Como no tengo ganas de tanta intimidad física con nuestros parientes, pruebo a no cruzar la mirada con ellos y funciona. Los monos parecen leer en los ojos la sumisión de los turistas antes de lanzarse a por ellos, pero mi fórmula pareció eficaz y evité amistades indeseadas.


Donde pongo el ojo ...


Los amos del lugar.


Ya de atardecida, devolví la motocicleta y me entretuve un rato en el hotel. A través del patio me llegaban los comentarios entusiasmados de una señora española que contaba por teléfono a algún pariente lo bonito que era todo, cada esquina una obra de arte, decía. Me alegré sinceramente por ella, que supo disfrutar y apreciar lo que para mí a duras penas tenía interés, y me fui a cenar algo y dar un paseo.

Abrazos para todos.

8 comentarios:

  1. cada esquina una obra de arte...como Benidorm oye...

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  2. Creo que hoy es el último día de tu gigantesca aventura y quiero enviarte un abrazo muy especial desde Brasil, agradeciéndote que hayas compartido tantas vivencias con todos tus amigos y familia. Espero que acabes las crónicas del viaje. ¡Buena vuelta a casa!

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  3. Hola Fernando,

    Si es cierto lo que dice Carlos, y es verdad que ya llevamos un año echando de menos tu presencia, te deseo la mayor felicidad en tu vuelta a casa. Yo también me siento muy agradecido de que hayas compartido con nosotros, con tanto detalle y tan buen ojo, tu viaje y tus impresiones.

    ¡Un fuerte abrazo!

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  4. ¡Aquí estamos esperándote con un tazón de chocokrispis!

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  5. magdalenas, nocilla, cafecito con leche...lo que se te antoje, vaya.

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  6. Felicidades Fernando! Misión cumplida! Echaré de menos tus crónicas. También yo te tiento con una opípara cena para que vengas y nos sigas contando tus aventuras. Abrazos!

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  7. Cuando he empezado a leer la crónica sobre Bali he pensado a ver si es tan bonito como dicen, y a ver por qué muchos españolitos van ahí a celebrar su boda. Y no me has defraudado, según cuentas es como me lo había imaginado: una reserva para whities. Vamos que yo a los monos les daba algún arma además de las naturales. Ya sabes: no mires a los ojos de los monos, me da miedo....siempre mienten...

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