martes, 5 de marzo de 2013

XXXI. Brunei (único).

Queridos lectores:

(21.01.13) Tal como concerté con el recepcionista, un taxista, amable y honrado, con el precio pactado de antemano y un coche limpio, me esperaba antes del amanecer a la puerta del hotel (tan temprano no hay otro transporte). En una hora llegamos a Dawau, me despedí del joven chófer y de su mujer, que nos acompañó, y desayuné algo que llevaba conmigo en espera de que abriesen el aeropuerto, para lo cual faltaba una hora entera, tanta había sido la precaución por consejo del recepcionista.

Los curas con sotana tienen prohibidas las escaleras mecánicas.

En una hora de vuelo llegué a KK. Desde el avión se veía el monte Kinabalu prominente entre un mar de nubes. Disfruté de la vista y de la legítima satisfacción de haberlo subido unos días antes. Tras una breve escala y otra hora de vuelo, aterricé en Negara Brunei Darussalam.

El monte Kinabalu entre las nubes.

Tracey, mi anfitriona, tuvo la amabilidad de recogerme en el aeropuerto, lo cual fue una agradable sorpresa. Aprovechando la pausa para comer, me dejó en el centro de la ciudad, libre de la mochila, y nos emplazamos para unas horas más tarde, cuando acabase la jornada de trabajo.

Bandar Seri Begawan, o Bandar a secas para los lugareños, es una ciudad pequeña y dividida en dos partes: una, Kampung Ayer, la antigua, conformada por palafitos, muchos renovados, sobre la ría que penetra en la ciudad.  La otra, moderna, en tierra firme, parte de la cual fue ganada en años recientes a la misma ría tras desalojar y desmantelar otro barrio de palafitos.

Brunei no tiene grandes alicientes pero me resultaba atractiva, no por coleccionar países, sino por ser una monarquía absolutista, musulmana, y extremadamente rica, diríase que desplazada del entorno arábigo en que países así son la norma. Al tiempo de su constitución, Brunei se desmarcó de la federación malaya en la que había prometido integrarse, cuando descubrieron fantásticos yacimientos de petróleo. En la ciudad se tiene aún en pie el antiguo palacio real, prácticamente una casa cualquiera, y en el museo se muestran fotografías de la familia real antes de la lluvia de petrodólares: poco más que jefes tribales humildemente vestidos y con modestas pertenencias.

Todo eso es historia. El actual palacio real, el principal puesto que hay varios, es proclamado a los cuatro vientos el palacio real más grande del mundo. Un mamotreto que, entrevisto desde fuera, se asemeja a un hotel enorme, sin más interés que el de los superlativos.

Comí algo y, bajo un fuerte calor más bien seco y tolerable, paseé por la ciudad en la que destaca una enorme mezquita, con un minarete de no sé cuántos metros y coronada con una cúpula cubierta de oro de veinticuatro quilates. Otro ejemplo de prudente administración de la res pública, me dije. Entré a echar un vistazo cuando acabó el oficio religioso, pero a los infieles no nos dejan más que asomarnos a la sala principal, cubiertos con una toga rancia. En esto el mensaje recibido del mismo dios de cristianos y musulmanes por sus exégetas coincide: no me ofendáis mostrando el cuerpo que creé a mi imagen y semejanza.

Brunei es un país confesional en el que, como leí en el periódico mientras comía y en primera plana, pronto se instaurará la ley penal coránica. Un gran paso hacia el Siglo VII, en el que se formuló la dicha ley. Mi aprensión se disipó cuando leí también las explicaciones del Muftí del Estado. "Preparémonos para abrazar la ley penal coránica", rezaba el titular. Traduzco sus declaraciones:"Hay quienes dicen que esta ley es arcaica, y quienes que cruel, inadecuada a la era actual, o que no es el momento para aplicarla, etc. Estos rumores provienen de quienes no conocen el Islam. Sin ese conocimiento, ¿cómo se puede entender la grandeza de la ley de Alá?".

Como jurista, me quedé mucho más tranquilo cuando el buen Muftí me hizo ver que sólo un intenso adoctrinamiento que despoje al pupilo del más elemental sentido histórico, del avalúo del progreso humano, de todo natural sentimiento de misericordia por el prójimo, le puede permitir transigir con aberraciones medievales. Concluí por fuerza que el incauto debía ser un servidor y retomé el paseo imbuido de estos nobles pensamientos.

La mezquita del sultán Omar Alí Saifuddin.
 
El río discurre por el centro de la ciudad, y por el río discurren a su vez docenas de lanchas rápidas conducidas por patrones embozados y de aspecto agresivo que se arriman a la orilla para ofrecer un paseo por Kampung Ayer a los escasos turistas. La visita quedaba para el día siguiente porque, puntual, Tracey apareció con el coche para llevarme a casa.

Barqueros en el río Brunei.

Tracey es británica y lleva aquí más de siete años. Vino con su exmarido, piloto e instructor de pilotos, y sus dos hijos, de los cuales uno, Charlie, de diecisiete años, vive con ella ahora. Tracey es profesora de inglés y responsable de recursos humanos en un colegio internacional. En el coche comentamos la noticia del periódico. Tracey se lo esperaba, pero no tan pronto. Me explica que la palabra del Sultán, e incluso su capricho, es la ley. Y puesto que de un tiempo a esta parte ha escogido la senda religiosa, promulga leyes como la de cerrar todos los establecimientos públicos entre el mediodía y las dos de la tarde del viernes para fomentar, por aburrimiento, la asistencia de los jóvenes a los oficios religiosos. No creo que ningún restaurante se haya atrevido a protestar.

La vida en Brunei es tranquila, me cuenta Tracey. En general el pueblo está mejor que sus vecinos malayos, con quienes comparten cultura e idioma, no hay grandes problemas y les sobra el dinero. Le sobra a la familia real, más exactamente, pese a los obscenos derroches y disparates en que constantemente incurre, como el de instalar el ministro de Economía, hermano del sultán y conocido manirroto, un ascensor especial para subir el Ferrari hasta su despacho, en el ático del ministerio. Siendo un país musulmán, en Brunei no se puede comprar alcohol: aquí ir al bar, así lo llaman, consiste en conducir hasta la frontera, soportando a veces largas colas, beber a placer en Malasia, y volverse con el cupo máximo de importación personal de bebidas. Otra gran diferencia con Malasia que Tracey me hace notar, es que aquí los conductores procuran no tocar el claxon. Cierto, me digo, y qué alivio.

Charlie es un muchacho muy agradable con el que, para gran sorpresa de su madre, consigo conversar un buen rato acerca de sus últimas lecturas. Cenamos en casa algo que cocina Tracey, y el día acaba tranquilamente en su casa, muy espaciosa y agradable, en un barrio residencial a las afueras de la capital.

Charlie y Tracey ya se han ido a clase y a trabajar, respectivamente, cuando desayuno y salgo a ver la ciudad (22.01,13). El autobús debe pasar una vez cada hora, siendo optimista. Por fortuna, aquí, como en otros países, muchos coches particulares se ofrecen como taxis de ocasión recogiendo pasajeros hasta llenarse camino al centro. Subo en uno y en unos minutos estoy junto a la ría, negociando, sin mucha dificultad, un paseo en barca por Kampung Ayer.

Alí, mi barquero, es un hombre joven y bien humorado que me lleva lo primero a repostar en una gasolinera también sobre columnas de madera. El gasolinero le alcanza la manguera desde lo alto, Alí llena los depósitos y luego le paga con ayuda de un cubo descolgado al extremo de un cabo.


Alí, contento al trabajo.

Brunei, que figura como el país más desarrollado de la región, tras Singapur, y a la altura de muchos países europeos en el Indice de Desarrollo Humano, permaneció bajo soberanía británica hasta que no pudo evitar la independencia, por lo que casi todo el mundo habla inglés bastante bien (además de malayo).

Alí entiende sin problemas que no necesito que me deslumbre con la potencia de sus motores fueraborda. Prefiero un paseo tranquilo, no echar carreras. Kampung Ayer es bastante grande, y se asienta mayormente sobre pilares de obra que necesitan ser renovados cada decenio, aproximadamente. Más a menudo los pocos de madera que aún quedan. Alí también dice que la vida es buena en Brunei. No les falta de nada y el Estado provee sanidad y educación universal y gratuita o casi. También es fácil obtener una vivienda. Si se tiene algún problema grave, lo mejor es implorar el auxilio del sultán, un buen hombre aunque esté rodeado de un gobierno menos bueno, y aunque, como admitió Alí lejos de oídos indiscretos, no se le pueda criticar y no haya libertad de expresión. En las festividades en que el sultán se acerca a sus súbditos, hay que hacerle llegar una nota entregándosela en mano y al paso a algún miembro de su séquito. Con suerte, una delegación del gobierno vendrá después a visitar al cuitado y le dará el dinero que necesite para mitigar sus males. La atención y largueza aleatorias del monarca como método de redistribución de riqueza no se extinguieron en el medievo. Al menos no aquí.



Autobús acuático.



El palacio real en los tiempos previos al petróleo.

En Kampung Ayer hay escuelas, clínicas, policía y puesto de bomberos, todos sobre el río. Lo que no hay, y son decenas de miles los habitantes, es alcantarillas. Los desechos se vierten al río, y los flujos mareales son los encargados de llevarlos periódicamente hacia el mar. Pasamos ante su casa y Alí saluda a dos de sus críos, asomados a la pasarela que une todas las casas. Alí lamenta que el gobierno parezca deseoso de eliminar Kampung Ayer. Las casas que se derrumban por vejez o por falta de mantenimiento no se rehacen, ni se construyen nuevas. La tendencia es a emigrar a la parte de tierra. Desde el agua vemos también alguna de las suntuosas mezquitas auspiciadas por la familia del sultán.

Tras la visita en barca camino por el centro, donde aprovecho para hacer alguna gestión, y entro en el museo principal, llamado de los regalos reales. En un gran edificio construido al efecto, se exhiben montones de presentes recibidos por el Sultán de otros mandatarios del mundo con diversos motivos. Hay de todo. Mucha escultura, mucha maqueta, mucha artesanía, pero sobre todo, mucha ostentación. Con la firma del rey de España encuentro un medallón conmemorativo de no sé qué aniversario de la entronización del sultán. Podía ser peor, pienso, en vista de las horteradas pretenciosas que inundan las vitrinas y que, por suerte para vosotros, no permitían fotografiar.

En la planta baja se exhiben cosas como la suntuosa carroza en que se paseó el sultán en la ocasión de su acceso al trono, con docenas de maniquíes alrededor vestidos como lo estaban sus portantes y lacayos, y un vídeo permanente que demuestra que sí, los fastos no fueron el ensueño de monarquías europeas o de dictaduras africanas, sino muy reales. Tanto como el brazo de tamaño natural y en oro macizo, con una mano abierta al extremo y un pedestal en el otro, en el que el sultán reposó la cabeza para ser coronado.

Plaza en el centro de Bandar.


Para volver a casa cojo el autobús, infrecuente aun en la estación central y bastante cochambroso, en especial comparado con el Ferrari del ministro de Economía, supongo. Acompaño a Tracey al aeropuerto a recoger a otro invitado que apareció cuando ya no se lo esperaba. Nuri es un estudiante de lingüística, australiano de origen turco, que ha venido para unas breves vacaciones. Lo curioso es que Tracey está en la red social, y de forma bastante activa, porque su hijo mayor, Alex, estaba apuntado y ella mantuvo la afición después de que Alex se marchara a trabajar fuera.

Tras un rato de charla en casa, se nos une Francis, un amigo singapureño destacado aquí como instructor del ejército. Vamos los cuatro a un restaurante típico. Francis nos confirma que el ejército de Singapur es muy poderoso en la región, sobre todo porque puede movilizar a cientos de miles de reservistas. Francis habla malayo por sus orígenes y también Tracey se defiende bien después de tantos años aquí. Cuando en otro momento intento leer alguna cosa en ese idioma, Tracey me corrige no la pronunciación general, pues el malayo se asemeja al español en la transliteración que hicieron al alfabeto latino de un idioma originalmente sin escritura, sino en la entonación, punzante en cada sílaba, que es un rasgo llamativo a oídos europeos y compartido por muchas de las lenguas del Sureste Asiático.

Nuri, Francis y Tracey en casa ...

... y en el trabajo.

Tras la cena siguió la velada con los mismos cuatro en casa de Tracey (Charlie se asomó a saludar) y contamos un día más en la apacible y adormilada Brunei.

Había previsto pasar dos días enteros en Brunei, sabedor de que no tenía mucho que ver, pero con la intención de escribir y bajar el ritmo después de la intensidad de los días en Sabah (23.01.13). El plan, que cumplí perfectamente, se vió realzado por la gran hospitalidad de Tracey y Charlie.

Empecé el día corriendo cuarenta minutos que me parecieron cuarenta kilómetros. Pero lo conseguí. Por lo demás, sólo pretendía quedarme confortablemente en casa, escribir, organizar nuevas etapas del viaje, y disfrutar de la buena compañía de Tracey y Charlie, más la de Nuri y otros amigos que se nos uniesen.

Sólo salí para comprarme unos pantalones cortos que sustituyeran a los que ya se me estaban rompiendo. El desgraciado del chófer del autobús, que sólo pasa de Pascuas a Ramos, despreció con un claro gesto mis señales para que por favor me esperase mientras corría los escasos diez metros que me faltaban para alcanzar la parada. Pasó el tiempo en balde hasta que otro coche particular se detuvo. Había pensado ir al centro, pero me apeé cuando pasamos ante un centro comercial cercano. Muchas gracias. Por tan corto trayecto, lo tomé como un favor y no le pagué.

Cambié algo de dinero, me compré unos pantalones, comprobé que el centro comercial era igual de feo que todos los demás, relleno hasta los techos de cacharros para festejar el inminente año nuevo chino, comí algo y volví a casa dando un paseo. Una cuadrilla despejaba de maleza una rotonda por la que crucé. Embozados y tras gafas de sol, podrían pasar por piratas en tierra. Puse en práctica una de mis nuevas aficiones asiáticas y, tras intercambiar algunas palabras que básicamente sirvieron para constatar que se pasa mucho calor trabajando en la carretera a mediodía, me fotografié con ellos.

Honrados currantes, no salteadores enmascarados.

Esa tarde la que se nos unió un rato fue Carolyn, compañera de Tracey en un coro aficionado. Tracey, que vivió en Gibraltar varios años y chapurrea el español, cocinó una tortilla de patatas muy decorosa, mucho más próxima a la excelencia de las de Rocío que a la birria con la que castigué a Jasmine en Taipei. Carolyn vino al país para ayudar a un amigo y acabó quedándose en él tras jubilarse anticipadamente. La conversación es general y desenfadada. Nuri, que vuelve de su propia excursión por la ciudad, se nos une a tiempo de cenar y decidimos acabar la jornada tranquilamente en casa.

Tracey y Carolyn, fardando de tortilla de patatas.

Es fiesta en Brunei (24.01.13). Servidor tiene billete para el siguiente destino, pero el único vuelo a precio asequible no sale hasta la noche, de modo que prorrogo la calma durante la mañana. Nuri se despide después del desayuno, va a reunirse con un amigo. Tracey atiende unos asuntos y luego me lleva a ver algo más de la ciudad, a las afueras. De paso hacemos algo de compra en el supermercado de los monos (monkey mall), que así llaman Tracey y sus amigos por los macacos cangrejeros que esperan en el aparcamiento alguna oportunidad de comer al despiste. Hay más monos en Brunei, násicos en los bosques de la ribera del río y más macacos, pero no me apunté a más excursiones.

Además del palacio real desmesurado y semioculto, y algunos otros edificios que Tracey me va presentando (incluido el teatro del colegio de Charlie, que ya quisiera para sí cualquier capital de provincias en España) vamos al hotel Empire. Originalmente una residencia de tamaño exagerado para los invitados del sultán, el hotel es una de las escasas atracciones locales. Muy grande, lujoso, y a la orilla del mar. Tomamos un high tea, un té británico con pastas y pastelillos que, pese a parecer inofensivos, pronto nos sacian. El hotel es lugar preferido de paseo entre los lugareños, a falta de otras diversiones. De vuelta a casa paramos ante otra de las mezquitas de lujo, y a comprar fruta en un mercado local al aire libre. Tracey me ofrece recorrer el mercado si es que tengo interés. No, muchas gracias, llevo vistos ya no sé cuántos.

High tea en el Empire.


Munias.


Mercado de fruta y verdura.

Mi tiempo en Bandar llegaba a su fin. Pasamos por casa, recogí la mochila y Tracey me llevó al aeropuerto. Nos despedimos con un apretón de manos (como en Irán, un par de besos en público a alguien que no sea de la familia pueden ser un problema) y dejé la tranquila y extraña Brunei.

Abrazos para todos.

5 comentarios:

  1. ¡Esta vez soy el primero!

    D. Fernando, la historia del Ferrari en el despacho creo que tiene otra lectura. ¿Y si fuera el Ferrari quien realmente está gobernando en la sombra el ministerio de Economía? Ahí queda esa reflexión para el resto de lectores del blog, en su mayoría españoles, y acostumbrados ya a explicaciones absurdas de los gobiernos. :-)

    Un fuerte abrazo

    Fran

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  2. Países que no parecen países...dictaduras ridículas e inútiles...la verdad es que harta bastante leer tanta ridiculez...y no me tires de la lengua sobre la religión...

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  3. Espero que los agentes del sultán no estén vigilando tu blog, tanto comentario subversivo bien merecería una flagelación púbica, perdón quería decir pública, aunque no me extrañaría nada que el nuevo código penal incluya castigos aún peores... y como descubran que en tu juventud tú también cantabas lo de "ayatola no me toques la pirola" ya la hemos liado...

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  4. No entendéis nada, el Ferrari es una simulación de un seiscientos en diferido. Pobre ministro, un incomprendido.
    No sabía que hubieras ido a Brunei. También me da envidia. El avalúo ese será muy normal en cuestiones fiscales, pero chacho los humanos normales más bien hacemos valoraciones. Mira que eres rarito.

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