viernes, 12 de abril de 2013

XXXIII. Indonesia (iv).

Queridos lectores:

Despertamos a una mañana apacible con las primeras luces, en un silencio perfecto (05.02.13). Mientras desayunabámos plátano frito y café con posos, ví a lo lejos unas grandes aves que volaban en fila, no muy altas sobre el agua, rumbo a la isla de los zorros voladores. Aleteaban mucho y no parecían los pigargos que habíamos visto la víspera sobre Labuan Bajo, ni ninguna otra rapaz que supiese reconocer. Cogí los prismáticos: ¡zorros voladores!, ¡pues claro! Allí estaban los dueños de la isla homónima, de regreso a casa tras pasar la noche fuera. Eran bastantes, de buena envergadura, y un magnífico espectáculo para empezar el día.

Amanecer junto a la isla de los zorros voladores.

Habíamos terminado el día anterior con siete varanos en la isla de Rinca y hoy tocaba visitarlos de nuevo, tan pronto como abriesen el parque, en la de Komodo. El tableteo del motor de otro de los barcos señaló el fin del desayuno y el comienzo de la jornada para todos los que allí estábamos fondeados. Si el día previo fuimos los únicos visitantes (servidor el único turista, por tardío), hoy seguro coincidiríamos con algunos más, aunque no muchos. La crisis europea y la época del año estaban a nuestro favor.

Mientras navegábamos charlé con Emanuel. Como ya sugería su nombre, Emanuel es católico (en el país con la mayor población musulmana del mundo). Quería cursar sociología en la universidad, para lo cual habría de salir de Flores. El problema es que los estudios no son baratos, y hay que añadirles el coste de residencia y manutención en otra ciudad. Estaba ahorrando para ello con este trabajo pero, según sus cálculos, le quedaba mucho para culminar su sueño. Empero, no se quejaba. En Labuan Bajo, el pueblo más grande de la región, se vive relativamente bien, hay trabajo gracias al turismo, muchas agencias en las que colocarse, decía. Sus planes le parecían realistas y a un servidor también.

Llegamos a Komodo a las siete de la mañana, Emanuel hizo las gestiones oportunas con los guardas, entre quienes nos distribuyeron a los cuatro o cinco turistas que habíamos llegado por separado, guarda y guía se pertrecharon con las pértigas antivaranos y tras una breve alocución nos fuimos a pasear por el monte en direcciones distinta a la de otros turistas para no entorpecernos.

Tardamos un poco en avistar los primeros animales, ciervos de Timor, endémicos de esta parte del mundo, y bastantes aves, incluyendo la ruidosa cacatúa blanca australiana que recientemente ha colonizado estas islas. El guarda nos mostró algunos nidos vacíos de varanos y un abrevadero natural en el bosque al que suelen acudir otros animales. Los varanos los acechan para morderlos con un impulso rapidísimo, y bien los cazan de un bocado, bien los hieren y esperan a que la herida infectada por su saliva acabe con ellos.

Constantemente me demoraba tomando fotografías de todo mientras Emanuel y el guía, que seguían a su aire, se perdían de vista entre la maleza. No tenía especial preocupación por que algún varano me saliese a los pies, cosa harto improbable, pero me fastidiaba que fuesen espantando todos los demás bichos sin esperarme. Corregido este detalle, seguimos el paseo monte arriba.

En otro claro quedaban los restos de un kiosco de madera en el que antaño se ubicaban los espectadores cuando los guardas daban de comer a los varanos como espectáculo. Hace ya años que dejaron de hacerlo. Mejor. Para cosas así ya están los zoológicos, donde eso es poco menos que inevitable.

Nos cruzamos a una pareja de los otros turistas.
 - ¿Habéis visto algo?
- ¡Sí, sí, un par de varanos allá en la colina!
Como la víspera, el guarda insistía en que los avistamientos de animales no estaban garantizados.
- Lo sé, lo sé, no es la primera vez que salgo al campo, tranquilo.
Pero por dentro ardía en deseos de verlos.

Empezamos a remontar la colina cuando diviso un varano de mediano tamaño al que debemos resultar molestos. Sale de entre los arbustos, donde era difícil verlo, y con cierta prisa atraviesa la ladera hasta perderse entre los árboles. No quepo en mí de emocíón. Ver a los varanos ayer fue un sueño, sí, tantos y tan cerca, pero aquí, en medio del campo, activo y correteando, la emoción se acrecienta. Por lo menos ya he visto uno en su hábitat natural, pienso. Coronamos la colina, desde la que se avista toda la bahía y el pueblo de Komodo, el bosque alrededor, y, allí, sí, allí, a diez pasos, hay otro varano dormitando entre la hierba baja, a la sombra.

El guarda, que es quien lo ha visto primero, nos lleva hasta él. Es una hembra de mediana edad y tamaño. Tranquila, no hace más que entreabrir los ojos de vez en cuando para verificar dónde andamos: muy cerca, a dos pasos escasos de ella, pero con cuidado. Aunque el guarda y Emanuel se toman más confianzas, un servidor no quiere ser el turista incauto que se lleve un bocado. La lagarta ni se inmuta. Le hago una docena de fotografías, me lleno la vista de varano de Komodo en el monte de Komodo, también de paso de la bahía y el paisaje, y bajamos hacia el puerto.

El pueblo de Komodo, en Komodo.

Cazadero de los varanos.

 El guarda junto a un nido de varanos.




Varano de Komodo en Komodo.

Como caída del piso de arriba.


No vemos más varanos pero, como contaba con no ver ninguno, dos me bastan y me sobran para estar feliz. Además de pigargos, drongos y otras aves, un lagarto volador al que hacemos pasar un mal rato y un par de jabalíes entre la maleza completan el morral. Vamos hacia las casas de los guardas, a medio camino entre el puerto y el pueblo. En Komodo viven unas mil personas en el caserío y algunos miles de varanos por todas partes, pero raramente hay que lamentar encuentros indeseados, me aseguran. En octubre de 2012 una mujer resultó mordida en un pierna mientras faenaba en el campo, pero se repuso de la herida, me cuentan como si tal cosa. En total se cuentan unos cuatro mil varanos en libertad ahora, después de que la población se haya recuperado parcialmente de una merma considerable hace algunos años.

Lagarto volador.
  
Jabalí diabólico.

Como en Rinca, vamos a la cocina de los guardas en busca de varanos atraídos por el olor de la comida. Como en Rinca, varios de ellos languidecen junto a la entrada. La diferencia es que entre los de hoy hay un par de enormes machos con pinta de no andarse con bromas. Mucho más serios que la hembra que habíamos visto en el monte y que el joven que se escabulló por la ladera.

Tras las fotografías de rigor - acércate, acércate, que no pasa nada - aprovecho que Emanuel y el guarda tienen compañía para explayarme a gusto en la contemplación de estos animales. Los machos tienen aspecto intimidante aun cuando no se mueven. Y cuando uno de ellos decide darse un paseo, queda claro que hay que tomárselos en serio: aunque en general rehuyan los encuentros cara a cara con humanos, setenta kilos y tres metros de carnívoro pueden ser muy peligrosos.

Más de una hora pasé contemplando los varanos y me supo a poco. Siendo poiquilotermos hay que darles tiempo para atrapar algunos ratos de actividad. Una hembra joven se paseó por detrás de la cocina, uno de los machos fue a dar la tabarra a otro macho más joven, con bufidos y lo que parecía aspereza, una segunda hembra apareció por el otro extremo, el macho más grande conservó la energía sin más que levantar la cabeza de tarde en tarde y enterarse de las noticias venteando.




 

Macho adulto.
 







Los guardas y otros lugareños pasaban absolutamente despreocupados entre los varanos, echados junto a la escalinata de la cocina, y cruzaban bromas entre sí. Un servidor también pasaba por ahí, pero con mucho cuidado y un poquito de aprensión. El tiempo tardaría muy poco en darme la razón.

Emanuel y un servidor nos despedimos de los guardas y fuimos hacia el puerto. Antes me tuve que desembarazar de los vendedores de recuerdos (sobre todo, estatuas de varanos) que me insistían (era el único turista ya) con precios abusivos, según ya sabía. Cuando salimos a la playa un varano venía caminando cerca de la orilla, el colofón perfecto para una mañana asombrosa en la que ocho dragones me tuvieron maravillado.

Cuidado con echar la siesta en la playa ...

Zarpamos de Komodo rumbo a Labuan Bajo. El plan era pasar el resto del día alternando navegación con un par de paradas para bucear entre corales. Lo cumplimos a la perfección. Sobre todo quien suscribe, que para eso era el único pasajero, aunque compartí gustoso con Emanuel y la tripulación aperitivos y comida: plátano frito, arroz, verduras y carne bien cocinadas por Api, muy simpático y atento, y con quien me comuniqué muy bien, justamente por ser sordomudo.

Fondeamos en un par de ensenadas coralinas, buceé hasta quedar saciado, no perdoné una siesta a bordo y volvimos a puerto cuando caía la tarde. Siguiendo el consejo de Emanuel, al llegar a la agencia comprobamos la oferta del mejor hotel de la isla, que, acuciado por la falta de turismo, había rebajado sus precios hasta lo impensable, y allí me fui a pasar la noche sin más quehacer que estas crónicas y revivir el disfrute de dos días memorables.


¿Esto dónde va?
 
¡Claro, en la calva!
 
Labuan Bajo desde el mar.

Porque, instalado en un cómodo hotel con amplios jardines y sin más prisas que recorrer luego el pueblo y tomar un avión hasta Java al mediodía, no me quedaban excusas, me animé a hacer unos katas antes de desayunar (06.02.13). Me acercaron luego en coche hasta el pueblo, a unos pocos kilómetros, dejé la mochila en la agencia por unas horas y me perdí por las calles de Labuan Bajo. La impresión era radicalmente distinta de la que me había llevado en Bali y en Lombok: pobreza, como decía Linus. No miseria, pero sí pobreza, en especial en los callejones que permitían asomarse discretamente al interior de las moradas, compuestas de una o a lo sumo dos habitaciones para toda la familia.


No es sólo innegable sino obvio que, en el extrarradio del país, Flores no es una región pujante como Bali y Lombok. Poco poblada y sin grandes centros turísticos, dispone sin embargo de grandes atractivos: tranquilidad, gran belleza paisajística, buenas oportunidades de buceo entre corales y animales como las mantas gigantes y, por supuesto, los majestuosos varanos. Por no haber no había casi ni comercios: los mejor surtidos parecían ser las furgonetas que exhibían todo tipo de cacharros. Se cierra la caja de la furgoneta y la tienda queda recogida y lista para trasladarse.

Cuando volví a la agencia me encontré a Emanuel, quien, antes de despedirnos con parabienes, me explicó que tuvimos suerte yendo a Rinca dos días atrás.
 - Ayer no hubiéramos podido.
- ¿Por qué?
- Un varano atacó a dos guardas y cerraron la isla a las visitas.
Según me contó Emanuel y leí en la prensa al día siguiente, un gran varano se había colado en una de las oficinas y mordido a un guarda que trabajaba sentado. Cuando un compañero fue en su auxilio, se llevó otro bocado. Heridos ambos en la pierna, tuvieron que ser evacuados a un hospital en Bali, lo que de paso da idea de la inexistencia de servicios médicos adecuados en Flores. Lamenté el incidente y celebré mi prudencia. Ya decía yo que se tomaban muchas confianzas.

"Dos hospitalizados por el ataque de un komodo en Flores."


Labuan Bajo.




El viaje hasta Java se hizo bastante pesado, pues hube de cambiar de avión en Denpasar (Bali) y Surabaya (Java), pero aproveché las esperas para llamar a casa y llegué sin incidentes a mi destino, Yogyakarta, destacada ciudad monumental. Un taxi somnoliento me dejó en el hotel que había reservado por internet, me instalé cómodamente, comprobé que la tranquilidad de Flores era una lujosa excepción en Indonesia, compré algo de cenar en el colmado de la esquina y me retiré a la habitación.

Abrazos para todos.

4 comentarios:

  1. Poiquiloqué???? Vaya pasada. Lo digo otra vez. Vaya pasada. Qué manía la gente con pensar que los bichos piensan como nosotros. Son bichos! El día que muerdan a un guiri verás qué risa.

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  2. Me ha encantado lo serio que apareces en la foto detrás del varano...vaya, puedo leer tus pensamientos ("os estoy respetando, así que respetadme a mí"). Muy bien, Fernando. Como los que entran a las jaulas de los tigres y leones porque "no hacen nada"...hasta que lo hacen.

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  3. ¡Olé, qué chulo! Acabo de leer, además, que las hembras son de los pocos vertebrados que pueden reproducirse por partenogénesis (pueden poner huevos viables sin reproducción sexual, de los que sólo salen machos con los que luego pueden reproducirse sexualmente). Se descubrió hace pocos años en algunos zoos donde sólo tenían hembras, ¡flipante!

    Más, más...

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  4. Frank de la jungla a tu lao, un aficionao!!

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