domingo, 21 de abril de 2013

XXXIII. Indonesia (y vi).

Queridos lectores:

Mi anfitrión en Yakarta, Rizal, me había recomendado que tomase un taxi desde el aeropuerto hasta su casa (08.02.13). Pero no cualquier taxi, sólo de dos compañías concretas. A la salida de la terminal montones de gente hacían cola en las paradas de las susodichas. Harto de esperar mientras coches de otras empresas iban y venían con mucha más frecuencia, pregunté a un joven matrimonio indonesio con quienes había hablado brevemente antes:
- No, sólo de esa compañia, de las demás no te puedes fíar.
Esta vez no era un servidor quien ponía bajo sospecha la honradez de los taxistas.

Llegamos a las inmediaciones de casa de Rizal, junto a un hotel que me había señalado como referencia. Pedí al taxista que parase un instante para llamarle desde ahí y repasar las indicaciones del último tramo. Ni caso. El chófer decidió seguir hasta que se convenció de su error, se detuvo, telefoneó y deshicimos el último par de kilómetros.

Rizal me esperaba en el portal de un gigantesco bloque de apartamentos. Cuando fui a pagarle, el taxista me exigió más dinero por las vueltas extra del final.
- Ni hablar, si hubiera Usted parado cuando le dije para comprobar las indicaciones, no habríamos dado esas vueltas.
El taxista se giró entonces hacia Rizal para pedirle una satisfacción en indonesio. Lo que faltaba. Cogí a Rizal decididamente del hombro y nos fuimos para dentro.
- No te preocupes, ahora te lo explico, pero en cualquier caso no es un asunto que te concierna.

En el piso nos esperaba Baobao, otro invitado de Rizal que había llegado antes de tiempo. Baobao es un muchacho vietnamita muy peculiar que desde su país había atravesado el Sudeste Asiático en un par de meses con ¡veinte dólares! de presupuesto. La ilusión de Baobao era ser escritor y fundar un orfanato en su país, y a tal fin recopilaba información y experiencia visitando inclusas en los países por donde pasaba. Los chicos me prepararon algo de cenar y con un poco más de conversación acabó el día.

Rizal y Baobao.

Por la mañana pude contemplar las vistas desde la ventana: el piso de Rizal se ubica al borde de la zona central de edificios altos (09.02.13). Al otro lado de la avenida (una carretera, en realidad) ya sólo se veían casas bajas. El contraste era grande, y se acentuó hasta el summum cuando salimos. Bajo un ramal elevado de la carretera, a la puerta de los apartamentos, dos camionetas de ropavejeros descargaban pilas de basura entre la que varios hombres rebuscaban lo que les pudiera ser de provecho. Rizal sentenció apesadumbrado que en su país los desequilibrios son tremendos: enormes fortunas y ostentación suntuosa conviven sin solución de continuidad con miseria como esa.

Rizal, que tenía que llevar el coche al taller, nos acercó a Baobao y un servidor al centro antiguo, la ciudadela holandesa, kota. De camino aprovechamos el poco tráfico relativo del sábado para admirar los rascacielos que se yerguen a lo largo de grandes avenidas. Esta parte de Yakarta, enorme área metropolitana de más de quince millones de habitantes, es moderna y uno de sus centros de finanzas y negocios.

En la plaza entramos los dos turistas al café Batavia a desayunar, aunque Baobao no quiso tomar nada.
- ¿Seguro?, te invito a lo que te apetezca, hombre.
- No, no, gracias, sólo un vaso de agua, por favor.
El actual café es en realidad la segunda casa más vieja de la ciudad, y anterior residencia del gobernador holandés.

Al otro lado de la plaza entramos en el antiguo ayuntamiento, otrora sede también de la poderosa Compañía de las Indias Orientales y hoy museo donde se exponen vestigios de la presencia holandesa y de las exploraciones portuguesas. A la salida un grupo de muchachas nos asaltó, con tanta vergüenza que un vendedor callejero hubo de animarlas, para hacernos una entrevista en inglés. Las preguntas eran las típicas, de dónde somos, por qué estamos aquí, etc. Una de las chavalas se alteró tanto que le dió un soponcio y la tuve que recoger del suelo. Creo que era por Baobao, obviamente, pero él no pareció muy interesado.

La plaza misma está bien, salvo algún edificio echado a perder, pero a cincuenta pasos todo el entorno se ve en claro estado de abandono y ruina. El canal que antaño comunicaba con el puerto es ahora un sumidero de basura estancado, el único puente levadizo de tipo holandés que perdura, restaurado en tiempos recientes, servía de fondo a la estampa de dos hombres removiendo la basura flotante sobre balsas de bambú impulsadas por pértigas. El hedor era grande, y también la pena de comprobar que a la ciudad no le preocupa preservar su casco antiguo, que bien podría ser un atractivo centro histórico y turístico. La miseria que lo circundaba era apabullante.

Stadhuis.

Antiguas casas holandesas.


Baobao en el Café Batavia.

¡Qué nervios!

Puente holandés y miseria flotante.



 
Almacén de reciclado de plásticos.

Baobao se había citado con otro amigo local de la red social y al rato me despedí de ambos. Me encaminé hacia el centro moderno, para lo cual hube de coger el autobús, que corre por el busway. Los vehículos llevan las puertas tan altas que se sube a ellos desde un andén elevado. El interior está dividido para mujeres y hombres, pero como soy extranjero y presuntamente educado, el revisor me perdonó cuando me equivoqué y me dejó estar en la parte delantera. Las paradas son como las del metro, fáciles para orientarse. Me apeé y, con ayuda de los taquilleros, avisé por teléfono a Rizal de mi nuevo paradero, adonde vino a recogerme pasado un rato.

Rizal quería invitarme a comer pato crujiente cocinado de modo tradicional en un buen restaurante de su gusto, y no me negué, por supuesto.

Rizal, de treinta y pocos años, es abogado en una gran multinacional coreana y le va muy bien profesionalmente, pero está considerando abrir despacho propio con un colega. Hablamos de muchas cosas y también, claro está, de Derecho. Rizal me confirmó la coexistencia de dos corpus legales principales: civil y religioso. El civil sigue el antiguo Derecho holandés y concuerda con los códigos modernos. De hecho, la relación con Holanda es muy buena. El religioso, que regula familia y sucesiones, depende de la fé de cada cual, que ha de ser declarada y constar en el documento de identidad (a elegir por fuerza, como ya dije, entre islam, budismo, hinduísmo, catolicismo y otras confesiones cristianas). Existe una gran presión social para la aplicación de las normas religiosas. De hecho, para casarse con alguien de otra confesión los indonesios se escapan a Singapur, donde pueden hacerlo sin impedimento y de suerte que luego el vínculo sea reconocido en su país. A ambos nos pareció abominable que no sólo haya que declarar el credo de cada cual en el documento de identidad, sino que incluso haya que tener uno por decreto. Le expliqué que, según nuestra Constitución, nadie puede ser obligado a declarar sobre su religión. Las sombras del atraso que oscurecen Indonesia son mayores todavía que las que renquean sobre España. Con todo, el ambiente está mucho más liberado en la capital. Fuera de ella, y Rizal hablaba por experiencia pues había vivido en otras regiones, la presión social conservadora se acrecienta, aunque varíe mucho de isla a isla.

La corrupción es tremenda en Indonesia, sostiene Rizal, aunque poco a poco algo mejora. En cuanto a la situación de Yakarta, todo se somete al imperativo desarrollista de nuevos centros de negocios, rascacielos y boato arquitectónico, en desastroso detrimento del resto. En la ciudad casi no hay espacios públicos. De hecho, casi todo el mundo se esparce por los grandes centros comerciales que jalonan la ciudad. Tanto es el desinterés que grandes zonas céntricas se anegan por completo en cuanto llueve un poco, como ha sucedido en las semanas pasadas resultando incluso en la muerte de no poca gente. Como en Manila, no hay transporte público eficaz ni planes para tenerlo. No hay tren de ningún tipo y los enormes viaductos en construcción no están destinados sino a soportar más coches y dejar pasar una oportunidad de mitigar el problema.

Visitamos la torre Monas, el monumento nacional que se erigió bajo la dictadura presidencialista, como la llama Rizal, de la que hace no muchos años ha escapado el país. Comenzó a chispear y Rizal, alarmado, me urgió para que nos marchásemos. Justo esa es una de las áreas que primero se inunda, aseveraba preocupado. Queríamos visitar andando alguna de las grandes glorietas con modernos rascacielos, pero en vista de la lluvia decidimos cambiarlo por conducir hasta casa pasando por algunas de ellas. Grandes barrios modernos y caros con edificios de cristal y acero contrastaban con las casas bajas de otros más populares, el abandono del casco antiguo, enormes estatuas en las plazas de nuevo trazado, y, por todas partes, incrustados y destacados del entorno, vulgares centros comerciales en los que los capitalinos se recrean a falta de parques y paseos.
 

No hay chiste aquí. Vergonzoso.

Al rico pato asado por gentileza de Rizal.

El Monumento Nacional: Monas.


Desde el apartamento de Rizal.

Descansamos un rato en casa de Rizal, y salimos ya de anochecida a recoger a dos amigos, Ovi y Doni, para tomar algo en ... ¡un centro comercial, claro!

Compañeros de estudios de Rizal, Ovi trabajaba ahora para la embajada de los Estados Unidos de América, y Doni, que justamente cursó un postgrado en ese país, lo hacía para una oficina de inversiones del gobierno. Los tres me parecieron muy divertidos, muy lúcidos y muy bien preparados. Coincidían en lamentar la corrupción pero también albergaban esperanzas de mejora por cuanto la economía indonesia está en una fase de pujanza y nuevos políticos parecen menos corruptos. Incluso un nuevo alcalde en Yakarta les permitía ser optimistas sobre la recuperación de espacios públicos. Me preguntaban constantemente sobre el viaje, y descubrí además que coincido con Doni en dos aficiones: admirar los rascacielos y discutir con los taxistas. Por supuesto convinimos en que la culpa es siempre de los conductores facinerosos.

Casi acabada la cena se nos unió Astrid, banquera, quien coincidió con el diagnóstico anterior de Ovi sobre la situación de la mujer en Indonesia: en teoría la igualdad es completa, pero en la práctica hay muchas formas de discriminación más o menos sutil. El antecedente de la señora Kartini no tiene más valor que el de una referencia histórica, me decían, pues murió demasiado joven. En cuanto a la educación, aunque hay buenas oportunidades, no está al alcance de todos.

En estas apareció el bueno de Baobao, un tanto agitado. Le había costado llegar hasta aqui y, para colmo de males, le habían robado en el autobús sin que se diese cuenta. Antes había visitado un orfanato y además el incidente no le impediría seguir con sus planes de viaje. Este hombre era realmente peculiar.

Acabamos la velada pronto, pues un servidor quería dormir siquiera unas pocas horas antes de levantarse a las tres y media de la madrugada para ir al aeropuerto. Rizal, siempre tan atento, se despertó a la vez para acompañarme hasta la puerta y asegurarse de que el taxista quedase bien enterado. Mi última etapa en Asia (aunque Indonesia tiene un pie en Oceanía) había concluído.

Astrid, un servidor, Rizal, Ovi y Doni.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Oh, vaya pena, cuánta suciedad y cuánta porquería. Y mientras al lado, centros comerciales a todo trapo. La esquizofrenia en la que vivimos. En fin. Rizal es un poco Harry Potter. Vámonos para Australia, chacho.

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