jueves, 2 de agosto de 2012

XVI. Uzbequistán (v).

Queridos lectores:


Desayuné (14.07.12) tras insistirle a la joven gobernanta acerca del billete de tren que me prometió (seguro, no te preocupes), y entablar conversación con el muchacho que sirve las mesas. Se llama Tolib, tiene veinte años, es alumno de dirección de empresas y quiere acabar sus estudios en el extranjero, para lo que está ahorrando, pues han subido la matrícula un montón de un año para el siguiente. Duerme unas cinco horas al día porque compagina su trabajo nocturno en el hotel (acaba el turno con los desayunos) con la dirección de una fábrica familiar de dulces (y con sus estudios cuando el curso está en marcha). Lo cuenta todo con mucha naturalidad, sin asomo de protagonismo o victimismo. Por supuesto, se paga los estudios con su trabajo (también da clases particulares de inglés de vez en cuando), y dice que con esas horas para descansar tiene bastante. No hay suficiente mercado para los dulces caseros en su país, por eso intentó diversificar fabricando un chocolate cuya fórmula copió magistralmente de alguna marca conocida, pero no funcionó. No quiere emigrar, sólo formarse fuera para aplicar los conocimientos aquí, pero la cosa está muy difícil. Se ofrece a acompañarme a ver la ciudad luego, pero finalmente su madre le reclama por teléfono y nos despedimos.

Reflexiono admirado sobre lo que me ha contado Tolib, y me voy a ver la ciudad. Bujara completa el trío de ciudades destacadas de Uzbequistán, y para muchos es la más bella, pues el conjunto monumental es más homogéneo que el de Samarcanda y más grande que el de Jiva.

La jornada entera la empleé en visitarla con meticulosidad y mucho calor.

La misma madraza, con el estanque, de día.

Estatua en honor a Nasrudín, sabio
protagonista de muchos cuentos sufíes.

Otra madraza.

El minarete que indultó Gengis Jan.

Una modelo espontánea.


 Con sus amigos.

Y todas con su fotógrafo favorito.

  
La entrada a la ciudadela (Ark), cuyo interior está sin restaurar, con tierra amontonada de siglos, como comprobé tras pagar la corruptela correspondiente para entrar (está en obras de desescombro).

Funeral en una mezquita histórica.


Sólo me faltaba por ver una pequeña madraza de original arquitectura cuando me topé con un par de tenderos jugando al ajedrez; no puede evitar unirme a ellos. Salvé la primera partida tras un error garrafal, y gané las dos siguientes. 


Eso sí, se me hizo tarde y para cuando llegué a la madraza de marras ya no quedaba luz para fotografiarla, así que os ofrezco un bonito retrato al óleo para compensarlo.


Con esto y la promesa reiterada de tener un billete para el tren del día siguiente, completé el día. Tren a Tashkent u otra paliza en coche, ese era el dilema incierto al acostarme.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Ay qué nervios: tren o coche... Tú sí que eres Narusdin, ja ja. Besos desde Teruel, que también existe y también es árido.

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  2. Pasotero. Espero que hayas comprado copias de esa preciosa pintura al óleo para todos.

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