sábado, 25 de agosto de 2012

XVII. Kirguistán (y iv).

Queridos lectores:

El siguiente es el último día de la gira por Kirguistán (28.08.12), y tenemos previsto acudir a un festival folclórico en no sé qué sitio de camino a la capital. La chica de la agencia nos lo vendió como un acontecimiento real, al que según ella acudiría gente de todo el valle. Aunque a mí me pareció sospechoso desde el principio, por compensar mi petición de la escabechina del conejo, accedí sin pensarlo mucho al ánimo de Rocío, que en el pecado llevó luego la penitencia.

Para llegar hasta allí tuvimos que buscar el sendero por el monte a pie, pues Anatoli no atinó a encontrar el camino con el coche, y pronto el terreno se hizo impracticable. Los malos presagios que ya albergábamos Rocío y un servidor se hicieron realidad enseguida. Era una mala trampa para turistas, de la que no conseguimos librarnos hasta después de comer. Por no conseguir, ni agua nos dieron, pese a que veníamos sedientos.

El festival consistió básicamente en una charlotada lamentable, en la que había algún elemento folclórico más o menos genuino, como muestras de platos típicos, y poco más. En cuanto comimos salimos escopetados, sin esperar a la conclusión del festejo. Anatoli llamó para ver dónde íbamos a dormir, y como parecía ser una de las posibilidades, le dejamos tajantemente claro que antes de penar también la noche aquí preferíamos seguir del tirón hasta la capital. Mensaje recibido: dormimos en el pueblo, en un albergue bien puesto, regentado por una de las mujeres que cocinó en el pseudofestival, y en cuyo salón lucían dos fotografías de graduación de sus hijas, en las que encontramos el retrato de la profesora de matemáticas del otro día.

Lo único decoroso del festivalucho. 
La abuela bendice al bebé.

Allí cenamos con dos familias de belgas (¡más belgas!). Los progenitores, Rose, Patrick, Frank y Virle, de nuestra edad, son muy simpáticos y nos invitan luego a una sobremesa con cerveza. Preguntamos a su guía, Albina, una joven que habla inglés, y nos asegura que los kirguises de origen ruso están ya perfectamente integrados en la sociedad del nuevo país. Intercambiamos pareceres y anécdotas del viaje: si a nosotros nos ha parecido que el campo estaba más sucio de lo que debiera, a ellos les ha parecido más limpio de lo que cabía esperar. El festival: una estafa de mal gusto de la que ellos sólo sufrieron la tarde, y gracias a que se mostraron firmes para salir de allí.


Tras compartir desayuno con los belgas (29.07.12), partimos hacia Bishkek. De camino paramos a ver la torre de Burana, único resto en pie (restaurado por los soviéticos) de una antigua ciudadela en la Ruta de la Seda. Ya en la capital, nos despedimos de Anatoli al llegar al hotel, y pasamos la tarde tranquilamente: comiendo pizza en un centro comercial y cortándome el pelo con una peluquera a la que estropeamos la siesta.

La torre de Burana, o lo que queda de un minarete.

Estas estelas, reunidas aquí a modo de museo, son de origen turco
 (los pueblos turcos proceden de Asia Central).

El lunes (30.07.12) por la mañana nos acercamos a la agencia de viajes. Nos llevamos un desagradable chasco: no han gestionado ni mi visado para la China, ni la carta de invitación para Mongolia, ni la reserva de un hotel en Ulán Bator para cuando lleguemos. Fracaso total. Para una vez que encargo algo a terceros, no dan pie con bola. Lamento sobre todo lo del visado, pues sin duda me obligará a perder tiempo en otro lugar.

Nos fuimos luego a comer en una terraza con Mohira, con quien quedamos a través de la red social. Antes de sentarnos con ella saludo a una chica noruega con la que coincidí en la embajada de Kirguistán, en Dushanbe. Qué pequeña es Asia.

Mohira es profesora de política en una universidad privada. Estudió en Bishkek, en otra universidad especializada en la materia y financiada por un conocido magnate estadounidense de origen húngaro (por si alguien gusta de acertijos), y luego en el Reino Unido y Estados Unidos. Por su aspecto podría ser española. Se ríe: muchas veces me dicen que no puedo ser asiática porque no tengo aspecto chino, ¡en Asia Central también somos asiáticos, aunque tengamos otros rasgos!

Para Mohira y Rocío es la primera experiencia con la red social, lo cual sirve para demostrarles que es real y, en general, eficaz y usada por gente normal. Entre otras muchas cosas, Mohira nos cuenta su peripecia personal tras la caída de la Unión Soviética. Ella es tayika de nacimiento y de origen, pero creció y estudió (hasta la universidad) en Uzbequistán. Allí estaba al desintegrarse la Unión. La gente hubo de acudir en masa a canjear los pasaportes soviéticos por los de Uzbequistán. Grandes muchedumbres se cocían durante horas al sol sin sombra ante los edificios gubernamentales en Tashkent, en espera de su turno. Una institución soviética similar a la vecindad civil determinaba la adscripción de la gente a una u otra de las nuevas repúblicas. Cuando le llegó el turno a su familia, entregaron los pasaportes pero nunca recibieron otros a cambio. Sin ninguna explicación. Simplemente les fueron retirados los soviéticos y denegados los uzbecos. Mohira y su familia se convirtieron en apátridas.

Ser apátrida, aunque parezca muy romántico (lo es) y muy progresista (ojalá llegue la supresión universal de las patrias, y ya lo siento por Bernard) es, en el mundo en que vivimos, un gravísimo problema personal. Puesto que ningún país se responsabiliza de él, el apátrida se convierte en un refugiado cuyos derechos se contraen al mínimo; eso siempre y cuando haya una administración dispuesta a respetarlos.

Dos años sin país. No sin esfuerzo, finalmente Mohira y su familia consiguieron pasaportes rusos. Así que Mohira es tayika, criada en Tayiquistán y Uzbequistán (habla los dos idiomas, además de ruso e inglés), con estudios superiores seguidos en Kirguistán (y en el extranjero), donde vive y enseña. De las tres nacionalidades, coincidimos los tres en que la rusa sea probablemente la más ventajosa, pese a los problemas con los visados cuando viaja al Reino Unido, por ejemplo.

Aunque con su puesto de profesora universitaria en Escocia podría haberse quedado cómodamente en Europa, Mohira quiso regresar a la universidad en Bishkek, y contribuir con su trabajo al progreso de la región. Admirable decisión: el Reino Unido ocupa el vigésimo octavo lugar en el Indice de Desarrollo Humano (España el vigésimo tercero); Kirguistán el ciento veintiséis (de un total de ciento ochenta y seis países indexados).

Bulevar en Bishkek.

Nos despedimos de Mohira tras la comida, emplazados para volver a vernos, y pasamos el resto del día tranquilamente, haciendo alguna gestión más en la calle y disfrutando de la suite del hotel. Por la calle hemos podido comprobar repetidamente una peculiaridad estética de las mujeres de la región (no sólo en Kirguistán): el entrecejo decorativo. Desde luego no las más modernas, pero entre las que visten atuendos tradicionales, no son pocas las que se pintan (cuando no lo tienen natural) un poblado entrecejo. Lo habíamos visto en pinturas antiguas, pero al natural resulta de lo más chocante y, para nuestros cánones, feo.

Rocío y su coche nuevo.

Monumento a no sé qué patriotas.


Para la mañana siguiente habíamos concertado que un taxista nos llevase al Parque Nacional de Ala Archa, a menos de una hora de la capital, con idea de hacer una excursión relajada, pero todo pareció ponerse en contra. Para empezar yo tuve problemas gástricos y me sentía muy mal, pero no quería renunciar a la visita. Montamos pues en el taxi: un coche desvencijado sin cinturones de seguridad ni reposacabezas, que no nos hace ninguna gracia para un viaje de cincuenta kilómetros por carretera. A las afueras de la ciudad, sin que hayamos dicho nada (él tampoco habla inglés, de todos modos), el taxista para y nos pide que cambiemos de vehículo. Se supone que el nuevo es mejor, pero no: persisten las mismas deficiencias y, visto el tráfico del país y visto que hay coches adecuados, rehusamos seguir viaje con él y los dejamos plantados. Regresamos al hotel en otro coche y llamamos a un taxi de verdad. Cuando por fin llegamos a la entrada del Parque, el guarda nos avisa de que está cerrado. Por señas y dibujos, el conductor nos hace saber que ha habido una gran riada (es un valle principal con otros tributarios) y no hay manera. Nos asomamos al río, y sí, desde luego no le falta caudal. Mohira nos confirmará luego la noticia. Resignados, regresamos al hotel aprovechando el viaje parando a contemplar los muchos abejarucos y carracas que se posan en los tendidos, y pasamos por delante de la residencia presidencial, causa clara del inusual buen estado de la carretera.


Lo que pudimos ver de Ala Archa.


Tras ultimar los preparativos para el viaje, el último día en Bishkek (01.08.12) volvimos a comer con Mohira, que nos guió luego por el Museo Nacional y por las avenidas y monumentos principales de la ciudad.

El Museo Nacional era antes el Museo de Lenin, y todos los techos de las tres plantas están pintados con una sucesión de alegorías heroicas sobre su vida y tiempos. Por el contrario, lo que se exhibe es un conjunto de lo más heteróclito: uniformes militares, documentos históricos, fotografías de dudoso interés, objetos ciertamente históricos, estatuas, escaños de antiguos soviets, etc. Ante el Museo se abre una gran plaza con una estatua ecuestre del héroe medieval Manas en el centro. El pedestal lo ocupaba antes una estatua de la libertad (¡y antes el postergado Lenin!) pero se conoce que para construir el espíritu nacional no hay nada como un buen guerrero, preferiblemente antiguo o, por lo menos, medieval (Alejandro en Macedonia, Samani en Tayikistán, Tamerlán en Uzbequistán, Manas en Kirguistán, Genghis Khan en Mongolia, etc.). Pienso en lo desaprovechado que tenemos al buen Cid Campeador.


Mohira y Rocío ante sendos vestidos 
de una conocida modista local.

Rocío y un servidor, ante Manas y el Museo Nacional.

Vladímir Ilich, 
relegado a la retaguardia de su antiguo museo.

Marx y Engels, de cháchara.

 
El Parlamento.

Monumento a la regeneración política de 2005.

Mohira, siempre risueña, nos ilustra con su gran conocimiento de la historia reciente: la desintegración formal de la Unión Soviética obedeció, en su opinión, a las ansias personales de Boris Yeltsin por hacerse con el poder en Rusia. Las consecuencias sociales fueron tremendas. Los soviéticos estaban acostumbrados a una vida muy estable, perfectamente predecible: el Estado le procuraba a cada cual un trabajo, y aunque no era posible medrar a base de honrado esfuerzo, tampoco había sorpresas. Todo eso cambió de repente para desgracia de la gente corriente y ventura de los aprovechados. Estos últimos se hicieron con el poder en las nuevas repúblicas, que no querían la secesión que les impusieron rusos, ucranios y bielorrusos. No obstante, la democracia en Kirguistán parece ahora más o menos cierta, tras las revueltas internas que hubo hace unos años y que en algo limpiaron la clase dirigente.

Concluido el paseo, nos despedimos de Mohira, hacemos algo de tiempo en un café y, finalmente partimos para el aeropuerto. Hoy es martes, hay vuelo para Irkutsk y tenemos billetes.


Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Yo también tengo tarros de canela en la despensa...

    Besos.

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  2. (Yoya, wrong post.) El parque se llamaba Hala Marcha, que queda más guay. Lo del entrecejo pintado me gusta mucho para Rocío; espero que haya adoptado ya tal moda. Y creo que me he perdido lo de la escabechina del conejo. A no ser que sigas hablando de entrecejos, pero en este caso más meridionales. :P

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  3. Huy, no me pierdo tu próxima crónica. Como te dije antes de que te fueras, saluda al Baikal de mi parte por si yo no voy.

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