martes, 28 de agosto de 2012

XVIII. Rusia (i).

Queridos lectores:

Tras un vuelo de cuatro horas (las distancias en Asia son mayores de lo que parece), llegamos a Irkutsk sin novedad, pasada la medianoche. Eramos no más de una cincuentena de viajeros, pero los policías rusos son muy celosos o muy torpes, o ambas cosas, y tardamos casi hora y media en pasar el control de pasaportes; y el de la aduana (vuelven a pedir lo mismo: alguien tendría que explicarles en qué se diferencia una frontera de un control aduanero).

Son más de las dos cuando salimos a la calle. Conseguimos un taxi, casi de casualidad, pues no hay nadie. Nos lleva al hostal que hemos reservado por internet. Aporreo la puerta (el timbre no funciona, dice un cartel) hasta que nos abre una recpecionista. Menos mal. Tras consultar con la recepcionista, pago al taxi un tercio de lo que torticeramente me pedía, y le cierro la puerta en las narices cuando masculla no sé qué protestas en ruso.

Efectivamente, estoy relajado: no he discutido, no le he dado oportunidad y punto. Es una cierta alerta constante que me tiene podridito y que altera la paz de Rocío, en particular a las tantas de la madrugada; lo sé, lo entiendo y lo lamento, pero son ya muchas semanas combatiendo abusos y actúo de oficio. También Rocío me entiende a mí, pero por desgracia este tipo de situaciones se repite una y otra vez. 

Para acabar bien la noche, resulta que el sistema de internet ha fallado y no tenemos la habitación que habíamos pedido, sino otra mucho más incómoda. Es igual, son las cuatro ya y queremos dormir. Cuando nos despertamos cinco horas más tarde (no hay quien duerma y hay que dejar la habitación antes de las diez), además de aceptar las disculpas de la recepcionista y la rebaja en el precio (en Rusia, o al menos por esta parte, los hoteles tienen precios desmedidos), lo primero que hacemos es acercarnos a una agencia para que nos busque un hotel decente por la vía rápida.

Conocemos así a Anna y a su madre Natasha, y a Misha. Son muy amables. Tanto que se percatan de que ni hemos desayunado y nos preparan un café con galletas en la oficina. Nos encuentran habitación en un antiguo hotel soviético, convenientemente reformado, en la plaza principal de la ciudad, y quedamos además en vernos por la tarde para hablar de negocios y dar un paseo.

Misha nos acompaña hasta el hotel, al que llegamos dando un pequeño paseo por el río Angará, que es el único desagüe del lago Baikal. Pero es un señor río, afluente del Yenisey, y que por tanto vierte sus aguas en el Océano Ártico tras atravesar Siberia. Se dice pronto. Tanto el agua del lago como la del río (es la misma, claro) son potables, según afirma todo el mundo y pese a la actividad humana.

La puerta de Moscú, junto al río.

El río Angará, a su paso por la ciudad.

Monumento al fundador de Irkutsk, en 1650.


La catedral ortodoxa.

Media plaza vista desde el hotel.
 
 
Y la otra media.

La ciudad parece muy agradable, y en mucho mejor estado las capitales centroasiáticas. Descansamos en el hotel y por la tarde nos recogen Anna y su hija, llamada Natasha como la abuela, y Misha. Aparcamos los asuntos profesionales y nos llevan a conocer la ciudad. Visitamos otra parte del paseo ribereño, que es el que imprime carácter a Irkutsk, y conocemos algunos monumentos y edificios principales, todos bien presentados.


 Misha, Rocío, Natasha y Anna, ante el río Angará.

Misha está separado y tiene a sus hijos en San Petersburgo. Anna también está separada. Le preguntamos a Misha acerca de irse a vivir a San Petersburgo, por ejemplo, para estar más cerca de sus hijos, pero parece que no es tan fácil. Los rusos pueden vivir en cualquier parte del país, pero eso exige difíciles trámites administrativos. A no ser que tenga uno mucho dinero, claro; en ese caso está hecho. Suena a reminiscencia de la servidumbre zarista que los comunistas no quisieron eliminar.

Ambos nos cuentan que la vida en Siberia no está mal. Trabajan duro para salir adelante, pero ahora se puede conseguir de todo y hay bastante libertad, al menos siempre que uno no se meta demasiado con el poder. Lo que se fue con el régimen comunista es la estabilidad de la que ya tanto hemos oído hablar. Ni Anna ni Misha añoran el antiguo régimen, aunque insisten en que ahora hay que esforzarse mucho para ganarse la vida decentemente.


Tan contento con mi helado como la pequeña Natasha con el suyo.
 
El Zar Alejandro II, que promovió la colonización de Siberia
(por las buenas y por las malas).

Se celebraba el día de la Armada Rusa, y por todas partes había hombres, jóvenes y no tanto, con camisetas de rayas blancas y azules, banderas e insignias, bebiendo y celebrándolo a voces y tocando el claxon. A ratos parecía "El acorazado Potemkin" mezclada con una película de Fassbinder.

El teatro.

Vladímir Ilich. 
Aquí florido y hermoso, en su propia y principal avenida.


Al final del paseo nos tomamos una cerveza y compartimos una pizza. Natasha, la madre de Anna y abuela de la otra Natasha, se nos une tras cerrar la agencia a las tantas. Trabaja sin descanso, según nos han explicado antes Misha y Anna. Natasha es física, pero decidió reciclarse cuando cambiaron los tiempos, haciendo virtud de la necesidad y aprovechando su pasión por los viajes. Misha también da clases de inglés en la universidad.

La otra Natasha, la niña, nos muestra algunos de sus dibujos, que nos parecen muy meritorios para una cría de su edad. Como Rocío, que dibuja muy bien, no se halla inspirada para dibujarle algo en el cuaderno, me arranco yo con un "panorama desde la ventana de nuestra casa" que seguramente le provocará a la pobre Natasha pesadillas por la noche u otros trastornos peores. La intención era buena.

Los cuatro nos acompañan muy gentilmente hasta el hotel. Hemos pasado una tarde muy grata con ellos y el centro de Irkutsk nos ha parecido bastante resultado agradable.

La universidad de idiomas.


El día siguiente (03.08.12) quedamos con Serge, a quien habíamos contactado por la red social. Nos aguarda, cómo no, en el paseo fluvial con su perro Cusá. Anastasia, su mujer, se nos unirá por la tarde.

Concentradísima.


Serge trabaja por cuenta propia como asesor financiero. Hablamos de muchas cosas. Serge no comparte las opiniones revisionistas, según él, que exageran los defectos del comunismo y de sus dirigentes. Opina que esas miradas al pasado sólo son una distracción de los problemas del presente, y como otros antes que él, nos explica que el régimen soviético no era la maldición que en el mundo capitalista nos querían hacer ver. Según Serge, los consejos (los soviets) eran instituciones locales bastante eficaces para gobernar con equidad. Nos reímos al contrastar algunos de los clichés que recíprocamente teníamos comunistas y capitalistas. Serge no es de Irkutsk, vino a vivir aquí por su mujer y está muy contento pues la ciudad, de algo más de medio millón de habitantes, es cómoda, y su casa está bien ubicada cerca del río, en el centro.

Rocío, Cusá y Serge.


Hemos de dejar a Serge para hacer una gestión sobre el vuelo de regreso de Rocío, con la desinteresada ayuda de Anna, que viene con su hija a echarnos una mano en Aeroflot. Además, le explicamos que hemos decidido movernos por libre para visitar la zona; Anna, que lleva un día de locos, lo comprende y nos despedimos amigablemente.

Nos reencontramos con Serge, y al rato se nos une Anastasia. Está en el noveno mes de su primer embarazo, y Anastasia, que era secretaria de dirección, trabaja ahora en casa ayudando ocasionalmente a Serge. Ambos desean que el parto sea en casa, con la asistencia de un médico amigo suyo, aunque esto no es legal en Rusia y lo han de mantener en secreto.


Pasamos toda la tarde con ellos. Estos chicos son incansables. Esperábamos que Anastasia se fatigase antes que nosotros, pero no, somos nosotros los que nos retiramos finalmente agotados. Comemos algo juntos, visitamos algunas casas antiguas, una iglesia, el mercado chino, la zona peatonal y otras avenidas, y acabamos el día en la plaza central con una cerveza en el parque, tras recorrer una interesante exposición al aire libre sobre "Rusia en América".

Quedan muchas casas tradicionales de madera habitadas,
aunque no todas están en buen estado.

La casa museo de los decembristas.

Perritos a la venta.

Anastasia, Serge y Rocío.
Probando el kvas, que se hace a base de pan y fruta.

Calle peatonal.

En la avenida de Karl Marx.

No se olvide.

Exposición sobre la América rusa, en la plaza principal.


Y allí, en las Aleutianas, 
habíamos estado Rocío y un servidor años atrás.

Al día siguiente marcharíamos al mítico lago Baikal.

Abrazos para todos.


3 comentarios:

  1. Qué lejos!!! Parece un pueblo del oeste americano, o del Dr. En Alaska; por lo menos la foto de la calle peatonal. Pobre niña; a la próxima hazle el pirulo, ya verás cómo entonces sí van a echar de menos al camarada Lenin. Por cierto que ayer vi en Barcelona una expo de los últimos premios Kandinsky, que deben de ser como los turner pero en ruso, y me gustó mucho. Muy divertida y muy critica con la realidad política rusa.

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  2. Jo, en cuanto llegue a casa tengo que echar mano del atlas... Qué monos los perritos, en tu próximo destino creo que también los venden por la calle, pero para otros fines....

    Besos.

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