sábado, 1 de septiembre de 2012

XVIII. Rusia (ii).

Queridos lectores:

Marchamos pues Rocío y un servidor al lago Baikal (04.08.12), en marshrutka, las fastuosas furgonetas (llamarlas minibuses sería exagerar) que salen cuando hay suficiente gente apiñada. Como además se ve poco por la ventanilla debido a las habituales y polvorientas cortinillas y otros colgajos, nos tocó sentarnos sobre la extenuada suspensión trasera, y estuvimos siempre animados por una selección musical digna del peor programa de varietés de la televisión, el viaje fue un formidable entrenamiento para eventuales torturas enemigas en caso de invasión por alienígenas despiadados.

En seis horitas de nada nos despachamos los trescientos kilómetros que nos separaban del destino. Se notaba que ya estábamos en el otrora Imperio Ruso: la media fue igual de mala que en sus exrepúblicas. Por lo menos las carreteras merecían el nombre (muy justito, pero aprobado) casi hasta el final, pues gran parte del lago está demarcado como parque natural y sólo se permiten caminos de tierra.

Para llegar a Oljón, que es una gran isla en el medio del lago, hay que coger el ferry, y registrarse en un puesto nada más cruzar: La inscripción es manual, en un cuaderno que no sé quién leerá ni cuándo.

Esperando para cruzar. 

No es un drakkar motorizado, sino el ferry.

Llegando a la isla y ya en ella se ve gente de fisonomía oriental: son buriatos, los pobladores originales de la zona, o lo que queda de ellos. De ojos rasgados y tez más oscura, se parecen a los kirguises.Y aquí y allá tienen hitos religiosos en los que la gente anuda cintas azules y deja óbolos propiciatorios, incluso arrojándolos desde la ventana de la marshrutka al pasar.

Llegamos al final de la tarde, con poca luz ya por delante, a la población principal, la única que merece ese nombre, Jusir. Sin encomendarse a nadie, el conductor nos deja, los últimos, en un motel en el extremo del pueblo. Como Serge nos ha recomendado otro lugar, centro de la actividad para extranjeros, le pedimos que nos lleve allí. Tras algunos resoplidos del chófer llegamos, pero no hay sitio. Noobstante, son amables y nos apuntamos a una excursión por la isla para la mañana siguiente. Pedimos un taxi y nos vamos al único hotel propiamente dicho del pueblo.

Allí, a precio de oro, conseguimos cama exclusiva y retrete compartido. Por gestos: sonrisas ninguna, sólo una noche que no tenemos sitio y el desayuno en el chiringuito que tenemos allí abajo. Pago por adelantado, como en todas partes. Vale, vale, ya vamos aprendiendo que para los rusos (al menos los de por aquí) sonreír es un trauma. Según Serge, es porque para ellos una sonrisa implica un sentimiento de afecto más profundo que el que nosotros le damos. Será por lo que sea, pero son contadas las personas que en diez días en Rusia nos sonríen espontáneamente, y menos las que hacen un mínimo esfuerzo por entendernos (prácticamente nadie habla más que ruso).Cenamos algo en un chiringuito de medio pelo, paseamos un poco por el pueblo y nos vamos a dormir.

Por la mañana, antes de salir de excursión, trasladamos las maletas en el motel, donde una chica que habla muy bien inglés nos atendió la víspera con tanta amabilidad que casi la adoptamos.

La excursión hasta el norte de la isla, el cabo Jobloi, se hace en traqueteantes ulianovskis, las furgonetas todoterrenos que ya he mencionado antes y que tendrán ocasión durante todo el día de mostrar su valia en caminejos con un metro de barro.

De este lado la isla de Oljón, enfrente, tierra firme.


Más allá de los islotes el lago se abre, 
por lo que lo llaman el Gran Baikal.


La visitante más importante del pueblo, 
en la calle más importante.

En el lago Baikal todo son superlativos: es bellísimo; el más viejo; el que acumula más agua dulce del mundo, más que todos los Grandes Lagos de Norteamérica juntos; el más profundo (más de mil seiscientos metros); tiene más de seiscientos kilómetros de longitud y crece continuamente por ser el resultado de una falla tectónica activa; alberga a las focas nerpa, una especie única de agua dulce, a kilómetros y kilómetros del mar más cercano; el agua, insiste todo el mundo, es perfectamente potable; según leemos, aun si no recibiera las aportaciones de los ríos que la vierten en él, tardaría un disparate de años en vaciarse por el caudaloso río Angará. En invierno se hiela lo suficiente para ir en coche. Es fácil caminar sobre las aguas: basta saber cuándo.




Acantilados cerca del cabo.

Todo el mundo hace esta excursión, así que el cabo y los demás puntos de interés están llenos de visitantes. El cabo rebosa además de picos picapinos. El bosque es más bien ralo, pero los hay a montones y muy agitados. Si los escarabajos pueden celebrar su reunión anual en una yurta, no hay motivo para que los picapinos no puedan hacer otro tanto en cuatro árboles mal contados.

En la excursión coincidimos con Cathérine y Erwan, dos franceses que regresan a su país atravesando Asia. Vienen de Nueva Caledonia, donde han vivido varios años. La vida allí es relajada y agradable, según nos cuentan, pero ya tenían ganas de volver. Su impresión sobre la simpatía de los rusos es la misma que la nuestra, y de hecho han decidido abreviar su estancia en el país. Queda mucho por hacer en pro del turismo extranjero en Siberia.

También coincidimos, según vamos parando, con la excursión de Miguel, un pontevedrés que ha estado por Kirguistán. Hizo el vuelo en helicóptero para visitar el campo base del Jan Tegri, y nos lo cuenta con mucha emoción.

Al final de la mañana el conductor nos prepara el almuerzo: sopa de pescado. Servido en un cubo de plástico no muy limpio, consiste en un mal guiso de pedazos grandes y medio crudos del pescado local, un endemismo llamado omul (en el lago hay un montón de endemismos, incluyendo las propias focas nerpa). Cathérine y Erwan intentan comerla, pero pronto desisten. Rocío y yo nos conformamos con la ensalada.

De cualquier modo, el paisaje es una verdadera maravilla, y estamos en el mítico lago Baikal. No se diga que no sabemos disfrutar.

Regresamos al pueblo y tras un descanso (ya en la cabaña de nuestro nuevo motel, con retrete incorporado y simpatía derrochada por las chicas que nos atienden), nos reunimos con Cathérine y Erwan en el bar más principal del pueblo.

Tanto quejarme de la antipatía de los rusos y aquí las camareras, que no hablan ni gota de inglés, también nos sonríen. No querrán denotar ningún sentimiento especial, supongo, pero se agradece. Nos tomamos un par de rondas con nuestros amigos, que parten mañana temprano, comparamos experiencias asiáticas, nos ofrecemos mutua hospitalidad y, muy contentos, acabamos la jornada.

Rocío, Catherine, Erwan (y un servidor).

Decidimos pasar el día tranquilamente en los alrededores del pueblo (06.08.12) e ir a la playa si el tiempo lo permite. El pueblo se agota en poco rato, tras enviar unas postales, sacarnos un billete de autobús para el día siguiente (uno de verdad, nos aseguran) comprar un imán de recuerdo y alguna cosa para comer en la playa.

La playa es muy bonita, las vistas impresionantes, hay gente, pero no mucha y hace bastante calor, aunque el agua está muy fría: nos bañamos, pero no más que unos minutos. Tampoco los rusos, salvo alguna excepción, aguantan mucho dentro. Eso sí, el agua está muy limpia y yo me la bebo directamente, tras comprobar que algunos bañistas rellenan sus botellas con ella. Hacemos picnic y dejamos pasar la tarde tranquilamente tumbados a la bartola.


Un valiente en la playa ... ¡en Siberia!


Falta de educación la hay en todas partes.

A la caída de la tarde, mientras Rocío descansa en la cabaña del motel, me acerco al centro turístico que nos recomendó Serge, en el que recalan todos los turistas extranejros, para conectarme a internet y jugar una inesperada partidilla de ajedrez.

Vista general del pueblo.

Gané a un ruso en Rusia...

Hasta que salga el autobús (07.08.12) tenemos tiempo para pasear por la otra parte del pueblo, en la que destaca un peñón muy pintoresco, junto a la colina que lo preside todo. Hace una mañana magnífica y es tentador quedarse un día más, pero no cambiamos de planes. Lo que sí cambia, según vemos, es el tiempo. A pocos kilómetros del pueblo ya se ven los nubarrones que, salvo la tarde de ayer, han predominado durante nuestra estancia, con ocasionales lloviznas.

Ayer pregunté si era posible cruzar el lago para continuar por la orilla sur, pero no parece haber manera, a menos que contratemos un barco para nosotros solos, lo cual es inviable. Hemos de regresar a  Irkutsk, pues, para continuar por la orilla hacia el sur.


Peñón y tómbolo (qué distinto de una tómbola).

La playa donde lucimos moreno ayer.

Los buriatos mantienen sus hitos religiosos 
(modelo: Rocío).
 
Y la armada rusa vela por todos con barquitos un tanto abollados.

El autobús es de verdad un autobús y disfrutamos de él. Yo no había subido a uno desde que dejé Irán, y ya ni me acordaba de lo cómodos que pueden ser. Con grandes ventanas y todo: no reconocemos el paisaje de hace tres días.

En Irkutsk nos está esperando Serge, al que avisé por correo electrónico para que nos alquilara un pequeño apartamento. Nos ha encontrado uno muy cómodo y bastante agradable, cerca de su casa. Estos apartamentos son muchísimo más baratos que los hoteles, pero si no se tiene un contacto local es difícil enterarse.

Tras descansar un poco, nos reunimos con Serge y Anastasia para comprar cerveza y los ingredientes de la rica tortilla de patatas que Rocío (chef) y un servidor (pinche) hemos convenido preparar en su casa. Serge, Anastasia y su perro Cusá, más su hijo Platón (nacido felizmente hace unos días cuando escribo esta crónica), viven en un pequeño apartamento de una sola habitación, cocina y baño. Apretado pero agradable. Mientras preparamos la tortilla, nos vamos poniendo a tono con abundante cerveza y queso ahumado en tiras, que es un aperitivo popular allí. Con la tortilla, más cerveza y nata amarga como condimento (innovación de Anastasia refrendada por Rocío), acabamos el día, disfrutando en casa de nuestros amigos, que son rusos hasta la médula, muy simpáticos y sonríen un montón.

Anastasia, Rocío, Serge, 
cerveza, queso ahumado y la tortilla que viene.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Ir tan lejos para ver unos palicos pintados de azul, anda que....vaya dos. Menos mal que Rocío sigue llenando estómagos huérfanos de tortilla de patatas.

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  2. Aprovecha y come mucha tortilla que te estás quedando en el chasis, además la de Rocío es de las mejores que he probado, mmmh. Qué paisajes más impresionantes, precioso.

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  3. Que no Pablo, que no están pintados , que estos buriatos tienen la costumbre de atar cintas azules en cuanto ven algo que sobresale...cada loco con su tema.
    Muchas grais Yoya , cuando quieras te invito a tortilla de patata.

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