lunes, 10 de septiembre de 2012

XIX. Mongolia (iv).

Queridos lectores:

La mañana empezó tranquila (18.08.12). Salimos en los dos coches hacia Banyanzag, a ver los que llaman "cantiles llameantes". Llegamos a la zona a mediodías y, tras habernos instalado y comido, hubiera sido lo propio caminar la media hora escasa que nos separaba del lugar, pero un fortísímo viento nos desanimó, y fuimos en coche. Pronto se acostumbra uno a la comodidad, desde luego, y el aire se sugería solo como excusa.

Izando la bandera, Mayte y Rocío.
Las piedras de delante son árboles fosilizados.

Bienvenida en el campamento, 
con un tazón de leche (de tetrabrik).

Los susodichos cantiles llameantes. 

 Esta zona es célebre por los hallazgos de fósiles de dinosaurios.



La tarde transcurrió sin mucho que reseñar, más que la agradable compañía de nuestros amigos, que nos procuró además mucha diversión, por supuesto.

En estos días hablamos con Aius y Sigui acerca de la vida en Mongolia. Aius, nacido en Leipzig, es en realidad ingeniero agrónomo en una gran explotación de cultivo de patata, en el norte, y durante unos años trabajó en Corea del Sur. Con lo que ahorró compró el coche en el que nos conduce, y que le permite redondear sus ingresos en la temporada turística. Según Aius, en la época comunista todo venía de Rusia (incluso sus libros universitarios estaban en ruso) y era de buena calidad; ahora todo viene de China y es de mala calidad. Se queja de los políticos, y de como ahora todo el mundo mira por sí mismo y no por los demás (queja que vengo oyendo en todos los países excomunistas, por cierto). Como ejemplo nos explica que para llegar hasta la región del Gobi, donde vive el diez por ciento de la población, prometieron hace años una carretera asfaltada (del milenio, la iban a llamar; le digo que a lo mejor para el tercero) que aún está por verse comenzar. Mucha gente emigra. Los jóvenes se marchan a estudiar a China o a Rusia y luego, si pueden, se quedan fuera. Aius es de la opinión de que hay que arrimar el hombro para levantar el país, y por eso volvió. Hay ahora grandes planes en todo el país para explotar sus enormes recursos minerales, de la mano de compañías extranjeras, como era de esperar. Aius espera que las cosas mejoren, por el bien de sus dos hijos, aunque es escéptico.

Sigui estudia inglés en la universidad, y lleva dos temporadas turísticas trabajando de guía. Aunque está muy verde en la profesión turística, alberga ideas de establecer su propia agencia de viajes algún día. Es un ramo, según parece, muy promisorio. La animamos a ello, pero le queda mucho que aprender. Amra, por el contrario, es ya una guía experimentada y no hay detalle que se le escape para proveer a la comodidad e información de nuestros amigos y, generosamente también a la nuestra.

El día acabó con animada conversación en la cena, entre todos, y con Antonio y un servidor enzarzados en una larga partida de ajedrez.

Esa noche gané yo, pero Antonio aprovechó
bien la revancha del día siguiente.

Hoy toca visitar las ruinas del templo budista de Ongi. Antes, de camino, pasamos por un bosque de saxaul, lo único que crece con cierta altura en el Gobi. Entre los arbustos hay un montón de madrigueras de una especie de reoedor (parecido a un conejo, pero no sé aún qué eran), que se dejan ver con cierta tranquilidad. De lo que también hay otro montón es basura: entre Rocío, Sigui y un servidor recogemos no pocas botellas de plástico. Hay muchas más, por supuesto, pero al menos hemos retirado las más evidentes. Se observan además unas cuantas charcas de cierta extensión que evidencian lo lluvioso del año.


En esta región sobrevive el huidizo y primitivo
 hombre calvo del desierto.



Parece chocolate, pero es barro seco.
 

 
Llegamos al campamento para comer. Somos ya casi los únicos visitantes, pues la temporada turística está llegando a su fin y los turistas ya sólo abundan en los destinos principales. Después de descansar un rato salimos todos juntos caminando, hoy sí, a visitar las ruinas muy ruinosas de lo que fue antaño un importante centro religioso con muchos templos de los que hoy apenas queda nada. La causa es, de nuevo, la revolución comunista de principios del siglo pasado, que se ensañó con los religiosos y sus edificios. Hoy en día el lamaísmo budista es la religión más extendida en el país, se practica libremente y vuelven a abundar los templos, aunque ni de lejos llegan al número de antes.


Rocío y Federico en las ruinas de una estupa.

Vista general del valle, atravesado por un río.
Las ruinas casi han de intuirse.

Esta será la última noche que pasemos todos juntos hasta que volvamos a coincidir dentro de unos días en Ulán Bator. Antonio y yo tenemos por tanto que zanjar una cuenta pendiente al ajedrez. Como gana Antonio y Aius también quiere jugar, le toca a él quedarse hasta tarde dejándose la vista bajo la tenue luz en mi microtablero para no desairarle (por lo menos ganó). Los demás nos fuimos a dormir antes.

Abrazos para todos.

1 comentario:

  1. Venga...ponte al día...Estoy disfrutando muchísimo del blog, Fernando.

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