martes, 11 de septiembre de 2012

XIX. Mongolia (v).

Queridos lectores:

Esta era la última mañana (20.08.12) en que desayunaríamos juntos con Mayte, Antonio y Federico. Ellos se dirigían luego hacia el noroeste, a ver unos templos, mientras que nosotros iríamos ya hacia el norte, a visitar un par de parques nacionales. No obstante, el primer tramo del camino era común, por lo que hicimos un par de paradas para coincidir, estirar las piernas y admirar el paisaje a pie, andando un rato para que luego las furgonetas nos recogiesen.

Estirando las piernas, Sigui, Rocío y Mayte.

Nos despedimos pues de nuestos amigos y nos fuimos ya solos Rocío y un servidor, con Sigui y Aius por supuesto, a Jarjorum, la antigua capial mongola.

Demasiado viento para almorzar fuera.


Jarjorum tuvo su momento de esplendor en los siglos XIII y XIV, pero hoy sólo queda un gran recinto de edificios religiosos y alguna ruina somera. El resto es una ciudad normal, con algunas fábricas que afean la entrada. Las afueras, donde estaba nuestro campamento y otros, recuperan la belleza general del paisaje gracias al río y las colinas.

Antes entramos un momento en el mercado local a comprar unas galletas y algo más. Las tiendas, como ya había visto en otros países de Asia Central y sospecho volveré a ver en otros sitios, no son más que contenedores de barco en hileras, o a veces incluso unos encima de otros.

El perro no estaba muerto, creo.


La siguiente parada fue el museo de Jarjorum, muy dignamente montado con ayuda de los alemanes y que da idea de la grandiosa extensión del Imperio Mongol y de lo que, gracias a una maqueta, debió ser la capital en sus días de gloria.

Jublai Jan no tenía problemas de "lebensraum".


Ya a la entrada del recinto monástico de Erdenezuu, los cetreros exhiben sus águilas para que los curiosos puedan fotografiarse con ellas por un precio que no quisimos saber. Lo más común es que tengan águilas reales, pero en estos días y en varios lugares, incluso junto a la carretera sin más, vimos también buitres negros, águilas esteparias y otras rapaces menores.

Hay que ver tres.


Recorrimos el monumento, los templos y otras dependencias, y nos acercamos también a la tortuga de piedra que se supone lo protege desde fuera. Debe ser una adición posterior a la destrucción de la capital, o a lo mejor es que no tenía la energía activada cuando ocurrió el saqueo.

La muralla del recinto.


El interior.

Lobos, leopardos de las nieves, ¿y qué más?

 

La tortuga de la suerte.

Cuando acabamos, nos fuimos a comer al campamento. Allí pasamos la tarde paseando junto al río, donde vimos no pocas aves incluyendo el añorado tarro canela, cigüeñas negras, lavanderas blancas, gorriones molineros, garzas reales, charranes, milanos negros, cuervos, cormoranes y unas cuantas cosas más. Había hecho malo por la mañana, con mucho viento y algo de lluvia, pero la tarde fue muy buena. Subimos a una de las colinas, cercana a otra en la que los mongoles han plantado unos grandes murales de obra con mapas de su antiguo imperio en mosaicos desvaídos por el tiempo. Les echamos un vistazo con los prismáticos, decidimos que estaban demasiado deteriorados y les hicimos caso omiso. El paseo fue muy agradable.



Iba a hacer frío esa noche, por lo que encendimos la estufa. Pero a las tantas nos despertamos helados y tuve que volver a encenderla. El verano es muy breve en Mongolia, y aunque durante al día y al sol la sensación sea incluso calurosa, de noche la temperatura baja mucho.

Nos pusimos en marcha temprano hacia otro de los destinos más apetecibles para Rocío y un servidor: el Parque Nacional de Khustain. En una serranía, destaca por su riqueza faunística y, muy señaladamente, por ser el primer lugar en el que se reintrodujeron caballos de Przevalski a la naturaleza. Estos caballos, distintos genéticamente de los domésticos (aunque pueden cruzarse con ellos) se extinguieron en libertad a mediados del siglo pasado, y gracias a varios zoológicos, sobre todo de Checoslovaquia, pudieron recuperarse poco a poco. Hoy hay casi trescientos aquí, y otros más en otros parques de Mongolia, además de la población cautiva por medio mundo.

Antes, por el camino y como fue norma todos estos días, paramos unas cuantas veces a admirar las aves y el país: hoy montones de grullas damiselas primero, dando cuenta de los cultivos a ambos lados de la carretera; luego, las habituales rapaces por doquier. Los cultivos en el paisaje eran una novedad, como también que la carretera fuese asfaltada. Otra peculiaridad de la zona es una estrecha franja de dunas, muchísimo más pequeña que las de Jongor.



Nos instalamos en el campamento, comimos, y rápidamente nos fuimos en el coche a recorrer el parque los cuatro. Aunque la atracción principal sean los caballos salvajes, contiene mucha fauna de grandes mamíferos, incluyendo los lobos que todos los años abaten algunos potros de aquéllos. Aius hizo un buen trabajo con la furgoneta todoterreno recorriendo caminos escabrosos que se alejaban de las zonas más frecuentadas por los visitantes. Los caballos pronto se dejaron ver en las praderías de cordales lejanos. También los cernícalos autóctonos cuyo nombre ya he olvidado para variar, y muchas otras aves. Más adentro, en zona boscosa, pudimos ver varios grupos de ciervos comunes, águilas esteparias y otras rapaces, y saliendo a campo abierto, más caballos ya de cerca, y luego, en la estepa llana, una gran manada de gacelas corriendo como locas. Aius y Sigui creían que con haber visto los caballos nos daríamos por satisfechos, y en un par de ocasiones nos preguntaron si queríamos volver ya al campamento. No, no, no, queremos apurar al máximo. Y así fue: regresamos ya puesto el sol y, aunque nos supo a poquísimo, pudimos tomarle el gusto al parque, no muy extenso pero muy agradecido.

Por ahí se escondían los ciervos.



Caballos salvajes.


Hay un montón de gacelas hacia la mitad de la fotografía, 
lo prometo.

Los caballos del Sr. Przevalski al atardecer bajan a los valles.


Pronto se acabó el paisaje de grandes extensiones que nos había colmado la vista y el espíritu los días anteriores (22.08.12). Estábamos ya cerca de la capital, que habíamos de dejar a un lado para llegar hasta nuestro último destino de la gira: el Parque Nacional de Terelj, al norte de Ulán Bator. De camino pasamos por la ciudad en la que vive Aius con su familia, circunstancia que aprovechó para entrar a resolver no sé qué gestión. No fue más de media hora, pero me pareció poco serio que no se nos consultase ni avisase. En todo caso llegamos al parque poco antes de la hora de comer. Nada más entrar, subimos Sigui, Aius y un servidor a un gran peñasco al borde de la carretera, hendida hacia la mitad y en cuyo interior una gran sala natural abrigó a monjes huidos de las matanzas de 1921. Seguro que hubiera sido interesante verla, pero la basura acumulada en todos y cada uno de los recovecos me desanimó y desistí para indignación de Sigui, que no comprendía mi actitud por más que se la expliqué. Rocío lo intuyó y ni siquiera se bajó del coche. Nuevamente, sabia ella.

La plaza del pueblo de Aius.

Para nuestra decepción, el parque, aunque nacional, es más bien de recreo para los capitalinos. El paisaje es muy bello, de montaña arbolada con berruecos y otras formaciones graníticas que afloran aquí y allá, pero es claramente un centro de domingueo familiar con demasiada gente y campamentos para nuestro gusto.

Fuimos por la tarde a visitar la roca de la tortuga y a visitar el templo de Aryapala. Lo convertimos en un paseo tranquilo por el valle, al que nos asomamos desde un otero, con poca ambición y mucho sosiego. Regresamos al campamento a tiempo de disfrutar de una cerveza fresquita sentados al sol del atardecer en un kiosco, cenamos, y dormimos, sin pasar frío, nuestra última noche en el campo mongol.

La roca de la tortuga, claro ...

... que se traga a la gente.

El monasterio.



Tres hermosos yaks, tres.


Nuestro último campamento.

La última jornada decidimos aprovechar para acercarnos a la gran estatua ecuestre de Chinguis Jan, a unos cuarenta y cinco minutos de donde estábamos y a otro tanto de Ulán Bator. No figuraba en el programa, pero repasando la guía advertí que no quedaba muy lejos y para allá nos fuimos.
La estatua forma parte de un proyecto megalómano que debería constituir una gran atracción turística no muy lejos de la capital, donde el llano se empieza a arrugar para formar los montes por los que anduvimos la víspera. Como es habitual, el proyecto quedó a medio hacer: sólo la estatua y los dos pequeños museos que alberga fueron completados. Por no haber, ni siquiera hay una carretera en mínimas condiciones que lleve hasta la capital, distante unos cincuenta kilómetros.

Nos sorprendió porque, pese a ser colosal, es pasable y no causa el estrago estético que nos temíamos. Lo mejor sin duda son los dos museos que se alojan en la base, dedicados a distintas épocas del país y muy bien puestos; tanto que justifican la visita si es que tal cosa hiciera falta. La estatua, de una exageración de toneladas de acero inoxidable, está hueca, y se puede llegar hasta la cabeza del caballo por unas escaleras. Las vistas panorámicas son muy buenas, y ahí termina la cosa. Cafetería, tiendas y demás complementos turísticos brillan por su ausencia o porque simplemente están cerrados. No los echamos de menos, pero no parece que los mongoles hayan captado muy bien el propósito de construir una atracción turística.

Sus guerreros le escoltan, fieros como los que más.


Aunque no parecen haceerle mucha falta.

Me recuerda a unos dibujos animados japoneses...

De la estatua marchamos directamente a la capital, sin más paradas. Parados estuvimos, eso sí, en el atasco universal de sus calles. El transporte público es prácticamente inexistente o, en el mejor de los casos, ineficaz. La excusa oficial es que los cambios de temperatura del invierno al verano se cargan el asfalto, y que lo reparan en esta época. Lo primero puede ser cierto, lo segundo no lo parece. Con mucha paciencia llegamos por fin al hotel, donde rápidamente dejamos el equipaje en nuestra lujosa suite, y nos fuimos de nuevo con Sigui y Aius a celebrar la última comida juntos, en un restaurante típico mongol.

El tipismo le viene dado por una gran parrilla circular a la que los comensales acuden con sus platos crudos para que dos cocineros, con una habilidad fuera de serie, se los cocinen ayudados por dos espadones. Con esos instrumentos los cocineros cascan huevos, hacen malabarismos con las cáscaras, revuelven los ingredientes, les dan la vuelta, y sirven los platos de un solo gesto. Todo un espectáculo que engatusa a los turistas tanto o más que la comida misma. Nos despedimos de Sigui y Aius muy cordialmente, y regresamos paseando al hotel a descansar. Luego salimos a ver si conseguía yo una carta de invitación para la China a través de una agencias de viajes, a fin de obtener el visado, y a comprar algunos regalos y algo para cenar en la habitación. Eso sí, con especial precaución contra los careristas. Así terminó el día.


Marco nos ganó por poco.
 
Las cervezas que nos pimplamos en la habitación.


Abrazos para todos.

5 comentarios:

  1. Un hombre va al médico porque se encuentra mal y después de hacerle pruebas, el médico le dice: -tiene usted el mal de "Przevalski"
    - ¿y eso es grave doctor?
    - lo estamos estudiando Sr.Przevalski
    jajajaja , me encanta este chiste. Ya lo se , estoy fatal....

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  2. Rocío, has perdido lo de "sabia" en un momento...

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  3. Cómo mola! Os subisteis a la chepa del caballo del mameluco gigante? Me hubiera partido el culo. Rocío, estás mejor?

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  4. Efectivamente, las tortugas energéticas son un poco tacañas a veces. Qué jodías. Hubieran puesto unos cientos de millones de búhos de la suerte.

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