jueves, 27 de septiembre de 2012

XX. Corea del Sur (viii).

Queridos lectores:

Ni Samcheok, donde dormí, ni Gyeongju, adonde iba, son ciudades importantes, por lo que el único autobús directo que las une para en todos y cada uno de los pueblos de entre medias. Esto lo averigüé la víspera no sin mucho esfuerzo y paciencia por parte de los encargados de la estación de autobuses y mía. Conclusión: cinco horas y media para recorrer doscientos kilómetros, si llegan. Sabedor de lo que me esperaba, me acomodé bien con el libro electrónico y los cascos, sentado en el lado con vistas al mar y conté las horas pacientemente hasta llegar a Gyeongju (08.09.12).

Gyeongju fue la capital del país al comienzo de la era cristiana, y es la ciudad que más monumentos principales conserva, aunque económica y políticamente no tenga ya transcendencia. En definitiva, es la ciudad histórica por antonomasia, pero no es eso lo que parecía cuando, al buscar alojamiento, todo lo que encontraba y muchos, eran love hotels, hoteles que se alquilan por horas para los amantes. Tras no pocas vueltas dí con uno que me pareció normal y me instalé.

Me reuní con Heeyeon (que suena como Jiyán), que se había ofrecido a enseñarme la ciudad, en la estación de autobuses. Lo primero que hizo, tras saludarnos, fue pedirme que le enseñara mi hotel. Quedó satisfecha de ver que había logrado uno decente, y tras eso y apuntarme en una excursión por la ciudad para el día siguiente, nos fuimos a ver el Museo Histórico Nacional, que se supone el mejor del país en su género.

Heeyeon es de Seúl, donde vive con sus padres, aunque ahora estudia medicina oriental en Gyeongju, en una universidad muy prestigiosa. Antes se licenció en literatura coreana, pero como eso tiene difícil salida profesional, se ha decidido a licenciarse también como médico, con el objetivo claro de ganar dinero para viajar por el mundo. Además, según ella, la medicina oriental no tiene efectos secundarios. Heeyeon habla español bastante bien, aunque lo tiene un poco oxidado, y ha visitado nuestro país en un par de ocasiones.

El museo resulta bastante interesante, y está muy bien organizado en varios edificios en un gran jardín. Tras visitarlo despacio, Heeyeon me enseñó un mercado de abastos, aunque ya estaban cerrando, y me dio a probar un dulce típico de arroz. Cenamos luego una pizza (a petición de un servidor, lo confieso) y, tras dar un paseo, acabamos el día tranquilamente. Me alegré de estar en un hotel normal, pues era sábado e imagino que en los demás debían estar muy atareados.

En el museo.

Se ve que a los coreanos este arte les viene de antiguo.




Con Heeyeon en el jardín.

La campana  Emille, 
que se escucha a tres kilómetros de distancia.

El mercado de abastos.


Llovía cuando me presenté para tomar el autobús con un grupo de turistas y guía sólo en coreano (¡qué suerte!), para visitar varios de los principales monumentos de la ciudad. Como se hayan muy desperdigados este método es el más cómodo y, aunque a veces había que ir en grupo, por lo general sólo nos daban hora de regreso al coche y nos dejaban tranquilos. Venía un señor mayor australiano que tenía el mismo sentido del humor que un servidor, así que nos hicimos amigos al cabo de dos bromas absurdas y nos reímos mucho todo el día, a ver quién decía la tontería más gorda.

Visitamos Poseokjeong, donde antaño (hablamos de dos mil años atrás, en tiempos de nuestros romanos, ojo) los nobles celebraban banquetes en los que el vino se distribuía, flotando en vasos de madera, mediante una pequeña acequia en el jardín.


Luego, el parque de túmulos de Cheonmachong. Hay un montón de ellos, todos tumbas de reyes y nobles, y en uno se accede al interior (pero no se puede fotografiar). Están diseminados en varios parques urbanos muy bien cuidados, y crean un bello efecto estético que se suma a su interés arqueológico.





Parus varius.

A continuación, el observatorio astronómico de Cheomsangdae, construido con trescientos sesenta y seis bloques de piedra (los días del año; bisiesto, claro), a partir de doce en la base (los meses del año), repartidos en treinta niveles (los días del mes).



Los estanques de Anapji fueron la parada que más me gustó. De muy buen gusto, en un entorno muy bellamente ajardinado, no fueron recuperados hasta hace apenas cuarenta años, junto con un montón de restos históricos.





El gran buda sedente de Seokguram, finamente tallado en granito, está considerado una obra maestra absoluta y protegido tras una pantalla de cristal, con la expresa prohibición de fotografiarlo. Esta vez ni en sueños. 

Dentro está el buda...

... y fuera la verbena.

La gruta está en las afueras.

Por último, el templo de Bulguksa, la cima del arte arquitectónico de la dinastía de Silla (de las más longevas de la Historia: duró nuestro primer milenio casi entero).






De regreso ya a la hora de cenar, Heeyeon me llevó a un restaurante coreano a probar el bulgogi, un plato tradicional con carne que tiene mucho predicamento entre los turistas, y a mí me supo muy rico, mejor que otras de las cosas que probé en el país. 

Heeyeon y un servidor,
sonriente mientras aún sentía las piernas.

Menos me gusta eso de comer por el suelo, por mucha tradición que tenga por esta parte del mundo. Al rato está uno más pendiente de que no se le duerman las piernas que de otra cosa, pero forma parte del encanto de Corea, al menos hasta que empiezan los calambres. Y así terminó el día, en el que no ví más que unos pocos de los muchos monumentos que atesora la ciudad.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Pues toda una visita cultural. Precioso todo y qué maravilla ver lo bien que te está tratando la gente . Me devuelve la fe en el género humano, algo muy necesario ahora que nuestros políticos andan por ahí fumando puros mientras nuestro país se va al carajo.

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  2. Los farolillos verbeneros crean un verdadero bello efecto estético! Todo muy chulo. Tengo que ir pensando en hacer yo tb un viaje por estos países. Seguro que me entiendo bien con ellos; en Córdoba tb confundían la erre y la ele!

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