domingo, 9 de septiembre de 2012

XIX. Mongolia (iii).

Queridos lectores:


Amanece en el Gobi (16.08.12). Sí, ya estamos aquí, pero hay que darse cuenta. Este año ha sido extraordinario: ha llovido mucho y el desierto está florido por entero. Cuando no son kilómetros y kilómetros de flores, lo son de hierba, pero todo el campo está de colores. Es difícil hacerse cargo de que estamos en un temible desierto. La abundancia de aves también lo contradice. Constantemente vemos rapaces, sobre todo ratoneros mongoleses, muchísimos, muchos más incluso que los faisanes que me acompañaron en la puszta húngara. Buitres, del Himalaya pero negros sobre todo, águilas reales y esteparias, halcones sacre, cernícalos variados, alondras y familia, grullas damiselas y montones y montones de gangas de Pallas, en bandadas, en el camino y cruzándose en todas direcciones. Hay además guers ocasionales, siempre guardados por perros ladradores, postes y tendidos eléctricos cuando seguimos algún camino entre asentamientos, o sea, casi nunca, y rebaños sueltos de camellos, que sabemos domésticos, pero igualmente impresionantes animales, más en este paisaje.



De tanto en tanto reafirmamos el rumbo preguntando a algún pastor. Unas veces no hay rodadas que seguir, pues tales son en realidad los caminos; otras veces, demasiadas. Tras comer por el camino, como acostumbramos, llegamos por la tarde al cañon de Yoliin An, en una zona montañosa del Gobi. Es un bello cañón de mediano tamaño flanqueado por farallones rocosos en los que abunda la fauna, se supone que también los grandes mamíferos, incluyendo el muy escaso oso pardo del Gobi.

La entrada de este área protegida cuenta con un pequeño museo con animales disecados. Para poder tomar fotografías hay que pagar el triple de entrada. O esperar un par de minutos a que los dos chavales que lo guardan se aburran y se marchen.


El quebrantahuesos disecado que no falte. 
Esta vez, con buitre negro de propina.

Yo creo que van a ser lobos, ¿no?.

Leopardos de las nieves.

Llegando al cañon.


Recorrimos el cañón hasta casi salir por el otro extremo y regresar, Sigui, Rocío y un servidor. Pudimos dejar atrás a la mayoría de los visitantes, que se conformaban con llegar sólo hasta la parte más angosta y dar la vuelta, algunos a lomos de los pequeños caballos mongoles. Fuimos recompensados con la belleza del paisaje y con numerosos avistamientos de aves variadas: unos cuantos quebrantahuesos blanquecinos, cernícalos y halcones, gorriones alpinos, escribanos y lavanderas, un par de treparriscos al alcance de la mano, chovas piquirrojas y cuervos, perdices, milanos negros y reales, buitres negros y del himalaya y muchas otras cosas que no supe reconocer o he olvidado. Y sobre todo, cientos de pikas, los pequeños roedores mezcla de conejo y hámster, que se nos cruzaban constantemente por el camino, correteando con hierba en la boca, o simplemente de acá para allá. Muchas, muchísimas. No sé si será un año de explosión demográfica o si será la densidad normal, pero desde luego eran incontables.


Sigui y un servidor.


Gorrión alpino. Se comportaban como los domésticos.



Del cañón salimos ya con las últimas luces del día, por lo que enfilamos al campamento, donde cenamos y pasamos la noche sin más novedad que conocer a Teco. Guía de un grupo numeroso de colombianos que habían venido a meditar porque, según Teco nos explicaba, por aquí está el centro de energía del mundo. No sé qué energía, ni dónde exactamente; tampoco Teco, en correctísimo español, supo precisarlo. Se trata de una creencia mística que estos señores, desfilando con los brazos en alto según los encontró Rocío al llegar, se toman muy a pecho y por cuya causa cruzan medio mundo. Teco me pregunta con mucha cortesía y cierta insistencia: sí creo en la existencia de energía, claro, basta con encender una bombilla, pero no en la energía mágica sin nombre ni apellidos, ni en los milagros, ni en los chamanes, sacerdotes, lamas, gurús, adivinos, curanderos o iluminados, se llamen como se llamen, ni de aquí ni de ninguna parte. Me conformo con disfrutar de los cinco sentidos tangibles: ya son muchos e insaciables.


Camellos a la puesta del sol.

Así sí.



Por la mañana continuamos a través del Gobi (17.08.12) rumbo a las grandes dunas de arena de Jongor. Aunque me repita, insisto en que el campo estaba impresionante cubierto por completo de flores. Llegamos al campamento a la hora de comer, nos instalamos y cuando estábamos por los postres apareció Mayte, tal como estaba previsto.

Buitrada junto a la carretera.

Manantial en medio de ninguna parte.

Pueblo en el desierto.

¿El desierto?

Pues sí: y del Gobi, nada menos.


Puestos de minerales para los turistas.

A lo lejos, las dunas (la franja clara).

Los guers del campamento.

Grandes abrazos y mucha alegría. No todos los días se encuentra uno con amigos de casa en medio del desierto del Gobi. Mayte y Rocío, viejas amigas, se pusieron rápidamente al día de lo más importante, y luego de saludar efusivamente también a Antonio y Federico nos fuimos a ver las dunas, que ellos habían recorrido por la mañana.

Las dunas de Jongor se extienden por un centenar de kilómetros de longitud y una veintena de anchura. y del orden de seiscientos metros de altura (la que subimos, al menos). Constituyen la quintaesencia del desierto y nos dieron por fin la imagen de desolación y belleza desértica que las flores y la vegetación se habían empeñado en ocultarnos.

Aius nos dejó al pie de la duna, como el resto de los visitantes. Comenzamos a subir trabajosamente por la fina arena, Sigui, Rocío y un servidor, cuando por razones que nunca entendimos, Aius llamó a Sigui para indicarle que cambiase de trazado. Así lo hicimos, y acabamos subiendo por la parte más empinada. Y lo era mucho. Al calor de la tarde, aunque llevábamos agua, tuvimos que parar varias veces, descalzarnos y darnos cuenta de que progresábamos más rápidos que nadie, no por empuje, sino porque encarábamos más pendiente que los demás.

Adaptados al desierto: 
residentes (millones de años de evolución)...


... y transeúntes (botellita de agua y sombrero).
Sigui al fondo.


Era bastante más duro de lo que se aprecia en la imagen.

Hacia el norte.

Hacia el suroeste.

¡Los amos del Gobi!


Llegamos arriba tras cuarenta minutos de brega, seguidos de los derrengados miembros de un equipo de jóvenes videorreporteros que querían tomar unas vistas desde lo alto. El panorama, vastísimo, era tan bello como lo son siempre los desiertos, y en especial los de arena. Descansamos, nos empapamos de las vistas todo alrededor, nos fotografiamos, bromeamos con los periodistas mongoles y bajamos muy satisfechos.


La felicidad existe.

En el descenso, a paso de gigante por la misma empinada ladera que tanto nos hizo sufrir antes, la arena que desplaza el peso del caminante se desliza haciendo un sonido característico. Tanto que los lugareños las llaman las dunas que cantan. Imagino que ocurre también con cualquier otra duna, pero quizás por estar en sobreaviso, resultó muy curioso. Por más que escruté el horizonte no ví el oso del Gobi, pero estoy seguro de que andaba cerca.



De regreso al campamento, mientras Mayte, Antonio y Federico habían salido a pasear por otra parte, Rocío, Sigui y un servidor nos instalamos en una de las terrazas con vistas a las dunas y un suave sol del atardecer, para apurar unas cervezas nosotros y un refresco Sigui. Pronto aparecieron Ignacio y Mauricio, argentino y chileno respectivamente, que nos contaron sus viajes por Japón y Corea antes de llegar hasta aquí.

Visitante nocturno (erizo, para los burriciegos).


Y por fin a cenar, ahora todos juntos: Rocío, Mayte, Sigui, Antonio, Federico, Amra (su guía), Munjo (su chófer), Aius y un servidor. La cena resultó bastante buena y, sobre todo, muy animada con tanta gente, tan buen humor y tantas cosas que contarnos. Amra, además, habla estupendamente español (por una pequeña casualidad, es compañera de estudios de español de Teco, que nos lo había avisado) por lo que se unía, mordaz, a nuestras bromas. Muy contentos nos fuimos a dormir esa noche.

Aius, Sigui, un servidor, Rocío, Mayte, 
Federico, Antonio, Amra y Munjo.


Abrazos para todos.


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