jueves, 20 de septiembre de 2012

XX. Corea del Sur (v).

Queridos lectores:

Me despedí de Bernard y de Dana, ya algo recuperado de la alergia aunque aún congestionado, y cogí el autobús muy temprano para volver hacia Sokcho. Mi destino (05.09.12) era el Parque Nacional de Seoraksan, que se extiende desde el interior hasta las afueras de la ciudad, cerca ya del mar.

Tras cambiar de autobús, dejé la mochila en el centro de información de la entrada y me fui a caminar. Aunque me atraen mucho e intento visitar lugares en la naturaleza en este viaje, es siempre mucho más difícil que moverse entre ciudades, pues los transportes son más escasos, la información también y en general lleva mucho más tiempo salvo que se disponga de vehículo propio o, como vengo haciendo, se conforme uno con una modesta visita de dominguero.

La zona más accesible del Parque es muy popular, tiene incluso un funicular y bastantes chiringuitos junto a la entrada; no obstante destaca por su riqueza faunística.

En el parque hay oso tibetano 
(es el del pedestal, no el de abajo).

Obsérvese el tamaño del Buda, a la derecha.

Aproveché la licencia que me concede acudir como dominguero (condición que me acompaña todo este viaje, como digo) para subir cómodamente, con un montón de familias y niños, al funicular que remonta hasta unos quinientos metros sobre el nivel del mar. Se puede trepar luego a unas rocas en la cima del monte y contemplar un grandísimo panorama, con el mar a un lado y las montañas al otro.

La trepada no es para presumir de montañero, pero no es apta para los visitantes con tacones o poco equilibrio, lo cual hace de la cima un lugar más tranquilo.


Lo bueno de dominguear es que vale usar teleféricos.

Subí luego a las peñas de la izquierda.

Tampoco los coreanos dejan bailar jotas a los osos, ni cantarlas.

Al fondo, el mar.

Después de empaparme de horizontes, me fui a las peñas de Ulsan Balwi, caminando por el bosque junto a un arroyo bravío, dejando atrás más chiringuitos, templos, budas gigantes y otros motivos habituales en los parques nacionales más salvajes y recónditos.


Las peñas de Ulsan Balwi son muy bonitas y escarpadas, sobresalen bastantes metros sobre el entorno, y para llegar hasta arriba hay una buena caminata y una buena pendiente, que se resuelve a base de escaleras y cientos, miles de escalones quizás. Sobre todo la parte del final, con escaleras metálicas adosadas a la piedra, bastante aéreas a veces, es muy entretenida, pues se sube deprisa y se obtiene la ficticia sensación de dejar de dominguear para hacer algo de montañismo, lo cual es un alegria para mentes como la mía, ansiosas de aventura, pero dentro de un orden.
 


Templo budista al pie de la roca.

Este es sólo un tramo. Hay unos cuantos.


No se aprecia la inclinación, pero la hay, y muy fuerte.

La sudada padre acaba en una gran roca con barandilla donde un señor con aspecto de alimentarse de raíces y piedras ha montado un tenderete de fortuna con bebidas. Otro excursionista me invitó a una, para corresponderme por los frutos secos que compartí con él descansando en un rellano de la subida. Estos gestos de camaraderia entre desconocidos no son extraños en ambientes hostiles, como la Antártida o Seoraksan, y en cualquier caso refuerzan mi titubeante fé en la bondad de la raza humana.



Nueva sesión de fotografías en la cumbre, y algo de comer compartido con una ardilla que se sirvió sola una de mis galletitas saladas, de nada, y bajó dando brincos por los granitos extraplomados sin preocuparse ni un segundo por la ley de la gravedad.

¿Quién dijo miedo?



Non plus ultra.

Bajar siempre es más descansado.

En subir y bajar a Ulsan Balwi se fue la mayor parte de la tarde, y tenía que regresar al centro de información a tiempo de recoger la mochila. Dejé el Parque y, caminando por el valle llamándome tonto por no haber cogido el autobús cuando ví que me rebasaba, llegué hasta el primer grupo de hoteles asequibles (el de lujo quedaba más cerca, claro), donde me instalé y disfruté todavía del atardecer.

Monumento a no sé qué soldado.
 
Salí a cenar algo coreano (lo que había) y con el día acabado y bien aprovechado, me fui muy ufano a dormir.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. sólo te faltó ver un osito maño de esos...

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  2. Jajjaa. El oso jotero está muy bien. Lo de los budas grandes, anden o no, es una suerte que no haya llegado hasta aquí. Aunque pensándolo bien, quizàs sería más chistoso.

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