martes, 4 de septiembre de 2012

XVIII. Rusia (y iv).

Queridos lectores:

De nuevo, me acerco yo solo al consulado de Mongolia (10.08.12), para ir más ligero. A las nueve y cinco, cuando entro, soy la primera visita. El muchacho que me atendió ayer me llama por el apellido un instante después, para entregarme, muy satisfecho, los pasaportes con el visado reluciente. Repasamos juntos que todo esté bien, le felicito por su probidad, sonríe reconocido y me despido.

Necesitamos que Serge llame a los del apartamento, que no hablan inglés, para devolver las llaves, recuperar la fianza y marcharnos. En esto tardamos un rato, tras el cual nos despedimos ya definitivamente de Serge.


El taxi que nos lleva a la estación de tren se mete de cabeza en el mayor atasco de esta parte del Imperio Ruso, cuando estábamos a cien pasos mal contados del destino, al otro lado de la calle. Tras más de quince frustrantes minutos en el embotellamiento, nos apeamos y en cinco minutos estamos allí.

Amabilidad es una palabra desconocida para la taquillera, tanto como respeto para alguna otra parroquiana que intenta colárseme. De una a otra ventanilla, hasta que, como si me perdonasen la vida, me hacen entender que el único tren del día a Ulán Udé es el nocturno. Hubiera sido bonito ir en tren, pero no queda más remedio que enrolarse en una marshrutka, y eso hacemos, a la puerta de la estación. Negocio el asiento y, gracias a la amabilidad de una señora, conseguimos evitar el del fondo. Las cortinillas son inevitables, pero en este coche no del peor tipo. Veremos el paisaje, lo cual, habida cuenta de las siete horas y media de recreo que nos esperan, se agradece sentidamente.

La carretera resigue la orilla suroeste del lago Baikal, igual que el ferrocarril, por lo que el paisaje que vemos es el mismo, incluyendo, a grandes tramos, el lago por supuesto. Tras todo el día en la furgoneta, con esporádicas paradas para estirar las piernas y comer algo, llegamos a Ulán Udé al atardecer, la última ciudad de cierta importancia entre Irkutsk y Mongolia.

Ulán Udé se peculiariza, sobre todo, por la enorme cabeza de Lenin, en metal, que preside su plaza más céntrica. Un cabezón. El escultor no se devanó los sesos, no, ni tampoco los promotores. Según leemos en la guía, es la cabeza más grande de Lenin del mundo. Mejor para ellos.

Tras inquirir en un hotel soviético reformado, dejo a Rocío en la mejor cafetería del pueblo y, sin equipaje, me acerco al mejor hotel de la ciudad. Los hoteles soviéticos son muy malos. Es sorprendente que, con tanta gente bien preparada en la Unión, no supieran hacerlos más cómodos. No hablo ya de ergonomía, sino de sentido común y un poco de gusto. Como no me lo creo, prefiero pensar que las chapuzas eran fruto de la injerencia política. Sea como fuere, hay que echarles un vistazo, incluso reformados y presentados como hoteles de lujo, antes de tomar una habitación.

En el mejor hotel de la ciudad, me dan una de las mejores habitaciones, porque no hay otras y porque nosotros lo valemos, qué remedio. En taxi recojo a Rocío, que ha entretenido la espera con una cervecita, y nos retiramos a nuestros aposentos.

El hotel visto desde fuera.

 
Y desde dentro.

Temprano por la mañana (11.08.12), tras dar cuenta del desayuno en el lujoso ático y disfrutar de las vistas, nos acercamos a una agencia de viajes. Ir a la zona del lago Baikal (Ulán Udé está ya tierra adentro, pasado el lago) en la que viven las focas no es barato ni fácil. Necesitaremos al menos tres días, en coche y en barco, para ir y volver. Por otra parte, para seguir camino a Ulán Bator, necesitaremos veinticuatro horas en tren (con una parada de doce horas en la frontera), doce horas en marshrutka, o una hora y cuarto en avión. Pedimos avión. Sólo hay dos vuelos a la semana: mañana martes por la noche o dentro de no sé cuántos días.


 
Vistas de Ulán Udé.

Como queremos ver Mongolia con algo de tiempo, ya hemos estado en el Baikal, y no nos cuadran los días para no perder más tiempo en Ulán Udé, compramos los billetes de avión para el día siguiente (los buscadores de vuelos de internet, según tenemos comprobado, fallan miserablemente con las pequeñas compañías aéreas locales). Mi frustración por no ver las focas nerpa en el lago es enorme, y me cuesta un rato aceptarlo. Rocío es una santa. Por lo menos las vimos en el acuario de bolsillo. Si sustituyo mentalmente los balones de plástico y el silbato del monitor por rocas y silbidos de aves, lo tengo hecho. Lo intento, pero no es lo mismo. Pasa el rato y pasa el enfado. Qué se le va a hacer. De todos modos pienso volver, hablando ruso además: se van a enterar cuando sea capaz de leerles la cartilla en su idioma a todos los antipáticos.

En todo caso, tenemos lo que queda de día y casi todo el siguiente aquí en Ulán Udé. No parece haber mucho que visitar. Ni siquiera la señora de la agencia puede proponer algo interesante. Decidimos tomárnoslo con mucha calma pues. Paseamos por el centro, nos fotografíamos, nosotros y media docena de bodas, con el cabezón de Lenin, comemos y pronto nos vamos al hotel, a estar tranquilos y cenar las cuatro cosas que consigo comprar en un colmado a base de muchas señas mías y pocas ganas de las dependientas. Por la noche viene la señora de la agencia a traernos los billetes de avión, cuya emisión había permanecido en suspenso todo el día. Respiramos aliviados.

El cabezón de Lenin.

El de Rocío.

Y el de un servidor.

Tenemos todo el día (12.08.12) por delante en Ulán Udé: desayunamos e intento llamar a Ulán Bator para reservar en un hotel. Llegaremos a las tantas de la madrugada otra vez y no tengo ganas de jaleos. No se puede llamar afuera desde la suite del mejor hotel de la ciudad. Vaya, tendré que llamar desde la recepción. No se puede llamar al extranjero desde la recepción del mejor hotel de la ciudad. Vaya, vaya. Lo siento por las recepcionistas, que son de la minoría rusa que sonríe, pero esa llamada no es un capricho sino una necesidad, y no estoy dispuesto a admitir que no se pueda hacer, máxime pagando lo que estamos pagando, son ustedes el mejor hotel de la ciudad y bla, bla, bla. Las muchachas sonríen igualmente, aunque ahora algo alteradas, claro. Tras tres cuartos de hora de idas y venidas, consigo hacer la llamada. Han tenido que hablar con el jefe, con el operador de telefonía y con el sursuncorda, pero hablamos con Ulán Bator y creemos que nos han entendido y reservado una habitación. Así sea.

Paseamos, bajamos a la parte peatonal de la ciudad. Paseamos, visitamos el museo de ciencias naturales. Es muy modesto y vetusto, pero medianamente pasable: muchos animales disecados para variar, una maqueta del lago Baikal y ninguna explicación que no sea en ruso. Hay una exposición de animales tropicales vivos en otra dependencia del museo. Aparto la cortina y entramos. Veloz como un rayo, un joven se me planta a medio palmo de la cara y, agitado, me dice no sé qué en ruso. Le digo que ruso no, pero que inglés sí. Nada, sigue muy agitado y me empuja con fuerza, sin más, hacia la cortina, para que nos vayamos. No me gusta nada, estoy más que harto de la gente que se permite esos maltratos físicos para con mi siempre pacífica persona, y se lo hago notar a las claras. El muchacho se percata, se disculpa y, con una sonrisa, nos da a entender que es una exposición separada con billete de entrada separado y que debemos salir. Bueno, eso es otra cosa. Adiós, adiós.


Pasando el rato.

Paseamos, entramos en el museo de la ciudad. Sí hay una pequeña explicación en inglés, y curiosas fotografías que dan cuenta de lo que era esto hace más de cien años. Como novedad, una cortina que da acceso a otro ala. Aparto la cortina y dos mujeres me indican que es una exposición separada con billete separado y que debemos salir, etc. Me pregunto cuántos museos más habrá en Ulán Udé y si podríamos verlos todos en lo que queda de día, a ver cuántas veces nos echan de las exposiciones temporales. Por lo menos no me han empujado, ni agarrado del brazo, ni nada de eso. Porque son mujeres y yo un hombre, o por lo que sea, pero no lo han hecho y las puedo considerar mis amigas del alma. Ja.

Casa antigua junto al rascacielos.

La calle peatonal es agradable, con las fachadas pintadas de colores, como en Irkutsk, muchos comercios y terrazas de bares. Nos tomamos una cerveza en una de ellas, atendidos por amabilísimas y sonrientísimas camareras. El espectáculo de la mañana lo ofrece una pareja de vagabundos borrachos que se dedican a alinear un montón de botellas vacías a lo ancho de la avenida, de punta a punta. Si no fueran la obvia pareja de borrachos que son, podría ser una interesantísima instalación de algún artista postmodernocontemporáneofuturista, pero no: son dos borrachos poniendo botellas en el paseo. La otra parte del espectáculo consiste en que uno de ellos se echa el perro a los hombros y, sin manos, gira sobre sí mismo sin que el perro se caiga ni le aseste una dentellada. Conseguido. El número final es una discusión entre los hombres, animada por los ladridos del perro. Como jefa de pista, una señora, si no borracha con todas las trazas de estarlo, sentada un par de mesas más allá de la nuestra, que no ha parado de monologar a voces, a saber sobre qué, en todo este rato.

Si el alcoholismo es un triste y serio problema en Rusia, acabamos de comprobarlo con una buena muestra.

Paseamos. Esta parte de la ciudad no es tan fea, las estatuas son de tamaño normal y no megacefálicas. Volvemos al bar de las camareras simpáticas a comer algo, pero dentro, no vaya a ser que el circo callejero tenga también función vespertina.

Y poco más, al hotel en retirada, donde hacemos tiempo sesteando y leyendo en unos cómodos sofás, escondidos en un rellano de esos enormes que tienen los hoteles, donde nunca hay nadie pero esta vez estábamos nosotros.

El taxi que nos lleva es correcto y, como el precio está cerrado con ayuda de la recepcionista, no tenemos que enemistarnos. El aeropuerto, muy pequeño, está a medio reformar. Coincidimos en el mostrador de facturación con Nekane y Julen, una pareja de españoles que vienen en el transiberiano desde Moscú hasta Pekín, pero que han decidido hacer trampa en avión para ahorrarse el medio día de parada en la frontera. El transiberiano es interesante, con paradas aquí y allá, lo hace mucha gente. Lo malo es que también va mucha gente y, como se hace vida en el tren a todas horas, hay ciertas incomodidades inevitables. Pero bien, nos dicen. Pasamos lo que queda de viaje juntos.

Siguiendo las instrucciones del personal de tierra, traspongo una puerta al fondo. Un soldado de mediana edad y gran estatura me dice en ruso que no, que es demasiado pronto aún, y que he de salir, por favor; como titubeo, me empuja suavemente pero con decisión y me echa de la sala.  A éste no le discuto porque ha tenido buenos modales, no porque sea militar y mida tres metros por dos.

Cuando por fin llega el avión que nos ha de llevar, nos dejan entrar. Adiós a Rusia, pronto estaremos en Mongolia...

Abrazos para todos.

1 comentario:

  1. Jajjaja. Esta entrada es un poco me voy a c... en todos vuestros muertos, especialmente en los que tengan la cabeza como una plaza de toros. Deberíais haberos subido a leer los periódicos a lo alto del cabezón.

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