sábado, 1 de septiembre de 2012

XVIII. Rusia (iii).

Queridos lectores:

Temprano por la mañana nos acercamos al consulado de Mongolia en Irkutsk (08.08.12). Está abierto, pero la señorita nos explica como puede que es fiesta nacional y hoy no trabajan. Habremos de pasar otro día más en Irkutsk. Como tenemos el apartamento y Serge nos ha prestado un teléfono para que podamos estar en contacto con él (está en todo), le pedimos que prorrogue el alquiler. Paseamos un poco por la ciudad, tomamos café en el bar más elegante que encontramos, nos ponemos al día con el correo electrónico y demás, y pasamos el día en plan casero. Comida hogareña por todo lo alto: jamón serrano español en láminas translúcidas a precio de orillo y queso francés. Más no se puede pedir.

Creía haber descubierto a Stalin escondido, pero no:
es Maxim Gorki.


Por lo demás, hacemos la colada y vemos algo de las olimpiadas.Un día tranquilo en nuestro apartamento de Irkutsk. Sólo salimos para cenar en una pizzería muy bien puesta. Serge anda con un un amigo en otra parte de la ciudad, pero nosotros, como Anastasia, preferimos retirarnos.

Al día siguiente me llego yo solo y raudo al consulado. Una pareja de españoles está desesperada: les han prometido el visado para primera hora, son ya las nueve y veinte y su tren hacia el sur sale a las diez. Esto no es serio, repite el hombre una y otra vez. Los mongoles reaccionan y finalmente el responsable llega a tiempo de firmar el documento y de que otros funcionarios les acerquen en coche a la estación.

Aprendida la lección, pido nuestros visados para el día siguiente. Muy bien, pásese a las tres de la tarde. No, no, los necesitamos a primera hora, por favor. Ah, ¿salen ustedes con el tren, como estos señores? Miento como un bellaco: claro, claro, por eso. Descuide, a las nueve pues.

Recojo a Rocío y nos vamos a la estación de autobuses paseando. De camino entramos a ver la casa  museo de los decembristas: oficiales del ejército y miembros de la alta sociedad que pagaron con la vida o el destierro su desafío al zar Nicolás I en diciembre de 1825.


Cogemos la marshrutka rumbo a Listvyanka, en el nacimiento del río Angará, en la orilla norte del lago Baikal. Vamos a pasar allí el día, pero antes nos apeamos en el museo al aire libre de Talsin, a media distancia de ambas ciudades. En un bonito abedular, a orillas del anchuroso Angará, los rusos han reunido un montón de construcciones de madera típicas de la región: es una aldea entera, con iglesias, granjas, molinos de agua, fuerte, escuela, etc. Todas las casas son auténticas: las han trasladado hasta allí una a una. El museo está muy bien y es realmente interesante, con guardianas ataviadas a la usanza, cara de palo y actitud de comisario político: cada vez que nos arrimamos a una esquina nos siguen. No hay peligro de que confundamos sus intenciones ni por media sonrisa.

El abedular en Talsin.
  



Rocío ante el Angará.
 




Otra vista del río.





 Por el contrario, las jóvenes de la cafetería, donde reponemos fuerzas con una crêpe con leche condensada (emulación por señas, se llama esta forma de pedir), se muestran simpáticas. También la taquillera que explica a Rocío que otra marshrutka ha de pasar en un rato por la puerta para que podamos seguir viaje. Rocío está exultante: ha conseguido entenderse con la sola ayuda de un diccionario gráfico. El inglés es un bien muy escaso aquí.

Llegamos por fin a Listvyanka, escapada del día para los habitantes de Irkutsk, a una hora río abajo. Tienen hasta oficina de información. Entramos y, para nuestra enorme sorpresa, la chica que nos atiende habla inglés perfectamente. Estoy tan sorprendido que le preguntaría hasta su color favorito sólo por disfrutar de la comunicación. Lo cierto es que hay un barco, un jet-foil, que regresa a Irkutsk a la caída de la tarde. Perfecto: volveremos por el río.

Listvyanka.

El lago Baikal desde el pueblo.



Antes nos acercamos al acuario. Es una piscina más bien pequeña en la que una pareja de ellas (hay otra más joven, apartada) hacen las gracias propias de las focas de acuario a las órdenes de un instructor. El espectáculo es el habitual y el público también. Pero es la única oportunidad que tenemos de ver a estos animales: las focas más pequeñas del mundo, no llegan a metro y medio.

En la ciudad, minúscula, no hay mucho que ver aparte del lago. Casi todo son puestos de recuerdos para los turistas (hay algunos, no muchos, extranjeros) y de pescado seco. Comemos muy bien en el pantalán de un restaurante junto a la orilla, paseamos, nos reposamos un rato en la playa, y volvemos luego para coger el barco.

El jet foil remonta el río a setenta kilómetros por hora. En la popa se puede salir a la cubierta elevada, pero el aire es fortísimo. La ribera por la que discurre la carretera está llena de casas, pero la otra es todo bosque. El río es muy bonito y enseguida llegamos a las afueras de Irkutsk. Un autobús y a casa.

En primera ...
 
... o en el gallinero, el caso es viajar.






 Remontando el Angará.


Nos acercamos luego al río, para encontrarnos con Anastasia, Serge, su amigo Alexei y el hijo de éste, Andrei, un crío pequeño. Charlamos relajadamente, nos tomamos una cerveza en el paseo, y nos despedimos ya definitivamente, menos de Serge, que nos ha de ayudar mañana para devolver la llave del piso. Hemos pasado un día de lo más entretenido.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. ¡Qué paisajes más bonitos, y qué guapa sale Rocío! Creo que hasta sale con los ojos abiertos, je je. Me quedo con la intriga de saber qué pasará con los visados... Cha chan...

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  2. ¡Qué paisajes más bonitos, y qué guapa sale Rocío! Creo que hasta sale con los ojos abiertos, je je. Me quedo con la intriga de saber qué pasará con los visados... Cha chan...

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