lunes, 17 de septiembre de 2012

XX. Corea del Sur (iii).

Queridos lectores:

Madrugué mucho para coger el metro y llegar a la cita con el autobús que me había de llevar a la DMZ esa mañana (01.09.12). Era tan temprano que tuve que preguntar a otras turistas que iban a lo mismo dónde habían conseguido el café. Y también les tuve que preguntar dónde tirar el vaso luego porque en Corea en general, y en Seúl en particular, no hay papeleras en los espacios públicos por una cierta histeria antiterrorista de años atrás que aún no ha sido abandonada. La gente amontona los residuos en esquinas, o en las abarrotadas papeleras de supermercados y cafeterías.

Llegó el guía y luego el autobús. Nos dijo que le llamásemos por su apellido: Kim, más fácil que el nombre. En Corea la mitad de la población se apellida Kim, Lee o Park, que significan respectivamente oro, ciruela y calabaza.

Fuimos parando en distintos hoteles hasta que el autobús se llenó de turistas. Junto al último, uno grande de una poderosa cadena comercial del país, un grupo de empleados despedidos se manifestaba pacíficamente en la acera, desde casi el alba, a golpes rítmicos de tambor y consignas por altavoz que sonaban como letanías. Seguro que los inquilinos estaban encantados del acompañamiento.

La DMZ está a unos escasos cincuenta kilómetros al norte de la capital. ¿Y qué es? Las siglas corresponden a zona desmilitarizada en inglés. Se trata de la tierra de nadie, de unos doscientos cincuenta kilómetros de largo y cuatro de ancho, que se trazó siguiendo las posiciones de cada ejército al firmarse el armisticio de la guerra de Corea a principios de los años cincuenta del siglo pasado.  Como no hay en ella más intromisión humana que las patrullas militares (y unos cuantos cientos de miles de minas antipersona arrojadas desde el aire), en los setenta años que lleva así se ha convertido en una gran reserva natural. Varios millones de turistas se acercan a ella todos los años; está vetada para los coreanos, aunque los del Sur pueden asomarse de lejos a la frontera más al Este.

Lo primero que se visita es el Puente de la Libertad, así llamado porque por él regresaban al Sur los cautivos liberados por el ejército norteño. El puente ya no lleva a ningún lado, y junto a él hay, además de bares y tiendas de chucherías para los turistas, una locomotora bombardeada en la guerra y algunos monumentos a la memoria de los caídos.

El Puente de la Libertad.

La barrera de la derecha linda con la DMZ propiamente dicha.

Una locomotora antes, ahora un monumento nacional.

Se pasa luego un control militar, con entrega y revisión de pasaportes incluído (nunca se abandona Corea del Sur, empero). Se franquea un puente grande con defensas alternadas en el suelo y prohibición expresa de tomar fotografías, y finalmente se llega a un centro turístico construido encima del llamado tercer túnel.

El puente (a lo mejor la fotografía es un sueño).

Por testimonio de norocoreanos escapados, se sabe que hay al menos veinticinco túneles excavados por el Norte para invadir, se supone, el Sur. Han descubierto sólo unos pocos y éste fue el tercero, de ahí su nombre. Un escapado advirtió a los sureños. Para encontrarlo clavaron postes con recipientes con agua como testigos de las detonaciones de dinamita de los zapadores, hasta que fueron atinando y dieron con él. Cavaron otro túnel para interceptarlo y los norcoreanos se retiraron. Lo denunciaron en la O.N.U. y los norteños alegaron que era el mismo Sur quien lo había hecho. La inclinación del túnel en cuesta abajo hacia el Norte fue el argumento que usaron los del Sur para negarlo: es necesario para drenar el agua a medida que se construye. Los norteños tiznaron entonces el túnel con carbón y adujeron que era una mina abandonada, lo cual podría haber colado de no ser porque toda la zona es estrictamente granítica. En fin, las guerras frías (o no tanto) son así.

Ahora se baja por el que fue el túnel de intercepción hasta el final ciego del norcoreano. Es una procesión un tanto absurda de turistas agachados (los soldados norcoreanos deben ser bajitos) y con casco en fila india tierra adentro, hasta el fondo y para afuera. Arriba hay un montón de recuerdos y otras tonterías a la venta. Desde luego no creo que en el lado septentrional haya nada parecido.

Esquema del tercer túnel y del túnel de intercepción.

Las minas no son ninguna broma, se calculan en casi un millón.
Lo que hay al fondo de la imagen son cultivos del Sur, accesibles desde más atrás. 


¡Ponga un pequeño líder en su vida!

¡Hay para todos!

Tras el túnel se visita la terraza de observación. En lo alto de una loma, esta terraza tiene montados un montón de grandes prismáticos para uso del público, que puede asomarse libremente, aunque no hacer fotografías más allá de cierta demarcación. Es, sin duda, el plato fuerte de la visita. Se puede ver con claridad la DMZ, y más allá, Corea del Norte. Como la línea de la frontera zigzaguea, el truco para reconocerla es la cubierta forestal: donde hay árboles es el sur, donde no porque los necesitan como combustible, el norte.

Dos enormes banderas de cada país, montadas en sendos mástiles gigantescos (porfiaron por la más grande hasta que el Sur desistió) destacan a mitad de distancia. También se ven la carretera, el ferrocarril y la línea de alta tensión que el Sur construyó hasta el Norte para abastecer una fábrica montada por el Sur para dar trabajo y productos variados al Norte. La fábrica sigue activa pese al enfriamiento de relaciones habido con el actual gobierno del Sur, conservador.

No se pueden tomar fotografías desde más allá de la línea.
 
Lo cual da este resultado.

O este otro deprisa y en una esquina 
(o quizás fue un sueño compartido por mucha gente).

Hay un pueblo en la parte sureña del DMZ, con colonos alentados por el gobierno con muchas prebendas (exenciones tributarias y demás), y lista de espera para hacerse vecino. Corea del Sur es muy montañosa y no puede permitirse el lujo de dejar en barbecho buenas tierras de labrantía.

La última parada es una flamante y novísima estación de ferrocarril de la que ahora no parte ningún tren a ninguna parte, aunque tiene la obvia vocación de ser, como dice la propaganda a la entrada, no la última estación del Sur sino la primera hacia el Norte.

En espera de tiempos mejores.

En otras visitas más largas (la que hice es la habitual de media jornada) se puede uno acercar a los pabellones instalados en tierra de nadie, donde parlamentan las delegaciones de ambos países cuando se tercia. Desde allí en ocasiones se puede ver a los soldados del Norte al otro lado de la alambrada.

En conclusión la visita no es tan impresionante por lo que se ve, sino por lo que significa. Significado que se hace muy patente también de camino a Seúl, por cuanto la orilla del río que llega a la ciudad desde el Norte está completamente vallada, con alambre de espino y puestos de vigilancia a cada rato. La separación en dos de un mismo país es un hecho tangible, y la amenaza militar se siente aquí como algo real habida cuenta de la proximidad de la capital a la frontera (cambió de manos cuatro veces en la guerra civil) y la naturaleza del régimen del Norte. El servicio militar es obligatorio para todos los hombres (en el Sur) durante casi dos años. En el Norte, con un ejército mucho más numeroso, no quiero ni imaginarlo. La mayoría de los coreanos anhela la reunificación, esperanzados a pesar de todo tras el ejemplo de Alemania.

Acabada la visita, de vuelta en el centro de Seúl, paseé un poco, comí algo y me fui para casa. Aunque era sábado, Taem tenía que trabajar toda la tarde para recuperar las clases perdidas por el tifón del martes (el mismo que me impidió volar).

Arte en las calles de Seúl.

Otra vista del ayuntamiento de Seúl.
El interior alberga un gran jardín vertical.

Pasé la tarde tranquilamente en casa, escribiendo estas crónicas y demás, cenamos algo cuando vino Taem, y así, sin nada más que contar, que no ha sido poco, acabó el día.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Impresionante Fernando. Llevaba tiempo sin seguir tus andanzas (me quedé en Europa) y no puedo por menos que mostrar mi admiración por ti y tu prosa, porque no sería lo mismo este viaje sin la salsa que le pones a todo.
    Tenia la esperanza de que ya te hubieras cansado y estuvieras de regreso para jugar la liga, pero veo que no, que es cierto que vamos a tener que sufrir tu ausencia, tenia grandes proyectos para ti...
    Pero en fin, viendo el blog, merece la pena.
    Tui eterno capitan.

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  2. Muy interesante. Podrías haber lanzado unas alzas por encima de la valla para el pequeño Kim Jong Chiquilín. Te lo hubieran agradecido con unos coros y danzas multitudinarios.

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