miércoles, 12 de septiembre de 2012

XIX. Mongolia (y vi).

Queridos lectores:

Este era el último día completo de las vacaciones de Rocío conmigo (24.08.12). Desde luego, no lo desaprovechamos, empezando por el desayuno del hotel, con ricos bollos, café con leche y zumo.

Salimos luego a visitar los dos museos más destacados: el Nacional y el de Naturaleza. El primero, histórico y arqueológico principalmente, estaba bastante bien, con explicaciones en inglés de casi todo y con aspecto cuidado.

El segundo estaba más cascado. Necesita una renovación urgente, pero aún así contiene cosas interesantes: además de la consabida colección de animales disecados, una buena muestra de fósiles de dinosaurios, incluyendo algunos nidos con huevos como puños. Muy interesante.

Regreso al lío de UB.

En el monumento está inscrito: no a la pena de muerte.
El Museo Nacional es el edificio de detrás.

Ya debe haber más leopardos de las nieves disecados que vivos.

Por no hablar de los quebrantahuesos.

En visitar los museos, pasear un poco y comer algo se nos fue la mayor parte del día. Tras descansar en el hotel fuimos andando al mismo restaurante de ayer, donde habíamos quedado para cenar con Mayte y compañía. Por el camino nos recogieron en su furgoneta al vernos pasar. Venían de ver una reperesentación folclórica en el Teatro Nacional, muy buena en su opinión.

Cenamos pues Rocío, Amra, Mayte, Antonio, Federico, Munjo y un hijo pequeño suyo, y un servidor. Fue un bonito final para el viaje a Mongolia, aunque para Rocío y para mí fuese también la última cena.

Un servidor, Amra, Federico, Antonio, Mayte y Rocío.

Me despedí de todos menos de Rocío, claro, al llegar al hotel, pues partían muy de madrugada rumbo a Madrid vía Moscú. Rocío me exoneró de acompañarla hasta el aeropuerto a las cinco de la mañana, por lo que en las grabaciones de seguridad del pasillo del hotel debe haber quedado el rastro de nuestra despedida.

Se fue Rocío.

Aun con el vacío de su ausencia, yo aproveché lo que quedaba de suite para escribir alguna crónica y luego me mudé a un hotel más modesto, pero digno, que habíamos reservado el día anterior. La ausencia de Rocío me capitidisminuyó no sólo en lo espiritual, sino también en lo material.
 
Luego, como las penas con pan son menos, me fui a jugar al ajedrez al parque. Bueno, más bien al parterre descuidado que hay al sur de la plaza principal. Según había visto, allí se reúnen muchos jugadores todos los días, a cruzar apuestas de medio euro por partida.

Vladímir Ilich de nuevo, con una cabeza más o menos normal.


Tiro al globo con dardos.
Deporte extremo para los paseantes despistados.
 
Iba yo tan feliz y fui a parar en el tablero de quien, según comprobé en días posteriores, probablemente fuera el jugador más fuerte de la parroquia. El vejete del sombrero, jugando rápido pero sin reloj, me metió un soberano cuatro a cero, en el que sólo algunas veces no estuve peor del todo.

Recibi cuatro lecciones de táctica de este señor, 
a sesenta céntimos de euro cada una.

Escocido, decidí cambiar de oponente y me fui a jugar con otro vejete. Dos a cero, pero por lo menos esta vez dejé escapar buenas posiciones. Quien no se consuela es porque no quiere.
 
Y otras dos lecciones más. Gracias.

Como lo del ajedrez no iba por buen camino, cambié de aires y me fui a cortar el pelo. Cortar y lavar, nada menos; no porque yo lo pidiera, sino porque el servicio era así. Quedóme el cráneo reluciente. Con eso y algo de cenar en el pub irlandés (centro de reunión de los forasteros, según ví), quedó hecho el día, y me fui a mi hotel, triste sin Rocío, a dormir.

El domingo (26.08.12) amanecí con buen ánimo y me fui a ver unos templos que sobrevieron a la destrucción del S. XX, en el centro de la ciudad, escondidos tras los edificios modernos.

Uno de los edificios del templo.

Mi siguiente visita era el parque, el único que en el mapa aparece en el centro, justo al sur del templo. Allí fui, caminé, pasé las vallas metálicas de grandes solares donde está anunciada en carteles la construcción de varios hoteles de lujo, caminé, repasé el mapa, caminé otro poco más y concluí, inexorablemente, que el parque es ya sólo un retazo verde sobre el papel, y un solar entregado al desarrollismo caníbal sobre el terreno. Como no pongan orden urgentemente, UB será por completo inhabitable: el problema de la contaminación, serio y palpable (o irrespirable, mejor dicho) en verano, se convierte en una auténtica pesadilla en invierno al añadirse todas las calefacciones. Si encima suprimen espacios verdes, la cosa no puede sino empeorar.

Me fui pues a jugar al ajedrez, el entretenimiento que tantas horas me salvó en los días que permanecí allí en espera de ver si obtenía el visado para la China. Como me pasó en Shiraz, el segundo día, ya más calmado y sin caer en las prisas de la jornada previa, jugué mucho mejor y gané la mayoría de las partidas. Por lo menos gané o empaté todos los tanteos y dejé de ser el pichón extranjero. Evité al vejete del cuatro a cero, eso sí, y al otro no lo volví a ver por ahí más.

Pagada la novatada, jugué mucho mejor.

Igual que me hicieron pagar a mí las que perdí, hice yo que me pagasen las que gané, aunque yo intenté, sin éxito, jugar por gusto, sin dinero. Vista la evidente diferencia de bienestar económico, a alguno de mis contrincantes le devolví lo que perdió, gesto que fue recompensado con numerosos apretones de manos de la concurrencia, para los que yo era, sin duda, la atracción exótica del fin de semana.

Por la tarde me fui a ver el espectáculo folclórico del teatro que nos habían recomendado Mayte, Antonio y Federico. El público estaba compuesto de turistas principalmente, pero el espectáculo estaba realmente bien hecho. Es la compañía nacional y se nota que lo tienen muy trillado. Bailes típicos, representaciones folclóricas, canto bifónico e incluso una gran orquesta con instrumentos locales que sonaba realmente bien. Algo de cenar en el inmediato pub irlandés, y a recogerse.

A las nueve en punto (27.08.12) estaba en la puerta de la agencia de viajes. Hasta las nueve y media no llegó la señora a abrir. Hasta casi las diez no enviaron la invitación desde la China. A las diez y cuarto me planté en la enorme cola de la sección consular de la embajada china. A las doce en punto nos dieron con la puerta en las narices a las dos docenas de personas que habíamos esperado en vano, incluyendo gente que llevaba toda la mañana. Es lunes y hasta el miércoles no vuelven a abrir otras dos horas y media. Hay muchísimos mongoles que viajan por estudios o trabajo a la China, y parece ser mala época para hacer cola. Rendido a la evidencia me consuelo con el billete de avión que, en previsión de cualquier posibilida, me había sacado para el martes por la mañana. Hoy pues sería mi último día en Mongolia. El visado para la China quedaba postpuesto una vez más.

Y luego, a jugar al ajedrez. Horas pasé jugando, ganando la mayoría, hasta que cayó la tarde y me retiré pasando antes, como de costumbre, por el pub irlandés a cenar algo con una cerveza. Intenté contactar con alguien en estos días, pero al final no pudo ser porque todos estaban liados. Daba igual, al día siguiente me marcharía.
O no. Al comprobar el correo electrónico en el hotel ví un aviso de la agencia donde compré el billete: por causa de fuerza mayor mi vuelo se cancelaba y difería un día más. Me iría el miércoles. Tras comprobarlo telefónicamente, me resigné: menos mal que aún hacía bueno para jugar al ajedrez en el parque.

Así que el día siguiente fui a la agencia, a asegurarme de que volaría, por fin, el miércoles, y luego entré en el centro comercial más caro de la ciudad, todo marcas internacionales a las que no recuerdo haber comprado nunca nada ni creo que lo vaya a hacer jamás, a tomarme un café con vistas desde un piso alto. Y después ... ¡al parque! Ajedrez, ajedrez y más ajedrez. Como hoy venía fresco y el primer jugador en aparecer fue el señor del sombrero y de las cuatro lecciones, decidí pedirle la revancha. Con la ayuda de un chico que hablaba algunas gotas de inglés, supe que el buen señor no quería jugar conmigo porque había visto que jugaba bien y que en estos días había ganado a mucha gente. ¡El muy ladino! Insistí con el argumento de que no hubiera dinero de por medio y de que me debía una revancha y por fin accedió. Con negras evité sus líos tácticos y me impuse en un final estratégico. Fue seguramente mi mejor partida allí, y gané convincentemente. El señor, por supuesto, no quiso jugar más. Yo quedé encantado de sacarme la espina con buen estilo, y luego seguí jugando tan contento. Pase finalmente por la agencia del visado para aclarar algunos extremos, y así se fue el día.

Madrugué mucho (29.08.12) para estar en el aeropuerto con las dos horas y pico de adelanto que me pedían y de las que me habría bastado con el pico, para embarcar ya sin más demoras en el vuelo que habría de llevarme a mi siguiente destino. ¿Cuál? Ni yo lo había decidido hasta cuatro días antes.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Te veía un poco CAPITIDISMINUIDO pero ya veo que con el ajedrez te fuiste recuperando.

    ResponderEliminar
  2. Lo mismo digo, capitiloquesea, se ve que el corte de pelo te ha aclarado las ideas...

    ResponderEliminar