martes, 4 de septiembre de 2012

XIX. Mongolia (i).

Queridos lectores:

Volamos juntos Rocío, Nekane, Julen y un servidor, y llegamos sin novedad, ya tarde de noche (13.08.12), a Ulán Bator. Control de pasaportes rápido y sonriente, igualito que en Irkutsk. Ya estamos en el moderno aeropuerto Genghis Khan (o Chinguis Jan, transliteración más cercana a como lo dicen ellos). España acaba de perder la final olímpica de baloncesto, y vemos en grandes pantallas las caras tristes de nuestros jugadores. Más se perdió en Cuba.

Según Julen, nos han de llevar a los cuatro a la ciudad en un coche de la aerolínea. Pues no. Le insistimos a uno de los empleados, o más bien lo mareamos entre Julen y un servidor. Un taxista acude al rescate, farfullando excusas. Como Julen es más joven, más sensato y, sobre todo, infinitamente menos pesado que yo, se va quedando sin argumentos. Le tomo el relevo. Cuando veo que ni el empleado ni el taxista saben ya dónde meterse pero que tampoco vamos a sacar nada en claro, se lo digo a los demás y nos vamos los cuatro en otro taxi. Bienvenidos a Mongolia.

Dejamos a Nekane y Julen en su hotel y seguimos hasta el nuestro. Todo en orden: sí se han enterado cuando hemos llamado y sí tenemos habitación. A dormir.

Después del desayuno (13.08.12) nos acercamos a la agencia con la que nuestra amiga Mayte y dos amigos suyos han contratado un viaje por el país para estas mismas fechas. Haremos una gira de diez días nosotros dos, en la que coincidiremos un trecho con ellos. Todo perfecto, pero cuando hay que pagar, no hay manera de que las tarjetas de crédito, ni débito, mías ni de Rocío, funcionen. No pasa nada: al banco. A este, al otro, al de más allá. Esto es un desastre. Tardamos literalmente varias horas en poder pagar. Echo humo cada vez que me preguntan si es que no habrá saldo. Se nos había olvidado que estamos en el tercer mundo, le pese a quien le pese. Cuando conseguimos pagar, reservamos habitación para el regreso en el mismo hotel, uno de los mejores, en el que estarán Mayte, Antonio y Federico. ¿No querrían pagar ustedes ahora también el hotel? Pues no, me temo que no queden horas suficientes en el día para pagar.

Es ya muy tarde cuando, tras haber paseado por el centro de la muy caótica y contaminada Ulán Bator, comemos una pizza. Aunque tenemos ya un buen plan para nuestra estancia en Mongolia, empezando al día siguiente, el paso por Rusia no fue tan fructuoso como acostumbramos y nos pesa; también el jaleo de esta mañana nos pesa. Nos abatimos un tanto, pero pronto nos rehacemos. Kirguistán estuvo muy bien, y en Rusia quizás hubiera sido mejor confiar en alguna agencia, o darnos más días u organizarnos de otro modo, pero tampoco estuvo mal. Y aún queda Mongolia, que nos proponemos disfrutar saludablemente.

El edificio más singular de UB.
Es un hotel de lujo.
 

La plaza principal: Sujbator. 


El teatro dramático.

El parlamento, con Chinguis Jan en el centro.
 
Y sus guerreros: residentes.

Y transeúntes.
 
Paseamos de la mano por la Avenida de la Paz, la calle principal, de regreso al hotel, aún de día, cuando Rocío se para de pronto: ¡eh!, ¡nos están robando!

Muy sobresaltado, me doy la vuelta. Rocío señala a un hombre en la veintena, de aspecto normal, que está a un metro de mí. Este, ha sacado algo de tu mochila. Le preguntamos, el hombre pone cara de póker y es evidente que no tiene nada nuestro encima. Miro el bolsillo exterior de la mochila pequeña que llevo, y la cremallera está abierta. La cámara sigue dentro. El dinero y los documentos están en otro bolsillo, debajo de un par de jerseys, puestos de modo deliberado. No falta nada, digo, menos mal. Doy dos pasos y caigo en la cuenta: ¡el libro electrónico!

Le vuelvo a preguntar a Rocío: ¿era éste, seguro?, sí, sí, he visto que una bolsa de plástico volaba por los aires. Sigue parado ahora a unos pocos pasos de nosotros. Me planto encima de él, le agarro del brazo con firmeza (por una vez soy yo el sujeto activo) y, ostensiblemente enfadado, le pregunto por mi libro electrónico. Se hace el loco. Pienso si tendré que agitarlo o amenazarle o qué (es considerablemente más pequeño que yo), cuando dos compinches suyos que están acuclillados en una escalinata vecina me señalan con desdén una cuneta entre dos fachadas. Allí está mi libro electrónico, sano y salvo, la bolsa de plástico y todo.

Ha habido mucha suerte y, sobre todo, muchos reflejos de Rocío. De haber estado solo nunca me habría dado cuenta. Estábamos avisados: nos lo dijeron todos los que venían de Mongolia, a Erwan incluso le habían robado la cartera, pero ellos son muy hábiles y yo muy torpe y hemos caído. Con la enorme suerte de no pagar ningún precio por la lección aprendida, más que la alteración que se nos ha quedado en el cuerpo. Giro la mochila, me la pongo al pecho y seguimos hacia el hotel, ahora con más ganas de llegar. Advertimos a un grupo de españoles que, en la calle, llevan las mochilas hacia atrás con despreocupación. Al policía que nos cruzamos después no le digo ni mú. ¿Para qué?

 
Allí estaba mi libro.

En todo caso, mañana dejaremos UB atrás.


Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Ánimo, no dejes que te desalienten los contratiempos... ¡Rocío Robocop! Ja ja.

    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Viva!!!!!!!! Incautos chorizos; no contaban con Golden Fish!!!!!!!!!! Súper bien!

    ResponderEliminar