lunes, 13 de agosto de 2012

XVII. Kirguistán (ii).

Queridos lectores:

A la hora convenida nos recoge en el hotel la chica de la agencia local (21.07.12) con Anatoli, nuestro chófer, que no habla nada de inglés. El coche es un monovolumen muy cómodo para nosotros solos, con el volante a la derecha. Como en Tayiquistán, Uzbequistán y en general en toda la antigua Unión Soviética, abundan los coches así: los importan baratos de segunda mano de Japón. En algunos países ya han aprobado leyes para frenar este fenómeno, pero por el momento son realmente abundantes, pese a que se conduce por la derecha (o más comúnmente por el medio de la vía).

Recogemos un par de sacos de dormir en la oficina de la agencia y enfilamos la carretera ya los tres solos rumbo a Issik-kul, el lago caliente, llamado así porque nunca se hiela, a diferencia de la mayoría de los de esta región. El lago es uno de los principales destinos de vacaciones de los kirguises, como atestiguan los tenderetes que se alinean a lo largo de la carretera con flotadores, delfines hinchables y demás parafernalia plástica playera. De camino paramos a visitar unos petroglifos. Algunos son visibles, pero la mayoría están demasiado deteriorados. No hay nadie más. Nos reincorporamos a la carretera atajando por una pista de aterrizaje soviética ahora en desuso. Aunque también se ven construcciones modernas, se dirían muchas más las echadas a perder. En el transcurso de estos días volveremos a escuchar la nostalgia de la gente madura por los tiempos soviéticos. Anatoli es ruso y no habla kirguís; su situación aquí probablemente sea similar a la de Tatyana en Uzbequistán, aunque no tenemos modo de saberlo.

Rocío entre petroglifos y ante el lago Issik-kul.


La siguiente parada, fuera de programa pero petición personal de un servidor, es el museo, tumba y mausoleo de Nicolás Przevalski, egregio zoólogo de mediados del S. XIX que fue considerado en su tiempo el más importante explorador de Asia Central. Przevalski enfermó de tifus al beber agua malsana en una cacería de tigres (de los que no queda ni uno, claro) y pidió ser enterrado aquí. Anatoli se sorprende de mi petición, pero le hago saber, lo mejor que puedo, mi interés.

El museo es pequeño, pero, a pesar de sus limitaciones, que exista y esté bien conservado, como el mausoleo y la tumba, dice mucho del respeto de los rusos (y de los kirguises, supongo) por sus héroes. De hecho, la ciudad a la que nos dirigimos, Karakol, a tiro de piedra, se llamaba Przevalski en tiempos soviéticos.

El monumento.

La tumba.

Caballo de Przevalski (catatónico).

Mural con las cuatro expediciones del Sr. Przevalski.


En Karakol visitamos a última hora la iglesia ortodoxa, la mezquita que más parece una pagoda, y apreciamos algunos edificios de madera de antiguo estilo ruso, como el Instituto Pedagógico (la escuela), que muestran retazos de marchita gloria provinciana.

La iglesia ortodoxa.

 
El Instituto Pedagógico.

Nos instalamos en la casa de dos señoras kirguises, en una cómoda habitación. Cenamos empanadillas y sopa, comida típica, con mucho té, por supuesto. El té es poco menos que la bebida nacional en toda la región, y en cuanto a la comida, también en Kirguistán se comen los mismos platos que en los países vecinos: comida de pastores, repetitiva y con mucha grasa pero rica si está bien cocinada.

El patio de la casa y la carpa donde comíamos.

Trabajando para Ustedes.



 Por la mañana recogemos a Dastan (22.07.12), el joven que ha de guiarnos los dos días siguientes, en que subiremos hasta un manantial de aguas termales en las estribaciones del Tien Shan. Pasamos a por él en la oficina de la organización de ecoturismo, donde el encargado nos cuenta que los animales salvajes, abundantes en toda la cordillera, se desplazan hacia la parte china, más deshabitada, en verano. Sí hay leopardos de las nieves, y de hecho se vió uno hace tres meses no muy lejos de donde estamos, pero en esta época se desplazan montaña arriba siguiendo a los carneros de Marco Polo y demás presas. También hay lobos, que se reputan abundantes, e incluso osos, según nos dice. Aunque no veamos ninguno, sabernos en el hábitat de estos animales nos causa profunda emoción. Quién sabe, siempre puede haber alguno despistado que aparezca donde no se le espera.

Dastan va muy cargado porque lleva un montón exagerado de comida para el poco tiempo que estaremos monte arriba y abajo. Sin embargo, en cuanto camina dos zancadas nos saca otras dos de ventaja. Añoramos los bastones que solemos usar en la montaña y que Dastan sí tiene (no los proveen en la agencia); estamos tan acostumbrados a ellos que se nos hace raro llevar las manos libres, y mucho más cansado: un par de bastones ayuda sobremanera a distribuir el esfuerzo por todo el cuerpo. El paisaje es bellísimo: alta montaña con bosques de coníferas, todo verde, un río caudaloso que corta el fondo del valle y el cielo azul.

Seguimos una pista forestal por la que de tarde en tarde pasa algún vehículo (las sufridas camionetas todoterreno soviéticas, principalmente), e incluso nos ofrecen subirnos a uno, pero rehusamos satisfechos. Hemos venidos a estirar las piernas, y a moler con igual satisfacción la merienda que, en un alto del camino, nos prepara solícito Dastan.

Dastan y un servidor.

Dastan es guía profesional de montaña, con licencia para llevar clientes hasta cuatro mil quinientos metros de altitud. Nosotros no superaremos los dos mil seiscientos, así que le sobran casi dos mil. Juega en la liga nacional de jockey sobre hielo, donde confiesa que es costumbre sacudirse mamporros siempre que el árbitro no mira. En un par de años espera participar en una expedición al Jan Tegri y, por lo que ha oído a sus mayores, los tiempos soviéticos fueron mejores y ojalá pudieran ser rusos todavía.Mejor y más interesante que ser kirguises, aunque él sea de origen netamente local, y no ruso.



En unas tres cómodas horas llegamos a nuestro destino: un viejo refugio de madera junto al río y junto al manantial de aguas termales, donde coincidimos con otros paseantes extranjeros. Tras tomar un té y departir con un grupo de chicas polacas, nos vamos a dar un baño a las termas. Esta vez están organizadas por cuartos privados, de manera que podemos tener uno para nosotros solos. Tras la caminata monte arriba, resulta de lo más agradable.

Por ahí se nos ve a un servidor y a Dastan.


El final del trayecto.


Tras despertar al bueno de Dastan, que lleva horas concentrado en dormir la siesta, cenamos en el comedor común, donde coincidimos con un nutrido grupo de israelíes. En la sobremesa charlamos con su líder, Tom, israelí con sangre iraquí y alemana, que tiene mucho interés por mis andanzas por Irán. Sus opiniones, y las de algún otro compañero suyo que se nos une, son bastante pacíficas al respecto. No tienen ganas de lío y me recuerda que es una lástima que sus relaciones con Irán, país que votó a favor de la instauración del Estado israelí, sean tan malas.

Temprano por la mañana nos ponemos en marcha para bajar. Nos espera luego un traslado en coche, por lo que sin entretenernos, descendemos hasta reencontrarnos con Anatoli. Por el camino, Dastan nos muestra la montaña donde tres años antes se topó con tres leopardos de las nieves. Nosotros hemos de conformarnos con su relato, pero nos ilusiona estar aquí.

Sólo por cinco minutos y tres años no vimos 
leopardos de las nieves en las montañas del fondo.


Tras comer con Anatoli, nos dirigimos a un valle cercano, Jeti Oguz, muy popular entre los domingueros, como atestigua el sinfín de basura que nos topamos en un breve paseo. Apesadumbrado, Anatoli se entretiene en recoger botellas, plásticos y latas en una gran bolsa de basura. Nos da tanta rabia que terminamos el paseo y le ayudamos. Haría falta un ejército para limpiar el monte, y tampoco vendría mal un francotirador que escarmentase a los muchos automovilistas que arrojan botellas por la ventanilla.

Los siete toros.

El valle de Jeti Oguz.

Rocío y Anatoli con el trofeo a la limpieza.

A orillas del Issik-kul.
Los del fondo son bañistas.

Llegando a Bononkaevo.



Llegamos a Bonkoaevo, donde, una vez instalados en una yurta, nos vamos con Talgar y Tumara. Tumara es un águila real hembra (entre las rapaces las hembras son más grandes que los machos) de nueve años, dos veces campeona de Kirguistán. Talpan la cogió del monte y la tendrá consigo unos veinte años. Luego la liberará, aunque siendo ya vieja al águila ya no le quede mucha esperanza de vida. Tumara ha procurado a su dueño muchos premios y regalos.

Al llegar a la campa donde se propone volarla nos topamos con Irina, zoóloga alemana que viaja sola a la que antes ahorramos un trecho de caminata con el coche. La invitamos al espectáculo y acepta encantada. Un pobre conejo doméstico, que apenas acierta a dar dos pasos chillando antes de que el águila se le eche encima, es el involuntario coprotagonista. Aún se queja cuando Tumara empieza a despedazarlo vivo.

Talgar nos explica que en los campeonatos se cazan zorros y también lobos. Los lobos son ejemplares jóvenes, de en torno a quince kilos, a los que las águilas abaten con una garra cerrándoles el hocico y la otra estrangulándoles la garganta. Según Talpan, el lobo sucumbe en no más de un par de minutos. Otro vuelo de exhibición del águila y nos volvemos todos al campamento.

Talgar y Tumara.

Rocío a punto de salir volando.

El conejo antes de conocer a Tumara.

Y después.

Las aventuras con la fauna local no han terminado: al acostarnos la yurta está repleta de pequeños escarabajos negros. No le damos importancia y nos echamos a dormir, pero deben ser cientos, andan por todas partes y no pocos deciden aterrizar o pasearse por nuestras caras. A los diez minutos de sacudirnos bichos de la cabeza desistimos. Las mujeres de la casa confirman que se trata de una explosión escarabajil que se produce todos los años. Hemos tenido la suerte de que fuese justo hoy y en nuestra yurta. Menos mal que hay otra libre a la que trasladarnos. En esta, cerca del ganado de la casa, el único problema son los mosquitos, pero una generosa rociada de repelente basta para resolverlo. A dormir.

Después de darles los buenos días a los escarabajos.



Abrazos para todos.

6 comentarios:

  1. Esto ya es otra cosa, otro paisaje. Y justo el día de mi cumple me hace una ilusión enorme leer cosas tan bonitas. Un abrazo, hermano, y besos para la intrépida coaventurera

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  2. ¡Olé! Después de un mes sin ver el blog (seguimos con kk internet) ya me he puesto al día con todo. ¡Qué envidia que me dáis!

    Muchos besos y abrazos

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  3. Desde la asociación por los derechos del conejo quiero protestar por las duras imágenes que has colgado en esta entrada del blog. ¿Es que las águilas son mejores que nosotros? ¿Acaso no tenemos alma e hipoteca como todo el mundo?

    Venga va, besos y abrazos a los dos. Que me dáis nostalgia y esas cosas.

    Fran

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  4. Rocío lleva una camiseta chulísima! Y los asuntos propios han mejorado tu humor, jajjajaj. Ya no te peleas con nadie. Vaya rollo! Jajjajjaja

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  5. Queridos escribiente y compañera y a sus familias y demás lectores:
    Por estos lares (Cantabria y, en particular, por Cabarceno) las exhibiciones de cetrería se hacen con trozos de carne (muerta y poco sanguinolenta). De otra manera, el efecto en los infantes (y en las asociaciones conejiles, como comentaba el compañero) sería de no te menees. Me he evitado el contarles a los nenes esta parte de vuestras andanzas.
    Para aquellos de cultura limitada (es mi caso) la información sobre el tal Przevalski en la Wikipedia puede serles de interés: http://en.wikipedia.org/wiki/Nikolay_Przhevalsky
    A seguir bien amigos, besos y abrazos,
    JA

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  6. Ayyyy, pobre conejillo ; desde luego fue un espectáculo dantesco y lo peor es que fue con nosotros en el coche antes de salir al ruedo...Lamentable, ni siquiera huyó.
    Besos a todos.
    Rocío.

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