viernes, 24 de agosto de 2012

XVII. Kirguistán (iii).

Queridos lectores:

Tras desayunar y asistir al rodeo de los caballos de la granja en la que hemos pernoctado (24.07.12), seguimos camino, bordeando la orilla sur del lago Issik-kul, donde paramos a remojarnos los pies en una playa bastante concurrida y a comprar un montón de albaricoques por dos duros. Aunque las distancias kilométricas no son grandes, el pésimo estado de las carreteras exige muchísimo tiempo para cualquier traslado.


En la oficina de la organización de Kochkor recogemos a nuestro nuevo guía: Asamat, un muchacho de veinte años mal contados que nos acompañará los próximos cuatro días. Anatoli nos deja en una yurta familiar en el campo, donde comemos lo de siempre antes de ponernos en marcha. Llueve bastante, pero como no tiene visos de parar no queda más remedio que salir. La ropa que llevamos no es mala, pero no puede aguantar más de una hora de aguacero intenso, por lo que confiamos en que el tiempo nos dé un respiro.

Aunque estudia ingeniería quimíca (sea esto lo que fuere), según nos advierte enseguida, la pasión de Asamat es el fútbol. Por no defraudarle como compatriota de la recién campeona de Europa, intento satisfacer su interés sobre los jugadores españoles siguiendo su conversación, pero en cuanto agoto la docena de nombres que conozco, mi ignorancia balompédica queda al descubierto. En vista de lo cual, Asamat aprieta el paso y nos saca, para variar, una tremenda distancia. Un pastor a caballo que va a recoger las ovejas, ofrece a Rocío remontar el puerto a la grupa, pero Rocío rehúsa. A mí no me ofrece nada, así que me ahorro tener que decidir.
Asamat y Rocío, tras la lluvia.


Y el paisaje que vamos dejando atrás.


Nos ha llovido bastante, pero una vez coronamos el puerto el tiempo mejora y acabamos por llegar secos a nuestro destino, unas cuantas horas más adelante. Otro campamento de yurtas de pastores. Allí ya están Tom, canadiense, y Bernard y Marta, húngaros, venidos en montura con otro guía. Cenamos también lo de siempre, y nos reímos con las ocurrencias de Tom. Aprendemos que una yurta se monta en no más de una hora, por varias personas, y que desmontada puede ser transportada en un solo caballo. Lo comentamos asombrados. Tom, que se dedica a la reforma de casas en Holanda, asiente: es partidario de que toda casa sea portable a lomos de un solo caballo.

El guía del otro grupo, la señora de la casa sirviendo té del samovar,
Bernard, Marta, Asamat, un servidor y Tom.

Tras mi paso por Hungría en abril, pregunto a Bernard y Marta acerca de su país. Bernard y sus amigos están a favor de las medidas de sus gobernantes, censuradas en Bruselas por antidemocráticas; creen que la identidad misma de los húngaros está en peligro, aunque la Unión Europea no lo entienda, y es menester defenderla con decisión. Como prefiero reirme con las bromas de Tom antes que discutir sobre nacionalismos, dejo morir la conversación. Sin escarabajos, hoy dormimos todos juntos en la yurta.


Salimos todos a la vez, Marta, Bernard y Tom a caballo con su guía, y nosotros a pie, procurando no perder de vista al célere Asamat, que más que guía ejerce de trazador en la distancia. Para no perder la costumbre, cuando empezamos a remontar la ladera se desatan los cielos: lluvia generosa primero, y granizo concentrado después. Calados hasta los huesos llegamos al alto. Por fortuna se repite el ciclo de la víspera y en el descenso hacia el lago de Songkul, a tres mil y pico metros de altitud, nos vamos secando.

 Flor de las nieves (edelweiss): las había a montones.

Botella vacía de vodka: 
también a montones, y sin límites altitudinales.



El paisaje aquí es de praderíos sin fin. No hay árboles ni montañas escarpadas, más que algunas al fondo de la otra orilla, lejana. El lago, muy grande aunque lejos de las dimensiones del Issik-kul, es zona de pastos veraniegos para ganado equino y lanar, y abundan las yurtas de pastores en temporada.

Se nos nota en baja forma; llegamos más cansados de la cuenta a nuestro primer destino: un grupo de yurtas cerca de la orilla del lago. Es un centro de parada para todos los grupos de turistas que viajan con la agencia. Unos cuantos andan tomando el sol afuera, otros repasan sus mochilas antes de reanudar la marcha. A lo lejos vemos a Tom y los demás a caballo, seguro que ya han comido y siguen viaje. Pensábamos que coincidiríamos con ellos por la noche, pero tomaron otro camino. Comemos bien aunque no variado, y salimos a aprovechar el sol del mediodía con una siesta apresurada. Al rato Asamat nos pone en marcha: todavía nos quedan unas horas para acabar la jornada.
 
Por ahí viene Rocío.

Vamos bordeando el lago, entre caballos, jinetes y yurtas, disfrutando de la buena tarde que ha quedado. Nuestra yurta está en el fondo de un pequeño y concurrido valle que desemboca en el lago; rebaños de ovejas, perros y caballos sueltos completan el paisaje. Sin contar con las letrinas: cada familia excava la suya, poco profunda y que con el paso de la gente se convierte en una ineludible incomodidad. Llegamos con tiempo para descansar y dar un breve paseo por las peñas, donde divisamos algunos ratoneros calzados.





Ajedrez y libro electrónico: la bomba.




Belleza por todas partes.

En ausencia de la madre, de viaje en el pueblo, las responsabilidades domésticas de la yurta recaen en la hija, que es muy amable. Es costumbre que, en las comidas, una mujer se quede junto a la mesa para servir té a los comensales. Así las cosas, intentamos entretener a nuestra jovencísima anfitriona con la ayuda de Asamat como intérprete, pero de su timidez sólo conseguimos sonsacar que tiene una amiga de su edad en la yurta vecina y que le gustan, como era de esperar, la misma música moderna y las mismas películas que a las chicas de su edad en España.

Pasamos la noche sin novedad.


Falta la madre.

Tras desayunar y retratarnos con nuestros anfitriones, emprendemos camino los tres. Hoy (26.07.12) seguiremos la orilla del lago hacia el Oeste, por lo que no habrá grandes desniveles que salvar, más allá de algunas ondulaciones del terreno. El día ha amanecido encapotado aunque de momento aguanta. Asamat abandona el camino para ceñirse a la orilla, pero llega a la boca de una pequeña albufera que no podremos salvar sin mojarnos. Se disculpa y propone desandar un trecho: no, no, somos unos valientes y no retrocederemos. Para su desgracia, Asamat averigua, hundiéndose en él, que el fondo es muy cenagoso; yo lo vadeo descalzo, y Rocío atravesando una barca que Asamat le acerca desde el otro lado.

 
No es el mar, sino Songkul.

La marismilla insidiosa.


Por ahí se escapa Asamat.
Menos mal que llevábamos prismáticos.

La jornada debía ser de unas tres horas pero Asamat descubre preguntando en una yurta que no: la familia que ha de alojarnos ha desplazado el campamento este año, sin que lo supieran en la central, y tardaremos el doble. No habría problema si no fuera porque a mitad de camino se desata una tremenda granizada. No hay árbol ni roca bajo los que refugiarse. Hasta que no estamos calados hasta los huesos no divisamos, muy lejos, una yurta en la que pedir cobijo.

Pese a que estamos empapados y ponemos todo perdido de agua, nos reciben muy acogedores, con té caliente y colines de pan duros como piedras, pero colines al fin y al cabo. Incluso nos dejan algunas chamarras para que nos abriguemos. Asamat dialoga con el pater familias, que tiene un todoterreno estupendo con el que acercarnos a nuestro destino, visto que sigue el aguacero y que nos quedan al menos tres horas a pie bajo la lluvia.

Cuando escampa mínimamente reanudamos la marcha, pero no con nuestro anfitrión, que pedía un dinero por llevarnos aunque rechazó elegantemente una propina por el té y las molestias, sino con otros vecinos. Son tres pescadores: uno ha de recoger unos animales, revisar unas artes de pesca los otros dos. Se ofrecen a llevarnos gratis, según nos cuenta Asamat, que ha negociado con ambas partes por su cuenta, y nos parece una buena idea. O no tanto cuando subimos al coche: un Lada resucitado del desguace, sin parabrisas delantero, ni nada que no sea el motor, el chasis metálico mondo y lirondo, y el volante. Por no tener no tiene ni asiento del acompañante. Ya subidos en él nos enteramos de que el trato es dejarnos a mitad del trayecto. Ya no parece ni medio bueno. ¿No habría sido mejor pagarle al anfitrión y que nos llevase en su brillante coche? Demasiado tarde, sentencia Asamat.

La limusina bucólica.

Esperando a que escampe un poco.

Disfrutando de la lluvia.

Tras dejar al primero de los hombres al rato, damos media vuelta con el coche para ponernos a sotavento de la lluvia, que ha recobrado fuerza y, en ausencia de parabrisas, se ha hecho demasiado intensa incluso para los espartanos pescadores. Media hora y un par de pitillos (los pescadores) después seguimos camino hasta que toca apearse. Tenemos suerte y para de llover. Como nos queda aún hora y media nos da tiempo a secarnos con el sol que ahora luce entre nubes.
 

Un respiro entre tormentas.

Nada más instalarnos en la yurta arranca a granizar de nuevo. Una docena de belgas llega apenas un par de minutos después de comenzada la tormenta. Como ellos son muchos, nosotros pocos, y sólo hay dos yurtas, su guía nos pregunta si estamos dispuestos a alojar a algunos de ellos en la nuestra. Por supuesto, no hay problema. Conocemos así a Koen, Nicolás, y otros compañeros suyos, que cenan ya con nosotros. A la sobremesa y juegos de naipes se apunta el resto del grupo, todos muy simpáticos.

No es una radio de la Segunda Guerra Mundial lo que manipula Koen, 
sino una batería eléctrica china.

Vienen de hacer trekking por la China, al otro lado de la frontera. Nos dicen que el país es bellísimo y la fisonomía de sus habitantes, los uigures, claramente  distinta de la de los chinos propiamente dichos. De hecho, la provincia tiene vínculos históricos más próximos a las actuales Kirguistán y Uzbequistán, que a la China. En el curso del Gran Juego, rusos y británicos rehusaron reconocer la independencia del janato de Kashgar para evitar el desmoronamiento del imperio chino, sumamente debilitado por las potencias occidentales pero necesario para sus intereses en la zona. Nuestros amigos belgas nos contaban que los uigures se mostraban muy reivindicativos y críticos con el gobierno chino y su pertenencia al país. En otro orden de cosas, Koen quiere saber qué ha sido, hasta el momento, lo mejor de mi viaje. Para mi sorpresa, pues yo siempre había creído que lo más interesante eran los lugares, lo mejor ha sido la gente, tanta y tan buena, que he conocido.

La etapa del día siguiente (27.07.12) es la misma para belgas y nosotros, por lo que nos unimos. Como ellos llevan una furgoneta de apoyo, aprovechamos para que nos baje parte de la impedimenta, aunque es poca.

En el camino departimos con Koen y Nicolás, sobre todo. Koen es flautista y organiza viajes como éste en sus vacaciones para una agencia belga. Nicolás trabaja para la Unión Europea y ha recorrido ya buena parte de Asia haciendo trekking. Por no dejar de hacer pleno, hoy también nos llueve mientras subimos hasta el collado, antes de iniciar la bajada al valle, donde nos espera la furgoneta de los belgas para llevarnos a Kyzart, a comer. Lluvia y niebla, pero poco persistentes, por lo que no llegamos a empaparnos, lo cual constituye una novedad. Rocío cuenta además con una añorada ventaja, pues una de las chicas le ha prestado sus bastones.
 
Visitante en la yurta.

 Incautos: aún no llovía.

 
Adiós al lago.


El paisaje, como los días anteriores, es bellísimo y muy amplio, sin árboles pero con vegetación que se hace más tupida a media ladera. Como es habitual, de vez en cuando nos sobrevuelan ratoneros calzados. Con algunas collalbas, gorriones alpinos que ejercen de domésticos junto a las yurtas, y algún que otro cuervo, completan la fauna salvaje de estos días. Por cierto que en el Pamir ví una pareja de tarros canela en uno de los ibones de alta montaña.

Koen y sus muchachos, 
compartiendo el ulianovski.

Nos apiñamos todos en la furgoneta rusa de los belgas, a quienes devolvemos el favor después de comer llevando a varios de ellos hasta Kochkor (por comodidad) en la nuestra. Tras instalarnos y cenar por separado, nosotros en casa de una profesora de matemáticas jubilada y su marido, execonomista, nos reunimos de nuevo en el bar restaurante Vizit, lo mejor del pueblo. Sobre cada una de las mesas hay una hoja grande de papel atrapamoscas, y sobre cada hoja un montón de moscas muertas que sugieren eficacia y larga duración en el invento, y falta de elegancia en los gerentes. Como la nevera del local está mal surtida de cerveza, Koen sugiere a la camarera que, con el dinero que le anticipamos, compre varias rondas de materia prima bien fresquita para los catorce. Rondas de las que damos cuenta sin grandes esfuerzos y en animada conversación. Buenos chicos estos belgas. Así termina el día.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Ya me preocupaba que no viérais ningún tarro canela....Estupenda etapa...ya era hora, nos tienes a dieta.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta mucho la limusina bucólica; muy propia para un Costra Tour. El único fallo que le veo es que puedan entrar los leones por el parabrisas, pero quitando esa minucia, así sí.

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado vuestro blog. Y nos gustaria publicar esta parte del diario en nuestra revista digital. La revista en cuestion se llama "El Quincenal de Hungria",y la hacemos en espanol desde Budapest. Nos autorizarias a publicarla? Muchisimas gracias,

    Sebastian Santos
    Editor
    El Quincenal de Hungria
    http://www.quincenal.hu

    ResponderEliminar