domingo, 2 de diciembre de 2012

XXV. Laos (vi).

Queridos lectores:

Tras dejar cuanto no me hiciese falta para estos dos días en la consigna del hotel, caminé hasta la agencia. (14.11.12). Pronto aparecieron Manuel, español, y Claudia, alemana, seguidos del guía, Xay. Buen comienzo: ser tres abarata el precio, lo cual se agradece. Tras una breve presentación subimos todos a la furgoneta y salimos de la ciudad. Antes de abandonarla paramos a comprar algo de alimento en un mercado local. Mientras Claudia y Xay negociaban con los tenderos, Manuel y un servidor comentábamos cosas de casa. Era una alegría poder expresarme en español, cosa infrecuente salvo por mis llamadas a Rocío, y en especial porque pronto hicimos buenas migas riéndonos de casi todo.


Ultramarinos a la laosiana.

Xay es psicólogo, aunque lleva un par de años como guía turístico por falta de oportunidades en lo suyo. Las cosas no están mal en general en Laos, dice, pero la corrupción lo inunda todo, en especial en la capital. Para conseguir un buen empleo hay que tener buenos contactos o dinero para comprarlos. Por eso está aquí, aunque no desespera y aún es optimista.

En un par de horas largas llegamos a Banan, el pueblo que limita con el parque. Manuel y un servidor, que nos las prometíamos muy felices, descubrimos que hemos de acarrear el agua para los dos días. Adiós a la mochililla ligera. Tramitamos el permiso correspondiente a la entrada del parque, vemos los viejos carteles que avisan de la presencia de elefantes y otros consejos para visitantes y echamos a caminar a mediodía, con mucho calor.

Además de Xay nos acompañan dos aldeanos. Hablando con ellos pronto descubrimos que no se han visto elefantes en esta zona desde hace muchos, pero que muchos meses y, en la práctica, los lugareños los descartan por entero. No obstante, la selva sigue siendo la selva y reina el buen humor en la partida. Claudia es una ejecutiva financiera que trabajaba en la China y está de vacaciones antes de volver a Alemania. Manuel es biólogo pero se dedica a la vida contemplativa y a organizar algunas actividades culturales en la Rioja. Los aldeanos, además del turismo, se dedican a la cestería artesanal, algo por lo que el pueblo es conocido. Cuando lo recorrimos todo el mundo hacía cestas u otros trastos a la puerta de casa: hombres y mujeres.

Al poco de echar a andar una señal avisa de que entramos en territorio de elefantes, pero no nos la creemos. Xay asegura que hace un semestre se vieron. En una ocasión. No nos amilanamos y seguimos la excursión con el mejor de los humores. Entrados ya en la selva, hemos de llegar a una torre de observación donde pasaremos la noche.

La torre da a un claro alargado, junto a un arroyo, al que en tiempos los elefantes le tuvieron querencia por lamer los minerales que allí afloran. Hoy no hay nadie. Ni elefantes ni ningún otro animal. Por no haber, no hay ni pájaros. Se sube por una escala abatible de metal que los guías recuperan usando un polipasto. La torre es amplia y en un rincón hay carteles sobre los elefantes: la población, que se calcula en no más de unas tres o cuatro docenas, costumbres y peligros. En 2006 mataron a un aldeano por aquí. Puede que no se dejen ver, pero mejor no tener un encuentro demasiado cercano.

El riesgo es inexistente, aunque haberlos, haylos.

Los dos guías locales, un servidor, Claudia y Manuel.

La torre de observación de ¿elefantes?
 
El cráneo es auténtico.

El claro al que tenían que haber venido los paquidermos.

Los guías nos preparan una suculenta comida, con arroz pegajoso y carne. Cuando estamos acabando llegan, con sus propios guías, Carol y Patricia, españolas, y poco después Armelle y Marie, francesas. La torre se llena. Nos presentamos todos y, conocidas mis circunstancias, recibo una inesperada iuvitación: Carol y Patricia me ofrecen un poco de jamón ibérico en la selva laosiana. Se lo agradezco de corazón, sé que es un sacrificio separarse de un tesoro así. Una vez instalados todos, nosotros tres salimos con Xay y otro guía a explorar esta selva procelosa nunca antes hollada por seres humanos. Eso me digo mentalmente para darle emoción, pero es más bien un paseo tranquilo por los caminos locales. El paisaje es muy cerrado, con vegetación muy alta, hace mucho calor y una humedad agobiante. Topamos un par de veces con leñadores clandestinos que retiran en carro grandes pedazos de tronco. Más tarde oiremos también alguna sierra mecánica en la distancia. No es de extrañar que los elefantes hayan emigrado. Tras algo más de una hora, llegamos a un arroyo muy ameno con una pequeña cascada. ¡Albricias! En una piscina natural nos refrescamos y nadamos a gusto. Tenemos incluso unas pequeñas gradas en las que masajearnos con el agua que viene en tromba. Caminar con esta humedad y este calor es extremadamente fatigoso, mucho más de lo que se podría creer. No exagero. Incluso para ellos es cansado, aunque no tanto, claro está.

Xay con la comida.

Criptofauna en la cascada: no sé qué o quién puede ser.

También hay fuegos.


Completamos otros cuantos kilómetros sin nada que reseñar más que las infinitas tonterías con que nos divertimos todos, descartada ya toda posibilidad de topar con elefantes, y que me encontré un abanico en una piedra.

De regreso en la torre, las otras chicas también han vuelto de pasear, cada cual por su lado, pero aparte de algún pájaro extraviado e insectos, nadie ha visto animales. Con un ojo aún pendiente de que pudiera aparecer algo, nunca se sabe y la esperanza es lo último que hay que perder, socializamos. Armelle y Marie son enfermeras bordelesas y muy jóvenes. Para Marie es su primer viaje fuera de Europa. Armelle trabajó seis meses en la India y se la ve más curtida. Están muy contentas de la experiencia y haciendo planes para repetir en cuanto puedan. Carol  se dedica a educación especial y Patricia a diseño de páginas de internet.  Para enorme sorpresa mía, Carol me pregunta si no escribo un blog. Pues sí, respondo intentando mantener la compostura. ¿No me digas que lo has leído alguna vez? Posiblemente, hemos leído tantos blogs de viaje antes de venir, que es muy posible que también hayamos visto el tuyo. Me siento entre halagado y avergonzado: ¡con las tonterías que escribo! Me apresuro a aclarar torpemente que escribo para los amigos y la familia, y que no pretendo más que dar cuenta de mis andanzas, sin más. Excusatio non petita, acusatio manifesta, pero Carol y Patricia son muy compasivas y no me torturan, aunque bien hubieran podido.

Cenamos todos juntos, aunque no revueltos, y hacemos sobremesa incluyendo a los guías, a quienes se ve muy relajados y entretenidos, siendo como son un montón aquí arriba. La única observación zoológica es una pequeña ardilla que de un árbol cercano trepa a la pértiga en que los guardas han espetado un plátano. Contemplamos todos la ardilla a la luz de una linterna extasiados como si se tratase de los propios elefantes. Con qué poco se contenta uno llegado el caso. Hay también alguna salamanquesa. Más bien la madre o el padre de todas las salamanquesas: con una cabeza como media mano, se esconde tras un panel de la torre, pero es un bicho de al menos palmo y medio.

Para dormir, los guías extienden unas esteras en el suelo y, sobre ellas, varias mosqiteras grandes. Hay que apretujarse: guías a un lado y turistas al otro. Cuando tras un momento de aseo regreso a la torre para acostarme, conozco mi suerte: cinco chicas y dos chicos y estoy en la esquina contra Manuel y sus barbas. Mientras no ronque no pasa nada: hemos venido a ver elefantes y a dormir, por ese orden, así que a dormir se ha dicho.

Mosquiteras antielefantes.

Carol, Marie, un servidor, un guía, Patricia, Xay, Manuel, Armelle y Claudia. 
Abajo, tres guías más cuyos nombres tampoco supe registrar. Mis disculpas para con ellos.

Amanezco antes que nadie, con las primeras luces y deseoso de terminar mi porfía con el bueno de Manuel por el exiguo extremo de estera que compartimos (15.11.12). Hago mis abluciones matutinas en un breve paseo junto al arroyo, desde el que me llega el sonido de algunos chapoteos, ¿será algún animalillo? Un carraspeo cavernoso me aclara que no: es otro de los guías.

Tras el desayuno tocan las despedidas anticipadas: Carol y Patricia quieren seguir rumbo al sur, y les conviene salir antes para no perder la oportunidad de parar el único autobús que pasará por la carretera esta mañana. Marie y Armelle quieren volver a Vientiane, pero no tienen medios propios. Tras consultarlo con Claudia y Manuel, les ofrecemos llevarlas y aceptan encantadas. Organizamos una sesión fotográfica en la torre, a la que los guías añaden danzas típicas, encantados de alternar con las turistas. Marie y Armelle además graban un vídeo musical de sus andanzas, por lo que a la voz correspondiente nos contorsionamos todos ante la cámara sin la música que vendrá después, se supone. Acabados estos indispensables preparativos, nos separamos de Patricia y Carol y salimos a dar otra vuelta.

Hace algo menos de calor que ayer por la tarde, pero sigue siendo muy cansado. Tras unas horas llegamos a otro arroyo. Hay sólo un poza muy vertical en la que como mucho caben dos o tres personas codo con codo. Por riguroso turno nos bañamos Manuel y un servidor, y cuando le toca a Claudia le apartamos los insectos acuáticos que, según su expresión, amenazan con devorarla. Algunos guías se apuntan al baño después de comer. Más paseo por la jungla. No hemos visto más que un par de pájaros y muchos insectos: brillantes escarabajos de color verde que han dejado ya esta vida para reencarnarse en otra cosa, si es que Buda estaba en lo cierto. O simplemente se han muerto, si lo está un servidor.

Salvamos un riachuelo haciendo equilibrios sobre un tronco. Marie y Armelle cruzan como si nada, también Manuel. A Claudia un guía le echa una mano, y ya puestos también un servidor acepta la ayuda. Será el calor y la humedad, será cobardía o será lo que sea, pero hoy no las tengo todas conmigo y prefiero no arriesgar un chapuzón con mochila y todo. Algo más tarde, cuando ya casi acabamos el paseo, un resbalón por la roca mojada me da la razón: allá va mi pie derecho, con zapatilla y todo, a una poza de agua estancada. Una mínima raspadura en la rodilla izquierda moviliza todos nuestros recursos sanitarios. A saber: dos enfermeras tituladas francesas con botiquín, y el botiquín propio de Xay. Con temeraria gallardía rehúso todo lo que no sea una superficial limpieza de la herida y un tirita. Marie insiste: no, no, puede ser peligroso, soy enfermera y digo que te han de evacuar en helicóptero, conmigo para supervisarte. Me río: y con un batido de plátano de los que dices sueles desayunar, ¿no? ¡Por supuesto!

Marie no le teme a nada.

No hay helicóptero, sino chanclas de goma con las que reemplazo la zapatilla empapada en agua pútrida. Se demuestra por enésima vez cuán superfluas son tantas cosas que en la sociedad de consumo nos empeñamos por considerar útiles. Además, con las chanclas no hace falta vadear ningún charco, se pisa fuerte y se disfruta del agua en los pies mirando con complicidad a los guías, que calzan todos el mismo modelo. Una breve parada en la aldea para recomponernos y despedirnos de los lugareños, y todos a la furgoneta. Nos esperan dos horas hasta Vientiane. Xay nos pide opinión sobre la excursión y se la doy. No deberíais anunciarla hablando de ver elefantes con un cincuenta por ciento de probabilidades cuando sabéis que no es cierto. Lo hemos pasado muy bien porque había muy buen ambiente entre todos los turistas y los guías, y nos hemos reído mucho, pero de ver animales en la selva, nada de nada. No menciono que él ni siquiera es naturalista. Un azorado Xay intenta justificarse tímidamente. No te preocupes, le tranquilizo, no es responsabilidad directa tuya, pero puesto que representas a la agencia aquí y ahora, y me preguntas, te respondo sinceramente. Manuel es de la misma opinión. Claudia prefiere no atosigar al muchacho. Como no es su guerra, Marie y Armelle guardan un prudente silencio.

Ya en Vientiane nos despedimos de Xay y los extranjeros nos emplazamos para cenar. Regreso al hotel y empleo el tiempo en indagar sobre transporte a Pakse. Hay algún vuelo diario, pero parece que no quedan plazas. Puedo ir en autobús nocturno, incluso hoy mismo, pero quiero descansar, cenar con los amigos y dormir tranquilamente. Ya se verá por la mañana. Me acerco a ver el atardecer sobre el Mekong, y marcho luego a la cita.

Manuel llega el primero. Marie y Armelle se han excusado ante él por estar demasiado cansadas. Mientras esperamos a Claudia, un travesti se nos ofrece. No, gracias. Insiste con un ademán rápido de agarrarme de algún lado que rechazo con buenos reflejos y sin necesidad de violencia pero, ¡qué manía le ha entrado a todo el mundo por echarme la mano encima!

Ya reunidos los tres cenamos en un restaurante japonés, con animada conversación que seguimos luego en un bar mexicano con unas cuantas cervezas. La selva es muy bonita, pero que no se diga que no sabemos apreciar las comodidades urbanas.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Muy bien esos reflejos de karateka, que se note el cinturón negro segundo Dan...

    ResponderEliminar
  2. Reflejos de karateka que le valieron un resbalón en una poza, vamos como cuando se dejó la zapatilla en el fango de camino al Masai Mara...ciertas cosas no cambian, jaja.

    ResponderEliminar
  3. Y con la lengua entre los dientes.
    Oh, yo esperaba ver alguna foto de elefantes. Lástima.

    ResponderEliminar