jueves, 13 de diciembre de 2012

XXVI.- Camboya (i).

Queridos lectores:

En el desayuno me despedí de Christine, Jacques y Alessandro (20.11.12). Emma y un servidor íbamos a continuar viaje hasta Camboya, donde nos separaríamos en la primera ciudad. Cruzamos en barca con otro par de turistas, y esperamos largo y tendido bajo un cobertizo a que viniera el autobús de línea. Nosotros y el barquero desleal de dos días atrás, que andaba por allí e incluso se atrevió a dirigirnos la palabra. Villano.

Llegó una tartana repleta de turistas aletargados y nos condujo hasta Don Khon (el pueblo a los setenta y cinco kilómetros abreviados). Allí los que íbamos a Camboya rellenamos formularios para los visados y cambiamos a otro vehículo más grande. Más conducción hasta la frontera, donde un encargado recoge los pasaportes, nos apea bajo el sol inclemente de media mañana, y nos indica que caminemos para esperarle al otro lado. Aunque se demoró un poco, el trámite fronterizo fue resuelto sin que los viajeros tuviéramos que comparecer. Ya de nuevo en el autobús, un policía revisó someramente los pasaportes y todos contentos. Bienvenidos a Camboya.

El del centro es mi pie, lo de la derecha, una montaña de mochilas 
que amenazaba con sepultar al conductor en cualquier curva.

El chiringuito de espera en la frontera.

Una hora más de conducción y llegamos a Stung Treng, el primer pueblo de cierto tamaño. Me apeo, me despido de Emma que sigue hacia el sur, y me dispongo a esperar en un restaurante el otro autobús que me ha de llevar a mi destino final, Banlung, en el nordeste del país. Un grupo de jóvenes franceses también aguarda el mismo autobús, al otro lado del restaurante. Hago tiempo leyendo hasta que por fín aparece el coche pasadas unas horas.

 
Stung Treng.

La carretera general en Stung Treng.

Sorprendentemente, la carretera que une Stung Treng con Banlung está prácticamente nueva y hacemos un buen promedio de velocidad en dos horas. Días después sabré que está construida con dinero vietnamita, pues es la principal vía de comunicación terrestre entre ambos países, y a la pujante Vietnam le interesa el mercado camboyano. La carretera general que une Stung Treng con la capital, Phnom Penh es sin embargo un verdadero desastre, como también conoceré de primera mano en un par de días.

Llegamos a la estación de autobuses y unos cuantos motoristas y taxistas se abalanzan sobre los cinco franceses y un servidor para vendernos sus respectivos hoteles y el paseo de unos pocos kilómetros hasta la ciudad. El billete de autobús incluía el traslado en motocarro a la ciudad, pero el conductor anda enzarzado en no sé qué conversaciones en camboyano y no hace más que dilatar la partida sin motivo aparente. No tengo especial prisa pero tampoco deseo eternizarme en la fea estación.con un chaval con cara de espabilado y moto para que me lleve y me despido del motocarro.

Hacemos la ronda por los principales hoteles del pueblo. Los buenos o agradables están llenos (no es tanta la oferta en este rincón del país), y tras no pocas vueltas finalmente acabo en un hotel venido a menos. En tiempos, y no hará tanto, debió ser muy bueno, pero el concepto de mantenimiento les ha debido ser ajeno y, por ejemplo, el estanque ornamental junto a la recepción es una charca verdosa del que las ranas probablemente salgan con sarna. El precio de la habitación se encarece si en vez de ventilador se prefiere aire acondicionado. No por ahorrarme un par de dólares, sino por no exagerar, renuncio al aire acondicionado, ¡viva la aventura en estado puro!

Banlung está cerca del Parque Nacional de Virechoy, en el extremo noreste de Camboya, lindando con Vietnam. Es un parque muy extenso y remoto en el que se pueden incluso quedar los pocos tigres que los furtivos no hayan matado aún. En el hotel pregunto por una bicicleta con la que indagar esta misma tarde. La única que tienen no sirve ni para chatarra. Renuncio y alquilo una motocicleta en la tienda de al lado.

Paro en el café de un holandés afincado aquí que ofrece servicios turísticos. El hombre, muy amable y desinteresado, me explica: el parque está a dos jornadas de marcha, por lo que para visitarlo hay que contar con varios días enteros. Sólo el personal del parque puede organizar excursiones allá, cuestan un montón de dinero por persona y día, y apenas se penetra en el territorio por lo que sólo con mucha suerte se puede llegar a ver animales interesantes. Él mismo organiza excursiones de dos o tres días en el preparque, donde las oportunidades de avistar algo son igual de escasas, pero son también muy caras para una persona sola y no tiene ningún grupo previsto al que pudiera sumarme. Cito esto como muestra de las adversidades prácticas de viajar solo a la naturaleza.

Tras sacar algunos dólares del cajero automático (los dólares estadounidenses son la moneda habitual, la divisa nacional queda relegada para el cambio de pequeña denominación) me doy un paseo por el pueblo. En algunas calles me da la sensación total de estar en África. Con sólo cambiar a los nativos y los rótulos en camboyano, el efecto sería completo.

Ceno en un restaurante cercano al hotel, donde un joven estadounidense me pregunta por un misterioso bosque sumergido. Por un momento me siento como Humphrey Bogart en "El tesoro de Sierra Madre". No tengo ni idea, pero suena muy atractivo. En internet no viene nada específico, como ya sabía mi inquisidor, pero sí unas fotografías genéricas. Mientras rumio la cena rumio la información. Rocío y un servidor ya estuvimos en Camboya con ocasión de un viaje a Vietnam hace más de un decenio. Las fotografías me dan la clave y comparto orgulloso mis deducciones con el americano y su chica. El lago que forma el río Tonle Sap crece enormemente con las lluvias y anega el suelo en torno a los árboles circundantes, lo cual resulta en la apariencia del bosque sumergido. Eso fue lo que vimos en parte Rocío y quien suscribe, aunque no fuera época de lluvias entonces. El americano parece satisfecho con la explicación y un servidor se siente el más sagaz de los exploradores: mi admirado Przhewalski estaría orgulloso.

Es digno de mención que el curso del río Tonle Sap cambia de sentido todos los años cuando el lago crece con las lluvias. Es un fenómeno único, al parecer: en temporada seca el río fluye hacia el Mekong, pero en la de lluvias desemboca en el propio lago, cuya superficie llega a quintuplicarse. Esto le aporta una gran riqueza piscícola. No es de extrañar, los pobres peces deben andar mareados.

Por la mañana, aprovechando la motocicleta, me cambio de hotel para instalarme en un estupendo lodge con cabañas (21.11.12) que llaman Treetops (algo como "en lo alto de los árboles"). Nada que ver con el afamado Treetops de Kenya, pero está muy bien, en un lugar agradable e infinitamente más barato que su homónimo africano. Me acerco luego a  las oficinas del parque nacional. No saco en claro más que lo mismo que ya supe anoche, y decido desistir del empeño. La experiencia frustrada en Laos está fresca y no me veo con ganas de afrontar otra igual y más cara yendo a que me den vueltas a mí solo.

El siguiente punto del orden del día es visitar el cráter deYeak Laom, ocupado por un lago. Hay quien lo supone originado por el impacto de un meteorito, pues es un círculo perfecto. Tras el paseo en motocicleta, recorro la orilla del lago, precioso y protegido. Los domingueros locales se quedan a merendar en torno a la entrada, y puedo disfrutar de la caminata por la selva. Un profundo e insistente chirrido metálico me empuja más lejos: se trata en realidad de un tipo de cigarra, pero confieso que entonces ni lo sospeché. Tras completar una vuelta entera, me doy un baño. El agua está caliente, pero muy agradable. En la plataforma de madera que le da acceso, un par de jovencitas camboyanas me procura la banda sonora con sus teléfonos móviles y cara de aleladas. Estupendo. Un jovencito, más alelado si cabe, lo acaba de arreglar con su propia musiquilla, enfrente de las chicas. Será que así se liga en Camboya, pondero. Con mi habitual impertinencia, les pregunto en español si no  tienen nada mejor que hacer, pero además de lelos deben ser jugadores de póker, porque siguen impertérritos. Sólo faltaban los franceses, que aparecen de seguido para bañarse en el mismo tramo. Ya estamos todos. Acabada la calma, acabo el baño y me voy.

Fotografía panorámica (he tardado meses en descubrir esta función).

Yeak Laom.


A la entrada los domingueros se entretienen en dar de comer a los macacos salvajes. Me demoro un rato para observarlos y sigo viaje. La siguiente parada es un hotel en un alcor que se supone da sobre el lago. Del lago no se ve nada y del estado del hotel, aparentemente vacío, una vez más deduzco que debió ser un buen establecimiento en su día que nadie ha mantenido en condiciones.

Macaco maleado.

Rica miel en panales.

Gana con la distancia.

De regreso en la carretera general, me acerco a otro lodge también en lo alto de una loma, que se anuncia como refugio de aves. El entorno es un bosque denso en el que efectivamente avisto unos cuantos pájaros nada más entrar. En la terraza del restaurante un educado y aburrido camarero me atiende. No parece que venga mucha gente aquí: el aparcamiento está vacío, y vuelvo a tener la impresión de que hace años el lugar estuvo mejor cuidado. O simplemente cuidado. Como algo de lo poco que me puede ofrecer, y visito la parcela siguiendo un sendero medio cerrado. Con mis prismáticos de bolsillo comprados en Kyoto, veo bastantes pájaros que no puedo identificar por falta de guía, y cuando me quedo contento vuelvo al pueblo.

En vista de lo magnífico de mi alojamiento, he decidido pasar la tarde tumbado a la bartola. Me cuesta vencer mi inquietud, pero me concentro y consigo hilar las horas leyendo plácidamente y observando a los pájaros y las ardillas. Por no moverme, ceno en la terraza del hotel, con cuidado de no apoyar el codo en la barandilla que las hormigas rojas tienen por autopista, y concluyo el día charlando con Rocío. Casi perfecto.

El escenario de una tarde de molicie...

... y su protagonista.

Abrazos para todos.

9 comentarios:

  1. Sí que parece África. Me ha recordado a la frontera de Namanga, entre Tanzania y Kenia. Donde nos comimos aquel pollo tan delicioso, Rocío, el inclito biólogo Ramón, tú y un servidor. Qué mal lo debiste pasar en la tumbona!

    ResponderEliminar
  2. Y sí, he cometido la misma falta que tú; usar deber en vez de deber de.

    ResponderEliminar
  3. Aquí no sólo hay que estar "al loro" para saber cuándo va a aparecer la siguiente entrega, sino que además hay que andar con pies de plomo por si aparece la policía sintáctica y te pilla desprevenido. ¿Está bien la frase?
    Ponderado ese tema (que diría Marco Tulio Cicerón), paso a felicitarte por esas horas de sosiego en la terracita de marras. Así,sí.

    ResponderEliminar
  4. Y detrás de la policía sintáctica aquí viene la ortográfica: abalanzar es con b de balanza, no con v de avalancha... Avrazos a todos!!!

    ResponderEliminar
  5. Las fotografías "panormámicas" son estupendas. Je je... Besos.

    ResponderEliminar
  6. Jajjaa. Bien visto. Es fotografía para mormones.

    ResponderEliminar
  7. Sí, y ahora viene la policía ornitológica: ¡viendo pájaros sin guía! Aaaah, me pongo nervioso sólo de pensarlo. ¿No habrá alguna guía digital de Asia? Voy a investigarlo un poco... Hay otro truco, un poco pesado de hacer pero que a mí me ha servido alguna vez. Fotografiar la guía con la cámara digital y llevar sólo ésta.

    Que sigua usted bien repatingado

    ResponderEliminar