domingo, 16 de diciembre de 2012

XXVI. Camboya (y iii).

Queridos lectores:

Ese mismo día (24.11.12), para volver a casa de Annika, fue un servidor guiando al motorista con el mapa en la mano. No es imprudente aventurar que la mayor parte de la humanidad no sabe entender los mapas. Y no me refiero a chistes machistas. En Camboya y en general en Asia Oriental, no es de buen tono negar cosas a quien pregunta, por lo que normalmente el taxista, el motorista, el recepcionista o quien corresponda asentirá a cualquier cuestión, geográfica o no, sólo para acabar admitiendo que no tiene ni idea con dos preguntas más.

Esa noche nos acompañó en casa de Annika su amigo Chamroeun. Chamroeun es un joven de veintitantos años, profesor de inglés y antiguo jefe de Annika en otra escuela, a quien aquélla ha adoptado como ahijado de facto. Aprovechamos su presencia para conversar sobre la vida en Camboya. Para Chamroeun, como para casi toda la gente de su edad, los Jemeres Rojos son ya sólo una triste historia del pasado que se conserva en la memoria de sus familiares y en hechos como la atascada persecución legal de los responsables. Agua pasada no mueve molino y el principal problema ahora es la corrupción. Chamroeun procede de un pueblo pequeño que hasta hace poco estaba en manos del cacique local, que hacía y deshacía a su antojo. La buena noticia es que lo han podido desalojar tras unas elecciones locales lo suficientemente limpias como para permitir el cambio. Pero la corrupción lo impregna todo y no hay forma de evitarla. La gente está ya harta de que para cualquier cosa haya que pagar peaje a funcionarios corrompidos. La vida en el pueblo no es fácil. A menudo se obliga a las niñas a sacrificar sus estudios por los de sus hermanos varones, cuando no se truncan los de todos para que ayuden con la labor. No existe un sistema de salud pública, cada cual depende de sus propios medios. Tampoco hay ayudas ni seguros cuando las cosechas fallan. Hay que sobrevivir como mejor se pueda hasta la siguiente, con ayuda de la familia o de los vecinos.

Su profesión no está bien remunerada, pero Chamroeun cree fervientemente en su misión educadora y ha venido a Phnom Penh para mejorar sus conocimientos, a lo que contribuye su relación con Annika, para quien el inglés es, desde hace décadas, su idioma natural. La vida es en general difícil en Camboya, aunque es cierto que va mejorando y las oportunidades se van haciendo más accesibles. Un gran problema es la falta de profesorado competente. La devastación de los Jemeres Rojos dejó sin maestros al país, y su formación es por lo general aún deficiente. Annika confirma que el nivel educativo es muy bajo, tanto que ni siquiera hay debida conciencia de ello. Comento la abundancia de aras funerarias en la calle en honor al rey, muerto en octubre, y Chamroeun pronto declara un afecto que parece verdadero. La popularidad del monarca era mucha, según me asegura, y también sus logros, entre los que se incluye alguno de los monumentos que adornan Phnom Penh. Me muerdo la lengua y no propongo debatir sus méritos, pero por lo poco que sé son muy discutibles.

Entre charla y charla, Annika ha cocinado algo de cena, de la que damos cuenta antes de terminar el día, repartidos para dormir por las tres habitaciones de la casa, incluyendo el terrado, donde se está más fresco en esta calurosa ciudad, como de sobra sabe y aprovecha Annika.

Annika y Chamroeun.

A la mañana siguiente, saludo a Chamroeun y, como Annika aún duerme, me bajo al café para conectarme a internet (25.11.12). Annika tiene su clase dominical de camboyano con Limkorng, estudiante de último curso de Derecho. Me avisan a su llegada y, tras la presentaciones, Annika nos cede generosamente su tiempo para que conversemos (Chamroeun ya ha salido a sus asuntos). La todopoderosa corrupción pronto aparece como una de las principales preocupaciones de mi colega en ciernes. También la resignación ante los inacabables procesos judiciales a los Jemeres Rojos. En cuanto al sistema legal, sí, se aprueban muchas y buenas leyes, pero la gente tiene tal desconocimiento de ellas que raramente se aplican. Ni siquiera los funcionarios que han de velar por su cumplimiento están enterados. El código civil camboyano está inspirado en el japonés, y el penal en el francés. Curiosa mezcla. Limkorng se gana la vida de momento como profesor de camboyana e intérprete y traductor. Alberga la esperanza de trabajar como abogado criminalista algún día, o como funcionario, pero hasta eso es difícil, pues la corrupción desvirtúa los méritos personales.

Limkorng dando clase de camboyano a Annika en la terraza.

Limnkorng tiene curiosidad sobre algunas cuestiones de Derecho comparado con el nuestro, y procuro satisfacerla de la mejor manera. Nos vamos enzarzando en discusiones más o menos técnicas y temo robarle a Annika todo su tiempo lectivo, por lo que me despido muy cordialmente de ambos y me marcho a mis quehaceres turísticos.

En moto, con diferencia el mejor medio de transporte en la congestionada Phnom Penh, me acerqué a visitar el Palacio Real. Paso antes por el monumento a la independencia y el de la amistad con Vietnam, en la más rancia tradición comunista: dos soldados vietnamitas protegen a una madre camboyana con su hijo. Hay decretado un luto oficial de tres meses por el difunto rey y no se puede visitar el palacio, aunque sí la Pagoda de Plata y algún otro edificio secundario. El conjunto monumental, más bien moderno, es bastante agradable y me entretiene un buen rato. Me llego luego hasta uno de los cafés del riverfront para comer, y paso la tarde entre el café de enfrente, evitando tomar sus bebedizos de achicoria, ahora que he descubierto la causa del extraño sabor del café, y la casa de Annika. Suerte que no tenía previsto ningún otro paseo. Diluvió esa tarde. El estrépito de la lluvia sobre la cubierta metálica de la casa era increíble.


La gasolina se sirve en botellas de refrescos.

El monumento a la independencia.

 
Los soldados vietnamitas protegen a madre e hijo camboyanos.

Exterior del Palacio Real, con un retrato del rey.

La Pagoda de Plata, a la izquierda.


En el viaje por Laos y Camboya observé un rasgo que compartían la mayoría de los varones. Si las mujeres llevan a menudo las uñas medio largas y pintadas o decoradas (incluso en pueblos pequeños), los hombres suelen dejarse larguísima la del meñique. Sentenciólo Don Quijote:
"En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel escremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero, puerco y extraordinario abuso."
Inmejorable.

 
Macaco en un mercado central.

Acabada la jornada laboral, Annika regresó a casa con Chemroeun, y propuso que fuésemos a cenar a su casa para darme la oportunidad de ver como viven tantos camboyanos. Al bueno de Chemroeun le daba reparo y puso algunas excusas educadas que no prosperaron. Su casa no estaba muy lejos, fuimos en moto y de camino paramos para comprar verduras para la cena.

A su casa se llega atravesando luego a pie callejones sin pavimento ni asfalto, embarrados y encharcados por el aguacero. La basura se acumula junto a un viejo contenedor desbordado que sólo se vacía de tarde en tarde. No hay iluminación y hemos de caminar con cuidado para evitar los charcos más profundos. Las casas son una sucesión de habitaciones independientes de una sola altura con techumbre metálica y una brevísima acera de cemento. Chemroeun comparte la habitación con otro chico, Shokroth, que trabaja en una agencia de viajes. El cuarto es un cubículo sin ventanas, con una puerta, de no más de dos metros y medio de lado. En una de las paredes un vano abre a otro espacio, de menos de una brazada de ancho y largo como el cuarto, en el que un fogón y una pequeña encimera sirven de cocina. Al fondo del mismo espacio, sin separación, un grifo al aire y un retrete a la turca componen el cuarto de baño.

Los únicos muebles son una tarima de madera, de unos dos metros de lado, sobre el que los dos jóvenes arrumban sus escasas pertenencias, y una pequeña cómoda abarrotada de libros y papeles. A un lado, la motocicleta de Shokroth. La de Chemroeun está fuera, pero es probable que la guarde dentro de noche. La habitación de William en Pinyao, que parecía el Bing Bang, con retrete público en la calle y casi el doble de grande que ésta, se me antoja ahora un lujo por comparación.

Entiendo el pudor de Chemroeun y las excusas que ponía, pero intento hacerle sentir cómodo y le agradezco la invitación a cenar, la posibilidad de visitar su barrio y su casa, y de conocer a Shokroth. Una vecina se asoma a saludar y a charlar un rato con los anfitriones mientras preparan la cena sin que nos dejen ayudarles. Antes de que la lluvia arranque de nuevo, Chemroeun recoge la ropa que tiene tendida en perchas. Él viste inmaculadamente y eso me maravilla. En estas condiciones, sin siquiera un armario, dudo de que un servidor lo lograse.

La cena estaba muy buena, y es justo decirlo. Annika, Chemroeun y Shokroth han ido este mediodía a visitar una casa de varias habitaciones a la que trasladarse los tres, realquilando algún cuarto sobrante a terceros. La diferencia para estos muchachos será abismal. Cuando escribo esto, Shokroth ya me ha escrito para confirmarme la mudanza. Annika hace todo lo que puede y más por estos chicos, con una energía inagotable, semanas de seis días y días de veinticinco horas, y una generosidad a prueba de bomba. Luego en su casa repasamos algunos aspectos de la propuesta de alquiler, de la que ella se responsabilizará íntegramente, y le doy algún consejo elemental de abogado. La cena es un éxito y hablamos animadamente. Chemroeun y Shokroth confirman que, incluso para ellos, un profesor y un empleado de servicios con sueldos más o menos aceptables, es difícil vivir mejor. Pero no se quejan y no he visto que dejaran de sonreír ni un momento. Como tantas veces se demuestra fuera de nuestra sociedad de consumo, no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita. Todos los días recibo alguna lección.

Tuvimos suerte para volver pues un vecino que volvía a casa con su motocarro accedió a llevarnos de vuelta. Así pasó el día.

Chemroeun y Annika comprando para la cena.

Sokroth y Chemroeun ante su opípara cena. 

Me despedí de Annika en la calle, cuando se iba al trabajo en bicicleta, y tras ponerme al día con internet en el café, dejé la mochila recogida y me fui a pasar la mañana antes de marchar al aeropuerto (26.11.12).


Annika, arreglada para ir al trabajo.

Fui directamente al Museo Nacional. Sin hacerlo de menos, no me pareció que tuviera tantos méritos como pretendía la guía de viajes, aunque sí era interesante y de agradable ambiente. Tomé un refrigerio en el adyacente riverfront, entré casi sin querer en una librería que resultó ser un tesoro de buenos libros sobre Asia, averigué ahí que no hay en la ciudad buzones de correo, me acerqué a la estafeta central a echar unas postales y visité Wat Phnom para completar la jornada. Esta pagoda da nombre a la ciudad y está sita sobre su única elevación, de apenas una veintena de metros. Phnom Penh no es una ciudad especialmente bonita, pero el barrio monumental junto al río, el riverfront y algunas amplias avenidas le dan un sabor agradable. Guiando siempre al motorista para no meternos en líos, volví a casa pasando por el mercado central para hacerle una fotografía, recogí la mochila, dejé una nota de agradecimiento en la mesa, las llaves en el café de abajo y en motocarro me marché al aeropuerto, no muy distante.

El Museo Nacional.

En el jardín del museo.

Wat Phnom.

El mercado central, según los camboyanos, de estilo "art decó".

En casi todas partes hay ya líneas aéreas de bajo coste, y antes que un par de sesiones maratonianas de autobús descangallado preferí volar a mi siguiente parada: Bangkok. Terminó así mi segundo paso por este bonito país, cuya joya son sin duda los grandiosos templos de Angkor, de inexcusable visita para quien vaya por primera vez y que, como dije en otro lugar refiriéndome a Petra, son para quien suscribe, sin duda, monumentos de primer orden mundial.

Abrazos para todos.

4 comentarios:

  1. Siempre acabo maravillado por la calidad de las personas que vas conociendo. ¡Cómo hemos perdido el rumbo humanista en nuestra sociedad capitalista! Lo veo también en la sencillez con la que viven mis amigos cubanos y cómo saben sacarle a todo partido...

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  2. La independencia se la dió una alcachofa? Vaya!

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  3. Me encantan tus descripciones tan de gente. y lo la uña del menique - también lo veo un montón; qué grima me da!

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  4. ¿Qué misterio esconde el café, me he perdido algo?

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