domingo, 13 de enero de 2013

XXVIII. Myanmar (i).

Queridos lectores:

Pregunto al taxista de la puerta del hotel cuánto me cobraría por llevarme al aeropuerto en Bangkok (14.12.12). Quinientos bahts. Sí hombre y qué más. Está muy lejos, más el peaje ... Ni me molesto en discutir. En el cruce paro otro taxi. Por ciento sesenta bahts medidos en el taxímetro (y cuarenta de peaje) me lleva muy cumplidor al aeropuerto. Le felicito por su honradez y hasta le doy propina: es Usted un ejemplo, no como algunos delincuentes que se hacen llamar colegas suyos.

Llego a mediodía a Yangón, la principal ciudad de Myanmar, aunque ya desposeída de la capitalidad. La terminal internacional es muy moderna, pero el aire de los lugareños no tanto. Me resulta muy chocante que muchos hombres lleven faldas hasta los tobillos. Es el longyi. Lo usan tanto hombres como mujeres. Ellas mucho más bonitos y con mucho más garbo, justo es decirlo. Además, las mujeres se pintan las mejillas con un cosmético natural llamado tanaka que les da un aspecto muy peculiar.

Como en tantos países asiáticos, las señas domiciliarias son siempre truculentas. Le pido al taxista (como en tantos países asiáticos, es el único medio para llegar a la ciudad) que telefonee a Sai, en cuya casa me alojaré hoy. Sai le da las explicaciones oportunas y salimos a la calle.
- Este taxista le llevará.
- ¿Cómo, no me lleva Usted?
- No, pero es igual, le lleva él.
- ¿Cómo va a ser igual si ha tardado Usted cinco minutos de reloj en entender las señas de casa de mi amigo, y a este hombre no le ha dicho ni pío? Por lo menos explíqueselas Usted a su compañero, ¡por favor!
- Ah, sí, claro.

Aclarada la cuestión, tardamos un buen rato en alcanzar el centro, donde vive Sai. Myanmar es eminentemente más pobre que Tailandia, y se nota. También el aspecto de la gente que veo desde el coche es distinto: más indios que chinos, con los ojos más redondeados y la tez más oscura. Casi todo el mundo, hombres o mujeres, viste el longyi, y casi todas las mujeres se adornan con tanaka. Hábitos ambos muy llamativos, aunque no tanto como el de masticar y escupir los hombres betel, una pasta vegetal a la que son muy aficionados también los indios, que les tinta la boca y les da un aspecto repelente cuando sonríen, amén de tener la dentadura en mal estado la mayoría.

Llego al portal de Sai y pido permiso en la oficina de al lado para telefonearle. Tija, que así se llama, es un joven muy solícito que accede encantado, mientras me pregunta en su corto inglés las cosas habituales para regocijo de su compañera de trabajo, que no para de reir conturbada.

Sai llega en cinco minutos y me acompaña al piso antes de marcharse para atender ciertos recados. El apartamento es hermoso, moderno y bien terminado, aunque casi vacío de mobiliario. Una empleada de hogar anda planchando en el salón. Además de un servidor, están ya alojados aquí una pareja de ingleses, Peter y Alex. A Peter me lo presenta nada más llegar. Alex está en cama, hecho polvo y con las tripas descompuestas. Charlamos un rato en espera de Sai, que nos llevará luego a comer algo fuera. Peter me ofrece amablemente un té y me cuenta que trabaja como representante de grupos musicales, incluyendo el suyo propio, en Londres, y está aquí de vacaciones con su amigo por unas semanas.

La casa tiene ventanas a dos frentes y, siendo alto, ofrece un buen panorama de Yangón. A primera vista parecen edificios normales, pero un escrutinio pronto revela lo mal que están. Todos necesitan, como mínimo, un revocado o una mano de pintura, cuando no una reparación completa. Como decía Pedro sobre La Habana, diríase que hubiesen bombardeado la ciudad con ácido. Algunas construcciones singulares destacan: una catedral católica, un antiguo colegio colonial y las antiguas oficinas del ferrocarril, pero salvo la primera, en uso, se ven muy deterioradas.

Yangón desde el piso de Sai.
 

Sai nos lleva a un restaurante chino, en un parque con vistas de la pagoda de Shwedagon, el monumento más importante de la ciudad. El coche es japonés con el volante a la derecha, aunque en Myanmar se conduce por la izquierda, igual que ocurría en Rusia y Asia Central.
Sai es muy hablador, incluso más que un servidor, y no hace falta tirarle de la lengua para que nos cuente muchísimas cosas. Estudió economía y empresa en los Estados Unidos de América y en Canadá. Su familia, muy acomodada, tiene negocios inmobiliarios y textiles y él participa ahora en su gestión, siempre a las órdenes de su madre, que los dirige. En Myanmar los precios inmobiliarios están absolutamente desaforados. Son más caros que en Londres o Madrid (constatado respectivamente por Peter y quien suscribe). Cualquier piso cuesta cientos de miles de euros, cualquier bajo, millones. Pierre, el novio francés de Sai, ha tenido que renunciar a comprarse uno pese a que tiene un buen trabajo como gerente de una agencia de viajes internacional. Sai conoce la denominada burbuja inmobiliaria española y la crisis subsecuente, y cree que en algún momento aquí ocurrirá lo mismo, pero no se ve cuándo. Todo el mundo ansía ser propietario. Los pocos edificios viejos de algún valor histórico o artístico que quedan son demolidos sin miramientos para realizar el suelo sobre el que se asientan. El gobierno ha establecido una nueva capital, Laypitaw, por varios motivos, uno de los cuales puede ser descongestionar el mercado inmobiliario de Yangón, además de otros menos claros como el de impedir el acceso a ella del común de la gente, que necesita un permiso específico.

En cuanto al país y para empezar, Myanmar es el sustantivo tradicionalmente usado por los nativos, y Myanma, sin la erre final, la forma adjetiva. Mejor que la Birmania o Burma de los británicos. Lo mismo ocurre con Yangón, mejor que Rangún.

El régimen, como todos sabemos, está cambiando. Hay ahora mismo libertad para casi todo. Libertad de expresión total, incluso demasiada en opinión de Sai, vistas las barbaridades que se publican de vez en cuando en la prensa. La censura previa ha sido eliminada justamente en estos días, y se está debatiendo la primera ley de la propiedad intelectual. Sin embargo, internet está limitado, más por las dificultades técnicas que por los escasos filtros que aún mantiene el gobierno. Este año se han celebrado elecciones parciales al parlamento en las que la Liga Nacional por la Democracia, (National League for Democracy, NLD), liderada por Aung San Suu Kyi, ha obtenido muy buenos resultados sin que el gobierno, presidido aún por un militar de la anterior Junta, les haya negado esta vez los escaños. El gobierno, es decir, el ejército, sigue dominando la vida política y sigue detentando la mayoría parlamentaria. No obstante, la propia Suu Kyi (pronunciado Suu Chii), como aquí se la llama, participa ya en comisiones legislativas en la capital.

Suu Kyi es la única hija del general Aung San, el líder de la independencia birmana en los años cuarenta del siglo pasado. Asesinado por sus rivales políticos con apenas treinta y dos años de edad pocos meses antes de obtener la soberanía nacional, es una figura histórica de un prestigio enorme entre sus conciudadanos. Es de hecho, el héroe nacional por antonomasia. Gran parte de ese prestigio ha sido heredado primero y ganado después por su hija, que sólo tenía dos años al tiempo de su muerte. Como podré comprobar en mi viaje por el país, abundan las fotografías de padre e hija en todo tipo de establecimientos, y también los carteles y sedes políticas de la NLD. No obstante, Sai la critica por considerarla una populista sin agenda política concreta. Según Sai, Myanmar va demasiado deprisa hacia la democracia, cuando en realidad hace falta quien sepa dirigir los cambios con la parsimonia que la impericia de sus compatriotas requiere. Es curioso que esta fuera la misma opinión de Majid en Teherán. Sai tiene apenas veinticinco años, Majid más que le dobla en edad. Siento por Majid y sus opiniones el máximo respeto: es un hombre inteligentísimo, formado, leído, viajado, con una extensa cultura política, experiencia personal en la lucha por la democracia y sentimientos filantrópicos más que evidentes. Sai tampoco parece tonto y su educación, internacional, no es inferior ni muy distinta de la de quienes estéis leyendo esto o de la mía propia. Sin embargo, creo que ambos se equivocan.

Puede que Suu Kyi sea meramente populista, no conozco su discurso político concreto. Pero leyendo sus dos libros principales, "Letters from Burma" ("Cartas desde Birmania"), y "Freedom from fear" ("Libertad del miedo"), su categoría intelectual me parece incuestionable y la política no menos valiosa que la de cualquier otro. Su valentía y sentido del honor han quedado sobradamente acreditados por sus actos. En un país en el que la democracia plena está aún por llegar aunque se la toque ya con los dedos (en Irán ni siquiera eso), el programa político del NLD, que Sai acusa de deficiente, puede, en mi opinión, permitirse todavía trazo grueso en sus objetivos: libertad, democracia y derechos humanos. Que no es poco.
La propia Suu Kyi argumenta en sus escritos que no hay razón por la que Myanmar, ni ningún otro estado, haya de repetir los pasos dados por democracias occidentales hasta su consolidación. Tampoco tiene por qué copiar instituciones y regulaciones. Myanmar puede seguir su propio camino, aprender de las experiencias ajenas y sus errores, y organizarse como mejor convenga a su idiosincrasia. No creo que esto sea más vago ni menos valioso como ideario político que la alternativa del lento dirigismo del que son partidarios mi querido Majid y Sai.

El botón de muestra que propone Sai es la falta de reacción del NLD a los enfrentamientos violentos entre el gobierno y ciertas poblaciones de la zona fronteriza con Bangladés, sobre los que al parecer Suu Kyi no supo o no quiso pronunciarse. Lo cierto es que hay zonas del país que permanecen cerradas a los visitantes. Sea como fuere, está claro que las simpatías de la gente están con ella y que parece llamada a dirigir el país en algún momento.

La corrupción sigue siendo una plaga. El gobierno ni hace nada por combatirla ni hace nada en términos absolutos. A quien pida que se repare la carretera las autoridades responderán que se la pague él, nos dice Sai. Otro tanto sucede con la educación, la sanidad, o cualquier otro ámbito. Se están entablando relaciones diplomáticas con todo el mundo, también comerciales. Esta misma semana de mi llegada se ha instalado el primer cajero automático de red internacional, sólo uno, en el aeropuerto. Myanmar se abre al mundo de forma evidente: el turismo duplica el volumen año tras año y está llegando ya al asombro de ¡un millón de visitantes anuales!

La pagoda de Shwedagon desde el restaurante chino.

Y de cerca.




Sai y Peter me dejan cerca de la pagoda de Shwedagon, que visitaré por mi cuenta al atardecer. El atasco es fenomenal y me apeo en una rotonda cualquiera. La pagoda es enorme y resplandece dorada con las últimas luces del día. Una larga escalinata lleva hasta el patio en torno a la cúpula central. Hay que descalzarse a la entrada, pero en general el suelo se ve limpio mientras recorro el largo pasillo flanqueado por tiendas de todo tipo de baratijas. El budismo no será una religión pero sí es un buen negocio.

Recorro despacio la pagoda, sus patios y las docenas de pequeños santuarios dedicados a distintas efigies de Buda, todas con un aura fluorescente de luces de colores tras la cabeza. La pagoda es digna de verse, eso es indiscutible, y atrae a un montón de gente al frescor del anochecer, incluyendo no pocos turistas, los más, acompañados por guías. Un servidor rechaza los ofrecimientos de guías profesionales. Me basta una lectura rápida de la guía electrónica para hacerme cargo de sus méritos, los detalles me hastiarían. Soy así de burro, qué se le va a hacer.

Salgo del templo y me dirijo hacia el centro. Pregunto a la salida y me recomiendan un autobús, allá enfrente. No viene ninguno. Pregunto a unos turistas si querrían compartir un taxi, pero van en otra dirección. Echo a andar y por fin aparece una tartana que se resiste al chatarrero para transportar gente todavía. Pregunto al cobrador que se asoma a la puerta:
- city centre (al centro)?
- ¡sube, que nos vamos!

Si en el autobús de Bangkok mi presencia era una rareza, en este es todo un acontecimiento. Sonrío como una estrella de cine para corresponder a las miradas de aprobación de mis compañeros de trayecto, y procuro no perder de vista al cobrador. No tengo ni idea de dónde he de bajarme, no llevo mapa y nunca podría reconocer ningún hito: acabo de llegar a la ciudad. En una avenida en sombras, como toda Yangón, el cobrador me avisa: city centre!






Por más que miro no veo más que un medio descampado y una calle de aspecto depauperado. Otras personas, no muchas, bajan del autobús conmigo. El tal city centre es el nombre de un centro comercial de tres al cuarto al otro lado de la calle. Por suerte los promotores se lo pusieron con algo de justicia, y tengo una somerísima noción de la disposición de la ciudad por lo que me explicó Sai. Alguien me da otra indicación y aparezco en el centro de la antigua capital.

La única luz es la de los puestos y tenderetes que ocupan todas las aceras: comida, pescado, ropa y lo que sea. Y la de los comercios que la tienen. Entro en un cibercafé para contactar con casa y lo consigo a pesar de la exasperante lentitud de la conexión. Consigo algo más: un plano de la ciudad que me cede el encargado. Ahora sí que sí. Recorro las calles principales, que parecen estar en su hora de plenitud y, cuando me canso (esto es más grande de lo que parece) un taxi barato me lleva a casa de Sai.




 

Allí conozco a Pierre, su novio, un francés de cincuenta años que se ha instalado en Yangón hace no mucho. Había contactado con Pierre también a través de la red social para vernos en algún momento en estos días, pero aquí lo tengo. Hacemos las presentaciones, cenamos algo con Peter (Alex sigue medio muerto) y Sai y Pierre me aconsejan las etapas de mi viaje. Pierre nos explica que el sueldo medio de los empleados birmanos de la agencia es de doscientos dólares estadounidenses, que hasta ahora se pagaba en esa divisa, pero que con la estabilidad de los tiempos corrientes se va a pagar con la moneda local. Pierre se queja de la incompetencia de los trabajadores locales: los empleos son para siempre, no hay sentido de la competitividad ni iniciativa, y sí mucha resistencia al cambio. En una comunidad internacional eminentemente capitalista, muchos lo pasarán mal en los tiempos que vienen.

Sai, Peter y Pierre.
 
Acabamos la sobremesa y cada mochuelo a su olivo. A mí me toca el salón.


Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Acabarás escribiendo un libro, ya verás, te lo digo yo. ¡Muy interesante!

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  2. Suu Kyi mola. Tienes razón. Y como esto lo escribo el 5 de Febrero, te pido que la mandes para acá. Me temo que aquí, en Aspaña, también necesitamos regeneración democrática urgentemente.
    En otro orden de cosas, qué bonitos los palacios. Cada vez tengo más ganas de viajar por Asia.

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