martes, 1 de enero de 2013

XXVII. Tailandia (iii).

Queridos lectores:

Como tenía previsto, madrugué para visitar las ruinas de Sukhothai, justo enfrente de mi hotel (05.12.12). Desayuno en el restaurante de al lado, alquilo una bicicleta por dos duros para todo el día, y entro en el recinto arqueológico muy temprano. El día ha amanecido brumoso y confiere al lugar un aire misterioso y  romántico. Es además el cumpleaños de Su Majestad el Rey de Tailandia. Cumple ochenta y pico y anda delicado de salud, pero es una institución reverenciada por todos aquí, por encima de partidos políticos y con una adhesión que no admite dudas ni críticas, según todo el mundo me tiene avisado. Por todas partes hay imágenes y altares en su honor, con ofrendas florales, incienso, etc.

Nada más entrar me topo con una procesión. Presumo que es algún acto en honor del monarca, pero yerro: es la procesión de las almas. Es decir, los monjes budistas mendigando el sustento. Está bien organizada, tanto que van acompañados por personal con sacos para recoger las dádivas alimenticias a lo largo de varias mesas. No sé si sería un día especial o no, pero con donaciones así los monjes no deben andar mal surtidos. La ceremonia que no ví en Luang Prabang me ha salido al paso aquí.

La ceremonia de las dádivas.

Loor al rey cumpleañero.

Fuera como fuese, un servidor había venido a lo que había venido, así que empecé un recorrido meticuloso, plano en mano, por todas las ruinas del recinto, que son muchas y muy vistosas. Sukhothai fue la capital del reino allá por los S. XIII y XIV. Hoy el parque arqueológico (así lo llaman) está acotado y muy cuidado, con grandes árboles, canales y estanques. La mayoría de las ruinas está parcialmente restaurada, aunque en casi todas es la estructura de ladrillo la que queda al aire, y raramente la escayola. Hay a quien estas reparaciones le parecen un desvalor. No soy de esa opinión: sin buenas restauraciones hace mucho que las  catedrales europeas, por poner un ejemplo, no serían más que un montón de cascotes, y no he oído a nadie considerarlas desvirtuadas por eso. La UNESCO también las admite en su Patrimonio de la Humanidad, como en este caso e incluso en el de reconstrucciones completas. Mutatis mutandis, lo mismo ocurre con los animales salvajes reintroducidos. Para quien escribe, el valor reside en que el animal se halle libre en su medio. Tanto mejor si monumento y animal son prístinos pero, si no hay engaño, de lo contrario no hay por qué rasgarse las vestiduras en aras de una pureza mal entendida, cuando no llanamente imposible.

Con permiso de los muchos perros que dormían entre las ruinas, alternando bicicleta y caminata, disfruté del que fue uno de los días más agradables de mi estancia en Tailandia. Me supo a poco luego, pero es inevitable en un viaje así que, a veces y por razones de todo tipo, se demore uno donde nada le tienta y sin embargo parezca huir de donde le hubiera gustado pasar más tiempo.





 Diríanse sin restaurar, ¿no?




¿Fetén o reintroducida?


Esta señora tallaba souvenires en madera.


Había bastantes cigüeñas.


Entre tanta cultura hay que hacer un descanso.

La niebla, además de acrecentar el encanto del lugar, me guardó del fortísimo calor hasta bien entrada la mañana. Como empecé temprano pude ir dejando atrás a la mayoría de los turistas menos madrugadores, aunque no pude evitar algunos grupos. Un guía local explicaba a sus clientes italianos el por qué de un buda afeminado:
 - Buda viene de la India, y es sabido que allí todos los hombres son así.
Dicho con el aplomo del ignorante y la soberbia de quien se cree superior (no sé si lo inferior era ser buda, indio, afeminado o alguna combinación de todo ello). Ni pude ni hubiera querido evitar la carcajada que semejante sandez me arrancó. El guía me miró un poco raro pero lo ignoré por completo, pensando qué otras majaderías no diría el insensato a sus clientes.

El buda de la discordia.

Todos los gallos parecen de la misma raza aquí, 
donde las peleas son legales.


Cambió la cosa cuando se despejó y enfilé hacia las afueras, en pos de otras ruinas más alejadas. Estaba el sol en lo alto y, aunque invernal, apretaba sin reparo. Casi ningún turista se atrevió a tanto, y sólo los más valientes, como un servidor, en bicicleta. Un templo en un bajo alcor parecía al alcance de la mano y una causa exagerada para la sed de la pareja de turistas que apuraba sendas botellas de agua al pie. Parecía pero no lo era, que uno tiene ya desde hace años aprendida la lección del calor húmedo. Ni resguardándome al sol y sombra por fuera del camino puede evitar llegar exhausto. Quince minutos que sentí como quince horas: antes preferiría repetir en el monte Fuji con cena de caldo incluida.

Me quité la camiseta, la puse a secar con permiso de los dos budas que vigilaban por encima de mí, y entretuve el descanso con el libro electrónico y una colección de problemas de ajedrez, hasta que llegó el siguiente héroe disfrazado de turista derrengado. El resto era fácil: regreso al pueblo entre más ruinas sin restaurar con parada técnica en un tenderete.

Aquí al lado, sí, sí...



El negocio del siglo (lo correcto es baht, no bath):
vender agua a los sedientos.

El mundo visto desde un chamizo.

Visité luego el museo: una colección de budas y otras estatuas vedadas a la cámara fotográfica, cuyo mayor mérito era el despilfarro de mantener un frío invernal en el interior, para someter a los visitantes a los vaivenes de veinte grados Celsius cada vez que había que pasar de un edificio a otro. A media tarde liquidé la jornada cultural y me fui a comer algo cerca del hotel.

Una chica joven en la mesa de al lado leía en un libro electrónico idéntico al mío. Tras pensármelo mucho, no pude resistirme y le propuse contrastar nuestras colecciones de libros por si se nos ofreciera intercambiar alguno. Mis lecturas han sido todas adquiridas legalmente y con expresa licencia para varias descargas, por lo que en ningún momento he infringido las leyes que me dan de comer. Mis escrúpulos eran más bien por no molestarla. La que me pareció una buena idea, o por lo menos una oportunidad irresistible, se demostró un fiasco. La muchacha, canadiense, no llevaba más que algo de un conocido autor de pseudofilosofía barata y varias obras sobre la jubilación.
- ¿Cómo ser feliz una vez jubilado?, ¡pero si no debes tener más de veinte años!
- Son de mi padre, que se ha jubilado anticipadamente. Es su libro electrónico.
 - Ah.
Por no parecer descortés le cedí una de mis guías de viaje y acepté un libro sobre no sé qué tonterías de la economía actual que a estas alturas ya he eliminado de mi dispositivo. Lección aprendida también ésta.

Al atardecer, asomado a la ventana del hotel fui testigo de un pequeño desfile con algunos militares, una humilde banda de música y civiles elegantemente vestidos que sin duda se dirigían a honrar al rey en su aniversario. No lo creí merecedor de mayor atención, ni tampoco los humildes festejos que se anunciaron para más tarde, en un escenario con música verbenera que poco o casi nada atraía a los lugareños. Me compré un billete de autobús para la etapa del día siguiente y acabé tranquilamente el día.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. eh...primer comentario del año....voy en cabeza. Feliz año nuevo.

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  2. Vale, pues yo segundo. Cuidadito con los ebooks de los demás, ¡qué miedo! Por cierto, 61 libros he leído en 2012, ¡no está mal!
    Abrazos

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  3. Qué bien se le da comer gratis siempre a la gente de la religión! El negocio del fin del mundo. Y qué bien se le da también a la gente de la corona. Vaya chiringuito que le tienen montado al payo.
    Las ruinas se ven preciosas en las fotos.
    Y lo del libro, jijijijiji

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