viernes, 19 de octubre de 2012

XXI. Japón (vii).

Queridos lectores:

Como me habían pedido, a las cuatro en punto de la tarde de la víspera había llamado a la agencia de viajes. El veredicto chino era que sí me iban a conceder el visado. Decidí no creérmelo hasta tenerlo en la mano al final de la semana, pero era una buena noticia con la que marcharme alegre al monte Fuji, que era de lo que se trataba en este nuevo día (25.09.12).

Fui en autobús desde la estación de Tokio hasta la de Kawaguchiko, más de dos horas. Las responsables de información turística corrigieron para bien lo que me había dicho la señorita Mishima: aunque la temporada había terminado, aún quedaba un refugio abierto al comienzo de la subida y el último autobús del día, dentro de un par de horas, para llevarme hasta allí.

Compré algunas vituallas en el supermercado del pueblo, comí unos espagueti en un restaurante, y cuando por fin vino el autobús, ya a la puesta del sol, en una hora llegué a la llamada quinta estación, comienzo de la ascensión.

El monte Fuji, de 3.776 m., es la montaña más alta del Japón y muy parecida a nuestro Teide. Ambas comparten naturaleza volcánica junto al mar, forma cónica casi perfecta y similar altitud. La ruta que seguí es la más habitual hasta la cima, Yoshida, y está llena de refugios y cantinas pues cientos de miles de personas, como suena, la recorren todos los veranos. Aunque se puede empezar desde la base, lo normal es hacerlo a partir de la llamada quinta estación, a 2.300 m., hasta cuyos restaurantes y tiendas de recuerdos se puede llegar por carretera.

Atardecer camino de la quinta estación.


Ya era de noche fría cuando el autobús me dejó allí. Las tiendas y restaurantes estaban cerrados y la poca gente que quedaba se disponía a bajar en sus coches. Vacié la mochila de cuanto no fuera imprescindible en una taquilla a monedas (en Japón las hay por todas partes). Tenía que caminar unos veinte minutos hasta el refugio, llamado Sato Goya, pero en la oscuridad de la noche y sin indicaciones de ningún tipo no era fácil saber exactamente por dónde. Pregunté a unos chicos que ya se marchaban en coche. Ni hablaban inglés ni tenían idea de dónde se encontraba la cabaña. Les pedí que llamasen con su teléfono al guarda, y tras mucho gesticular todos, me indicaron que "todo recto". Me calé la frontal y marché todo recto pues.




En busca del refugio perdido. La luz es del flash.

Aunque estaba muy oscuro y había varios caminos, dí con la señal buena y llegué sin novedad a la cabaña, donde me estaban esperando. Cometí el error de pedir de cenar en vez de llevarme algo propio para la noche, por lo que me tuve que contentar con arroz de hospital y sopa de verduras deslavazada; comida al fin y al cabo y mejor que el pescado que comían los guardeses. En la cabaña coincidí con algunos señores mayores, y con tres chavales que iban a subir también al día siguiente. Aunque no hablaban nada de inglés, convine con los chicos sumarme a ellos de madrugada y a las ocho de la tarde ya estaba durmiendo en las literas corridas.

Aún no había catado la cena.


Poco después de las tres de la madrugada nos despertamos, y a las cuatro, puntuales, empezamos la ascensión. A la puerta del refugio tomé prestado un bastón tradicional japonés. Guíaban los chicos, que disfrutaban de la ventaja de entender todas las señales, lo cual se hizo imprescindible por la mucha oscuridad que confundía los senderos.

Power rangers: ¡a por ellos!

Caminaban bastante rápido y pensé que pronto me tendría que descolgar pero, para mi sorpresa, cuando no llevábamos ni media hora uno de ellos pidió ya parar y los otros dos daban muestras de agradecer el descanso. Seguí con ellos otra media hora hasta que me percaté de que su ritmo del inicio era más debido a inexperiencia que a fortaleza, pues pronto fueron ellos los que se rezagaron, hasta que dejó de valer la pena que los esperase y tiré para arriba ya solo y a mi aire.


Pasadas las cinco alboreó. Yo iba a buen ritmo y pronto dejé de ver las luces de los chicos, más abajo. El camino es sencillo, a veces con gradas y escalones, está muy trillado y no tiene más mérito que el de ir subiendo paso a paso, sin ninguna otra dificultad que algunas mínimas trepadas por tramos con coladas de lava.

Descansé unos minutos al cumplir la segunda hora, y me topé con Robert, un australiano algo mayor que era el primero en bajar de la cima. Había dormido en la octava estación, la última antes de la cumbre y donde quedaba el otro refugio en funcionamiento, e iba ya muy contento pista abajo. El monte Fuji es tan popular que los trabajos de reparación del camino se hacen con maquinaria pesada que llega hasta el cráter por grandes pistas de tierra. Dicho así suena muy feo, y la verdad es que las partes con obras en marcha lo eran, pero al Fuji le sobra tamaño para dejar eso en minucias y no le falta nada de la belleza de las montañas.

Amanece.


Retratado por uno de los peones camineros.

Otro descanso al cumplirse la tercera hora y me da la sensación de que estoy bajando el ritmo. Normal, aunque camino un montón todos los días, no hago deporte y eso ha de notarse, me digo. Me cruzo a Jay, un chico de Montreal que también ha dormido más arriba y ya baja. Para mi gran sorpresa, sólo me quedan unos minutos, según me dice. A las ocho estoy allí: resulta que no he flojeado y en cuatro horas tranquilas he llegado a los más de 3.700 metros del cráter.

Bienvenidos al cráter.

La cima queda en el observatorio meteorólogico del otro lado, 
unas decenas de metros más alta.

La cima queda al otro lado, así que paseo tranquilamente en sentido antihorario en torno al cráter, disfrutando inmensamente de cada paso. Sólo me falta compartir tanto entusiasmo.





¡En la cima de Fujisán, 3.776 m!



En la cumbre ya se va congregando más gente. Sobre todos señores mayores, uno de los cuales visitó España en los años ochenta y disfruta contándomelo. Acabo de comer y ando ya hincándole el diente al chocolate cuando me ofrece arroz envuelto en algas laminadas. No, muchas gracias, es que estoy ya con el dulce. Ah, vale, en ese caso prueba estas cebolletas dulces. No, no, no, gracias. Sí, sí, sí, por favor. No hubo otra que darle gusto. Menos mal que no era sushi confitado.

Pasado un rato fotografiando a otros montañeros y siendo fotografiado por ellos, emprendí el descenso. A un tercio de la bajada me topé con los chicos japoneses. Me detuve un rato a charlar (por gestos) con ellos, les dí los cacahuetes que ni había tocado y seguí hacia abajo contento como nadie.

Acentor alpino japonés.




¡Qué distinto a la luz del día!


A las doce llegué a la quinta estación, donde me tomé un café bien ganado con un fujibizcochuelo. Le mandé una postal a Rocío desde allí mismo, haciéndome la ilusión de que así compartía la alegría con ella antes que con nadie, recogí mis bártulos de la taquilla y esperé el autobús que me devolviera a Kawaguchiko.

Kavi y fujimunki.


Cambié el billete del autobús a Tokio para regresar en otro anterior, e hice tiempo tomando un café y hablando por internet con Juan Antonio y María, que andaban ya en pie bien de madrugada en España y me hicieron el honor de compartir mi alegría. Me hizo mucha ilusión subir el monte Fuji, no por sus humildes méritos montañeros, sino por su significado: alegría geográfica, como en el Mar Negro. Ya puedo presumir de haber subido montañas (más o menos modestas, eso no importa) en cuatro continentes.

El regreso a la capital se hizo eterno. Entramos en la conurbación a la hora punta de la tarde, y más de tres horas se fueron en llegar al destino. Pasé por la oficina de turismo, dí cuenta de mi aventurilla como tenía prometido, les pasé la información que les faltaba, me consiguieron un hotel, y en él acabé poco después un día memorable.

Abrazos para todos.

4 comentarios:

  1. Uhmm... ¡qué buena pinta tiene el fujimunki! ahora, los compañeros japos del refugio parecen sacados de un comic manga de esos...

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  2. ¡Sí, señor! Dando lecciones a esos jovenzuelos atrevidos e incautos. Y de premio tu fujimunki, que parece tan bueno como los tigretones de antaño....

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  3. ¡Hola Fernando! Llevaba tiempo sin pasar por aquí y ya me he dado cuenta de lo mucho que me pierdo en cuanto me salto un par de entradas. La envidia habita en mi corazón, lo confieso, al leer y ver) tus aventuras. No sé si es sana o de la otra.

    No conozco a nadie que haya subido al monte Fuji, ni que, además, haya hecho tantas otras cosas como las que tú estás haciendo en tu viaje. Ya tengo algo que contar a mis colegas en las duras noches de invierno madrileño (esas en las que no pasa nada).

    Esto último era broma, es para que no eches tanto de menos este encantador país.

    Un abrazo

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  4. Yujú! Cómo molas!
    Yo hubiera corrido a los de comando G a fujimunkazos!
    Un 10 para la crónica y las fotos!

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